martes, 16 de julio de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



EVANGELIO - 17 de Julio - San Mateo 11,25-27


    Libro de Isaías 10,5-7.13-16.

    Así habla el Señor: "¡Ay de Asiria! Él es el bastón de mi ira y la vara de mi furor está en su mano.
    Yo lo envío contra una nación impía, lo mando contra un pueblo que provocó mi furor. para saquear los despojos y arrebatar el botín, y pisotearlo como al barro de las calles.
    Pero él no lo entiende así, no es eso lo que se propone: él no piensa más que en destruir y en barrer una nación tras otra."
    Porque él ha dicho: "Yo he obrado con la fuerza de mi mano, y con mi sabiduría, porque soy inteligente. He desplazado las fronteras de los pueblos y he saqueado sus reservas: como un héroe, he derribado a los que se sientan en tronos.
    Mi mano tomó como un nido las riquezas de los pueblos; como se juntan huevos abandonados, así he depredado toda la tierra, y no hubo nadie que batiera las alas o abriera el pico para piar".
    ¿Se gloría el hacha contra el leñador? ¿Se envanece la sierra contra el que la maneja? ¡Como si el bastón manejara al que lo empuña y el palo levantar al que no es un leño!
    Por eso el Señor de los ejércitos hará que la enfermedad consuma su vigor y dentro de su carne hará arder una fiebre, como el ardor del fuego.


Salmo 94(93),5-6.7-8.9-10.14-15.

Ellos pisotean a tu pueblo, Señor,
y oprimen a tu herencia;
matan a la viuda y al extranjero,
asesinan a los huérfanos;

Y exclaman: “El Señor no lo ve,
no se da cuenta el Dios de Jacob”.
¡Entiendan, los más necios del pueblo!
y ustedes, insensatos, ¿cuándo recapacitarán?

El que hizo el oído, ¿no va a escuchar?
El que formó los ojos, ¿será incapaz de ver?
¿Dejará de castigar el que educa a las naciones
y da a los hombres el conocimiento?

Porque el Señor no abandona a su pueblo
ni deja desamparada a su herencia:
la justicia volverá a los tribunales
y los rectos de corazón la seguirán.


    Evangelio según San Mateo 11,25-27.

    Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
    Sí, Padre, porque así lo has querido.
    Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 17 de Julio - «Las has revelado a los pequeños»


       San Ireneo de Lyon, obispomTratado contra las herejías, IV, 6, 4.7.3


«Las has revelado a los pequeños»

    El Señor nos enseña que la persona no puede llegar a conocer a Dios a no ser que el mismo Dios se lo manifieste; dicho de otra manera: no podemos conocer a Dios sin su ayuda. Pero el Padre quiere ser conocido: le conocerán aquellos a quienes el Hijo se lo revelará…. La palabra «revelará» no se refiere sólo al futuro, como si el Verbo no hubiera comenzado a revelar al Padre si no después de nacer de María, sino que se refiere a la totalidad del tiempo. Desde el principio, el Hijo, presente en la creación que él mismo ha modelado, revela el Padre a todos los que el Padre quiere, cuando quiere y como lo quiere. En todas las cosas y a través de todas las cosas, no existe más que un solo Dios Padre, un solo Verbo, un solo Espíritu y una sola salvación para todos los que creen en él.

    En efecto, nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, es decir, si el Hijo no se lo revela, ni conocer al Hijo sin el «beneplácito» del Padre… Jesús dijo a sus apóstoles: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» (Jn 14,6-7).

