miércoles, 24 de enero de 2024

GAUDETE ET EXSULTATE

CAPÍTULO TERCERO
A LA LUZ DEL MAESTRO
A contracorriente


     86. Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40), cuando esa es su intención verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. San Pablo, en medio de su himno a la caridad, recuerda que «ahora vemos como en un espejo, confusamente» (1 Co 13,12), pero en la medida que reine de verdad el amor, nos volveremos capaces de ver «cara a cara» (ibíd.). Jesús promete que los de corazón puro «verán a Dios».

  Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.


-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 25 de Enero - San Marcos 16,15-18


     Libro de los Hechos de los Apóstoles 22,3-16.

    "Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero me he criado en esta ciudad y he sido iniciado a los pies de Gamaliel en la estricta observancia de la Ley de nuestros padres. Estaba lleno de celo por Dios, como ustedes lo están ahora.
    Perseguí a muerte a los que seguían este Camino, llevando encadenados a la prisión a hombres y mujeres; el Sumo Sacerdote y el Consejo de los ancianos son testigos de esto. Ellos mismos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y yo me dirigí allá con el propósito de traer encadenados a Jerusalén a los que encontrara en esa ciudad, para que fueran castigados.
    En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor.
    Caí en tierra y oí una voz que me decía: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?'.
    Le respondí: '¿Quién eres, Señor?', y la voz me dijo: 'Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues'.
    Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.
    Yo le pregunté: '¿Qué debo hacer, Señor?'. El Señor me dijo: 'Levántate y ve a Damasco donde se te dirá lo que debes hacer'.
    Pero como yo no podía ver, a causa del resplandor de esa luz, los que me acompañaban me llevaron de la mano hasta Damasco.
    Un hombre llamado Ananías, fiel cumplidor de la Ley, que gozaba de gran prestigio entre los judíos del lugar, vino a verme y, acercándose a mí, me dijo: 'Hermano Saulo, recobra la vista'. Y en ese mismo instante, pude verlo.
    El siguió diciendo: 'El Dios de nuestros padres te ha destinado para conocer su voluntad, para ver al Justo y escuchar su Palabra, porque tú darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
    Y ahora, ¿Qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados, invocando su Nombre'.


Salmo 117(116),1.2.

¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos!

Porque es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre.

¡Aleluya!


    Evangelio según San Marcos 16,15-18.

    Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."
    El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
    Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Enero - Señor, ¿qué quieres que haga?


San Bernardo (1091-1153) monje cisterciense y doctor de la Iglesia1er Sermón para la fiesta de la conversión de san Pablo, 1, 6; PL 183, 359



Señor, ¿qué quieres que haga?

    Con razón, hermanos queridos, la conversión del "maestro de las naciones" (1Tm 2,7) es una fiesta que todos los pueblos celebran hoy con alegría. En efecto son numerosos los retoños que surgieron de esta raíz; una vez convertido, Pablo se hizo instrumento de la conversión para el mundo entero. En otro tiempo, cuando todavía vivía en la carne pero no según la carne (cf Rm 8,5s), convirtió a muchos por su predicación; todavía hoy, mientras vive en Dios una vida más feliz, no deja de trabajar en la conversión de los hombres por su ejemplo, su oración y su doctrina...

    Esta fiesta es una gran fuente de bienes para los que la celebran... ¿Cómo desesperar, cualquiera que tenga muchas faltas, cuando oye que "Pablo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor " se convirtió repentinamente en"un instrumento de elección "? (Hch. 9,1.15) ¿Qué podría decir, bajo el peso de su pecado: "no puedo levantarme para llevar una vida mejor", mientras que, sobre el mismo camino donde le conducía su corazón sediento de odio, el perseguidor encarnizado se convirtió súbitamente en un predicador fiel?. Esta sola conversión nos muestra en un día la grandeza de la misericordia de Dios y el poder de su gracia...

    He aquí, hermanos, un modelo perfecto de conversión: "mi corazón está listo, Señor, mi corazón está listo... ¿Qué quieres que haga?" (Sal. 56,8; Hch. 9,6) Palabra breve, pero plena, viva, eficaz y digna de ser escuchada. Se encuentra poca gente en esta disposición de obediencia perfecta, que haya renunciado a su voluntad hasta tal punto que su mismo corazón no les pertenezca más. Se encuentra poca gente que a cada instante busque lo que Dios quiere y no lo que ellos quieren y que le dicen sin cesar: " ¿Señor, qué quieres que haga?

FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

25 de Enero


   Fiesta de la Conversión de San Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino y lo eligió para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

    Hay muchos aspectos para meditar en la conversión de San Pablo: desde cosas tan ascépticas como los datos históricos que poseemos sobre el hecho, hasta la maravilla que representa que precisamente un verdugo de la fe se convierta en uno de los máximos exponentes del apostolado y como en prototipo de lo que debe ser un apóstol. Me conformo con ceñirme, en el contexto del santoral, a dos aspectos: esto de que celebramos una conversión, y en qué medida la conversión como tal -y no sólo la de san Pablo- forma parte de nuestra fe como uno de sus rasgos originales.

