viernes, 19 de abril de 2019

CON MARÍA JUNTO A LA CRUZ

María nos acompaña en el dolor, en el sufrimiento. 
Acudamos siempre a Ella

«Si un día el dolor llama a tu puerta no se la cierres ni se la atranques: ábresela de par en par, siéntalo en el sitial del huésped escogido, y sobre todo no grites ni te lamentes, porque tus gritos impedirían oír sus palabras, y el dolor siempre tiene algo que decirnos, siempre trae consigo un mensaje y una revelación» 
(Salvaneschi, Consolación)



Una capacidad inmensa de sufrir

    ¿Qué revelación, qué mensaje es ése que nos trae el dolor? En la respuesta a tal pregunta quizá se halle la clave para abrir la puerta de la felicidad posible en este mundo, en el que, tarde o temprano, todos andamos inmersos en algún dolor. Dolor y felicidad aparentan ser de imposible conciliación. Sin embargo, quizás del dolor pueda nacer la alegría y de la alegría el dolor, y vivir ambos juntos, nutriéndose mutuamente. Acaso no sepan o no puedan vivir -en este mundo- solos. Sin duda quien más sabe de este misterioso asunto es María Santísima, porque nadie como Ella ha seguido tan de cerca los pasos de su Hijo, Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, que hace veinte siglos empapó con su Sangre la tierra nuestra.

    Si nos situamos en los ojos de la Madre, en su mirar nos haremos cargo del misterio. Pero antes debemos sortear un escollo: la tendencia a pensar que Jesús y María eran insensibles; que a ellos no les dolía tanto como a nosotros lo que nos hace sufrir: ¡como Jesucristo es Dios y santísima su Madre...!

    Santo Tomás de Aquino asegura que «Cristo estaba dotado de un cuerpo perfectisimamente complexionado, puesto que había sido formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo, y las cosas hechas por milagro son más perfectas que las demás [recuerdo del espléndido vino de las bodas de Caná]. Por ello poseyó una sensibilidad exquisita en el tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. También en su alma con sus facultades inferiores, percibió eficacísimamente todas las causas de tristeza». A esta consideración se añade que Cristo tomó voluntariamente dolores proporcionados a la grandeza del fruto que de ellos se había de seguir. Y así -concluye Tomás- «el dolor de Cristo fue el mayor de todos los dolores».

    Los corazones de Jesús y de María eran de carne, como la nuestra. Sentían y amaban a nuestro modo, aunque sin las mixturas extrañas de la concupiscencia desquiciada. El Corazón de Jesús y el Corazón de María fueron sumamente aptos para sufrir de veras. Sin duda, les herían el corazón un sin número de eventos grandes y pequeños que menudeaban en torno suyo. El ámbito en el que vivieron tantos años aquí en la tierra, no era, ciertamente, un paraíso. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?», se decía. La sensibilidad exquisita de María, su finísimo tacto espiritual, debió de ser para Ella fuente de continuo e íntimo dolor, aunque oculto bajo su sonrisa habitual.

    Tendía a discurrir, a sopesar las cosas, a ponderarlas en el corazón, poniendo en juego sus excelentes facultades a la luz de la fe. Ciertamente, lo más grave que existe es la realidad del pecado; es un peso que apelmaza, que gravita sobre toda criatura humana que pisa este mundo, excepción hecha de Jesús y María. A pesar de ello, con un poco de fe y un poco de amor (que quisiera ser muy grande) a Jesucristo, sufrimos cuando vemos que se le maltrata, en ocasiones de un modo blasfemo. Nos duele ver cómo se maltrata el sacerdocio, el matrimonio, la familia, las leyes de Dios. Cuanto más santa es una persona, tanto más sufre en este mundo tan mimado por Dios y tan maltratado por los hombres. ¡Cuánto sufriría el Corazón de María en su andar terreno! Asomarse a su hondura causa un dulce vértigo. Es el más ancho y hondo que cabe. ¿Qué será contemplarlo lleno de dolor?

