jueves, 8 de abril de 2021

EVANGELIO - 09 de Abril - San Juan 21,1-14.


        Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,1-12.

    Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos, irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús.
    Estos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
    Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
    Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes.
    Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: "¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?".
    Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos.
    El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular.
    Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos".


Salmo 118(117),1-2.4.22-24.25-27a.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.

Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.

Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y él nos ilumina».


    Evangelio según San Juan 21,1-14.

    Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
    Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
    Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
    Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
    El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". 
Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
    El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
    Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
    Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
    Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
    Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
    Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.
    Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
    Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 09 de Abril - “Simón Pedro... trajo a la orilla la red llena de peces grandes”


       San Pedro Crisólogo (c. 406-450) obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia Sermón 78; PL 52, 420

“Simón Pedro... trajo a la orilla la red llena de peces grandes”

    “El discípulo que Jesús amaba le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!” Aquel que es amado será el primero en ver; el amor provee una visión más aguda de todas las cosas; aquel que ama siempre sentirá de modo más vivaz... ¿Qué dificultad convierte el espíritu de Pedro en un espíritu tardo, y le impide ser el primero en reconocer a Jesús, como antes lo había hecho? ¿Dónde está ese singular testimonio que le hacía gritar: “Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo”? (Mateo 16,16) ¿Dónde está? Pedro estaba en casa de Caifás, el gran sacerdote, donde había escuchado sin pena el cuchicheo de una sirvienta, pero tardó en reconocer a su Señor. “Cuando él escucho que era el Señor, se puso su túnica, porque no tenía nada puesto”. ¡Lo cual es muy extraño, hermanos!... Pedro entra sin vestimenta a la barca, ¡y se lanza completamente vestido al mar!... El culpable siempre mira hacia otro lado para ocultarse. De ese modo, como Adán, hoy Pedro desea cubrir su desnudez por su fallo; ambos, antes de pecar, no estaban vestidos más que con una desnudez santa. “Él se pone su túnica y se lanza al mar”. Esperaba que el mar lavara esa sórdida vestimenta que era la traición. Él se lanzó al mar porque quería ser el primero en regresar; él, a quien las más grandes responsabilidades habían sido confiadas (Mateo 16,18s). Se ciñó su túnica porque debía ceñirse al combate del martirio, según las palabras del Señor: “Alguien más te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Juan 21,18)… Los otros vinieron con la barca, arrastrando su red llena de pescado. Con gran esfuerzo entre ellos llevan una Iglesia que fue arrojada a los vientos del mundo. La misma Iglesia que estos hombres llevan en la red del Evangelio con dirección a la luz del cielo, y a la que arrancaron de los abismos para conducirla más cerca del Señor.

SANTORAL - SAN LORENZO DE IRLANDA

09 de Abril


    San Lorenzo, arzobispo, nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época. Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes, se hicieron amigos y no luchó más el uno contra el otro. Cuando el niño tenía diez años, al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación.

    Lorenzo llegó a ser un excelente monje en ese monasterio. Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior. Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban.

    El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada. En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles.

    Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y enseguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad. En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo.

    El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo. Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.

    El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento.

Oremos

    Señor, tú que colocaste a San Lorenzo de Irlanda en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

miércoles, 7 de abril de 2021

EVANGELIO - 08 de Abril - San Lucas 24,35-48.


        Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,11-26.

    Como el paralítico que había sido curado no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón.
    Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: "Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre?
    El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad.
    Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
    Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden comprobar.
    Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes.
    Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer.
    Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados."
    Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes.
    El debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas.
    Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga.
    El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo.
    Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días.
    Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra.
    Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades".


Salmo 8,2a.5.6-7.8-9.

¡Señor, nuestro Dios,
¿Qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos.
Todo lo pusiste bajo sus pies.
Todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas.


    Evangelio según San Lucas 24,35-48.

    Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
    Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
    Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
    Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
    Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
    Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".
    Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
    Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
    Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
    Ustedes son testigos de todo esto."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Abril - «Palpadme y daos cuenta»


        San Antonio de Padua franciscano, doctor de la Iglesia Sermones para el domingo y fiestas de los santos

«Palpadme y daos cuenta»

    «Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona». Creo yo que hay cuatro razones por las que el Señor enseña a los apóstoles su costado, sus manos y sus pies. Primeramente par dar pruebas de que, verdaderamente, había resucitado y así quitar de nosotros toda duda. En segundo lugar para que «la paloma», es decir, la Iglesia o el alma fiel, ponga su nido en sus llagas, como «en las grietas de la roca» (Ct 2,14), y encuentre en ellas protección contra el gavilán que la acecha. En tercer lugar para dejar impresas en nuestros corazones, como unas insignias, las marcas de la Pasión. En cuarto lugar para prevenirnos y pedirnos que tengamos compasión de él y no le traspasemos de nuevo con los clavos de nuestros pecados. Nos enseña sus manos y sus pies: «Ved, dice, las manos que os hicieron y formaron (cf Sl 118,73); mirad como las han traspasado los clavos. Mirad mi corazón del que habéis nacido vosotros los fieles, vosotros mi Iglesia, igual que Eva que nació del costado de Adán; mirad: la lanza lo ha abierto para que se os abra la puerta del paraíso que el querubín de fuego tenía cerrada. La sangre que ha brotado de mi costado ha alejado a este ángel, ha desafilado su espada; el agua ha apagado el fuego (cf Jn 19,34)… Escuchad con atención, recoged estas palabras, y la paz estaré con vosotros."

SANTORAL - SAN DIONISIO DE CORINTO

08 de Abril


   Obispo († c. a. 180) Eusebio de Cesarea nos relata algo de su actividad al recogerlo en la Historia Eclesiástica como uno de los grandes hombres que contribuyeron a extender por el mundo el Evangelio. Dionisio fue un obispo que destaca por su celo apostólico y se aprecia en él la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno.

    Rebasa los límites geográficos del terruño en donde viven sus fieles. Posiblemente el obispo Dionisio pensaba que si se puede hacer el bien, es pecado no hacerlo. Él se siente responsable de todos porque todos sirven al mismo Señor y tienen el mismo Dueño. Y en este sentido tuvo mucho que ver Corinto, —junto al istmo y al golfo del mismo nombre— que en este tiempo es la ciudad más rica y próspera de Grecia, aunque no llega al prestigio intelectual de Atenas. Corinto es la sede de Dionisio.

    Tiene una situación privilegiada: es una ciudad con dos puertos, un importante nudo de comunicaciones en donde se mezcla el sabio griego con el comerciante latino y el rico oriental; allí viven hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia y el desconcierto; todas las razas tienen sitio y también los colores y los esclavos y los dueños. Resalta su condición de escritor, mandó cartas a los cristianos Lacedemonios, instruyéndoles en la fe y exhortándoles a la concordia y la paz; a los Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de Nicomedia para impugnar muy eruditamente la herejía de Marción; a la iglesia de Creta a la que da pistas para que sus cristianos aprendan a descubrir la estrategia que emplean los herejes cuando difunden el error.

    En la carta que mandó al Ponto expone a los bautizados enseñanzas sobre las Sagradas Escrituras, les aclara la doctrina sobre la castidad y la grandeza del matrimonio; también los anima para que sean generosos con aquellos pecadores que, arrepentidos, quieran volver desde el pecado. Igualmente escribió carta a los fieles de Roma en tiempos del Papa Sotero; en ella, elogia los notables gestos de caridad que tienen los romanos con los pobres y testifica su personal veneración a los Vicarios de Cristo.

    La vida de este obispo griego incansable articulista terminó en el último tercio del siglo II.  Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado epistolar que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo fueron sus cómplices generosos en la difusión de la fe.

Oremos

  
 Dios todopoderoso y eterno, que diste al santo mártir San Dionisio la valentía de aceptar la muerte por el nombre de Cristo: concede también tu fuerza a nuestra debilidad para que, a ejemplo de aquellos que no dudaron en morir por tí, nosotros sepamos también ser fuertes, confesando tu nombre con nuestras vidas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

martes, 6 de abril de 2021

EVANGELIO - 07 de Abril - San Lucas 24,13-35.

