martes, 2 de febrero de 2016

LITURGIA

Elementos Materiales de la Liturgia

El Templo, el Altar, vestiduras del Papa, obispos y sacerdotes, colores litúrgicos


Vasos y utensilios del culto

    Los vasos sagrados. El templo es como el palacio de Dios, el Sagrario su recámara y como su sala de recepción; el cáliz, la patena, el copón, y la custodia son a modo de vajilla de Su mesa eucarística. El templo todo, y el altar y el Sagrario en especial, son santos; pero santos y dignos de todo respeto son asimismo los Vasos sagrados.

    Los Vasos sagrados propiamente dichos son cuatro. Dos de ellos: el cáliz y la patena se usan para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa; los otros dos: el copón y la custodia con su viril, sirven para conservar, trasladar o exponer el Santísimo Sacramento. Vaso subsidiario es la cajita usada para llevar la comunión a los enfermos.
    A otro nivel, son también vasos del culto: las crismeras, las vinajeras y el vasito de las abluciones. A ellos podemos agregar algunos otros utensilios: acetre, incensario con la naveta, porta­paz, campanas y campanillas, y las diferentes clases de bandejas.
    Los Vasos sagrados han de ser bendecidos o consagrados, según los ritos prescritos en los libros litúrgicos.

    El Cáliz. El primer Cáliz fue el que usó Nuestro Señor en la última Cena, al instituir la Eucaristía.

    Actualmente, los vasos sagrados deben ser de materiales só­lidos y que se consideren nobles, según la estima común de cada región, y con preferencias irrompibles e incorruptibles. Los cá­lices y demás vasos destinados a recibir la Sangre del Señor deben tener la copa de metal de suerte que no absorba los líquidos, aunque el pie puede ser de materiales sólidos y dignos (Mi­sal, n. 290-91)

    Los vasos sagrados metálicos llevan, por lo general, dorada la parte interior, en el caso en que los materiales puedan oxidar-se; Pero si el material es inoxidable, o de oro noble, no hace falta el baño de oro (ib. n. 294)

    En cuanto a la forma, con tal que sean adecuados para su uso litúrgico correspondiente, puede el artista crearlos como me­jor responda a las costumbres de cada región, siempre dentro de lo admitido por el episcopado. Si es verdad que hay cálices modernos preciosos, también abundan demasiado los raros y de dudosa belleza y seguridad funcional.



Fuente: LaLiturgia.org




DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (Cap.I)

Designio de Dios y Misión de la Iglesia







REFLEXIÓN

Reflexiones Espirituales

Martes 02 de Febrero


De las Disertaciones de san Sofronio, obispo
(Disertación 3, Sobre el Hipapanté, 6. 7: PG 87, 3, 3291-3293)


ACOJAMOS LA LUZ CLARA Y ETERNA

    Corramos todos al encuentro del Señor los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.

    Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.

    En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera.

    Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto avanzamos en procesión con cirios en las manos, por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.

    Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.

    Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.

    También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.

    También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto, con nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando año tras año, porque no queremos olvidarlo.



EXTRAÍDA : SEGUNDA LECTURA OFICIO DE LECTURA DEL DÍA




LA FRASE DEL DÍA

Martes 02 de Febrero






EVANGELIO

Tiempo Ordinario

Martes 02 de Febrero  Semana IV

Fiesta de la Presentación del Señor


Libro de Malaquías 3,1-4.

Así habla el Señor Dios.
    Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Angel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos.
    ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos.
    El se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia.
    La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.



Salmo 24(23),7.8.9.10.

¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!

¿Y quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor, el fuerte, el poderoso,
el Señor poderoso en los combates.

¡Puertas, levanten sus dinteles,
levántense, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria!

¿Y quién es ese Rey de la gloria?
El Rey de la gloria es
el Señor de los ejércitos.