    Siendo Madre de Dios hubo de alcanzar un extremo de amor inimaginable. Cuántas veces exclamaba:«¡Hijo mío!», siendo su hijo, Dios; y Ella, una mujer. Debió estar dotada de sensibilidad única. Bien sabemos que por encima de su amor, sólo se encuentra el humano de Cristo y el divino de Dios, Uno y Trino. Una madre ama tanto más a su hijo cuanto más perfecto es (bueno, simpático, guapo, cariñoso, alegre...), aunque los pequeñitos, feos y adustos llenen también un corazón materno (cada hijo tiene su encanto, su bondad patente a los ojos de la madre). Pero el Hijo de Santa María era rigurosamente perfecto: perfecto Dios y perfecto Hombre; reúne en sí toda perfección humana y toda perfección divina; es la Persona infinitamente amable. Toda la capacidad de amar que poseía la Virgen, toda entera estaba como en pie, en acto, en juego, hasta donde ya no se podía más.

    No es posible imaginar -por su inmensidad- la magnitud del dolor de María junto a la Cruz. Su Hijo moría con el mayor dolor posible, con la más cruel de las muertes; siendo la Inocencia carga sobre sí los pecados de la entera humanidad. Con la más pura santidad, el Verbo humanado asume -en expresión de Juan Pablo II- “el rostro del pecado”.

    Al presentarnos a la Madre Dolorosa junto a la Cruz, Juan manifiesta que María se implica, con su entrega sin reservas, en los sufrimientos de su Hijo en aquella hora suprema.

    Cuando es de amor el dolor, tan grande es el dolor como el amor. Si la Virgen es la Llena de Gracia, llena de Amor, junto a la Cruz, es también la Llena de dolor. Sufre, a su manera, todo lo que su Hijo sufre. Sufre más que si padeciera mil muertes; muchísimo más que si fuera Ella la que estuviera enclavada. Estaba, como afirma León XIII, «muriendo con El en su corazón, atravesada por la espada del dolor».

    Romanos Pontífices han llamado a María Corredentora, aseguran que «juntamente con su Hijo paciente y muriente, padeció y casi murió». Abdicó de los derechos maternos e inmoló a su Hijo, en cuanto de Ella dependía, por la salvación de los hombres. Justamente se dice que redimió al género humano juntamente con Cristo. «Stabat Mater..., estaba junto a la cruz de Jesús su Madre». Y ha de escuchar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso -la espada afilada- que traspasaba su Corazón puro. No se rebela, no protesta, calla. Con su silencio proclama del modo más elocuente que, por amor a nosotros, ofrece -del todo identificada con la Voluntad del Padre- a Cristo Jesús. En lo que de Ella depende, lo entrega, lo sacrifica; aplica su entera voluntad al gran acontecimiento.

    ¿Por qué aceptó María aquella tortura? ¿Qué le amordaza, qué le mantiene en silencio? La respuesta es: «movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció Ella misma a su Hijo a la divina justicia para recibirnos como hijos». El porqué del inmenso dolor de María es este: nosotros. Por nosotros muere Jesús y por nosotros sufre María. Engendró a Dios y le dio a luz con gozo inmenso, pero sufrió el parto más doloroso en el Calvario para -en comunión con su Hijo- hacernos hijos de Dios e hijos suyos.

    «Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna». De modo análogo podemos decir: tanto nos amó María, que nos dio a su unigénito Hijo, para que los demás podamos participar en su eterna gloria.

    La Virgen Madre une a la Pasión de Cristo -enseña la Teología- su Compasión: a la Sangre de su Hijo, une sus lágrimas de Madre. Ella también merece, satisface, sacrifica y redime, de modo subordinado y dependiente, pero real. Aunque el mérito de María sea diverso -de congruo, precisa el Papa Pío X- al mérito de Jesús, nos ha merecido lo mismo que nos ha merecido Cristo: no sólo la aplicación o distribución de las gracias, sino las mismas gracias, por la supereminente santidad que poseía y por la tan perfecta compasión que sufrió en la cumbre del Calvario. Lo inmenso de su caridad, la dignidad de sus actos satisfactorios, la magnitud de su dolor, nos revela toda la excelencia de su satisfacción. A quien objetase que a una satisfacción por sí misma suficiente, más aún, de infinito valor -como es la de Cristo-, no se puede añadir otra satisfacción, se respondería que la satisfacción de María no se suma a la de Cristo para aumentar el valor infinito de ésta, sino sólo para que se cumpla la ordenación divina, que lo ha dispuesto así libremente para la Redención del género humano.

    No ha de sorprender que se llame a la Virgen, Corredentora; no debe temerse el uso de palabra tan expresiva y justa. En rigor, aunque de modo mucho más modesto, todos somos llamados a ser corredentores. San Pablo manifiesta a los Colosenses que él se goza en sus padecimientos (in passionibus) por ellos, ya que así cumple en su carne lo que falta (ea quae desunt) a los padecimientos de Cristo, por su Cuerpo que es la Iglesia.

    Participar en la Redención, cooperar en la santificación del mundo, llevar a Dios todas las cosas, salvar almas para la eternidad: no hay tarea más urgente y superior. Más aún, tal como están las cosas, ¿cabe otra tarea? Para los ojos de fe la respuesta es clara. El verdadero horizonte del cristiano es la obra de la Redención. Cualquier otra finalidad última supondría un voluntario, triste e infinito estrechamiento del horizonte personal.


El valor de una lágrima


    Centremos ahora nuestra atención en el modo sublime de corredimir que tiene la Madre de Dios junto a la Cruz. Su rostro bellísimo está bañado en lágrimas. Cada una de éstas posee un valor incalculable, que vale la pena ponderar hasta donde nos sea permitido en tan breve espacio y con tan limitada inteligencia. Es sólo un apunte, para que cada quien vaya completando en su meditación el tratado.

    Si la maldad del pecado es siempre infinita, por serlo la dignidad de Dios ofendido, también ha de ser en cierto modo infinita una lágrima derramada por amor al gran Amor crucificado. Es lógico que sea así - por pequeña que sea la criatura -, si es Dios quien la otorga y Dios quien la recibe.

    Qué bueno, qué, grande, qué humilde es Dios que -hecho Hombre- se clava en una Cruz para que sus criaturas podamos llorar por El, y limpiar con su Sangre y nuestras lágrimas, nuestras ofensas. ¡La criatura compadece a su Creador!. Humildad de Dios y humilde llanto de la criatura. Quien primero y mejor lo ha hecho es María Santísima. Y «si vale más una lágrima derramada en memoria de la Pasión de Cristo que hacer una peregrinación a Jerusalén y ayunar durante un año a pan y agua» (san Agustín), ¿qué no valdrán las riquísimas lágrimas de María junto a la Cruz?

    Cuando las lágrimas del dolor son mansas, serenas, discretas, mesuradas, entonces siempre son bellas: abrigan la convicción verdadera de que no todo ha de caer al fin en la nada; vibra en ellas la esperanza; son invocación, súplica al Todopoderoso, atento siempre al dolor humano, y más aún al de una madre; son aguas limpias que purifican el alma que escucha el eco de la palabra de Cristo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados».

    Cuando es de amor el dolor -o la alegría- de una lágrima, resulta la más preciosa perla del sentimiento. Y si es divino el amor del que surge, entonces una lágrima sola supera la dimensión temporal, la condición efímera de los acontecimientos y las cosas, y toca ya, con el vértice del alma que la destila, la eternidad. En ella se adensa -con el dolor o la alegría- el Amor.

    Así son las lágrimas de la Madre de Dios. ¡Bendito aquel suelo, o aquel pañuelo que supo acogerlas! Bendita aquella tierra en la que quizá se fundieron la Sangre de Dios y las lágrimas de su Madre. ¡Quién pudiera besarla! Pero ahora mismo, aquí mismo, podemos también nosotros derramar una lágrima en memoria de la Pasión de Cristo: una lágrima grande, oculta en el corazón, semejante a las de la Virgen Madre.

    Nosotros tenemos motivos análogos para llorar, y otros. Porque la causa de aquel llanto -por el dolor de Jesús- son nuestros pecados. Es preciso aprender a llorar en nuestros adentros, ante la Cruz. Dante aseguraba que una lacrimetta, una lagrimilla basta para salvar un alma. El Crisóstomo afirma que «un suspiro que exhales, una lágrima que derrames, El lo arrebata al instante para tener un pretexto de salvarte». Es aquel punto de contrición que puede dar a un alma la salvación por toda la eternidad.

    Llorar, con esas lágrimas que destila el alma cuando hay amor y hubo ofensas, es dignidad del hombre y debilidad de Dios. Cualquier impureza que en el alma se pose, si se sabe rodear de una lágrima, se transforma en perla, cuyo valor se cifra en la densidad y transparencia del amor.

    Ojalá no pase un día sin derramar siquiera una lágrima en memoria de la Pasión de Cristo. Es el camino de la resurrección gloriosa.