 

       Libro de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10.

    En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde.
    Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban.
    Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
    Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos".
    El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo.
    Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina".
    Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
    Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.
    Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios.
    Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.


Salmo 105(104),1-2.3-4.6-7.8-9.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro!

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos.

El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac.


    Evangelio según San Lucas 24,13-35.


    Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
    En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
    Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
    Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
    El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
    "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
    Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
    Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
    Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
    Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
    ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
    Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
    Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
    Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
    Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
    Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
    Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
    En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
    Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Abril - “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”

 

Beato Columba Marmion (1858-1923) abad La oración monástic (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org

“¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino
 y nos explicaba las Escrituras?”

    ¿Cuál es la razón íntima de la fecundidad de la palabra de Dios? Es que Cristo está siempre vivo y él es siempre el Dios que salva y vivifica. (…) Guardando las proporciones, lo verdadero de la persona misma de Jesús, lo es también de su palabra. Lo que era verdad ayer, es verdad hoy todavía. Cristo vive en el alma del justo, bajo la dirección infalible de este Maestro interior, el alma (…) penetra en la claridad divina. Cristo le da su Espíritu, primer autor de los Sagrados Libros, para que ella penetre “todo, hasta lo más íntimo de Dios” (cf. 1 Cor 2,10). El alma contempla las maravillas de Dios hacia los hombres, mide por la fe las proporciones divinas del misterio de Jesús. Es un espectáculo admirable, con un resplandor que la aclara, ilumina, arrebata, eleva, transporta, transforma. Siente lo que resienten los discípulos de Emaús cuando Cristo Jesús les interpretó los libros santos: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). Nada sorprendente que el alma seducida y conquistada por esta palabra viva que penetra hasta la médula (Heb 4,12), haga suya la oración de los discípulos: “¡Quédate con nosotros (cf. Lc 24,29) Maestro incomparable, luz indefectible, infalible verdad, única verdadera vida de nuestros almas!”. Considerando estos piadosos deseos, “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Constituyen la verdadera oración, esos deseos vehementes de poseer Dios, de sólo vivir por la gloria del Padre y de Jesucristo. El amor, grande y ardiente al contacto con Dios, invade todas las potencias del alma, la hace fuerte y generosa para cumplir perfectamente toda la voluntad del Padre, para librarse enteramente a la complacencia divina.

SANTORAL - SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE

07 de Abril


   Memoria de san Juan Bautista de la Salle, presbítero, que en Reims, en la región de Normandía, en Francia, se dedicó con ahínco a la instrucción humana y cristiana de los niños, en especial de los pobres. Instituyó la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas, a causa de lo cual soportó muchas tribulaciones, si bien fue merecedor de gratitud por parte del pueblo de Dios.

    El fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas nació en Reims, el 30 de abril de 1651. Sus padres descendían de familias nobles. Bajo la dirección de su piadosa madre, Juan Bautista dio desde niño muestras de una piedad anunciadora de que, un día, sería sacerdote. A los once años de edad, recibió la tonsura y, a los dieciséis, fue nombrado miembro del capítulo de la catedral de Reims. En 1670, ingresó en el seminario de San Sulpicio, en París; ocho años después fue ordenado sacerdote. Su noble figura, su educación refinada, su cultura y las relaciones de su familia, parecían destinar al joven a una brillante carrera de dignidades eclesiásticas. Pero Dios tenía otros designios sobre él, aunque Juan Bautista no sospechaba nada hasta el momento en que uno de los canónigos de Reims, en su lecho de muerte, le confió la dirección de una escuela y un orfanatorio de niñas, y el cuidado de las religiosas encargadas de ellos.

