domingo, 10 de mayo de 2020

MAYO, MES DE MARÍA

El Mes de María se reza en Mayo, en el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores.

EVANGELIO - 11 de Mayo - San Juan 14,21-26


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 14,5-18.

    Al producirse en Iconio un tumulto los paganos y los judíos, dirigidos por sus jefes, intentaron maltratar y apedrear a Pablo y Bernabé.
    Estos, al enterarse, huyeron a Listra y a Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores; y allí anunciaron la Buena Noticia.
    Había en Listra un hombre que tenía las piernas paralizadas. Como era tullido de nacimiento, nunca había podido caminar, y sentado, escuchaba hablar a Pablo. Este, mirándolo fijamente, vio que tenía la fe necesaria para ser curado, y le dijo en voz alta: "Levántate, y permanece erguido sobre tus pies". El se levantó de un salto y comenzó a caminar.
    Al ver lo que Pablo acababa de hacer, la multitud comenzó a gritar en dialecto licaonio: "Los dioses han descendido hasta nosotros en forma humana", y daban a Bernabé el nombre de Júpiter, y a Pablo el de Mercurio porque era el que llevaba la palabra.
    El sacerdote del templo de Júpiter que estaba a la entrada de la ciudad, trajo al atrio unos toros adornados de guirnaldas y, junto con la multitud, se disponía a sacrificarlos.
    Cuando Pablo y Bernabé se enteraron de esto, rasgaron sus vestiduras y se precipitaron en medio de la muchedumbre, gritando: "Amigos, ¿qué están haciendo? Nosotros somos seres humanos como ustedes, y hemos venido a anunciarles que deben abandonar esos ídolos para convertirse al Dios viviente que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos.
    En los tiempos pasados, él permitió que las naciones siguieran sus propios caminos.
    Sin embargo, nunca dejó de dar testimonio de sí mismo, prodigando sus beneficios, enviando desde el cielo lluvias y estaciones fecundas, dando el alimento y llenando de alegría los corazones".
    Pero a pesar de todo lo que dijeron, les costó mucho impedir que la multitud les ofreciera un sacrificio.


Salmo 115(113B),1-2.3-4.15-16.

No nos glorifiques a nosotros, Señor:
glorifica solamente a tu Nombre,
por tu amor y tu fidelidad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«¿Dónde está su Dios?»

Nuestro Dios está en el cielo y en la tierra
él hace todo lo que quiere.
Los ídolos, en cambio, son plata y oro,
obra de las manos de los hombres.

Sean bendecidos por el Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
y la tierra la entregó a los hombres.


    Evangelio según San Juan 14,21-26.


    Jesús dijo a sus discípulos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".
    Judas -no el Iscariote- le dijo: "Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?".
    Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
    El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
    Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
    Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Mayo - «Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él»


       San Juan Pablo Magno, papa - Homilía, Bucarest, 09-05-1999 : Amar a Cristo Viaje Pastoral a Rumania

«Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» 

    Estas palabras, que Jesús dirigió a sus discípulos la víspera de su pasión, son hoy para nosotros una invitación urgente a proseguir por este camino de fidelidad y amor. Amar a Cristo es el fin último de nuestra existencia: amarlo en las situaciones concretas de la vida, para que se manifieste al mundo el amor del Padre; amarlo con todas nuestras fuerzas, para que se realice su proyecto de salvación y los creyentes lleguen en él a la comunión plena. ¡Que jamás se apague en el corazón este ardiente deseo!

    […] No tengáis miedo: abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo salvador. Él os ama y está cerca de vosotros; os llama a un renovado compromiso de evangelización. La fe es don de Dios y patrimonio de incomparable valor, que hay que conservar y difundir. Para defender y promover los valores comunes, estad siempre abiertos a una colaboración eficaz con todos los grupos étnico-sociales y religiosos, que componen vuestro país. Que todas vuestras decisiones estén animadas siempre por la esperanza y el amor.

    María, Madre del Redentor, os acompañe y proteja, para que podáis escribir nuevas páginas de santidad y de generoso testimonio cristiano en la historia… Amén.