SÁBADO SANTO

Jesús está sepultado
Es un día de reflexión y silencio




    "Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

    Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

    La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

    Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".

    Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."

    El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.

    Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).

    Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

    El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado: "...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".



La Vigilia Pascual



    El sábado santo es un día de oración junto a la tumba esperando la resurrección. Es día de reflexión y silencio. Es la preparación para la celebración de la Vigilia Pascual.
    Por la noche se lleva a cabo la celebración de la Vigilia Pascual.      Dicha celebración tiene tres partes importantes que terminan con la Liturgia Eucarística:

1. Celebración del fuego nuevo.
2. Liturgia de la Palabra.
3. Liturgia Bautismal.

    Era costumbre, durante los primeros siglos de la Iglesia, bautizar por la noche del Sábado Santo, a los que querían ser cristianos. Ellos se preparaban durante los cuarenta días de Cuaresma y acompañados por sus padrinos, ese día se presentaban para recibir el Bautismo.

    También, ese día los que hacían penitencia pública por sus faltas y pecados eran admitidos como miembros de la asamblea.
    Actualmente, la Vigilia Pascual conserva ese sentido y nos permite renovar nuestras promesas bautismales y acercarnos a la Iglesia con un espíritu renovado.


Celebración del fuego nuevo

    Al iniciar la celebración, el sacerdote apaga todas las luces de la Iglesia, enciende un fuego nuevo y con el que prende el cirio pascual, que representa a Jesús. Sobre el cirio, marca el año y las letras griegas "Alfa" y "Omega", que significan que Jesús es el principio y el fin del tiempo y que este año le pertenece.

    El sacerdote llevará a cabo la bendición del fuego. Luego de la procesión, en la que se van encendiendo las velas y las luces de la Iglesia, el sacerdote canta el Pregón Pascual.

    El Pregón Pascual es un poema muy antiguo (escrito alrededor del año 300) que proclama a Jesús como el fuego nuevo.


Liturgia de la Palabra

    Después de la Celebración del fuego nuevo, se sigue con la lectura de la Palabra de Dios. Se acostumbra leer siete lecturas, empezando con la Creación hasta llegar a la Resurrección.

    Una las lecturas más importantes es la del libro del Éxodo, en la que se relata el paso por el Mar Rojo, cómo Dios salvó a los israelitas de las tropas egipcias que los perseguían. Se recuerda que esta noche Dios nos salva por Jesús.



Liturgia Bautismal

    Suelen haber bautizos este día, pero aunque no los haya, se bendice la Pila bautismal o un recipiente que la represente y se recita la Letanía de los Santos. Esta letanía nos recuerda la comunión de intercesión que existe entre toda la familia de Dios. Las letanías nos permiten unirnos a la oración de toda la Iglesia en la tierra y la Iglesia triunfante, de los ángeles y santos del Cielo.

    El agua bendita es el símbolo que nos recuerda nuestro Bautismo. Es un símbolo que nos recuerda que con el agua del bautismo pasamos a formar parte de la familia de Dios.

    A todos los que ya estamos bautizados, esta liturgia nos invita a renovar nuestras promesas y compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus seducciones y a sus obras. También, de confirmar nuestra entrega a Jesucristo. Hay quienes acostumbran este día encender sus velas del bautismo y llevar un cirio pascual a la iglesia o agua bendita, para tener en sus hogares.

LITURGIA DE LAS HORAS - OFICIO DE LECTURA



TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
Del Propio.

20 de abril

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros murió, y por nosotros fue sepultado, venid, adorémosle.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: LA PALABRA DE DIOS CRUCIFICADA

La Palabra de Dios crucificada
es testigo fiel de su elocuencia,
es palabra de amor y, en su existencia,
en la vida y la muerte fue probada.

Por dar fe de su amor, nos dio su vida;
por dar fe de la vida, fue exaltada
sobre toda palabra pronunciada;
por el Padre a los hombres ofrecida.

La Palabra de Dios ya fue cumplida.
El silencio de Dios está a la espera
del amor de los hombres, Y él quisiera
que esa Palabra fuera recibida,
y en comunión de amor por siempre fuera
plenitud de su don que a todos diera. Amén.

SALMODIA

Ant 1. En paz me acuesto y duermo tranquilo.

Salmo 4 - ACCIÓN DE GRACIAS.

Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.

Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?
Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.