    En 1679, Juan Bautista conoció a Adrián Nyel, un laico que había ido a Reims a fundar una escuela de niños pobres. El canónigo de la Salle le alentó cuanto pudo, y así pronto se inauguraron dos escuelas, tal vez un poco prematuramente. El joven canónigo tomó cada vez mayor interés en la obra y empezó a ocuparse de los siete profesores que trabajaban en las escuelas. En 1681 alquiló una casa para ellos, los invitaba a comer a la suya y, poco a poco, les infundió los altos ideales educativos que empezaban a tomar forma en su mente. A pesar de que los modales un tanto groseros de los profesores le molestaban, el santo les ofreció alojamiento en su propia casa para poder vigilar de cerca su trabajo. El resultado fue desalentador, pues dos de los hermanos del santo partieron al punto para no convivir con aquellos palurdos y, cinco de los profesores le abandonaron al poco tiempo, porque no querían o no podían someterse a la severa disciplina que el santo les imponía. El reformador supo esperar y Dios premió su paciencia. Al poco tiempo, se presentaron otros candidatos para formar el primer núcleo de la nueva congregación. El santo abandonó la casa paterna y se fue a vivir con sus profesores en un edificio de la Rue Neuve. El movimiento se dio a conocer gradualmente y empezaron a llegar peticiones de diferentes ciudades para que enviase a sus profesores. En parte, por razón de sus múltiples ocupaciones, y en parte también, para no disfrutar de rentas y asemejarse a sus discípulos, san Juan renunció a su canonjía.

    En seguida se le planteó el problema de cómo debía emplear su fortuna personal, que no deseaba conservar. ¿Debía consagrarla al desarrollo de la incipiente congregación, o más bien darla a los pobres? El santo fue a París a consultar al P. Barré, un hombre de Dios muy interesado en la educación, cuyos consejos le habían ayudado en otras ocasiones. El P. Barré se opuso absolutamente a la idea de que el santo emplease sus bienes en su propia fundación. Juan Bautista de la Salle, después de pedir fervorosamente a Dios que le iluminase, determinó vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres. Su ayuda no pudo ser más oportuna, pues la región de Champagne atravesaba por un período de carestía. A partir de entonces, la vida de Juan Bautista fue todavía más austera. Como estaba acostumbrado a comer muy bien, tenía que ayunar hasta que el hambre le obligaba a comer cualquier platillo, por mal preparado que estuviese.

    Pronto inauguró cuatro escuelas. Pero su principal problema era la formación de los profesores. Finalmente, en una junta con doce de sus hijos, se decidió a redactar una regla provisional. Según ella los profesores harían anualmente un voto de obediencia hasta que se viese claramente si tenían o no vocación. En la misma junta se adoptó para la nueva congregación el nombre de Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. La primera prueba que sufrieron fue una epidemia. El santo la atribuyó a su falta de previsión y convenció a sus hijos para que eligiesen a otro superior; pero el vicario general de la diócesis le obligó a tomar de nuevo el gobierno, en cuanto la noticia llegó a sus oídos. A decir verdad, eran muy necesarias la prudencia y la habilidad de san Juan Bautista de la Salle, pues las circunstancias iban a hacer que la nueva congregación se desarrollase mucho más de prisa de lo que se había previsto y que ampliase, al mismo tiempo, su campo de actividades. Hasta entonces, los miembros de la congregación habían sido hombres maduros; pero por aquella época empezaron a presentarse candidatos de quince a veinte años. Por una parte, hubiese sido una lástima rechazar aquellas vocaciones tan prometedoras; pero por la otra, era imposible que hombres tan jóvenes pudiesen adaptarse al rigor de una regla trazada para hombres maduros. Para resolver el problema, san Juan Bautista instituyó, en 1685, una especie de noviciado. Reservó para los jóvenes una casa especial, redactó para ellos una regla más sencilla, y los puso bajo el cuidado de un hermano con experiencia, aunque él conservaba la supervisión general. Pero al poco tiempo, se presentó otro problema semejante y a la vez diferente: los párrocos de los alrededores enviaban al santo algunos jóvenes para que los formase como profesores y los enviase después, a enseñar en sus parroquias. San Juan Bautista fundó otra casa especial para ese tipo de candidatos y se encargó de su formación. Así quedó establecido en Reims, en 1687, el primer instituto para la formación de profesores, al que siguieron el de París (1699) y el de Saint-Denis (1709).

