viernes, 10 de abril de 2020

MEDITACIÓN DE LAS SIETE PALABRAS

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases
que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte


Oración

Jesús en la Cruz aboga:
da al ladrón: lega su Madre:
quéjase: la sed le ahoga:
cumple: entrega el alma al Padre
Al Calvario hay que llegar
porque Cristo, nuestra Luz,
hoy también nos quiere hablar
desde el ara de la Cruz.

    ¡Virgen de dolores y Madre mía! Que, como Tú, acompañe yo siempre a tu Hijo en vida, redención y muerte. Y después de glorificado en la tierra, le glorifique por toda la eternidad, junto a Él y junto a Ti. Te lo pido por tu aflicción y martirio, al pie de la Cruz. Asísteme siempre especialmente en este último momento del combate cristiano que abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea. Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Primera Palabra
"Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)

    Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Segunda Palabra
"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43)

    Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Tercera Palabra
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27)

    La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres. El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados. Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Cuarta Palabra
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)

    Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Quinta Palabra
"¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)

    La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere. Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad. Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Sexta Palabra
"Todo está consumado". (San Juan 19, 30)

    Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Séptima Palabra
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (San Lucas 23, 46)

    Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre. Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

    Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Oración Final
Padre Nuestro, Ave María, Gloria

SÁBADO SANTO

Jesús está sepultado
Es un día de reflexión y silencio


    "Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

    Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

    La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

    Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".

    Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."

    El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.

    Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).

    Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

    El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:

    "...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".

La Vigilia Pascual


    El sábado santo es un día de oración junto a la tumba esperando la resurrección. Es día de reflexión y silencio. Es la preparación para la celebración de la Vigilia Pascual.
    Por la noche se lleva a cabo la celebración de la Vigilia Pascual. Dicha celebración tiene tres partes importantes que terminan con la Liturgia Eucarística:
  • 1. Celebración del fuego nuevo.
  • 2. Liturgia de la Palabra.
  • 3. Liturgia Bautismal.
    Era costumbre, durante los primeros siglos de la Iglesia, bautizar por la noche del Sábado Santo, a los que querían ser cristianos. Ellos se preparaban durante los cuarenta días de Cuaresma y acompañados por sus padrinos, ese día se presentaban para recibir el Bautismo.

    También, ese día los que hacían penitencia pública por sus faltas y pecados eran admitidos como miembros de la asamblea.
Actualmente, la Vigilia Pascual conserva ese sentido y nos permite renovar nuestras promesas bautismales y acercarnos a la Iglesia con un espíritu renovado.

Celebración del fuego nuevo

    Al iniciar la celebración, el sacerdote apaga todas las luces de la Iglesia, enciende un fuego nuevo y con el que prende el cirio pascual, que representa a Jesús. Sobre el cirio, marca el año y las letras griegas "Alfa" y "Omega", que significan que Jesús es el principio y el fin del tiempo y que este año le pertenece.

    El sacerdote llevará a cabo la bendición del fuego. Luego de la procesión, en la que se van encendiendo las velas y las luces de la Iglesia, el sacerdote canta el Pregón Pascual.

    El Pregón Pascual es un poema muy antiguo (escrito alrededor del año 300) que proclama a Jesús como el fuego nuevo.

Liturgia de la Palabra

    Después de la Celebración del fuego nuevo, se sigue con la lectura de la Palabra de Dios. Se acostumbra leer siete lecturas, empezando con la Creación hasta llegar a la Resurrección.

    Una las lecturas más importantes es la del libro del Éxodo, en la que se relata el paso por el Mar Rojo, cómo Dios salvó a los israelitas de las tropas egipcias que los perseguían. Se recuerda que esta noche Dios nos salva por Jesús.

Liturgia Bautismal

    Suelen haber bautizos este día, pero aunque no los haya, se bendice la Pila bautismal o un recipiente que la represente y se recita la Letanía de los Santos. Esta letanía nos recuerda la comunión de intercesión que existe entre toda la familia de Dios. Las letanías nos permiten unirnos a la oración de toda la Iglesia en la tierra y la Iglesia triunfante, de los ángeles y santos del Cielo.

    El agua bendita es el símbolo que nos recuerda nuestro Bautismo. Es un símbolo que nos recuerda que con el agua del bautismo pasamos a formar parte de la familia de Dios.