Temblad y no pequéis, reflexionad
en el silencio de vuestro lecho;
ofreced sacrificios legítimos
y confiad en el Señor.

Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»

Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría
que si abundara en trigo y en vino.

En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En paz me acuesto y duermo tranquilo.

Ant 2. Mi carne descansa serena.

Salmo 15 - CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mi carne descansa serena.

Ant 3. Levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.

Salmo 23 - ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
El la fundó sobre los mares,
El la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.

V. Defiende mi causa y rescátame.
R. Con tu promesa dame vida.

PRIMERA LECTURA

Del libro de las Lamentaciones 5, 1-22

PLEGARIA POR LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO

¡Acuérdate, Señor, de lo que nos ha sobrevenido, mira y ve nuestro oprobio! Nuestra heredad ha pasado a extranjeros, nuestras casas a extraños. Hemos quedado como huérfanos sin padre, y nuestras madres son como viudas. A precio de plata bebemos nuestra agua, nuestra leña, la adquirimos por dinero. Andamos oprimidos con el yugo a nuestro cuello; estamos agotados, no se nos da respiro. Hacia Egipto tendemos nuestra mano, hacia Asur en busca de pan.

Nuestros padres pecaron, ya no existen; y nosotros cargamos con sus culpas. Esclavos nos dominan, nadie nos libra de su mano. A riesgo de la vida logramos nuestro pan, afrontando la espada del desierto. Nuestra piel abrasa como un horno, a causa del ardor del hambre. Han violado a las mujeres en Sión, a las vírgenes en las ciudades de Judá. Colgados fueron por sus manos los príncipes; la faz de los ancianos no ha sido respetada. Han arrastrado la muela los muchachos, bajo la carga de leña se han doblado los niños. Los ancianos han dejado de acudir a la puerta, los jóvenes han dejado sus cantares.

Ha cesado la alegría de nuestro corazón, en duelo se ha trocado nuestra danza. Ha caído la corona de nuestra cabeza. ¡Ay de nosotros, que hemos pecado! Por eso nuestro corazón desfallece, por eso se nublan nuestros ojos: Por el monte Sión, que está desolado, ¡las raposas merodean en él!

Mas tú, Señor, por siempre permaneces; ¡tu trono de generación en generación! ¿Por qué has de olvidarnos para siempre? ¿Por qué toda la vida abandonarnos? Haz que volvamos a ti, Señor, y volveremos. Renueva nuestros días como antaño, si es que no nos has desechado totalmente, irritado contra nosotros sin medida.

RESPONSORIO Cf. Mt 27, 66. 60. 62

R. Después de sepultar al Señor, hicieron rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y lo sellaron. * Y pusieron guardias para custodiarlo.
V. Los jefes de los sacerdotes se presentaron ante Pilato, y le pidieron que diese orden de vigilar el sepulcro.
R. y pusieron guardias para custodiarlo.

SEGUNDA LECTURA

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
(PG 43, 439. 451. 462-463)

EL DESCENSO DEL SEÑOR A LA REGIÓN DE LOS MUERTOS

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.

En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.

Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos."

Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.

Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.

Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.

Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.

Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»

RESPONSORIO 

R. ¡Se fue nuestro Pastor, la fuente de agua viva! A su paso el sol se oscureció. Hoy fue por él capturado el que tenía cautivo al primer hombre. * Hoy nuestro Salvador rompió las puertas y cerrojos de la muerte.
V. Demolió las prisiones del abismo y destrozó el poder del enemigo.
R. Hoy nuestro Salvador rompió las puertas y cerrojos de la muerte.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

LITURGIA DE LAS HORAS - LAUDES



TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
Del Propio.

20 de abril

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros murió, y por nosotros fue sepultado, venid, adorémosle.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: VENID AL HUERTO, PERFUMES

Venid al huerto, perfumes,
enjugad la blanca sábana:
en el tálamo nupcial
el Rey descansa.

Muertos de negros sepulcros,
venid a la tumba santa:
la Vida espera dormida,
la Iglesia aguarda.

Llegad al jardín, creyentes,
tened en silencio el alma:
ya empiezan a ver los justos
la noche clara.

Oh dolientes de la tierra,
verted aquí vuestras lágrimas:
en la gloria de este cuerpo
serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
bajo las divinas alas;
salve, casa del Espíritu,
nuestra morada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Harán llanto como llanto por el hijo único, porque siendo inocente fue muerto el Señor.