    Entre tanto, había proseguido el trabajo de la enseñanza de los niños pobres en Reims. En 1688, a instancias del párroco de San Sulpicio de París, san Juan Bautista fundó una escuela en dicha parroquia. En realidad se trataba de la última de las escuelas fundadas anteriormente por M. Olier, que se clausuraron una tras otra por falta de profesores suficientemente preparados. El éxito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fue tan grande, que pronto abrieron otra escuela en el mismo barrio. San Juan Bautista confió la dirección de las escuelas de París al hermano L'Heureux, hombre muy dotado y capaz, a quien el fundador había escogido por sucesor y estaba preparando para el sacerdocio. San Juan Bautista de la Salle tenía la intención de formar algunos sacerdotes para que se encargasen de la dirección de cada una de las casas, pero la inesperada muerte del hermano L'Heureux le hizo pensar que Dios no quería que pusiese en práctica ese proyecto. Después de muchas oraciones, el santo llegó a la conclusión de que la congregación debía limitarse estrictamente a la enseñanza y que era mejor excluir de ella las diferencias entre sacerdotes y hermanos. Así pues, el fundador decretó que ni los Hermanos de las Escuelas Cristianas podían ordenarse sacerdotes en ningún caso, ni la congregación podía recibir a ningún sacerdote. Tal vez sea éste el mayor sacrificio que puede exigirse de una congregación masculina. El decreto sigue en vigor en nuestros días. Durante la estancia del fundador en París, habían surgido algunas dificultades en Reims. Esto movió a san Juan Bautista a comprar una casa en Vaugirard, a donde los hermanos pudiesen retirarse de tiempo en tiempo para recuperar las fuerzas del cuerpo y del espíritu. Con el tiempo, esa casa se convirtió también en noviciado. Allí fue donde, hacia 1695, redactó el fundador las reglas definitivas, en las que hablaba ya de votos perpetuos. También escribió allí su tratado sobre la «Dirección de Escuelas», en el que su sistema revolucionario de la educación en las escuelas primarias, que aun produce magníficos frutos en la actualidad, tomó su forma definitiva. El sistema de san Juan Bautista de la Salle venía a reemplazar el método de instrucción individual y el llamado «sistema simultáneo»; insistía en la necesidad de que los alumnos guardasen silencio durante las clases y daba la debida importancia al aprendizaje de las lenguas vernáculas, pues hasta entonces el latín ocupaba el primer puesto. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas se habían dedicado exclusivamente a los niños pobres. Pero en 1698, el rey Jaime II de Inglaterra, que estaba desterrado en Francia, pidió al santo que abriese una escuela para los hijos de sus partidarios irlandeses. San Juan Bautista inauguró entonces una escuela para cincuenta niños de la nobleza. Por la misma época fundó la primera «Academia Dominical» para los artesanos jóvenes; en ella se impartía la instrucción secundaria, la enseñanza del catecismo y se consagraba, naturalmente, algún tiempo al juego. Las Academias Dominicales llegaron a ser muy populares.

    San Juan Bautista había tenido que hacer frente a muchas pruebas. A las defecciones de algunos de sus discípulos se añadía el rencor de los profesores laicos, quienes consideraban la actividad del santo como una intrusión en su propio campo. En una ocasión la conducta imprudente de dos hermanos que ocupaban puestos de importancia, puso en peligro la vida misma de la congregación. El arzobispo de París recibió quejas de que se trataba a los novicios con demasiado rigor y mandó al vicario general para que hiciese investigaciones. Los mismos novicios testimoniaron, unánimemente, en favor de su superior; pero el vicario general, que tenía ciertos prejuicios contra la congregación, presentó un informe desfavorable. El arzobispo procedió a deponer del superiorato a san Juan Bautista, quien acogió la sentencia sin una palabra de queja. Pero cuando el vicario general trató de imponer como superior a un extraño, originario de Lyon, todos los hermanos declararon por unanimidad que su verdadero superior era el P. de la Salle y que estaban decididos a abandonar la congregación antes de que aceptar a otro. Posteriormente, el santo les obligó a someterse formalmente; entretanto, el arzobispo echó tierra al asunto y san Juan Bautista fue, como siempre, el superior. Poco después, al trasladarse el noviciado de Vaugirard a una casa más grande en París, así como al fundarse allí unas escuelas relacionadas con él, los profesores-laicos, los jansenistas y todos los que se oponían a la educación de los pobres, organizaron un violento ataque contra la congregación. San Juan Bautista se vio envuelto en una serie de procesos y tuvo que cerrar todas sus casas y escuelas de París. Al cabo de algún tiempo se calmó la tempestad, tan súbitamente como se había desatado y, los Hermanos de las Escuelas Cristianas volvieron a la capital, donde ampliaron todavía más sus instituciones.

    En otros países, la congregación se había desarrollado constantemente. En 1700, el hermano Drolin había fundado una escuela en Roma. En Francia se habían abierto las escuelas de Aviñón, Calais, Languedoc, Provenza, Rouen y Dijon. En 1705, se trasladó el noviciado a Saint Yon, en Rouen, donde se inauguró también un internado y un instituto para jóvenes difíciles, que más tarde se transformó en reformatorio. Tales fueron los principios de la congregación de enseñanza más grande que existe actualmente en la Iglesia. Sus obras comprenden desde las escuelas primarias hasta las Universidades. En 1717, san Juan Bautista renunció al cargo de superior. A partir de ese momento, no volvió a dar una sola orden y vivió como el más humilde de los hermanos. Se dedicó entonces a la formación de los novicios y de los internos, para quienes escribió varios libros, entre los que se cuenta un método de oración mental. Era aquella una época particularmente importante de la espiritualidad francesa. En la obra de san Juan Bautista de la Salle se advierte la influencia de Bérulle y de Olier, de la «escuela francesa» de Rancé y de los jesuitas, pero sobre todo, del canónigo Nicolás Roland y del fraile Nicolás Barré, que eran amigos personales del santo. Uno de los rasgos de san Juan Bautista que deben señalarse fue su oposición al jensenismo, manifestada, sobre todo, por la propaganda que hizo a la comunión frecuente y aun diaria. En la cuaresma de 1719, el santo sufrió varios ataques de asma y reumatismo, pero no dejó de practicar las austeridades habituales. Poco después tuvo un accidente que le dejó muy débil. El Señor le llamó a Sí el 7 de abril de 1719, que era Viernes Santo, a los sesenta y seis años de edad. La Iglesia demostró su aprecio por el carácter de ese pensador y hombre de acción tan importante en la historia de la educación, al canonizarle, en 1900. La fiesta de san Juan Bautista de la Salle se celebra en toda la Iglesia de Occidente. En 1950, Pío XII le declaró celestial patrono de todos los que se dedican a la enseñanza.

Oremos

    ¡Oh glorioso San Juan Bautista de La Salle, apóstol de la niñez y de la juventud, sed desde lo alto del cielo nuestro guía y protector. Interceded por nosotros, asistidnos, para que preservados de toda mancha de error y de corrupción, permanezcamos fieles a Jesucristo y a la cabeza infalible de la Iglesia, el Sumo Pontífice. Haced que, ejercitándonos en las virtudes en que fuisteis tan admirable ejemplar, merezcamos ser participantes de la gloria que ahora gozáis en la patria celestial.

lunes, 5 de abril de 2021

EVANGELIO - 06 de Abril - San Juan 20,11-18.


       Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,36-41.

    El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos: "Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías".
    Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?".
    Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
    Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar".
    Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
    Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.


Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22.

Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.


    Evangelio según San Juan 20,11-18.