    A todos los que ya estamos bautizados, esta liturgia nos invita a renovar nuestras promesas y compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus seducciones y a sus obras. También, de confirmar nuestra entrega a Jesucristo. Hay quienes acostumbran este día encender sus velas del bautismo y llevar un cirio pascual a la iglesia o agua bendita, para tener en sus hogares.

EVANGELIO - 11 de Abril - San Mateo 28,1-10


    Evangelio según San Mateo 28,1-10.

    Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro.
    De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.
    Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve.
    Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.
    El Ángel dijo a las mujeres: "No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.
    No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: 'Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán'. Esto es lo que tenía que decirles".
    Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
    De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
    Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Abril - "Esta es la noche en la que Cristo, rotas las cadenas de la muerte, asciende victorioso"


        San Hesiquio (¿-c. 451), monje, presbítero 1ª homilía para la Pascua

“Esta es la noche en la que Cristo, rotas las cadenas de la muerte, asciende victorioso” 

    El cielo brilla cuando está iluminado por el coro de las estrellas, y el universo brilla más aún cuando se levanta la estrella de la mañana. Pero esta noche brilla menos por el resplandor de los astros que por el gozo que experimenta ante la victoria de nuestro Dios y Salvador. “Tened valor: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Después de esta victoria de Dios sobre el enemigo invisible, también nosotros, ciertamente, venceremos a los demonios. Permanezcamos, pues, cerca de la cruz de nuestra salvación, para recoger los primeros frutos de los dones de Jesús. Celebremos esta noche santa con antorchas sagradas; que brote de nosotros una música divina, cantemos un himno celestial. El “Sol de justicia” (Ml 3,20), nuestro Señor Jesucristo, ha iluminado este día para el mundo entero, por medio de la cruz se ha levantado, y ha salvado a los creyentes…

    Nuestra asamblea, hermanos, es una fiesta de victoria, la victoria del Rey del universo, Hijo de Dios. Hoy el diablo ha sido derrotado por el Crucificado y, por el Resucitado, toda la humanidad se ha llenado de gozo… Este día grita: “Hoy he visto al Rey del cielo, ceñido de luz, subir por encima del rayo y de toda claridad, por encima del sol y de las aguas, por encima de las nubes”… Primero se escondió en el seno de una mujer, después en el seno de la tierra, santificando primero a los que son engendrados, seguidamente, por la Resurrección, dando la vida a los que estaban muertos, porque “pena y aflicción se alejarán” (Is 35,10)…

    Hoy, el paraíso ha sido abierto por este Resucitado, Adán ha vuelto a la vida, Eva ha sido consolada, la llamada es escuchada, el Reino está preparado, el hombre está salvado, Cristo es adorado. Con sus pies ha pisoteado a la muerte, ha hecho prisionero a este tirano, ha vaciado el país de los muertos. Ha subido al cielo, victorioso como un rey, glorioso como un jefe…, y ha dicho a su Padre: “Heme aquí, o Dios, con los hijos que tú me has dado” (Hb 2,13). Gloria a él ahora y por los siglos de los siglos.

SANTORAL - SANTA GEMMA GALGANI VERGINE

11 de Abril


    Sus 25 años de vida estuvieron marcados en su mayoría por fenómenos místicos ante los cuales hubo disparidades, incomprensiones y numerosos desprecios. Nació en Borgonuovo de Capannori, Italia el 12 marzo de 1878. Era la cuarta de ocho hermanos y la primera niña que alegraba el hogar. Su madre no quería bautizarla con el nombre de Gemma, que fue sugerido por un tío de la pequeña, porque en el martirologio no existían ascendentes de ninguna mujer canonizada que se hubiera llamado así. El párroco Olivio Dinelli con inspirado juicio alegó: «Muchas gemas hay en el cielo; esperemos que también ella sea un día otra Gemma del paraíso». Cuando tenía un mes de vida la familia se trasladó a Lucca, donde la santa pasó el resto de su existencia. A los 4 años oraba tiernamente a María, amor que le inculcó Aurelia, su madre, junto a la devoción por Jesús crucificado: «De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando... me enseñaba un crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres». La catequesis materna dio sus frutos sembrando en el corazón de Gemma una pasión desbordante por Cristo: «Jesús; yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón». Intuyendo Aurelia su inminente muerte, quiso que preparasen a la niña para la confirmación. Y mientras la recibía entendió que Jesús le pedía el sacrificio de verse privada de su madre.