Salmo 63 - SÚPLICA CONTRA LOS ENEMIGOS

Escucha, ¡oh Dios!, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores:

afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?»
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Harán llanto como llanto por el hijo único, porque siendo inocente fue muerto el Señor.

Ant 2. Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

Cántico: ANGUSTIA DE UN MORIBUNDO Y ALEGRÍA DE LA CURACIÓN Is. 38,10-14. 17-20

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estas acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El Padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

Ant 3. Estaba muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del hades.

Salmo 150 - ALABAD AL SEÑOR.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su augusto firmamento.

Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta, alabe al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estaba muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del hades.

LECTURA BREVE Os 6,1-3a

Esto dice el Señor: «En su aflicción me buscarán, diciendo: "Volvamos al Señor. Él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará, y al tercero nos levantará, y viviremos en su presencia."»

RESPONSORIO BREVE

En lugar del responsorio breve se dice la siguiente antífona:

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Salvador del mundo, sálvanos; tú que con tu cruz y con tu sangre nos redimiste, socórrenos, Dios nuestro.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salvador del mundo, sálvanos; tú que con tu cruz y con tu sangre nos redimiste, socórrenos, Dios nuestro.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado, para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros.

Oh Señor, que junto a tu cruz y a tu sepulcro tuviste a tu Madre dolorosa que participó en tu aflicción,
haz que tu pueblo sepa también participar en tu pasión.

Señor Jesús, que como grano de trigo caíste en la tierra para morir y dar con ello fruto abundante,
haz que también nosotros sepamos morir al pecado y vivir para Dios.

Oh Pastor de la Iglesia, que quisiste ocultarte en el sepulcro para dar la vida a los hombres,
haz que nosotros sepamos también vivir escondidos contigo en Dios.

Nuevo Adán, que quisiste bajar al reino de la muerte, para librar a cuantos, desde el origen del mundo, estaban encarcelados,
haz que todos los hombres, muertos al pecado, escuchen tu voz y vivan.

Cristo, Hijo de Dios vivo, que has querido que por el bautismo fuéramos sepultados contigo en la muerte,
haz que siguiéndote a ti caminemos también nosotros en novedad de vida.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Movidos por el espíritu filial que Cristo nos mereció con su muerte, digamos al Padre:

Padre nuestro...

ORACIÓN

Dios todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

LITURGIA DE LAS HORAS - VÍSPERAS



TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
Del Propio.

20 de abril

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: VENID AL HUERTO, PERFUMES

Venid al huerto, perfumes,
enjugad la blanca sábana:
en el tálamo nupcial
el Rey descansa.

Muertos de negros sepulcros,
venid a la tumba santa:
la Vida espera dormida,
la Iglesia aguarda.

Llegad al jardín, creyentes,
tened en silencio el alma:
ya empiezan a ver los justos
la noche clara.

Oh dolientes de la tierra,
verted aquí vuestras lágrimas:
en la gloria de este cuerpo
serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
bajo las divinas alas;
salve, casa del Espíritu,
nuestra morada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón.

Salmo 115 - ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón.

Ant 2. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Salmo 142, 1-11

Señor, escucha mi oración;
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti;
indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Ant 3. «Destruid este templo -dice el Señor- y yo lo levantaré en tres días»; esto lo decía refiriéndose al templo de su propio cuerpo.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL - Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Destruid este templo -dice el Señor- y yo lo levantaré en tres días»; esto lo decía refiriéndose al templo de su propio cuerpo.

LECTURA BREVE 1Pe 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.

RESPONSORIO BREVE

En lugar del responsorio breve se dice la siguiente antífona:

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ahora ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él; Dios, a su vez, pronto lo revestirá de su misma gloria.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ahora ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él; Dios, a su vez, pronto lo revestirá de su misma gloria.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado, para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, de tu corazón traspasado salió sangre y agua, signo de cómo la Iglesia nacía de tu costado;
por tu muerte, por tu sepultura y por tu resurrección vivifica, pues, a tu Iglesia.

Tú que te acordaste incluso de los apóstoles que habían olvidado la promesa de tu resurrección,
no olvides tampoco a los que por no creer en tu triunfo viven sin esperanza.

Cordero de Dios, víctima pascual inmolada por todos los hombres,
atrae desde tu cruz a todos los pueblos de la tierra.