    Porque si bien miramos, es común que los santos nos cuenten su «conversión», es decir, la reversión radical hacia Dios de todos los valores de la vida que llevaban hasta ese momento; por ejemplo, cuando pensamos en la palabra «conversión», a todos -casi con seguridad- se nos representa la célebre de san Agustín; sin embargo, sólo de San Pablo celebramos litúrgicamente la conversión. De ningún otro. Pienso que no es desmedido señalar que la conversión de san Pablo representó para toda la Iglesia una especie de refundación: esa Iglesia que se fundó en la Cena, que se fundó en la entrega del discípulo a la Madre, que se fundó en la palabra de envío del Resucitado, que se fundó en la venida del Espíritu Santo, renueva también su fundación en esta especie de última «vuelta de tuerca» que es capaz de extraer del mensaje de Jesús todo lo que quedaba en su fondo, difícil de aceptar y difícil de formular: nadie hay ante Dios que esté perdido de antemano, incluyendo como corolario natural que la fe deberá dirigirse también a los gentiles, a los que nunca ni oyeron hablar de Dios, a quienes ni siquiera están esperando una Alianza con Dios ni ninguna manifestación suya, a los que ni siquiera tienen «sed de Dios».

    La conversión de San Pablo tiene algo de común con todas las conversiones, incluyendo la de cada uno de nosotros: se trata de una «metá-noia» (que es la palabra que usa el NT para hablar de conversión), de un «cambio [metá] de mentalidad [noia]»; nuevos criterios, nueva mirada, nueva perspectiva. Lo mismo que veíamos hasta ayer de una manera, lo vemos hoy con un significado diverso. De esa conversión no es ajeno ningún creyente, forma parte del «proceso de la fe»;
-es posible que alguien haya sido bautizado, le haya dado la espalda a Dios y vuelva: conversión;
-es posible que alguien haya sido bautizado y haya seguido practicando la fe sin desviarse de sus criterios, hasta que un buen día se da de narices contra sí mismo y su buen comportamiento y descubre que toda la fe había sido cosa de Dios más que sí mismo y su buen comportamiento: conversión
-puede ser que alguien nunca haya querido saber nada de la fe cristiana, pero tiene en el estómago ese «vacío de absoluto», eso que el salmo 42 llama «sed de Dios», y un buen día siente -por los medios que sean: una predicación, una música, una liturgia- que es Cristo quien apaga esa sed, y nadie más: conversión;
-puede que ni siquiera tenga sed de Dios, tan sólo «la vieja llaga de la herida en el ser» -en palabras de Moravia-, y de repente descubre el poder sobre esa llaga que tiene la otra llaga, la de Cristo: conversión.
Es posible pensar abstractamente el cristianismo como una fe, sin implicar la conversión, pero no es posible vivir el cristianismo en concreto sin toparse con la conversión, e incluso con la necesidad «periódica» de convertirse, tal como lo celebramos cada año en el ciclo litúrgico. En cierto sentido la conversión de san Pablo tuvo que ver con eso: fue encontrado por Cristo y eso cambió su mentalidad, dio un vuelco de 180º. Le pasó a él, me pasó a mí, le pasó al lector de este escrito, y si no pasó aun, ya va a pasar.

    Pero a la vez tiene algo de especial y único, algo que no ha vuelto a repetirse en la historia de la Iglesia: en la conversión de san Pablo toda la Iglesia se convierte a la novedad de una misión que hasta ese momento no había aparecido, y que incluso tardará décadas antes de que oficialmente la Iglesia acepte que la misión de san Pablo a los gentiles compromete a todos, no sólo a san Pablo y los suyos; que esa misión a los gentiles y entre los gentiles está en el fondo de la esencia de la Iglesia. La conversión de san Pablo obligará a toda la Iglesia a convertirse y tomar conciencia de que la fe cristiana no es un apéndice de la fe judía, aunque esa verdad tardará décadas en comenzar a dar sus frutos.

    Nos hace bien celebrar cada año la conversión de san Pablo; somos seres en el tiempo y del tiempo, por eso para nosotros, los seres humanos, las grandes verdades no son nunca una cosa dicha de una vez y para siempre: requieren ser dichas y redichas, meditadas y remeditadas, comprendidas y recomprendidas. Es constante a lo largo de la historia la tendencia de los creyentes a convertir a la Iglesia no en un lugar de salvación sino en depósito de salvados, a aislarnos del mundo, a cercar y amurallar. Tal vez eso forme parte de la dinámica más profunda de nuestra fe: por eso mismo cada año la celebración litúrgica de la conversión de san Pablo nos recuerda que la misión de la Iglesia no estará terminada hasta que «todos los hombres» -sin excepción- «se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».

Oremos

    Señor, Dios nuestro, tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del apóstol San Pablo, concede a cuantos celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-