martes, 22 de diciembre de 2020

EVANGELIO - 23 de Diciembre - San Lucas 1,57-66


        Libro de Malaquías 3,1-4.23-24.

    Así habla el Señor Dios.
    Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos.
    ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos.
     El se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia.
    La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
    Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible.
    El hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total.


Salmo 25(24),4-5ab.8-9.10.14.

Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador.

El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres.

Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad,
para los que observan los preceptos de su alianza.
El Señor da su amistad a los que lo temen
y les hace conocer su alianza.


    Evangelio según San Lucas 1,57-66.

    Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
    Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
    A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
    Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
    Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
    Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
    Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
    Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
    Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.

    Palabra Del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 23 de Diciembre - «Empezó a hablar bendiciendo a Dios»


San Gregorio Taumaturgo, obispo Homilía: Juan era la voz. Homilía [atribuida] sobre la santa Teofanía, 4: PG 10, 1181.

«Empezó a hablar bendiciendo a Dios» 

    [Juan Bautista decía:] en tu presencia, Señor, no me puedo callar, porque «yo soy la voz, y la voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor. Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí?» (Mt 3,3.14).

    Cuando yo nací borré la esterilidad de la que me dio a luz; y cuando era un recién nacido, llevé el remedio para el mutismo de mi padre recibiendo de ti la gracia de este milagro. Pero tú, nacido de la Virgen María de la manera que tú has querido y que solo tú conoces, no has borrado su virginidad y la has protegido añadiéndole el título de madre; ni su virginidad ha impedido tu nacimiento, ni tu nacimiento ha ensuciado su virginidad. Estas dos realidades incompatibles, el dar a luz y la virginidad, se unieron en una armonía única lo cual sólo está al alcance del Creador de la naturaleza.

    Yo que soy un hombre, sólo participo de la gracia divina; pero tú eres a la vez Dios y hombre, porque por naturaleza eres el amigo de los hombres (cf Sab 1,6).

SANTORAL - SAN JUAN DE KETY

23 de Diciembre


    San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia.

    Juan de Kety, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kety (o Kanty). Sus padres eran campesinos de buena posición, que al comprender que su hijo era muy inteligente, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente, que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Va a entrar Jesucristo».

    El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría». San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, san Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos.

    En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y san Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí». Los bienes y el dinero del santo estaban a disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas». Cuando corrió por la ciudad la noticia de que san Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos». Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.

Oremos

    Dios todopoderoso, concédenos crecer en santidad a ejemplo de San Juan de Kety, tu presbítero, para que, ejerciendo el amor y la misericordia con el prójimo, obtengamos nosotros tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén