lunes, 5 de abril de 2021

EVANGELIO - 06 de Abril - San Juan 20,11-18.


       Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,36-41.

    El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos: "Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías".
    Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?".
    Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
    Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar".
    Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
    Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.


Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22.

Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.


    Evangelio según San Juan 20,11-18.

    María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
    Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
    Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
    Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
    Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
    Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
    María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 06 de Abril - «Subo al Padre mío y Padre vuestro»

 


San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 1er Sermón para el Jueves Santo, Morin Guelferbytanus 13 ; PLS 2, 572

«Subo al Padre mío y Padre vuestro»

    «Suéltame, que todavía no he subido al Padre». ¿Qué es lo que dice? Que se palpa mejor a Cristo a través de la fe que a través de la carne. Tocar a Cristo por la fe, es tocarle en toda verdad. Es lo que le sucedió a la mujer que sufría pérdidas de sangre: se acercó a Cristo, llena de fe, y tocó su vestidura... Y el Señor, apretujado por la multitud, no es tocado más que por esta mujer... porque creyó (Mc 5,25s). Hoy, hermanos, Jesús está en el cielo. Cuando estaba entre sus discípulos, revestido de una carne visible y poseyendo un cuerpo palpable, se le podía ver, se le podía tocar. Pero hoy que está sentado a la derecha del Padre ¿quién de entre nosotros le puede tocar? Y sin embargo, somos unos desgraciados si no le tocamos. Todos los que creemos, le tocamos. Está en el cielo, está lejos, y las distancias que le separan de nosotros no son mesurables. Pero si crees, le tocas. ¿Qué digo? ¿Eres tú quien le toca? Si crees, tienes junto a ti a aquel en quien crees... ¿Queréis saber cómo es que María quería tocarle? Le buscaba muerto y no creía que debía resucitar: «¡Se han llevado a mi Señor del sepulcro!» (Jn 20,2). Llora a un hombre... «Suéltame, que todavía no he subido al Padre y en mí no ves más que un hombre. ¿Qué te da esta fe? Déjame subir al Padre. Nunca lo he dejado, pero subiré para ti si me crees igual al Padre». Nuestro Señor Jesucristo no dejó de estar con su Padre cuando descendió de junto a él. Y cuando desde nosotros subió a él nunca nos abandonó. Porque en el momento de subir y sentarse a derecha del Padre, tan lejos, dijo a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

SANTORAL - SAN PEDRO DE VERONA

06 de Abril


    Nació en 1205 en Verona cuando los cátaros propagaban el maniqueísmo. En su propia familia tenía a los enemigos de la fe ya que había quedado atrapada por las consignas de la herejía. Pero sus padres fueron respetuosos, abiertos y generosos permitiéndole cursar estudios en un centro católico. De allí salió pertrechado con una gran preparación que le permitiría hacer frente a los opositores con el rigor debido. Un tío suyo, cátaro convencido, tuvo ocasión de constatar de primera mano lo consolidados que estaban los principios en el ánimo del adolescente que recitó con fervor el símbolo de la fe nicena. Al escucharle, este pariente quedó impresionado por la contundencia de los argumentos esgrimidos, y no ocultó su inquietud. Más tarde, siendo Pedro estudiante universitario en Bolonia, compañías poco aconsejables le jugaron malas pasadas y se vio asaltado por distintas tentaciones. Pero ese tiempo no se dilató. Dios tenía para él grandes misiones. La Orden de Predicadores estaba en su apogeo en el momento en que el joven, que tenía 16 años, conoció a Domingo de Guzmán. Seducido por sus palabras se hizo dominico y recibió el hábito que le impuso personalmente el santo. Si de niño se había destacado por su inteligencia, sinceridad y firmeza en sus decisiones, como religioso cumplió con estricta fidelidad su compromiso. Tomó el evangelio, se aplicó en el estudio y mantuvo vivo un estado de oración. Además, buscando una penitencia radical, se abrazó a las austeridades como había hecho su fundador.

    De manera concienzuda preparaba ante Cristo su predicación, para lo cual se recogía durante la noche meditando y orando ante Él. Mientras evangelizaba en Lombardía, en estas cotidianas vigilias que tenían lugar en su celda, hallándose en estado de contemplación se le presentaron tres santas que fueron martirizadas: Inés, Cecilia y Catalina de Alejandría, con las cuales mantuvo un diálogo. Informado el prior por otros frailes, que habían escuchado voces tras los muros, fue severamente reprendido en el capítulo. Le recriminaron por haber violado la clausura amén de introducir a mujeres en su humilde aposento. Se juzgó con severidad esta supuesta imprudencia que revestía innegable gravedad para un consagrado. Él guardó escrupuloso silencio y acogió obedientemente su traslado al convento de la Marca Ancona. Le habían prohibido predicar, de modo que se dedicó a estudiar con más ahínco. Suplicaba a Dios con insistencia. El peso del apego a la fama era importante. Él conocía su inocencia, pero, ¿qué pensarían los demás? Un día se dirigió al crucifijo y mostró su desconsuelo: «Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites que me calumnien?». Jesús respondió: «¿Y qué hice yo, Pedro, para merecer la pasión y la muerte?». Impactado por estas palabras, se sintió avergonzado y afligido. También salió fortalecido para afrontar la pena. Poco tiempo después quedó al descubierto su inocencia.Volvió a la predicación y cosechó mayores frutos apostólicos. Ordenado sacerdote, y siendo hombre de diálogo, comenzó a difundir el evangelio por la Toscana, Milanesado y la Romaña. Su objetivo primordial eran los cátaros. Fueron incontables los herejes que volvieron a la Iglesia tras escuchar sus palabras. Uno de ellos Rainiero de Piacenza. Las multitudes buscaban su curación espiritual y física tratando de acceder a él aunque para ello tenían que abrirse paso a empujones. Él mismo tenía que ser izado porque de otro modo habrían podido arrollarle. Las iglesias y espacios al aire libre servían a los fieles para acoger jubilosos a este gran confesor. Tenía para cada uno de los penitentes el juicio justo, sabio, encarnado en el amor misericordioso de Dios. En la intensa labor evangelizadora que llevaba a cabo su virtud le precedía. Creó las «Asociaciones de la fe» y la «Cofradía para la alabanza de la Virgen María».

    A lo largo de su vida experimentó muy diversas pruebas, menosprecios y ataques. Pero amaba a Cristo y nada trocó su voluntad. Llegó a ser superior de los conventos de Piacenza, Como y Génova. Predicó por Roma, Florencia, Milán… Por todos los lugares iba dejando una estela de milagros, don con el que fue agraciado. Alguna vez personas maliciosas intentaron tentarle fingiendo una enfermedad. Es lo que hizo un hereje en Milán que gozaba de buena salud. Si lograba confundir al santo, lo dejaría en evidencia. Pedro le dijo: «Ruego al Señor de todo lo creado, que si tu enfermedad no es verdadera, te trate como lo mereces». Inmediatamente sufrió el mentiroso los síntomas de la lesión que simuló, y rogó la curación que en ese momento precisaba para huir de tan punzantes dolores. Compadecido el santo de su arrepentimiento, trazó la señal de la cruz y le liberó del mal. Además, logró su conversión. A Pedro siempre le acompañó su sed de martirio que no dudaba en suplicar le fuera concedida. En 1232 Gregorio IX, que lo conocía, le nombró inquisidor general (como luego hizo Inocencio IV), lo que suscitó muchas enemistades. Incluso hubo una conjura para asesinarle.

    Veinte años más tarde, mientras predicaba en Como, fue informado de que se conspiraba contra su vida tasada en 40 libras milanesas. Respondió sin inmutarse: «Dejadles tranquilos; después de muerto seré todavía más poderoso».Transcurridos quince días, concretamente el 6 de abril de 1252, cuando regresaba a Milán desde Como, convento del que era prior, cerca de la localidad de Barlassina recibió dos hachazos en la cabeza que le asestaron los enemigos de la fe. Sangrando, pero aún con vida, recitaba el Credo y, según narran las crónicas, a punto de expirar con su propia sangre escribió con un dedo en el suelo: «Credo in Deum». Tenía 46 años. El 25 de marzo del 1253, al año siguiente de su muerte, fue canonizado por Inocencio IV. Es protomártir de la orden dominicana. Carino, ejecutor del santo, se arrepintió después, y se hizo dominico. Sus signos visibles de virtud hicieron que fuese venerado por parte del pueblo.

Oremos

    Dios todopoderoso, que has derramado por toda la creación reflejos de ti infinita belleza y bondad, haciendo el hombre a tu imagen y semejanza, tanto amas a quienes se entregan totalmente, que nos lo pones como modelo, quieres que les veneremos y haces innumerables beneficios y milagros por su intercesión. Por ello y mediante tu siervo San Pedro de Verona, te rogamos nos concedas (mencionar la petición) y con ello una mayor correspondencia a tu amor. Amén.