miércoles, 24 de junio de 2020

MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



    No dejemos de ir al Sagrario; allí nos encontramos con el Corazón Eucarístico de Cristo. Los amigos del mundo hallan tanto consuelo en verse los unos a los otros, que pasan días enteros en sus conversaciones. Si tú y yo no dedicamos el mismo tiempo para ir a visitarlo en el Santísimo Sacramento, es que no consideramos a Jesús como el amigo fiel. Examina a fondo tu conciencia y verás que mucho de tu tiempo lo dedicas a cosas superfluas en lugar de ir al trono de la misericordia.

Reflexiona

    Uno de los males que más sufrimos en este mundo es que no encontramos quién nos escuche y nos ame. Tenemos que hacer el firme propósito en este mes de ir muchas veces al Sagrario para buscar al Amigo fiel.

EVANGELIO - 25 de Junio - San Mateo 7,21-29


    Segundo Libro de los Reyes 24,8-17.

    Joaquín tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. Su madre se llamaba Nejustá, hija de Elnatán, y era de Jerusalén.
    El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, tal como lo había hecho su padre.
    En aquel tiempo, los servidores de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén, y la ciudad quedó sitiada.
    Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a la ciudad mientras sus servidores la sitiaban, y Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia junto con su madre, sus servidores, sus príncipes y sus eunucos. El rey de Babilonia los tomó prisioneros en el año octavo de su reinado.
    Luego retiró de allí todos los tesoros de la Casa del Señor y los tesoros de la casa del rey, y rompió todos los objetos que Salomón, rey de Judá, había hecho para la Casa del Señor, como lo había anunciado el Señor.
    Deportó a todo Jerusalén, a todos los jefes y a toda la gente rica - diez mil deportados - además de todos los herreros y cerrajeros: sólo quedó la gente más pobre del país.
    Deportó a Joaquín a Babilonia; y también llevó deportados de Jerusalén a Babilonia a la madre y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los grandes del país.
    A todos los guerreros - en número de siete mil - a los herreros y cerrajeros - en número de mil - todos aptos para la guerra, el rey de Babilonia los llevó deportados a su país.
    El rey de Babilonia designó rey, en lugar de Joaquín, a su tío Matanías, a quien le cambió el nombre por el de Sedecías.


Salmo 79(78),1-2.3-5.8.9.

Oh Dios, los paganos invadieron tu herencia,
profanaron tu santo Templo,
hicieron de Jerusalén un montón de ruinas;
dieron los cadáveres de tus servidores
como pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus amigos, a las fieras de la tierra.

Derramaron su sangre como agua
alrededor de Jerusalén,
y nadie les daba sepultura.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Estarás enojado para siempre?
¿Arderán tus celos como un fuego?

No recuerdes para nuestro mal
las culpas de otros tiempos;
compadécete pronto de nosotros,
porque estamos totalmente abatidos.

Ayúdanos, Dios salvador nuestro,
por el honor de tu Nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados,
a causa de tu Nombre.


    Evangelio según San Mateo 7,21-29.

    Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
    Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.
    Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.
    Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
    Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
    Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
    Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
    Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Junio - "Vivir sobre la roca de la fe"


Beato Columba Marmion (1858-1923) abad Nuestra fe, victoria sobre el mundo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936)

Vivir sobre la roca de la fe

    El justo, el que por el bautismo ha revestido al hombre nuevo creado en la justicia, en tanto que justo, vive de la fe, de la luz que le aporta el sacramento de la iluminación. Más vive de la fe, más vive de la verdadera vida sobrenatural, más realiza en él la perfección de su adopción divina. Vean bien esta expresión: “Ex fide”. ¿Qué quiere decir exactamente? Que la fe debe ser la raíz de todos nuestros actos, de nuestra vida. Existen almas que viven “con la fe”: “Cum fide”. Tienen la fe y no se puede negar que la practican, pero sólo recuerdan su fe en ciertas ocasiones. (…) Pero cuando la fe es viva, fuerte, ardiente, cuando se vive de fe, o sea que nos conducimos en todo por los principios de la fe, cuando la fe es la raíz de todos nuestros actos y principio interior de toda nuestra actividad, entonces seremos fuertes y estables a pesar de las dificultades, contrariedades y tentaciones. ¿Por qué? Porque por la fe juzgamos y estimamos todo como Dios juzga y estima: participamos de la infalibilidad, inmutabilidad y estabilidad divina. Es lo que nos dijo Nuestro Señor. “Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica,” -es esto vivir de la fe- “puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó”, agregó en seguida Cristo Jesús, “porque estaba construida sobre roca” (Mt 7,24-25).

