sábado, 10 de febrero de 2024

GAUDETE ET EXSULTATE

CAPÍTULO TERCERO
A LA LUZ DEL MAESTRO
El gran protocolo


    103. Algo semejante plantea el Antiguo Testamento cuando dice: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto» (Ex 22,20). «Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Lv 19,33-34). Por lo tanto, no se trata de un invento de un Papa o de un delirio pasajero. Nosotros también, en el contexto actual, estamos llamados a vivir el camino de iluminación espiritual que nos presentaba el profeta Isaías cuando se preguntaba qué es lo que agrada a Dios: «Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora» (58,7-8).


-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 11 de Febrero - San Marcos 1,40-45.


    Libro del Levítico 13,1-2.45-46.

    El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes.
    La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: "¡Impuro, impuro!"
    Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.


Salmo 32(31),1-2.5.11.


¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,

y en cuyo espíritu no hay doblez!
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”.

¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!
¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos los rectos de corazón!


    Carta I de San Pablo a los Corintios 10,31-33.11,1.

    En resumen, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.
    No sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios.
    Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse.
    Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.


    Evangelio según San Marcos 1,40-45.

    Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
    Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
    En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Febrero - «Un leproso»


      San Francisco de Sales Sermón (06-12-1620): Combatir la lepraSermón 408-409. 412


«Un leproso» 

    Viene a Él un leproso que, suplicante y de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» Hay muchos leprosos en el mundo. Ese mal consiste en cierta languidez y tibieza en el servicio de Dios. No es que se tenga fiebre ni que sea una enfermedad peligrosa, pero el cuerpo está de tal manera manchado de la lepra que se encuentra débil y flojo.

    Quiero decir que no es que se tengan grandes imperfecciones ni se cometan grandes faltas, pero caemos en tantísimas omisiones pequeñas, que el corazón está lánguido y debilitado. Y lo peor de las desgracias es que en ese estado, a nada que nos digan o hagan, todo nos llega al alma.

    Los que tienen esta lepra se parecen a los lagartos, esos animales tan viles y abyectos, los más impotentes y débiles de todos, pero que, a pesar de ello, a poco que se les toque, se vuelven a morder... Lo mismo hacen los leprosos espirituales; están llenos de muchísimas imperfecciones pequeñas, pero son tan altivos que no admiten ser rozados y a poco que se les reprenda, se irritan y se sienten ofendidos en lo más vivo.

    ¿Qué remedio hay? Tenemos que agarrarnos fuertemente a la cruz de Nuestro Salvador, meditarla y llevar en nosotros la mortificación. No hay otro camino para ir al cielo; nuestro Señor lo recorrió el primero. Si no os ejercitáis en la mortificación de vosotras mismas, os digo que todo lo demás no vale nada y os quedaréis vacías de todo bien.

SANTORAL - NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

11 de Febrero


   Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Lourdes. Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernarda Soubirous en los montes Pirineos, junto al río Gave, en la gruta de Massabielle, cerca de la población de Lourdes, en Francia, y, desde entonces, aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar.

    El 11 de febrero de 1858, tres niñas: Bernadette Soubirous, de catorce años, su hermana Marie-Toinette, de once y su amiga Jeanne Abadie, de doce, salieron de su casa en Lourdes para recoger leña. Para llegar a un lugar a orillas del río Gave, donde les habían dicho que encontrarían ramas secas en abundancia, tenían que pasar ante una gruta natural abierta en los peñascos de Massabielle que bordeaban el cauce del río, después de cruzar un arroyo, cuya corriente movía la rueda de un molino. Las dos niñas más pequeñas vadearon el arroyo dando chillidos, porque el agua estaba muy fría. Bernadette, que a diferencia de sus compañeras, usaba medias en razón de su delicada salud -sufría de asma-, no se atrevía a imitarlas. Sin embargo, cuando las otras dos se negaron a ayudarla a pasar, comenzó a quitarse las medias. En eso estaba, cuando oyó a su lado el ruido de un murmullo, como el que produce un ráfaga de viento. Levantó la cabeza y comprobó que los arbolillos de la otra orilla estaban quietos; sólo que le pareció advertir un leve movimiento en las malezas que crecían ante la gruta, muy cerca de ella, al otro lado del arroyo. Se desentendió del asunto, acabó de quitarse las medias y, ya iba a meter un pie en el agua, cuando el susurro se repitió. Aquella vez se quedó mirando fijamente hacia la gruta y vio agitarse con fuerza las ramas de las zarzas, pero además, en un nicho dentro de la cueva, detrás y encima de las ramas, estaba la figura de «una joven vestida de blanco, no más alta que yo, saludándome con ligeras inclinaciones de la cabeza», como dijo más tarde Bernadette. La aparición era muy hermosa: la joven vestía túnica blanca, ceñida por una banda azul y llevaba un largo rosario colgado del brazo. Al verla, le pareció que hacía signos como invitándola a orar; Bernadette se arrodilló, extrajo de la bolsa su rosario y comenzó a recitarlo; entonces, la aparición tomó también el rosario en sus manos y empezó a pasar las cuentas, rezando, pero sin mover los labios. No se hablaron, pero al terminar los cinco misterios, la figura sonrió y, retrocediendo hacia las sombras de la gruta, desapareció. Las otras dos niñas regresaron de recoger la leña y se echaron a reír al ver de rodillas a Bernadette. Jeanne le reprochó que no las hubiese ayudado a recoger ramas secas y luego se encaramó a las rocas, corriendo hacia el otro lado de la gruta; pero Marie-Toinette se acercó a su hermana: «Tú estás como asustada, le dijo. ¿Viste algo que te dio miedo?». Bernadette se lo contó todo, mediante la promesa de que no lo repetiría a nadie; sin embargo, Toinette se lo dijo a su madre tan pronto como regresaron a casa. La señora Soubirous interrogó a Bernadette:
-Te engañaste, chiquilla -le dijo-. Debes haber visto una piedra.
-No, repuso la niña; era una jovencita y tenía un rostro muy bello.