Fuente: Evangelizo.org




MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

Martes 02 de Febrero






HIMNO

Tiempo OrdinarioMartes de la Semana IV
Del Propio de la Fiesta
02 de Febrero



SANTORAL

Santoral del Día

Martes 02 de Febrero


    Esta santa nació en 1522, de una bien conocida familia florentina. Y fue bautizada con el nombre de Alejandrina. A los trece años tomó el nombre de Catalina, al recibir el hábito en el convento dominico de San Vicente en Prato, del cual su tío, el P. Timoteo dei Ricci, era director. Aquí sufrió durante dos años intensos dolores debidos a una complicación de enfermedades que sólo parecían agravarse con los remedios; pero santificó sus sufrimientos con su ejemplar paciencia, la cual sacaba en gran parte de su constante meditación sobre la Pasión de Cristo. Cuando era todavía muy joven fue elegida maestra de novicias, después superiora, y a los treinta años fue nombrada priora a perpetuidad.   La fama de su santidad y sabiduría le llevaba visitas de muchos seglares y personas del clero, incluyendo a tres cardenales, que después llegaron a papas. Algo semejante a lo que se cuenta de san Agustín y san Juan de Egipto, sucedió con san Felipe Neri y santa Catalina de Ricci: se habían escrito varias cartas, y aunque nunca se conocieron personalmente, ella se le apareció y habló con él en Roma, sin nunca haber salido de su convento en Prato. Esto lo declaró expresamente san Felipe Neri, quien era sumamente cauteloso en dar crédito a visiones, y fue confirmado por el juramento de cinco testigos.

    Catalina es conocida quizá más que otros místicos que han tenido privilegios semejantes, por la serie extraordinaria de éxtasis en los cuales contemplaba y vivía los pasos consecutivos que precedieron a la crucifixión de nuestro Salvador. Parece que estos éxtasis siempre seguían el mismo curso. Comenzaron cuando tenía veinte años, en febrero de 1542, y se renovaron cada semana, por doce años consecutivos. Naturalmente dieron mucho que hablar y una multitud de gente devota o curiosa quería visitar el convento. Esto ponía obstáculo al recogimiento de la comunidad, y estos inconvenientes se acentuaron más cuando en 1552 fue elegida priora. A petición suya, todas las monjas comenzaron a rezar fervorosamente para que cesaran estas manifestaciones, y, en 1554, llegaron a su fin. Mientras duraron, presentaron algunas características diferentes a las que suelen tener tales casos. Catalina perdía el conocimiento regularmente a medio día, todos los jueves, y volvía en sí veintiocho horas después, a las cuatro de la tarde del viernes. Sin embargo, ocurría una interrupción en este estado de arrobamiento. Se le llevaba regularmente la Sagrada Comunión en la mañana y volvía a estar lo suficientemente consciente del mundo exterior para recibirla con intensa devoción, pero casi inmediatamente después quedaba de nuevo en éxtasis, y reanudaba su contemplación de los pasos de la Pasión en el punto preciso donde las había dejado. Catalina tenía otro tipo de éxtasis durante los cuales, por lo general, permanecía enteramente pasiva, con los ojos fijos en el cielo. Pero en el éxtasis semanal de la Pasión su cuerpo se movía en conformidad con los ademanes y movimientos de Nuestro Señor, según los presenciaba en su contemplación. Por ejemplo, cuando lo prendían en el huerto, extendía las manos como para que se las ataran; se quedaba de pie majestuosamente, cuando lo ataron a la columna para azotarlo; inclinaba la cabeza, como para recibir la corona de espinas, y así sucesivamente. Un detalle aún más desacostumbrado en tales experiencias, era que con frecuencia se aprovechaba de la ocasión de los sufrimientos particulares de Jesucristo para exhortar a las hermanas que la rodeaban, en medio de sus éxtasis, y esto lo hacía, dice una de sus biógrafas, «con un conocimiento, una elevación de pensamiento y una elocuencia inesparados en una mujer, y especialmente en una mujer que no era ni ilustrada, ni literata». También se aseguraba corrientemente que Catalina era favorecida con los estigmas, las llagas de las manos, pies y costado, así como también la corona de espinas. En el proceso de beatificación se presentaron testimonios al respecto. Cosa curiosa, los que afirmaron haber visto los estigmas, parecen haber tenido diferente impresión en cada caso. Algunos miraban las manos completamente traspasadas y sangrantes, otros veían las señales de las llagas con luz tan brillante, que los deslumbraba, y todavía otros percibían sólo «llagas cicatrizadas, rojas e hinchadas, con una mancha negra en el centro, alrededor de la cual parecía circular la sangre». Esta diversidad tan notable en las relaciones de los testigos es aún más notable cuando describen el fenómeno místico, por el cual es especialmente famosa santa Catalina; a saber, el fenómeno del anillo. Se dice que Cristo le dio un anillo como prenda de sus esponsales espirituales con ella. El día de la Pascua de Resurrección de 1542, Nuestro Salvador se le apareció radiante de luz y después de quitarse de su dedo un fulgurante anillo, lo colocó en el índice de su mano izquierda, diciendo, «Hija mía, recibe este anillo como señal y prueba de que ahora y siempre me pertenecerás».