SANTORAL - SAN MÁXIMO DE TURÍN

25 de Junio


    En Turín, en la Liguria, san Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la salvación eterna.

    Se conserva la mayor parte de la obra literaria de san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven.

    En el año 451 un obispo Máximo de Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, y firmó la carta dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada «Epístola dogmática» del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura inmediatamente después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy anciano. Si es el santo del que hablamos, tuvo que haber muerto poco después de aquel Concilio.

    Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con esta perspectiva, y más bien en la actualidad se suele suponer que hubo dos Máximo de Turín, uno fallecido en el 408 o el 423 -que es el que celebramos hoy-, del que tenemos testimonio por Genadio, y otro que asistió a los sínodos mencionados, muerto después del 465, cuyo único recuerdo son esas dos firmas, y que no está inscripto en el Martirologio.

    La colección que se hizo de sus supuestas obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. «Debemos honrar a todos los mártires -recomienda-, pero especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella». En dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción, puesto que «por el signo de Jesucristo (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre todas nuestras empresas». En uno de sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a «los herejes que venden el perdón de los pecados», cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.

Oremos

    Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

EL CANON DE LA ESCRITURAS

ANTIGUO TESTAMENTO


El profeta y su época

    Sofonías es un profeta del reinado de Josías, y Josías es una paradoja en el plan histórico de Dios. Después de los tristes años de decadencia religiosa bajo el reinado de Manasés (698-643 a.C.), Josías es el gran restaurador y continuador de las reformas religiosas de su bisabuelo Ezequías. Luchó eficazmente contra nigromantes y adivinos, proscribió el culto en santuarios locales para centralizarlo exclusivamente en Jerusalén, desarraigó los restos de la idolatría, luchó contra el influjo asirio, promovió con su ejemplo una nueva observancia religiosa, logró ensanchar el reino hacia el norte en territorio del destruido reino de Israel.
    Semejante rey tenía todas las garantías para asegurar la prosperidad suya y de su reino. Pero, ¿qué sucedió? Que el rey, intentando detener las tropas del faraón que corrían en auxilio de Asiria, fue muerto en combate en Meguido; el pueblo, escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos, al sincretismo pagano. Estaba a poca distancia de la catástrofe.
    Sofonías colaboró con Josías (640-609 a.C.), denunciando las costumbres extranjeras, y predijo la destrucción de Nínive. Como profeta vive a la sombra de su gran contemporáneo Jeremías.

Mensaje religioso 

    El tema central de la predicación de Sofonías es el «día del Señor», un día de cólera que traerá la gran catástrofe sobre Jerusalén a causa de los pecados del pueblo. Es la respuesta de Dios a aquellos habitantes de la Ciudad Santa que piensan que «Dios no actúa ni bien ni mal» (1,12), es decir, que contempla pasivo e indiferente la rampante corrupción moral (1,1-18; 2,4-15).
    Es esta maldad la que le lleva a Sofonías a penetrar, como ningún otro profeta, en el sentido y raíz última del pecado que se anida en el corazón de las personas; no los actos, sino sus motivaciones: la arrogancia (2,10), la falta de confianza en Dios (3,1), la fanfarronería y la deslealtad de sus profetas, el desprecio de la ley por los sacerdotes (3,2), la mentira (3,13). El pecado, en definitiva, es la ruptura de una alianza que había colocado al pueblo en una relación no jurídica, sino íntima y personal con Dios. Por eso, el «día de la cólera», será un día de borrón y cuenta nueva.
    Pero la última palabra, como en los otros escritos proféticos, será un oráculo de restauración. Primero vendrá la gran purificación (3,9-13). De ella surgirá un «resto» de pobres y humildes, no constituido por la simple circuncisión física, sino por la conversión y la humilde fidelidad. Por eso también los paganos son llamados a incorporarse al servicio del Señor. El centro de reunión de los dispersos no es ya el monte de Sión en su materialidad, sino el «Nombre del Señor», refugio del pueblo humilde.


Fuente: La BIBLIA de NUESTRO PUEBLO
Texto: LUIS ALONSO SCHÖKE