    La madre llegó a la conclusión de que tal vez sería un alma del purgatorio y prohibió a su hija que volviese a la gruta. Los dos días siguientes Bernadette se quedó en casa, pero numerosos chiquillos de la vecindad que se habían enterado del suceso, la importunaron para que regresara al lugar. La señora Soubirous, exasperada, mandó a su hija a que pidiera consejo al padre Pomian, quien no le hizo caso; entonces, la señora recomendó a Bernadette que hablara con su padre y éste, después de algunas vacilaciones, la autorizó a que fuera. Varias niñas emprendieron el camino de la gruta, llevando una botella con agua bendita y, al llegar, todas se arrodillaron a rezar el Rosario. Cuando iban en el tercer misterio, «la misma joven blanca se hizo presente en el mismo lugar de antes», para decirlo con las propias palabras de Bernadette: «¡Ahí está!, le dije a la que estaba más cerca de mí y le puse el brazo sobre los hombros señalando a la joven blanca, pero ella no vio nada». Otra niña, llamada Marie Hillot, le dio el agua bendita y, levantándose, arrojó algunas gotas hacia la visión; la figura sonrió e hizo la señal de la cruz. Bernadette le habló: «Si vienes de parte de Dios, acércate». La figura avanzó un paso. En aquel momento, Jeanne Abadie con otras niñas trepó a las peñas de la gruta y lanzó una piedra que fue a caer a los pies de Bernadette. La visión desapareció. Pero Bernadette volvió a arrodillarse y permaneció inmóvil, como en un trance, con los ojos fijos en la gruta. Sus compañeras no pudieron moverla. Con dificultad, el molinero Nicolás y su mujer, levantaron en vilo a la chiquilla, y la llevaron por la pendiente hasta el molino, donde repentinamente volvió en sí y se echó a llorar amargamente. Pronto se reunieron ahí muchas gentes y la madre de Bernadette comenzó a regañar a su hija, con lo cual todos se retiraron discretamente y regresaron a Lourdes. Ninguno de cuantos conocían a Bernadette, ni siquiera las monjas que le enseñaban el catecismo, creyeron lo que decía. Algunos opinaron que lo que había visto era un ánima del purgatorio.

    La tercera aparición tuvo lugar el 18 de febrero, cuando una dama llamada Millet y su hija, que era de la Congregación de las Hijas de María, se llevaron a Bernadette hasta la gruta, una mañana muy temprano. Traían consigo una vela bendita, pluma y tinta. Las tres se arrodillaron a rezar y, cuando Bernadette murmuró que ahí estaba al figura, la hija de madame Millet le entregó pluma, papel y tinta.
-Si vienes de parte de Dios, por favor dime lo que quieres; si no, vete -dijo Bernadette.
Como la Señora se limitó a sonreír, la niña, agregó alargando el papel y la pluma:
-por favor ten a bien escribir tu nombre y lo que quieres.
Entonces, la aparición habló por primera vez utilizando el «patois» (dialecto) de Lourdes:
-No hay necesidad de que escriba lo que tengo que decir. ¿Quieres tener la amabilidad de venir aquí todos los días durante una quincena?
Después de una pausa añadió:
-No prometo hacerte feliz en esta vida, pero sí en la otra.
Y elevándose hacia el techo de la gruta, desapareció. El domingo 21 de febrero, gran número de personas la acompañó a la gruta, incluyendo el Dr. Dozous, un médico escéptico que tomó el pulso y examinó la respiración de la niña durante el trance. La aparición habló de nuevo: «Orarás a Dios por los pecadores», recomendó.