Dios del universo, que contienes en ti todas las cosas y aceptaste, sin embargo, ser contenido en un sepulcro,
libra a toda la humanidad de la muerte y concédele una inmortalidad gloriosa.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, Hijo de Dios vivo, que colgado en la cruz prometiste el paraíso al ladrón arrepentido,
mira con amor a los difuntos, semejantes a ti por la muerte y la sepultura, y hazlos también semejantes a ti por su resurrección.

Siguiendo la enseñanza de Jesucristo, que nos ha hecho hijos de Dios, digamos juntos a nuestro Padre:

Padre nuestro...

ORACIÓN

Dios todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

LITURGIA DE LAS HORAS - COMPLETAS



COMPLETAS
(Oración antes del descanso nocturno)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

EXAMEN DE CONCIENCIA

Hermanos, habiendo llegado al final de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos sinceramente nuestros pecados.

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

V. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Himno: CUANDO LLEGÓ EL INSTANTE DE TU MUERTE

Cuando llegó el instante de tu muerte
inclinaste la frente hacia la tierra,
como todos los mortales;
mas no eras tú el hombre derribado,
sino el Hijo que muerto nos contempla.

Cuando me llegue el tránsito esperado
y siga sin retorno por mi senda,
como todos los mortales,
el sueño de tu rostro será lumbre
y tu gloria mi gloria venidera.

El silencio sagrado de la noche
tu paz y tu venida nos recuerdan,
Cristo, luz de los mortales;
acepta nuestro sueño necesario
como secreto amor que a ti se llega. Amén

SALMODIA

Ant 1. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

Salmo 90 - A LA SOMBRA DEL OMNIPOTENTE.

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío.
Dios mío, confío en ti.»

Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.

Tan sólo abre tus ojos
y verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;

te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

LECTURA BREVE Ap 22, 4-5

Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente. Y no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

RESPONSORIO BREVE

V. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Te encomiendo mi espíritu.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

CÁNTICO DE SIMEÓN Lc 2, 29-32

Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

ORACIÓN

OREMOS,
Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

BENDICIÓN

V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.

ANTÍFONA FINAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra,
Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva,
a ti suspiramos , gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!

EVANGELIO - 20 de Abril - San Lucas 24,1-12


    Evangelio según San Lucas 24,1-12.

    El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
    Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
    Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
    Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
    No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
    Y las mujeres recordaron sus palabras.
    Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
    Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
    Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 20 de Abril - "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"


    Papa Francisco - Audiencia General (23-04-2014)
    Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia


«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?»

    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
    
    Esta semana es la semana de la alegría: celebramos la Resurrección de Jesús. Es una alegría auténtica, profunda, basada en la certeza que Cristo resucitado ya no muere más, sino que está vivo y operante en la Iglesia y en el mundo. Tal certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron al sepulcro de Jesús y los ángeles les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24, 5). «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una «piedra de tropiezo», si no nos abrimos a la Buena Noticia, si pensamos que da menos fastidio un Jesús muerto que un Jesús vivo. En cambio, cuántas veces, en nuestro camino cotidiano, necesitamos que nos digan: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Cuántas veces buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana ya no estarán, las cosas que pasan... «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».

    Lo necesitamos cuando nos encerramos en cualquier forma de egoísmo o de auto-complacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito. Entonces la Palabra de Dios nos dice: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». ¿Por qué lo estás buscando allí? Eso no te puede dar vida. Sí, tal vez te dará una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes... ¿y luego? «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¿La repetimos juntos tres veces? ¿Hacemos el esfuerzo? Todos: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» [repite con los fieles]. Hoy, cuando volvamos a casa, digámosla desde el corazón, en silencio, y hagámonos esta pregunta: ¿por qué yo en la vida busco entre los muertos a aquél que vive? Nos hará bien.