SANTORAL - BEATA TERESA DE SAN AGUSTÍN Y COMPAÑERAS MÁRTIRES

17 de Julio


    En París, en Francia, beatas Teresa de San Agustín (María Magdalena Claudina) Lindoine y quince compañeras, vírgenes del Carmelo de Compiègne y mártires, que durante la Revolución Francesa se mantuvieron fieles a la observancia monástica, y ante el patíbulo renovaron las promesas bautismales y los votos religiosos. Sus nombes son: beatas María Ana Francisca de San Luis Brideau, María Ana de Jesús Crucificado Piedcourt, Carlota de la Resurrección (Ana María Magdalena) Thouret, Eufrasia de la Inmaculada Concepción (María Claudia Cipriana) Brard, Enriqueta de Jesús (María Gabriela) de Croissy, Teresa del Corazón de María (María Ana) Hanisset, Teresa de San Ignacio (María Gabriela) Trézelle, Julia Luisa de Jesús (Rosa) Chrétien de Neufville, María Enriqueta de la Providencia (Ana) Pelras, Constancia (María Genoveva) Meunier, María del Espíritu Santo (Angélica) Roussel, María de Santa Marta Dufour, Isabel Julia de San Francisco Vérolot, Catalina y Teresa Soiron. La reforma teresiana del Carmelo se aceptó en Francia en 1604. En 1641 la señora de Louvancourt fundó en dicho país el quincuagésimo tercer convento de la orden, en Compiégne, y aquella casa se distinguió, desde el primer momento, por su estricta observancia.

    La Revolución Francesa estalló en 1789. A principios del año siguiente, las comunidades religiosas fueron suprimidas, excepto las que estaban dedicadas a la enseñanza o al cuidado de los enfermos. En agosto, se llevó a cabo la «visita» del convento de las carmelitas de Compiégne, cuyos bienes fueron confiscados y las religiosas, con vestimentas civiles, fueron expulsadas del lugar. Fuera del claustro, se dividieron en cuatro grupos al mando, respectivamente, de la superiora, la vice superiora, la maestra de novicias y una religiosa profesa. Los grupos se separaron y cada uno se hospedó en una casa diferente, cerca de la iglesia de San Antonio. En cuanto era posible en aquellas circunstancias, las religiosas observaron la regla y llevaron vida de comunidad. Los grupos estaban en contacto constante unos y otros, con la discreción necesaria para evitar que las sorprendiesen. A pesar de todas las precauciones, en junio de 1794 las autoridades hicieron una visita de inspección a las cuatro casas y detuvieron a todas las monjas bajo la acusación de que continuaban, ilegalmente, su vida de comunidad, lo cual constituía una conspiración contra la República. Con ellas fue arrestado Moulot de la Ménardiére por haberles prestado auxilio. Las religiosas fueron encarceladas en el antiguo convento de la Visitación de Compiégne. En el otro extremo del mismo edificio habían sido encarceladas, desde octubre del año anterior, las benedictinas inglesas de Cambrai. En 1795 se permitió que éstas regresaran a Inglaterra y se llevaran las ropas que las carmelitas habían usado en Compiégne. Por esa razón se conservan muchas reliquias (como las de Stanbrook, Darlington, Lanherne, Chichester, Culton, Nueva Subiaco y Nueva Gales del Sur) y además, los datos sobre ellas registrados en los archivos de la abadía de Stanbrook, que fueron de extraordinaria utilidad cuando se ofrecieron como testimonio en el proceso de beatificación de las carmelitas.

    En 1790 las monjas de Compiégne habían prestado el juramento cuya legitimidad se discutía tanto en aquella época, de defender la Constitución, la libertad y la igualdad. Pero, durante el período de prisión, la superiora mandó llamar al alcalde y todas las religiosas se retractaron ante el notario del juramento que habían prestado, pues tal práctica había sido condenada por el obispo de Soissons, entre otros. Tres semanas más tarde, las prisioneras fueron trasladadas, entre insultos y malos tratos, a la Conciergerie de París. Iban vestidas con el hábito religioso, porque habían dejado «a lavar» sus vestidos de civiles. Durante el breve tiempo que estuvieron encarceladas en la Conciergerie, observaron sus reglas en la medida de lo posible; recitaban el oficio divino a las horas prescritas y su conducta era una fuente de fortaleza para los otros prisioneros. Tres jueces se encargaron de juzgarlas. Fouquier-Tinville asumió la acusación pero no se designó defensor para las acusadas. Los cargos y pruebas que se adujeron contra ellas eran triviales o infundados, pero Fouquier- Tinville insistió sobre todo en el fanatismo de las religiosas. La hermana María Enriqueta se encaró con él y le preguntó qué entendía por ese término, El fiscal respondió: «Por ese término entiendo vuestras creencias infantiles y vuestro estúpido apego a las prácticas religiosas». La monja se volvió entonces hacia sus hermanas y les dijo: «Como veis, nos condenan por nuestra religión. Tendremos la felicidad de morir por Dios». Todas fueron condenadas a muerte, lo mismo que Moulot de la Ménardiére, por haberse «enemistado con el pueblo al conspirar contra la Constitución».