    Aurelia murió el 17 de septiembre de 1885 a los 39 años. Gemma tenía 7 y se refugió en la Virgen: «Al perder a mi madre terrena me entregué a la Madre del cielo. Postrada ante su imagen, le dije: ‘¡María!, ya no tengo madre en la tierra; se tú desde el cielo mi Madre’». Por fortuna, tuvo la certeza de que Ella le amparaba porque su personal calvario no había hecho más que empezar. A los 9 años inició sus estudios en el colegio de Santa Zita fundado por la beata Elena Guerra. Por esa época, al conocer la Pasión de Cristo sintió un dolor que le desgarraba por dentro acompañado de fiebre alta. El 17 de junio de 1887, festividad del Sagrado Corazón, determinó ser religiosa, sentimiento unido a «un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la cruz». Se cumpliría con creces este deseo. En 1894 pereció Gino, el primogénito de la familia, al que ella amaba de forma singular. En 1896 fue intervenida de una lesión en el pie, que se efectuó sin anestesia, debiendo soportar inmenso dolor, y el 25 de diciembre de ese año privadamente consagró a Dios su castidad. En 1897 falleció su padre Enrico, que había sido farmacéutico, y con su deceso llegó un periodo de sinsabores al hogar de los Galgani. Perdieron todo y los hermanos se separaron. Gemma fue acogida por unos tíos y pasó por un breve y convulso periodo. Relegó las prácticas religiosas y las reemplazó por diversiones. Pero el sufrimiento la perseguía. Y sin darle apenas tregua a los 20 años se le presentó una osteítis en las vértebras lumbares que la dejó imposibilitada para caminar. Los dolores en la cabeza eran insoportables, la enfermedad avanzaba y los médicos la desahuciaron. Aunque se había propuesto llevar la cruz, no ocultó su contrariedad: «le dije a Jesús que no rezaría más si no me curaba. Y le pregunté qué pretendía teniéndome así. El ángel de la guarda me respondió: ‘Si Jesús te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu’». Sanó con la mediación de santa Margarita María Alacoque. La cortejaron dos caballeros que se prendaron de su belleza, pero no tuvieron nada que hacer. Dios era su único dueño. En los círculos del vecindario la conocían como «la jovencita de la gracia».

    El año 1899 fue crucial. El 8 de junio se le manifestaron por vez primera los estigmas de la Pasión. Serían ostensibles en numerosas ocasiones cuando oraba, momento en que sudaba sangre. Meses más tarde, en el transcurso de una misión, conoció a los padres pasionistas. Entonces sintió que Cristo le decía: «Tu serás una hija predilecta de mi Corazón». Estos religiosos la condujeron a la familia Gianni, cuya ayuda fue decisiva para afrontar lo que iba a sobrevenirle. Había caído en sus manos la vida de san Gabriel de la Dolorosa, escrita por el P. Germán de San Estanislao, C.P., que sería su director espiritual, y a partir de entonces su vida dio un giro radical. Las visiones, éxtasis y vaticinios comenzaron a sucederse mientras su salud empeoraba. Su virtud traspasaba la morada y los hechos inexplicables formaban parte de su día a día. Los estigmas invariablemente se le reproducían del jueves al viernes. Para que no viesen sus llagas usaba guantes negros y se ataviaba con un discreto vestido del mismo color. Aún así, no pudo evitar que estos favores saltaran a la calle. Y la misma gente que antes la admiró, se burlaba de ella y la tildaban de histérica y farsante. También el obispo Mons. Volpi, que fue su confesor, tuvo sus dudas. Paralelamente, los científicos no hallaban explicación a los hechos que le acontecían. El P. Germán la sostuvo espiritualmente ante la exigencia de pruebas y el arrecio de las dificultades. Gemma sobrellevaba su dolor en silencio. Por su mediación, se obraban grandes conversiones. Con todo, en su trayectoria espiritual hubo muchas incursiones violentas del diablo. En 1901 su director le indicó que redactase su biografía: «El cuaderno de mis pecados». En ella se percibe su profundo sentido victimal: se había ofrendado en holocausto por los pecadores. Instada por Cristo a fundar un monasterio para los pasionistas en Lucca, en 1901 enfermó gravemente. En el último periodo de su vida la oscuridad y la angustia por sus pecados le pesaron como una losa. Murió el Sábado Santo, 11 de abril de 1903, en medio de espantosos dolores que ofreció con carácter expiatorio. Ese año Pío X autorizó la erección del monasterio. Pío XI la beatificó el 14 de mayo de 1933. Pío XII la canonizó el 2 de mayo de 1940.