    María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
    Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
    Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
    Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
    Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
    Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
    María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 06 de Abril - «Subo al Padre mío y Padre vuestro»

 


San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 1er Sermón para el Jueves Santo, Morin Guelferbytanus 13 ; PLS 2, 572

«Subo al Padre mío y Padre vuestro»

    «Suéltame, que todavía no he subido al Padre». ¿Qué es lo que dice? Que se palpa mejor a Cristo a través de la fe que a través de la carne. Tocar a Cristo por la fe, es tocarle en toda verdad. Es lo que le sucedió a la mujer que sufría pérdidas de sangre: se acercó a Cristo, llena de fe, y tocó su vestidura... Y el Señor, apretujado por la multitud, no es tocado más que por esta mujer... porque creyó (Mc 5,25s). Hoy, hermanos, Jesús está en el cielo. Cuando estaba entre sus discípulos, revestido de una carne visible y poseyendo un cuerpo palpable, se le podía ver, se le podía tocar. Pero hoy que está sentado a la derecha del Padre ¿quién de entre nosotros le puede tocar? Y sin embargo, somos unos desgraciados si no le tocamos. Todos los que creemos, le tocamos. Está en el cielo, está lejos, y las distancias que le separan de nosotros no son mesurables. Pero si crees, le tocas. ¿Qué digo? ¿Eres tú quien le toca? Si crees, tienes junto a ti a aquel en quien crees... ¿Queréis saber cómo es que María quería tocarle? Le buscaba muerto y no creía que debía resucitar: «¡Se han llevado a mi Señor del sepulcro!» (Jn 20,2). Llora a un hombre... «Suéltame, que todavía no he subido al Padre y en mí no ves más que un hombre. ¿Qué te da esta fe? Déjame subir al Padre. Nunca lo he dejado, pero subiré para ti si me crees igual al Padre». Nuestro Señor Jesucristo no dejó de estar con su Padre cuando descendió de junto a él. Y cuando desde nosotros subió a él nunca nos abandonó. Porque en el momento de subir y sentarse a derecha del Padre, tan lejos, dijo a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

SANTORAL - SAN PEDRO DE VERONA

06 de Abril


    Nació en 1205 en Verona cuando los cátaros propagaban el maniqueísmo. En su propia familia tenía a los enemigos de la fe ya que había quedado atrapada por las consignas de la herejía. Pero sus padres fueron respetuosos, abiertos y generosos permitiéndole cursar estudios en un centro católico. De allí salió pertrechado con una gran preparación que le permitiría hacer frente a los opositores con el rigor debido. Un tío suyo, cátaro convencido, tuvo ocasión de constatar de primera mano lo consolidados que estaban los principios en el ánimo del adolescente que recitó con fervor el símbolo de la fe nicena. Al escucharle, este pariente quedó impresionado por la contundencia de los argumentos esgrimidos, y no ocultó su inquietud. Más tarde, siendo Pedro estudiante universitario en Bolonia, compañías poco aconsejables le jugaron malas pasadas y se vio asaltado por distintas tentaciones. Pero ese tiempo no se dilató. Dios tenía para él grandes misiones. La Orden de Predicadores estaba en su apogeo en el momento en que el joven, que tenía 16 años, conoció a Domingo de Guzmán. Seducido por sus palabras se hizo dominico y recibió el hábito que le impuso personalmente el santo. Si de niño se había destacado por su inteligencia, sinceridad y firmeza en sus decisiones, como religioso cumplió con estricta fidelidad su compromiso. Tomó el evangelio, se aplicó en el estudio y mantuvo vivo un estado de oración. Además, buscando una penitencia radical, se abrazó a las austeridades como había hecho su fundador.