    Después de la misa mayor, Bernadette fue a visitar al procurador imperial, J. V. Dutour quien la interrogó detenidamente para llegar a la conclusión de que la chiquilla era sincera, pero estaba obsesionada. Después de las vísperas, el comisario de policía, Dominic Jacomet, mandó a buscarla y la sometió a un interrogatorio muy severo, y la despidió más tarde con la advertencia de que debía mantenerse lejos de la gruta o atenerse a las consecuencias. Aquellos funcionarios consideraban que la conducta de la chiquilla perturbaba el orden público, y además habían observado que los terrenos donde estaba situada la gruta ofrecían muy pocas seguridades a las grandes muchedumbres que iban a reunirse ahí. El día 22, Bernadette fue a la gruta, a pesar de la prohibición. Había allí un pequeño grupo de ciudadanos y dos gendarmes; pero la aparición no se produjo. El mismo día, el P. Pomian, confesor de Bernadette, declaró que si el procurador Dutour, máxima autoridad en el lugar, no había prohibido a la joven que se acercara a la gruta, ésta podía ir cuando quisiera. A las seis de la mañana del día 23, Bernadette llegó al lugar y ya se encontraba allí una multitud de doscientas personas. Aquella vez vio de nuevo la aparición y cayó en un trance que duró casi una hora. Al otro día, la multitud había aumentado a cuatrocientas o quinientas personas, y de nuevo Bernadette tuvo una hora de éxtasis cuando la aparición se manifestó. Pero se negó a revelar cualquier cosa que la Señora hubiese dicho. El jueves 25, después de rezar un misterio del Rosario, Bernadette comenzó a avanzar de rodillas por la pendiente que ascendía a la cueva, apartando suavemente el follaje. Al llegar al fondo de la gruta, dio media vuelta sin levantarse y avanzó en sentido contrario; después se detuvo a mirar inquisitivamente hacia el nicho, se puso en pie y caminó hacia el lado izquierdo de la cavidad. Hay dos nichos en la gruta: uno a mayor altura que el otro (en aquel se encuentra actualmente la imagen de Nuestra Señora) y una especie de túnel entre los dos. La figura apareció en distintos lugares; el 25 de febrero y el 25 de marzo, las dos ocasiones más importantes, la aparición estaba en la abertura inferior del túnel, al nivel del suelo, según afirmá el P. Martindale. Lo que la propia Bernadette relata es esto:
-Ve a beber en la fuente y lávate en sus aguas -le dijo la Señora.
Como Bernadette no sabía que hubiese una fuente en las peñas de la cueva, se volvió para acercarse al río. Pero entonces, la Señora volvió a hablar para explicarle. «Ella misma señaló con el dedo -dijo la joven-, para mostrarme dónde estaba la fuente; caminé hacia allí; pero sólo pude hallar un charquito de agua sucia; metí las manos, pero no pude coger agua suficiente para beber. Comencé a escarbar y salió agua, pero turbia. Por tres veces la saqué con las manos y la arrojé fuera; después ya podía beberse».

    Las gentes vieron que la niña se inclinaba y, al erguirse, tenía la cara sucia con lodo. De nuevo se inclinó y se diría que estaba mordisqueando las hojas de una planta. Instantes después, se enderezó y comenzó a andar hacia Lourdes. Al principio, la gente se mostró despectiva y hasta burlona, pero algo más tarde, aquel mismo día, todos quedaron asombrados al ver que había brotado un manantial de agua turbia en la gruta y su corriente desembocaba en el Gave. Antes de una semana, el manantial estaba produciendo 27.000 galones (unos 100.000 litros) diarios, como sigue haciéndolo hasta hoy. El 26 de febrero, ochocientos testigos vieron a Bernadette, en trance, arrastrándose por la pendiente de la gruta, inclinándose con frecuencia para besar el suelo y haciendo señas, como si invitara a los demás a imitarla. La aparición había aconsejado que se hiciera penitencia (aquel día del año 1858, fecha en que se reconoció como manantial la fuente que había surgido de la gruta, era el segundo viernes de Cuaresma y el Evangelio de la misa se refería a la piscina de aguas curativas que se hallaba frente a la Puerta de las Ovejas, en Jerusalén -Juan 5,1-15-).