Oración compuesta por Santa Gemma

    Aquí me tenéis postrada a vuestros Pies Santísimos, mi querido Jesús, para manifestaros en cada instante mi reconocimiento y gratitud por tantos y tan continuos favores como me habéis otorgado y que todavía queréis concederme. Cuántas veces os he invocado, ¡oh Jesús!, me habéis dejado siempre satisfecha; he recurrido a menudo a vos, y siempre me habéis consolado . ¿Cómo podré expresaros mis sentimientos amado Jesús? Os doy gracias ... pero otra gracia quiero de Vos. ¡Oh, Dios mío! , si es de vuestro agrado ... Si no fuerais Todopoderoso no os haría esta súplica.¡Oh Jesús!, tened piedad de mí. Hágase en todo vuestra santísima Voluntad. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL CHRISTIFIDELES LAICI SOBRE VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO



CAPÍTULO III
OS HE DESTINADO PARA QUE VAYÁIS Y DEIS FRUTO
La corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misión




Id por todo el mundo

35. La Iglesia, mientras advierte y vive la actual urgencia de una nueva evangelización, no puede sustraerse a la perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos —y son millones y millones de hombres y mujeres— no conocen todavía a Cristo Redentor del hombre. Ésta es la responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia.

La acción de los fieles laicos —que, por otra parte, nunca ha faltado en este ámbito— se revela hoy cada vez más necesaria y valiosa. En realidad, el mandato del Señor «Id por todo el mundo» sigue encontrando muchos laicos generosos, dispuestos a abandonar su ambiente de vida, su trabajo, su región o patria, para trasladarse, al menos por un determinado tiempo, en zona de misiones. Se dan también matrimonios cristianos que, a imitación de Aquila y Priscila (cf. Hch 18; Rm 16 3 s.), están ofreciendo un confortante testimonio de amor apasionado a Cristo y a la Iglesia, mediante su presencia activa en tierras de misión. Auténtica presencia misionera es también la de quienes, viviendo por diversos motivos en países o ambientes donde aún no está establecida la Iglesia, dan testimonio de su fe.

Pero el problema misionero se presenta actualmente a la Iglesia con una amplitud y con una gravedad tales, que sólo una solidaria asunción de responsabilidades por parte de todos los miembros de la Iglesia —tanto personal como comunitariamente— puede hacer esperar una respuesta más eficaz.

La invitación que el Concilio Vaticano II ha dirigido a las Iglesias particulares conserva todo su valor; es más, exige hoy una acogida más generalizada y más decidida: «La Iglesia particular, debiendo representar en el modo más perfecto la Iglesia universal, ha de tener la plena conciencia de haber sido también enviada a los que no creen en Cristo»[126].

La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. «Las llamadas Iglesias más jóvenes —han dicho los Padres sinodales— necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias»[127].

En esta nueva etapa, la formación no sólo del clero local, sino también de un laicado maduro y responsable, se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la plantatio Ecclesiae[128]. De este modo, las mismas comunidades evangelizadas se lanzan hacia nuevos rincones del mundo, para responder ellas también a la misión de anunciar y testificar el Evangelio de Cristo.

Los fieles laicos, con el ejemplo de su vida y con la propia acción, pueden favorecer la mejora de las relaciones entre los seguidores de las diversas religiones, como oportunamente han subrayado los Padres sinodales: «Hoy la Iglesia vive por todas partes en medio de hombres de distintas religiones (...). Todos los fieles, especialmente los laicos que viven en medio de pueblos de otras religiones, tanto en las regiones de origen como en tierras de emigración, han de ser para éstos un signo del Señor y de su Iglesia, en modo adecuado a las circunstancias de vida de cada lugar. El diálogo entre las religiones tiene una importancia preeminente, porque conduce al amor y al respeto recíprocos, elimina, o al menos disminuye, prejuicios entre los seguidores de las distintas religiones, y promueve la unidad y amistad entre los pueblos»[129].

Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración, según las mismas palabras del Señor Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos. Pues, ¡rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!» (Mt 9, 37-38).



[126] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 20. Cf. también Ibid., 37.

[127] Propositio 29.

[128] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 21.

[129] Propositio 30 bis.