    Las carmelitas fueron transportadas en carretas a la «Place du Trone Renversé» (Plaza del Trono Derribado, actualmente Plaza de la Nación). El viaje duró más de una hora que las religiosas emplearon en cantar el «Miserere», la «Salve» y el «Te Deum» y en recitar las oraciones por los moribundos. Cada una de las víctimas, al subir al cadalso, cantaba el «Laudate Dominum omnes gentes», lo que impresionó profundamente a la multitud y a los guardias. Entre las dieciséis religiosas ejecutadas había diez profesas de coro, una novicia, tres hermanas legas y dos «torneras». La ejecución de la novicia, que era la más joven, fue la primera; a la superiora la guillotinaron al último. Los cuerpos de las mártires fueron arrojados en la fosa donde yacían los cadáveres de otras 1282 víctimas del Terror. El martirio tuvo lugar el 17 de julio de 1794.

    La superiora, beata Teresa (Magdalena Ledoine) tenía cuarenta y dos años y había sido novicia en Saint-Denis, bajo el gobierno de Luisa de Francia. El proceso de beatificación demostró que merecía el honor de los altares, aunque no hubiese alcanzado el martirio. Era una mujer vivaz, encantadora, bien educada e inteligente. La vice superiora, beata San Luis (María Ana Brideau), era muy diferente de la anterior, taciturna y meticulosa en la observancia de la regla y del orden. La beata Carlota (Ana María Thouret) no había pensado en entrar al convento, pero al cumplir veinte años, ocurrió en su vida algo que la hizo cambiar de idea e hizo los votos de carmelita al cabo de un noviciado largo y difícil. La beata Eufrasia (María Claudia Brard) era una religiosa muy vivaracha, cuyo temperamento extremoso la llevaba lo mismo a exagerar en la penitencia que a gastar bromas a los visitadores. Era muy dada a escribir cartas (su correspondencia con su primo La Ménardiére fue, en parte, la causa de la detención de las religiosas) y todavía se conservan algunas cartas suyas y de sus correspondientes. La beata Enriqueta (Gabriela De Croissy) era sobrina-nieta de Colbert. La beata Julia Luisa era viuda de Cristián de Neufville. Su esposo había muerto al cabo de algunos años de felicidad conyugal, y Julia había caído en un estado de gran postración. Cuando ingresó en el convento, no parecía que estuviese dispuesta a perseverar. Un dicho suyo puede aplicarse a muchas almas que sufren, aunque no sea el martirio por la fe: «Somos víctimas del estado de nuestra época y debemos sacrificarnos por qué nuestra época vuelva a Dios». La beata María Enriqueta (Anette Peleas) fue la que se enfrentó con el abogado de la acusación e hizo constar que la ejecución se debía a motivos religiosos. Las dos «torneras» se llamaban Catalina Y Teresa Soiron; la beata Teresa, que era muy hermosa, se había negado a aceptar el ofrecimiento de la princesa de Lamballe, quien le proponía que trabajase en el convento de las carmelitas de su ciudad natal. Sólo una de las víctimas tenía menos de treinta años. La más anciana tenía setenta y ocho. Las mártires fueron beatificadas en 1906. Fueron las primeras víctimas de la Revolución que alcanzaron el honor de los altares.

    Durante el proceso, el tribunal se trasladó dos veces a la abadía de Stanbrook, en el distrito de Worcester, donde las benedictinas inglesas de Cambrai se habían establecido en 1838. La obrita de V. Fierre en la colección Les Saints está muy bien escrita. Véase el libro de C. de Grandmaison (1906), y los artículos de H. Chérot en Etudes (1904 y 1905). La madre Josefina (Francisca Philippe), que había sido anteriormente superiora, abandonó la comunidad en la primavera de 1794. En 1823, fue nuevamente admitida en el Carmelo, y escribió un valioso relato, que fue publicado en 1836, después de su muerte.

Oremos

    Señor, Padre Santo, que elegiste a la Beata Teresa y a sus hermanas carmelitas para que, fortalecidas con la gracia de tu Espíritu Santo, llegaran desde la soledad del Carmelo hasta la palma del martirio; concédenos amarte con fidelidad, hasta llegar a la contemplación de tu gloria en eí cielo. Amén.

-FRASE DEL DÍA-