SANTORAL - SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO

20 de Abril


    Religiosa. (año 1317), nació en Montepulciano, (Italia) en 1268 y fue una de las figuras más brillantes de la Orden de Santo Domingo. A los 9 años obtuvo que sus padres la dejaran irse a vivir a un convento de religiosas. Cuando apenas tenía catorce años la encargaron ya de la portería del convento y de recibir las visitas. A los 15 años, la superiora de aquella comunidad fue trasladada a fundar un convento en otra ciudad, y pidió que le dejaran llevar como principal colaboradora a Inés. Desde muy joven ayunaba casi todos los días y dormía en el duro suelo y tenía por almohada una piedra. Después la salud se le resintió y por orden del médico tuvo que suavizar esas mortificaciones. San Raimundo cuenta que Dios le permitía visiones celestiales, que un día logró ver cómo era Jesús cuando era Niño. Santa Catalina de Siena fue a Montepulciano a visitar el cadáver de Santa Inés, el cual después de 30 años, todavía se encontraba incorrupto, profesaba una gran veneración a esta santa y en una carta que escribió a las religiosas de esa comunidad les dice: "Les recomiendo que sigan las enseñanzas de la hermana Inés y traten de imitar su santa vida, porque dio verdaderos ejemplos de caridad y humildad. Ella tenía en su corazón un gran fuego de caridad, regalado por el mismo Dios, y este fuego le producía un inmenso deseo de salvar almas y de santificarse por conseguir la salvación de muchos.

    Y después de la caridad lo que más admiraba en ella era su profunda humildad. Siempre oraba y se esforzaba por conservar y aumentar estas dos virtudes. Y lo que le ayudaba mucho a crecer en santidad era que se había despojado de todo deseo de poseer bienes materiales o de darle gusto a sus inclinaciones sensuales, y el dominar continuamente su amor propio. Su corazón estaba totalmente lleno de amor a Cristo Crucificado, y este amor echaba fuera los amores mundanos y los apegos indebidos a lo que es terrenal. Ella ofrecía en sacrificio a Dios su propia sensualidad. Para esta buena religiosa el mejor tesoro era Cristo crucificado, en quien meditaba siempre y a quien tanto amaba". San Raimundo cuenta que muchos testigos le declararon haber presenciado hechos milagrosos en la vida de Santa Inés.- Murió en el mes de abril del año 1317 a la edad de 49 años, y en su sepulcro se han obrado muchos milagros. Que nos contagie Inés de su gran amor por Jesús Crucificado.

CARTA APOSTÓLICA MISERICORDIA ET MISERA



    5. Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral», que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva.

    En primer lugar estamos llamados a celebrar la misericordia. Cuánta riqueza contiene la oración de la Iglesia cuando invoca a Dios como Padre misericordioso. En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso. Después de la súplica inicial de perdón, con la invocación «Señor, ten piedad», somos inmediatamente confortados: «Dios omnipotente tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Con esta confianza la comunidad se reúne en la presencia del Señor, especialmente en el día santo de la resurrección. Muchas oraciones «colectas» se refieren al gran don de la misericordia. En el periodo de Cuaresma, por ejemplo, oramos diciendo: «Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas» . Después nos sumergimos en la gran plegaria eucarística con el prefacio que proclama: «Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado». Además, la plegaria eucarística cuarta es un himno a la misericordia de Dios: «Compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». «Ten misericordia de todos nosotros» , es la súplica apremiante que realiza el sacerdote, para implorar la participación en la vida eterna. Después del Padrenuestro, el sacerdote prolonga la plegaria invocando la paz y la liberación del pecado gracias a la «ayuda de su misericordia». Y antes del signo de la paz, que se da como expresión de fraternidad y de amor recíproco a la luz del perdón recibido, él ora de nuevo diciendo: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia» . Mediante estas palabras, pedimos con humilde confianza el don de la unidad y de la paz para la santa Madre Iglesia. La celebración de la misericordia divina culmina en el Sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de Cristo, del que brota la salvación para cada ser humano, para la historia y para el mundo entero. En resumen, cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios.

    En toda la vida sacramental la misericordia se nos da en abundancia. Es muy relevante el hecho de que la Iglesia haya querido mencionar explícitamente la misericordia en la fórmula de los dos sacramentos llamados «de sanación», es decir, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La fórmula de la absolución dice: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz» ; y la de la Unción reza: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo» . Así, en la oración de la Iglesia la referencia a la misericordia, lejos de ser solamente parenética, es altamente performativa, es decir que, mientras la invocamos con fe, nos viene concedida; mientras la confesamos viva y real, nos transforma verdaderamente. Este es un aspecto fundamental de nuestra fe, que debemos conservar en toda su originalidad: antes que el pecado, tenemos la revelación del amor con el que Dios ha creado el mundo y los seres humanos. El amor es el primer acto con el que Dios se da a conocer y viene a nuestro encuentro. Por tanto, abramos el corazón a la confianza de ser amados por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestros pecados.