    Las visiones del 27 y el 28 siguieron el curso de costumbre, aunque la muchedumbre creció. Bernadette se inclinó repetidas veces para besar el suelo, y las gentes la imitaron. Por la tarde del 28, la llevaron ante un magistrado quien le hizo las mismas advertencias. Para el l de marzo, el número de espectadores había aumentado a 1000 y, por primera vez, un sacerdote estaba presente. El señor cura de Lourdes y los cuatro párrocos, habían declarado que ellos no tenían nada que ver con la gruta de Massabielle, pero el abad Dézirat procedía de distritos lejanos y no estaba bajo la jurisdicción de Lourdes. Este sacerdote se mostró muy impresionado. Aquel día tuvo lugar una curación en el manantial, pero no se dio la noticia hasta meses después. El 2 de marzo, a las 7 de la mañana, estaban presentes 1700 personas cuando Bernadette vio la aparición por décima tercera vez. En aquella oportunidad, la Señora le rogó que hiciera saber a los clérigos su deseo de que se construyera una capilla y se realizara una procesión. Bernadette fue a ver al señor cura, quién la recibió fríamente, la despidió con palabras bruscas y dio a entender a los funcionarios civiles que él personalmente desaprobaba toda la cuestión de las apariciones.

    El 3 de marzo fue un día de grandes desilusiones y desprecios para Bernadette. A las 4000 personas que habían acudido, tuvo que confesarles su fracaso, porque la Señora no había aparecido; pero aquel mismo día, cuando la mayoría de los espectadores habían partido, volvió a la gruta, vio a la aparición y entró en trance durante corto tiempo. El 4 de marzo, ante miles de espectadores, volvió a tener la visión, entró en trance, pero no hubo novedades. Habían transcurrido catorce días y la Señora no volvió a aparecer; pero el 25 de marzo -día de la Virgen- Bernadette visitó la gruta entre las cuatro y las cinco de la madrugada, la Señora apareció y le dijo que se acercara. Bernadette le pidió entonces: «¿Quieres tener la bondad de decirme quién eres?» La aparición sonrió sin responder nada. La niña repitió la pregunta dos veces más y entonces la Señora juntó las manos, levantó la vista al cielo y respondió en patois:«Que soy era Inmaculada Conceptiou», «Yo soy la Inmaculada Concepción». Después siguió hablando: «Deseo que se me construya aquí una capilla». Bernadette replicó: «Ya les he dicho lo que tú quieres, pero ellos piden un milagro como prueba de tu deseo». La Señora volvió a sonreír y, sin agregar una palabra, se desvaneció a la vista de Bernadette.

    La penúltima de las apariciones tuvo lugar el 7 de abril; una muchedumbre de 1200 a 1300 personas vio a Bernadette en trance durante tres cuartos de hora. El Dr. Dozous estaba a su lado y constató que la niña alzaba las manos con los dedos entrelazados y las ponía sobre la llama de la vela que ardía frente a ella. Observó que la llama acariciaba sus dedos y se filtraba entre ellos, sin que la niña pareciera darse cuenta. No sólo era insensible al dolor, sino que los tejidos de su piel no fueron afectados por el fuego, ni le quedó cicatriz alguna. Cuando volvió en sí del trance, el doctor acercó la vela encendida a la mano izquierda de la niña y ésta la retiró de prisa, exclamando: «¡Me quema!» Debe admitirse, sin embargo que el padre Cross en su «Histoire de Notre-Dame de Lourdes» (I, 494-499) da razones que desacreditan esta declaración. De todas maneras, la comisión episcopal que examinó e informó las pruebas de las apariciones, no la tomó muy en cuenta. La décima octava y última aparición, ocurrió el 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Ya para entonces, la gruta estaba cercada para que el público no se aproximara y Bernadette no podía ver más que la parte superior del nicho por encima de las bardas y desde la orilla opuesta del río Gave; sin embargo, la figura no parecía más alejada que las otras veces. Después de aquella fecha, Bernadette Soubirous nunca volvió a tener visiones de la Santísima Virgen durante los veintiún años que aún vivió. A nadie más que a ella se le otorgó el privilegio de esas visiones.