    En la «Positio super Virtutibus», que es el resumen de los testimonios dados, que ahora se hace en todos los procesos de beatificación para que los consultores analicen las virtudes heroicas de cualquier candidato a la beatificación, las declaraciones relativas a los esponsales místicos de Catalina ocupan mucho espacio. El promotor de la fe (popularmente conocido como «el abogado del diablo»), en la época en que la causa fue llevada ante la Congregación de Ritos, era el famoso Próspero Lambertini, mejor conocido después como el papa Benedicto XIV. La cuestión del anillo de santa Catalina atrajo particularmente su atención, e hizo varias críticas, a las cuáles respondió con detalle el postulador de la causa. Santa Catalina, como hemos visto, nació en 1522 y murió en 1590; desgraciadamente fue recién en 1614 cuando tuvo lugar el primer examen jurídico de testigos, en relación con la causa de beatificación. Como el anillo se había manifestado originalmente en abril de 1542, era prácticamente imposible que ninguna de las monjas que formaban parte de la comunidad cuando ocurrió esta maravilla, pudiera estar viva para dar su testimonio en 1614, setenta y dos años después. Se asegura al menos que el fenómeno se registró con intervalos, durante toda la vida de Catalina; además de testimonios escritos y de segunda mano, algunos testigos pudieron dar una relación de lo que ellos mismos habían visto. Los testimonios, en general, parecen contradictorios. Tal vez las pruebas más valiosas que se tienen en el proceso de beatificación sean dos documentos escritos, uno, la carta del Padre Neri, dominico, fechada el año 1549, o sea siete años después de los esponsales místicos; el otro, unas cuantas notas hechas por la hermana María Magdalena Strozzi, amiga íntima de Catalina, quien la atendió en su enfermedad. El primero relata la aparición de Nuestro Señor el domingo de Pascua y comenta particularmente que el anillo fue colocado en el dedo índice de su mano izquierda. Después de lo cual, prosigue: «"Los superiores de nuestra provincia han descubierto que, durante una quincena de Pascua, el anillo verdadero, o sea el anillo de oro con su diamante, fue visto por tres hermanas muy santas, en tres ocasiones diferentes. Cada una de ellas mayor de cuarenta y cinco años de edad. La primera fue la hermana Potenciana de Florencia, la segunda, la hermana María Magdalena de Prato (esta fue María Magdalena Strozzi, quien dejó una relación manuscrita de su bienamada madre Catalina), y la tercera fue la hermana Aurelia de Florencia. La superiora de Catalina le mandó que pidiera un favor a Jesucristo y Él concedió que todas las hermanas vieran el anillo, o al menos algo en su lugar, durante tres días consecutivos el lunes, el martes y el miércoles de la semana de Pascua. Durante esos días, todas las hermanas vieron en su dedo, junto al dedo medio de la mano izquierda, y en el sitio donde ella decía que estaba el anillo, un rombo rojo («quadretto») en el lugar de la piedra o diamante, y del mismo modo contemplaron un aro rojo alrededor de su dedo, en lugar del anillo. Catalina aseguraba que nunca había visto el rombo y el aro de la misma manera que las hermanas, porque ella siempre veía el anillo de oro y esmalte con su diamante. El anillo también fue visto durante todo el día de la Ascensión de 1542 y el día de Corpus Christi, como si fuera un enrojecimiento de la carne. Se añade que esta manifestación estuvo acompañada por un perfume sumamente agradable, que todos percibieron. El padre Neri añade el comentario de que este enrojecimiento del dedo no pudo haber sido causado por alguna pintura o tinte, porque el día de Corpus Christi, como él mismo dice, Catalina fue llevada a la iglesia para que el gobernador de la ciudad pudiera ver este círculo rojo. Pero toda señal del mismo desapareció en su presencia, aunque inmediatamente después se mostró otra vez a las monjas.