SANTORAL - SAN FRANCISCO DE JERONIMO

11 de Mayo


    Nació el 17 de diciembre de 1642, y murió el 11 de mayo de 1716. El lugar en que nació fue Crottaglie, un pequeño pueblo en Apulia, situado a unas 5 ó 6 leguas de Taranto. A la edad de 16 años entró en el colegio de Taranto, en el cual estuvo bajo el cuidado de la Sociedad de Jesús. Allí estudió humanidades y filosofía, y tanto éxito, que un obispo lo envió a Nápoles para que asistiera a conferencias en Teología Canónica en el famoso colegio, Gesu Vecchio, el cual, en ese tiempo rivalizaba con las más grandes universidades en Europa. Se ordenó sacerdote allí el 18 de marzo de 1666. Luego estuvo por cuatro años a cargo de los estudiantes del colegio de nobles en Nápoles, donde los alumnos le dieron el sobrenombre de “San Prefecto”. Entró en el noviciado de la Sociedad de Jesús, el 1 de julio de 1670. Al final de su primer año de prueba, fue enviado como misionero, a fin de tomar sus primeras lecciones en el arte de la prédica, en un lugar cercado a Otranto.

    Un nuevo período de cuatro años lo dedicó trabajando en pueblos y villas en un trabajo misionero, demostrando mediante el mismo, a sus superiores, su maravilloso don de prédica. Por esa razón, una vez que completó sus estudios teológicos, sus superiores determinaron que debía dedicarse a trabajar como predicador, y lo enviaron a residir a Gesu Nuovo, la residencia de los padres de Nápoles.

    Francisco habría ido y trabajado mucho, incluso habría dado su vida, como él frecuentemente lo dijo, entre las naciones bárbaras e idólatras del lejano oriente. Frecuentemente escribió a sus superiores rogándoles que le concedieran ese gran favor. Finalmente ellos le dijeron que abandonara la idea y que concentrara su esfuerzo y energía en la ciudad y en el reino de Nápoles. Francisco entendió que esto debía ser la voluntad de Dios y no insistió en otros planes. Nápoles por tanto, y durante los siguientes y restantes cuarenta años de su vida, de 1676 hasta su muerte, fue el centro de su labor apostólica.

    Primero se dedicó a desarrollar el entusiasmo religioso de una congregación de trabajadores, llamado el “Oratio della Missione”, la cual fue establecida en una casa de Nápoles. El principal objetivo de esta asociación fue proporcionar asistentes a los padres misioneros, quienes ayudarían en las muchas dificultades que de pronto pueden aparecer en el curso de las misiones. Animados por los sermones de entusiasmo del director, esta gente llegó a ser un conjunto de cooperadores muy celosos de su trabajo. Una característica sobresaliente de esas actividades fue el hecho de que trajeron una multitud de pecadores a los pies de Francisco.

    En las notas que él envía a sus superiores en lo relativo a su trabajo misionero, el santo aparece como teniendo gran placer en hablar del fervor que animaba a los miembros de su querido “Oratorio”. También el director supervisó o se encargó de las necesidades materiales de aquellos que le asistían. En el “Oratorio” estableció un fondo de piedad. El capital de este fondo se incrementó por los regalos de los asociados. Gracias a esta institución, él pudo contar cada día, en caso de enfermedad, de una suma de unos cuatro carlines, cerca de unos 33 centavos de dólar. En caso de muerte de alguno de los miembros, un respetable funeral podía establecerse, costándole a la institución unos 18 ducados. Ellos también tenían el privilegio de poder ser enterrados en la Iglesia de Gesu Nuovo (véase Brevi notizie, pp. 131-136).

    Francisco también estableció en Gesu, uno de los más importantes y beneficiosos trabajos de la casa de Nápoles, la comunión general en el tercer domingo de cada mes (Brevi notizie, 126). Francisco fue un infatigable predicador y frecuentemente habló cuarenta veces en un solo día, escogiendo para ello las calles que él sabía, eran el centro de algún escándalo secreto. Sus sermones elocuentes, breves y energéticos, llegaron a conmover las conciencias culpables de quienes le escuchaban y por medio de ello se llevaron a cabo milagrosas conversiones. El resto de la semana, cuando no estaba trabajando en la ciudad, él estaba visitando los lugares alrededor de Nápoles.

    En algunas ocasiones, pasó en no menos de 50 aldeas por día, predicando en las calles, en las plazas públicas y en las iglesias. El siguiente domingo, él tenía el consuelo de ver en la misa hasta multitudes de 12 ó 13 mil personas. De acuerdo a sus biógrafos, ordinariamente se podían contarse unos 15 mil hombres presentes en la comunión general mensual.

    Sin embargo su trabajo por excelencia fue el desarrollar misiones al aire libre y en la ciudad de Nápoles. Su figura alta, sus grandes ojos oscuros, su nariz aguileña, sus mejillas hundidas, y su tez pálida, le daban la apariencia de ser un austero ascético y producía una maravillosa impresión. La gente se conglomeraba alrededor de él a fin de verlo, encontrarlo, de poder besar sus manos y tocar su vestimenta. Cuando él exhortaba a los pecadores a arrepentirse, parecía adquirir un poder que era más que natural y su voz llegaba a ser resonante e inspiradora. “El es el cordero cuando él habla” decía la gente, “pero es un león cuando predica”.

    Siendo un predicador idealmente popular como él lo fue, en presencia de una audiencia impresionable como la de los napolitanos, Francisco no dejó de abordar cosas que pudiesen animar sus imaginaciones. Una vez él trajo un cráneo al púlpito y lo mostró a la audiencia, impartiendo los conocimientos que deseaba. En otra ocasión intempestivamente detuvo su discurso, descubrió sus hombros, y se castigó así mismo con una cadena de hierro hasta que llegó a sangrar. El efecto fue irresistible, y jóvenes que tenían vidas de maldad, llegaron a seguir el ejemplo del predicador, confesando sus pecados en voz alta. Mujeres abandonadas llegaron a colocarse delante del crucifijo, cortando sus largos cabellos y dando expresión de su amargo dolor y arrepentimiento.

    En su trabajo apostólico, unido a su espíritu de penitencia, y a su ardiente ánimo de oración, hizo que el santo lograra maravillosos resultados entre los esclavos del pecado y del crimen. Por tanto, los dos refugios de Nápoles, llegaron a tener cada uno, hasta 250 penitentes. En el Asilo del Santo Espíritu, llegó a tener en el refugio hasta 190 niños infortunados, preservándolos a ellos en cuanto a no seguir la tradición vergonzosa de sus madres. El tuvo el consuelo de ver a 22 de ellos dedicarse a la vida religiosa. También él cambió barcos de convictos que se habían hundido en la iniquidad, en refugios de paz cristiana y resignación.

    El también llegó a lograr que muchos esclavos turcos y moros, llegaran a encontrar la verdadera fe, e hizo uso de pomposas ceremonias en sus bautizos con tal de conmover el corazón y la imaginación de los espectadores (Breve notizie, 121-126).

    En cualquier tiempo que él no estaba ocupado en la ciudad, se dedicaba a actividades en el medio rural, en misiones de aldeas de cuatro, ocho o hasta diez días. Aquí y allá, dio retiros a comunidades religiosas, pero a fin de ahorrar tiempo, él no escuchaba confesiones (cf. Recueil de letters per le Nozze Malvezzi Hercolani (1876), p. 28). Con el fin de consolidar su trabajo, trato de establecer en todos los lugares, una asociación de San Francisco Xavier, su patrono y modelo, o bien una congregación de la Santísima Virgen.

    Durante veintidós años, predicó y realizó alabanzas cada martes en la iglesia napolitana conocida como Santa María de Constantinopla. Aunque participaba en un activo trabajo exterior, San Francisco tenía un alma mística. Frecuentemente se le vio caminando por las calles de Nápoles con una apariencia de éxtasis en su rostro y lágrimas en sus ojos. El deseo de que la gente quería acompañarle y llamar su atención, hizo que el santo decidiera caminar como encapuchado o incógnito, cuando estaba en esas ocasiones, en público. Tenía la reputación en Nápoles de ser un hombre capaz de realizar milagros, y sus biógrafos, quienes testificaron durante el proceso de su canonización, no dudaron en atribuirle un conjunto de curas maravillosas de todo tipo.

    Fue motivo de grandes procesiones para los napolitanos, y de no haber sido por la intervención de la guardia suiza, sus seguidores habrían expuesto sus restos, aún con el riesgos de que los mismos hubieran sido desacrados. En todas las calles y plazas de Nápoles, en todos los suburbios, incluso en las pequeñas villas, todos hablaban de la santidad, la elocuencia y la caridad infinita del misionero cuando había muerto. Las autoridades eclesiásticas rápidamente reconocieron que la causa de su beatificación debía dar inicio. El 2 de mayo de 1758, Benedicto XIV declaró que Francisco de Gerónimo había practicado las virtudes teológicas y cardinales, hasta un grado heroico.

    Habría sido beatificado de una manera más rápido, a no ser por la tormenta que ocurrió en la Compañía de Jesús, en ese tiempo y que terminó con la supresión de la orden. Pio VII no pudo proceder con la beatificación, sino hasta el 2 de mayo de 1806, y Gregorio XVI canonizó solemnemente al santo el 26 de mayo de 1839.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Francisco Jerónimo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a Ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro Maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén