viernes, 4 de diciembre de 2020

EVANGELIO - 05 de Diciembre - San Mateo 9,35-38.10,1.5a.6-8


    Libro de Isaías 30,19-21.23-36.

    Así habla el Señor: Sí, pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, ya no tendrás que llorar: él se apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te escuche, te responderá.
    Cuando el Señor les haya dado el pan de la angustia y el agua de la aflicción, aquel que te instruye no se ocultará más, sino que verás a tu maestro con tus propios ojos.
    Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra: "Este es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la izquierda".
    El Señor te dará lluvia para la semilla que siembres en el suelo, y el pan que produzca el terreno será rico y sustancioso. Aquel día, tu ganado pacerá en extensas praderas.
    Los bueyes y los asnos que trabajen el suelo comerán forraje bien sazonado, aventado con el bieldo y la horquilla.
    En todo monte elevado y en toda colina alta, habrá arroyos y corrientes de agua, el día de la gran masacre, cuando se derrumben las torres.
    Entonces, la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces más intensa -como la luz de siete días- el día en que el Señor vende la herida de su pueblo y sane las llagas de los golpes que le infligió.
    ¡Miren que el nombre del Señor viene de lejos! Arde su ira y es densa la humareda; sus labios desbordan de indignación y su lengua es como fuego devorador.
    Su aliento es como un torrente desbordado, que sube hasta el cuello, para zarandear a las naciones con la criba destructora y poner el freno del extravío en las quijadas de los pueblos.
    Entonces, ustedes cantarán como en la noche sagrada de la fiesta, y habrá alegría en los corazones, como cuando se avanza al son de la flauta para ir a la montaña del Señor, hacia la Roca de Israel.
    El Señor hará oír su voz majestuosa y mostrará su brazo que se descarga en el ardor de su ira, en la llama de un fuego devorador, en el huracán, la tormenta y el granizo.
    Asiria temblará ante la voz del Señor, que golpeará con el bastón; y cada vez que pase la vara vengadora que el Señor descargará contra ella, irá acompañada de tamboriles y cítaras, en los combates que el Señor entablará con ella, blandiendo su brazo.
    Porque la hoguera está preparada hace tiempo, está dispuesta también para el rey: se ha hecho una pira profunda y ancha, con fuego y leña en abundancia, y el soplo del Señor la encenderá como un torrente de azufre.


Salmo 147(146),1-6.

¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios,
qué agradable y merecida es su alabanza!
El Señor reconstruye a Jerusalén
y congrega a los dispersos de Israel.

Sana a los que están afligidos
y les venda las heridas.
Él cuenta el número de las estrellas
y llama a cada una por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su inteligencia no tiene medida.
El Señor eleva a los oprimidos
y humilla a los malvados hasta el polvo.


    Evangelio según San Mateo 9,35-38.10,1.5a.6-8.

    Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
    Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
    Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
    Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
    Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
    A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
    Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
    Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 05 de Diciembre - «Al contemplar aquel gran gentío, Jesús sintió compasión, porque estaban decaídos y desanimados»



     San Padre Pío de Pietrelcina, capuchino Escritos GF 171,169, Buona Giornata.

«Al contemplar aquel gran gentío, Jesús sintió compasión,
 porque estaban decaídos y desanimados»

    La esperanza en la misericordia inagotable de Dios nos sostiene en el tumulto de las pasiones y en la tempestad de las contrariedades. Con confianza acudamos al sacramento de la penitencia donde el Señor nos espera en todo momento como un Padre de misericordia. Es cierto que en su presencia somos conscientes de no merecer su perdón; pero no dudamos de su misericordia infinita. Olvidemos, pues, nuestros pecados como Dios los olvida antes que nosotros.

    No hay que volver sobre ellos, ni con el pensamiento ni en la confesión, si ya los hemos confesado anteriormente. Gracias a nuestro arrepentimiento sincero, el Señor los ha perdonado una vez por todas. Querer volver sobre ellos para quedar de nuevo absueltos o porque dudamos que nos hayan sido perdonados ¿no sería una falta de confianza en la bondad divina?

    Si esto te puede traer algún alivio, puedes volver con tu pensamiento sobre las ofensas contra la justicia de Dios, o su sabiduría, o su misericordia, pero únicamente para llorar lágrimas saludables de arrepentimiento y de amor.

SANTORAL - BEATO NICOLÁS STENSEN

05 de Diciembre


    En Schwerin, en la región del norte de Alemania, tránsito del beato Nicolás Stensen, obispo titular de Titiópolis, el cual, siendo oriundo de Dinamarca, fue primero uno de los más preclaros investigadores de las ciencias naturales de su tiempo, pero al abrazar la fe católica, queriendo servir a Dios en la tutela de la verdad, fue ordenado presbítero y después obispo, y desarrolló con todo esmero su misión en la Europa septentrional.

    Como no hay un sacerdote para confesarlo en su lecho de muerte, él se confiesa en público, haciendo en voz alta una lista de sus pecados. Así muere Niels Stensen (Nicolaus Stenonis, en su forma latinizada). Nacido en una familia acomodada luterana (su padre es orfebre en la corte danesa), estudió medicina en la Universidad de Copenhague, Rostock y Ámsterdam, donde descubre y describe el conducto de la glándula parótida, que se extiende desde la boca, y será conocido como conducto de Stenon.

    Siguen siendo fundamentales sus estudios de geología y cristalografía: es una luminaria brillante, acogido por gobernantes y academias de toda Europa. Pero su ansiedad de conocimiento también se extiende a las cuestiones de fe, especialmente desde que puso el «campamento base» de su viajes en Florencia. Aquí, en tierra católica, sigue los ritos, estudia los principios dialogando con doctos religiosos, con la señora Lavinia Arnolfini de Lucca, con la clarisa Maria Flavia Del Nero; en Livorno lo conmueve la procesión del Corpus Christi, en junio de 1667. Y al noviembre siguiente lo acoge con sus sacramentos la Iglesia de Roma.

    El hombre de ciencia y de fe continúa sus investigaciones, y se dedica también a una suerte de predicación, explicando con cartas a sus muchos amigos luteranos su elección del catolicismo. Y entonces llega el sacerdocio. Ordenado sacerdote en 1675 en Florencia, dos años más tarde obispo, el papa Inocencio XI le envía como vicario apostólico al norte de Alemania, casi toda luterana. Su actuación como obispo católico en la tierra de la Reforma es considerado hoy un maravilloso presagio de ecumenismo, con claridad en los principios y apertura límpida a las personas. El obispo-científico hace unos muchas visitas pastorales a pie, con humildad, y sabe decir «no» si un príncipe católico captura ilegalmente un obispado. Aceptó ser un simple misionero en Schwerin, aunque desgastado por una crisis renal.

    Se despide con aquel heroico homenaje al sacramento de la Penitencia con el que comenzaba esta narración; y además con una gran «señal»: los luteranos hospedan su cuerpo en su iglesia hasta su traslado a Florencia, a la basílica de San Lorenzo, donde aún permanece.

    El Beato Stensen fue elevado a los altares el 23 de octubre del año 1988 en la Basílica de San Pedro del Vaticano por San Juan Pablo II, quien lo recordó como un incansable peregrino "en búsqueda de la verdad tanto en la ciencia como en la religión, en la convicción de que cada descubrimiento, aunque modesto, constituye un paso adelante hacia la verdad absoluta, hacia ese Dios del que depende todo el universo".