    Conviene agregar unas palabras, a manera de comentario, sobre dos puntos relacionados con las apariciones de la Santísima Virgen en Lourdes: algunos críticos hostiles trataron de hacer creer que las manifestaciones sobrenaturales habían sido organizadas por el clero, desde Roma, con el propósito de que se confirmara y se popularizara el Dogma de la Inmaculada Concepción que, apenas cuatro años antes, había sido definido por el papa Pío IX. Puede comprobarse lo erróneo de esas críticas, recordando que fueron los informes de los testigos, recogidos por las autoridades locales y sometidos a la atención de la Prefectura del Departamento de Lourdes y al Ministerio del Interior de Francia, los que dieron pie a la historia, sin que el clero o la Iglesia se mezclara para nada en las supuestas apariciones, hasta que la fe las arraigó profundamente en el pueblo y ocurrió la extraña coincidencia del nacimiento de un manantial en la gruta y las gentes comenzaron a llegar allí por miles, desde todos los alrededores. Tampoco es posible que nadie llegue a creer sinceramente que las autoridades de la Iglesia, trataron de popularizar (como se afirmó) un Dogma aprobado por el Vaticano, «recurriendo a la imaginación y a la superstición de las masas» y para colmo, organizaran el fraude en una remota aldea perdida en los Pirineos, a cien kilómetros de la línea férrea más próxima. Además, todos los actos en la vida subsecuente de Bernadette, la pequeña «impostora» que habría servido de instrumento a algún astuto eclesiástico, desmienten categóricamente tal hipótesis. La muchacha no volvió a tener visiones; nunca se le ocurrió adornar con nuevos detalles el relato que hizo desde un principio; jamás demostró sentirse complacida o halagada por la atención que se le dispensaba y nunca obtuvo alguna ganancia pecuniaria por ello. Rehuyendo el cebo de la fama y la popularidad y conservando la sencillez de una niña, Bernadette ingresó a una orden religiosa de hermanas enfermeras, en 1886, a la edad de veintidós años. Hizo el noviciado en Nevers, lejos de Lourdes, y allí se quedó doce años, hasta su muerte; no tomó parte en ninguna de las grandes obras de construcción en torno a la gruta, ni en las ceremonias de la consagración de la basílica.

    En segundo lugar, es necesario llamar la atención hacia un hecho muy notable que confirma el carácter único y sobrenatural de las visiones de Bernadette. Durante sus prolongadas visitas a la gruta, mientras permanecía en trance, con los ojos fijos en la aparición que ella veía tan claramente, diciéndole cosas que hacían llorar de emoción a los campesinos que la observaban, nadie pretendió nunca haber visto lo que ella contemplaba. No hubo una alucinación colectiva, ni escenas de desorden, ni extravagancias, gritos, contorsiones o cualquiera otra muestra de exaltación. En cambio, cuando la serie de visiones de Bernadette había concluido, comenzaron a aparecer por todas partes falsas visionarias que hacían demostraciones repugnantes. Los informes que envió el comisario de la policía a la prefectura sobre este particular son muy claros. Algunas de las visionarias eran jóvenes realmente piadosas y de buena conducta, sobre todo María Courrech, criada del alcalde, reconocida por todos como una joven buena. Marie tuvo visiones desde abril hasta diciembre del mismo año y mucha gente le creyó, pero la diferencia entre sus arrobamientos y los de Bernadette era muy marcada. El P. Cross publicó el testimonio de un testigo intachable sobre las extravagancias de Marie. Si llegaron a producirse semejantes aberraciones en mujeres de buena disposición y preparación, ya puede imaginarse el lector lo que harían otras muchachas indiferentes e ignorantes, así como los chiquillos que, para imitar a sus mayores, comenzaron también a tener visiones. Los piadosos ciudadanos de Lourdes y los campesinos de las aldeas vecinas, enteramente convencidos de que las primeras apariciones en la gruta fueron auténticas, estaban dispuestos a ofrecer a cualquiera de sus vástagos como receptáculos de inspiración divina. No hay duda de que, a veces, esos niños quedaron en estado de arrobamiento y hasta hubo algunos que verdaderamente tuvieron alucinaciones. En cuanto a los «visionarios» adultos, aparte de los mencionados, sólo se puede decir que casi todos hicieron exhibiciones de fenómenos extraños y repulsivos, convulsiones histéricas, gestos, contorsiones, etc., y, por supuesto, en todos esos casos había razones para sospechar que se trataba de una impostura deliberada.

Oremos

    Santísima e Inmaculada Virgen María, que al aparecerte en la Gruta de Lourdes y a través de tu amorosa intercesión, muchos han visto curadas sus heridas físicas y espirituales y han encontrado el camino de la conversión. Madre de Misericordia, salud de los enfermos, consoladora de los afligidos, Tú conoces muy bien mis necesidades y sufrimientos. Mírame con ojos de misericordia ya que acudo a TI con plena confianza en tu santísima intercesión maternal. Obtén para mi de tu Divino Hijo, Madre Santísima este favor especial que hoy te pido. Nuestra Señora de Lourdes, rogad por nosotros. Amén.

-FRASE DEL DÍA-