    De manera concienzuda preparaba ante Cristo su predicación, para lo cual se recogía durante la noche meditando y orando ante Él. Mientras evangelizaba en Lombardía, en estas cotidianas vigilias que tenían lugar en su celda, hallándose en estado de contemplación se le presentaron tres santas que fueron martirizadas: Inés, Cecilia y Catalina de Alejandría, con las cuales mantuvo un diálogo. Informado el prior por otros frailes, que habían escuchado voces tras los muros, fue severamente reprendido en el capítulo. Le recriminaron por haber violado la clausura amén de introducir a mujeres en su humilde aposento. Se juzgó con severidad esta supuesta imprudencia que revestía innegable gravedad para un consagrado. Él guardó escrupuloso silencio y acogió obedientemente su traslado al convento de la Marca Ancona. Le habían prohibido predicar, de modo que se dedicó a estudiar con más ahínco. Suplicaba a Dios con insistencia. El peso del apego a la fama era importante. Él conocía su inocencia, pero, ¿qué pensarían los demás? Un día se dirigió al crucifijo y mostró su desconsuelo: «Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites que me calumnien?». Jesús respondió: «¿Y qué hice yo, Pedro, para merecer la pasión y la muerte?». Impactado por estas palabras, se sintió avergonzado y afligido. También salió fortalecido para afrontar la pena. Poco tiempo después quedó al descubierto su inocencia.Volvió a la predicación y cosechó mayores frutos apostólicos. Ordenado sacerdote, y siendo hombre de diálogo, comenzó a difundir el evangelio por la Toscana, Milanesado y la Romaña. Su objetivo primordial eran los cátaros. Fueron incontables los herejes que volvieron a la Iglesia tras escuchar sus palabras. Uno de ellos Rainiero de Piacenza. Las multitudes buscaban su curación espiritual y física tratando de acceder a él aunque para ello tenían que abrirse paso a empujones. Él mismo tenía que ser izado porque de otro modo habrían podido arrollarle. Las iglesias y espacios al aire libre servían a los fieles para acoger jubilosos a este gran confesor. Tenía para cada uno de los penitentes el juicio justo, sabio, encarnado en el amor misericordioso de Dios. En la intensa labor evangelizadora que llevaba a cabo su virtud le precedía. Creó las «Asociaciones de la fe» y la «Cofradía para la alabanza de la Virgen María».

    A lo largo de su vida experimentó muy diversas pruebas, menosprecios y ataques. Pero amaba a Cristo y nada trocó su voluntad. Llegó a ser superior de los conventos de Piacenza, Como y Génova. Predicó por Roma, Florencia, Milán… Por todos los lugares iba dejando una estela de milagros, don con el que fue agraciado. Alguna vez personas maliciosas intentaron tentarle fingiendo una enfermedad. Es lo que hizo un hereje en Milán que gozaba de buena salud. Si lograba confundir al santo, lo dejaría en evidencia. Pedro le dijo: «Ruego al Señor de todo lo creado, que si tu enfermedad no es verdadera, te trate como lo mereces». Inmediatamente sufrió el mentiroso los síntomas de la lesión que simuló, y rogó la curación que en ese momento precisaba para huir de tan punzantes dolores. Compadecido el santo de su arrepentimiento, trazó la señal de la cruz y le liberó del mal. Además, logró su conversión. A Pedro siempre le acompañó su sed de martirio que no dudaba en suplicar le fuera concedida. En 1232 Gregorio IX, que lo conocía, le nombró inquisidor general (como luego hizo Inocencio IV), lo que suscitó muchas enemistades. Incluso hubo una conjura para asesinarle.

    Veinte años más tarde, mientras predicaba en Como, fue informado de que se conspiraba contra su vida tasada en 40 libras milanesas. Respondió sin inmutarse: «Dejadles tranquilos; después de muerto seré todavía más poderoso».Transcurridos quince días, concretamente el 6 de abril de 1252, cuando regresaba a Milán desde Como, convento del que era prior, cerca de la localidad de Barlassina recibió dos hachazos en la cabeza que le asestaron los enemigos de la fe. Sangrando, pero aún con vida, recitaba el Credo y, según narran las crónicas, a punto de expirar con su propia sangre escribió con un dedo en el suelo: «Credo in Deum». Tenía 46 años. El 25 de marzo del 1253, al año siguiente de su muerte, fue canonizado por Inocencio IV. Es protomártir de la orden dominicana. Carino, ejecutor del santo, se arrepintió después, y se hizo dominico. Sus signos visibles de virtud hicieron que fuese venerado por parte del pueblo.

Oremos

    Dios todopoderoso, que has derramado por toda la creación reflejos de ti infinita belleza y bondad, haciendo el hombre a tu imagen y semejanza, tanto amas a quienes se entregan totalmente, que nos lo pones como modelo, quieres que les veneremos y haces innumerables beneficios y milagros por su intercesión. Por ello y mediante tu siervo San Pedro de Verona, te rogamos nos concedas (mencionar la petición) y con ello una mayor correspondencia a tu amor. Amén.