viernes, 10 de octubre de 2025

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 11 de Octubre - San Lucas 11,27-28


    Libro de Joel 4,12-21.

    ¡Que despierten y suban las naciones al valle de Josafat! Porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones de alrededor.
    Pongan mano a la hoz: la mies está madura; vengan a pisar: el lagar está lleno; las cubas desbordan: ¡tan grande es su maldad!
    ¡Multitudes innumerables en el valle de la Decisión! Porque se acerca el Día del Señor en el valle de la Decisión.
    El sol y la luna se oscurecen, las estrellas pierden su brillo.
    El Señor ruge desde Sión y desde Jerusalén hace oír su voz: ¡tiemblan el cielo y la tierra! ¡Pero el Señor será un refugio para su pueblo, un resguardo para los israelitas!
    Así ustedes sabrán que yo soy el Señor, su Dios, que habito en Sión, mi santa Montaña. Jerusalén será un lugar santo, y los extranjeros no pasarán más por ella.
    Aquel día, las montañas destilarán vino nuevo y manará leche de las colinas; por todos los torrentes de Judá correrán las aguas, y brotará un manantial de la Casa del Señor, que regará el valle de las Acacias.
    Egipto se convertirá en una desolación y Edóm en un desierto desolado, a causa de la violencia cometida contra las hijos de Judá, cuya sangre inocente derramaron en su país.
    Pero Judá será habitada para siempre y Jerusalén por todas las generaciones.
    Yo vengaré su sangre, no la dejaré impune, y el Señor tendrá su morada en Sión.

    Palabra de Dios


Salmo 97(96),1-2.5-6.11-12.

¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables.
Nubes y Tinieblas lo rodean,
la Justicia y el Derecho son

la base de su trono.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra.
Los cielos proclaman su justicia

y todos los pueblos contemplan su gloria.
Nace la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégrense, justos, en el Señor
y alaben su santo Nombre.


    Evangelio según San Lucas 11,27-28.

    Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: "¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!".
    Jesús le respondió: "Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Octubre - «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»


San Beda el Venerable (c. 673-735) monje benedictino, doctor de la Iglesia Homilía sobre S. Lucas; L. IV, 49


«Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»
    
    «Dichosa la madre que te engendró y los pechos que te amamantaron». Grande es la devoción y grande es la fe que expresan estas palabras de la mujer del evangelio.  Mientras que los escribas y fariseos blasfeman y ponen a prueba al Señor, esta mujer reconoce, delante  de todos, su encarnación con una lealtad tal y le confiesa con tanta seguridad, que llega a hacer que queden confundidos la calumnia de sus contemporáneos y la falsa fe de los futuros herejes. Los contemporáneos de Jesús negaban que fuera verdaderamente hijo de Dios, consubstancial al Padre, con lo cual hacían agravio a la obra del Espíritu Santo. Después, a lo largo del tiempo, también han existido hombres que han negado que María siempre virgen, diera, por obra del Espíritu Santo, la substancia de su carne al Hijo de Dios que había de nacer con un verdadero cuerpo humano; negaron que fuera verdaderamente Hijo del hombre, de la misma naturaleza que su madre. Mas el apóstol Pablo desmiente esta opinión cuando dice que Jesús es «nacido de mujer, sujeto a la  ley» (Gal 4,4). Porque, concebido en el seno de la Virgen, ha sacado su carne no de la nada, ni de otra parte,  sino del cuerpo de su madre. Si no fuera así no sería correcto llamarle verdaderamente Hijo del hombre...

    Verdaderamente dichosa madre que, según expresión del poeta, «dió a luz al Rey que gobierna cielos y tierra por los siglos de los  siglos. Ella tiene el gozo de la maternidad y el honor de la virginidad.  Antes que ella no ha habido mujer semejante, y no se verá otra después de ella» (Sedulius). Y, sin embargo, el Señor añade: «Son aún más dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».  El  Salvador confirma magníficamente el testimonio de esta mujer, pues no tan sólo declara dichosa a aquella a quien se le ha concedido dar a luz corporalmente al Verbo de Dios, sino también dichosos todos  aquellos que procurarán concebir espiritualmente al mismo Verbo al permanecer atentos a la fe y, teniéndole presente y practicando el bien, darán a luz y alimentarán su corazón y el de otros.

SANTORAL - SAN JUAN XXIII

11 de Octubre


    Nació en el seno de una familia numerosa campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede.
En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.

    Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

    Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

    De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

    En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.

    En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

    En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».

    Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

    En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.

    Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

    En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.

    Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

    Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

    San Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
    El Papa Francisco canonizó a Juan XXIII el 27 de abril de 2014 .

Oremos

    Dios todopoderoso y eterno, que llamaste a tu hijo Ángelo a cumplir el ministerio petrino bajo el nombre de Juan XXIII, ten misericordia de nosotros y danos, por intercesión del "Papa Bueno", la caridad y la paz, para vivirlas en cada momento de nuestras vidas, hasta el momento que dispongas de nosotros en esta tierra. Ayúdanos para alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesús, y permite que esta petición, que humildemente te solicitamos, sea iluminada por el Espíritu Santo. Amen.

-FRASE DEL DÍA-