    En cuanto a la declaración del padre Neri de que tres de las monjas de más edad tuvieron el privilegio de ver el verdadero anillo de oro y esmalte rojo, es curioso que no se encuentre confirmación de esto en las propias notas de la hermana María Magdalena Strozzi, aunque ella es una de las tres mencionadas. Lo que ésta sí pone perfectamente en claro es que, durante los tres días después de Pascua, había un círculo rojo alrededor del dedo de Catalina, el cual describe como un anillo «entre piel y piel», lo que corresponde estrictamente a lo que el Dr. Imbert-Gourbeyre dice de Marie-Julie Jahenny: parecía como si un anillo rojo, de coral, se le hubiera enterrado en la carne del dedo. Además, las notas de la hermana María Magdalena impresionan conmovedoramente por la solicitud y temor que muestra de que Catalina hubiera sido víctima de algún engaño del demonio. Ella se lo dijo a su confesor y juntos hicieron experimentos con cinabrio y otros pigmentos, pero no pudieron reproducir en absoluto algo como el enrojecimiento en el dedo de Catalina. Entonces la hermana María Magdalena fue a ver a la misma Catalina y parece que con toda franqueza le contó sus dudas y escrúpulos. Estas manifestaciones extraordinarias, instaba, eran contrarias al espíritu v tradiciones del convento y eran muy peligrosas para la humildad y el anonadamiento, tan importante en la vida religiosa. Catalina estaba de acuerdo y con todo gusto se prestó a que hiciera lo que quisiera para borrar la señal. Ella sólo se lamentaba y pedía perdón por ser la causa de tanta turbación e intranquilidad espiritual como había en todo el resto de la comunidad. Entonces la hermana María Magdalena le tomó el dedo y lo puso en su boca para saber si tenía algún sabor, y también lo remojó en agua; después trató de quitar la señal con jabón, pero naturalmente nada dio resultado. Por otro lado, Catalina declaró con toda sencillez que ella veía en su dedo un anillo de oro engastado con un diamante ojival y no veía nada más. «Tengo que acudir a la fe», dijo a su amiga, «cuando me dices que tú percibes únicamente una señal roja». Es cierto que el hecho de que santa Catalina veía continuamente el anillo y su piedra con sus ojos corporales, y que no podía ver el círculo rojo, también se menciona en la carta del padre Neri en 1549.

    Los hechos son muy inciertos. Existen abundantes pruebas de que algunas veces aparecía la señal de un círculo rojo y un rombo en el dedo de Catalina, de modo que todos podían percibirlo. También parece cierto que ella siempre vio con sus ojos corporales, en aquel dedo, un anillo de oro con diamante engastado, pero no hay prueba satisfactoria que muestre que el anillo de oro haya sido realmente visto por algunos otros. Hay tantos y tan comprobados ejemplos de resplandor que irradia de la cara, manos y vestidos de los místicos cuando están arrobados en éxtasis, que podemos fácilmente conceder que esto pudo haber sucedido en el caso del dedo de Catalina. Si fuera así, posiblemente algunos testigos pudieron haberse engañado al ver la luz brillante y haberla interpretado como un anillo de oro con un diamante, del cual antes habían oído hablar. Una monja explícitamente dijo que el dedo despedía una luz tan brillante, que no podía ver qué clase de anillo lo circundaba.

    Santa Catalina de Ricci murió después de una prolongada enfermedad a la edad de sesenta y ocho años, el 2 de febrero de 1590. Los fenómenos extraordinarios de los cuales acabamos de hablar han colaborado a distraer la atención de otros rasgos de su vida. Se distinguió por una «excelente cordura psicológica y moral», y como muchos otros santos contemplativos, fue una buena administradora y cumplidora de los deberes de su casa y cargo. Nunca estaba más feliz que cuando atendía a los enfermos, y su influencia se extendió más allá de las paredes de su convento y de la ciudad. Una de sus características, y no la menos interesante, fue la reverencia que tenía por la memoria de Jerónimo Savonarola, a cuya intercesión celestial atribuía el restablecimiento de su salud en 1540. Santa Catalina fue canonizada en 1747.

    «Life of St. Catherine d'Ricci», por F. M. Capes (1905). P. Thurston, The Phisical Phenomena of Mysticism (1952).


Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Martes 02 de Febrero


    Aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.

    Es una fiesta antiquísima de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad.

    Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio. Obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él.

    Esta fiesta comenzó a ser conocida en Occidente, desde el siglo X, con el nombre de Purificación de la bienaventurada virgen María. Fue incluida entre las fiestas de Nuestra Señora. Pero esto no era del todo correcto, ya que la Iglesia celebra en este día, esencialmente, un misterio de nuestro Señor. En el calendario romano, revisado en 1969, se cambió el nombre por el de "La Presentación del Señor". Esta es una indicación más verdadera de la naturaleza y del objeto de la fiesta. Sin embargo, ello no quiere decir que infravaloremos el papel importantísimo de María en los acontecimientos que celebramos. Los misterios de Cristo y de su madre están estrechamente ligados, de manera que nos encontramos aquí con una especie de celebración dual, una fiesta de Cristo y de María.

    La bendición de las candelas antes de la misa y la procesión con las velas encendidas son rasgos chocantes de la celebración actual. El misal romano ha mantenido estas costumbres, ofreciendo dos formas alternativas de procesión. Es adecuado que, en este día, al escuchar el cántico de Simeón en el evangelio (Lc 2,22-40), aclamemos a Cristo como "luz para iluminar a las naciones y para dar gloria a tu pueblo, Israel".


Fuente: © ACI Prensa