lunes, 13 de abril de 2020

EVANGELIO - 14 de Abril - San Juan 20,11-18


    Evangelio según San Juan 20,11-18.

    María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
    Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
    Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
    Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". 
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo".
    Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
    Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'".
    María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 14 de Abril - « ¿Por qué lloras?»


       San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia - Homilía 25 sobre el Evangelio 

« ¿Por qué lloras?»

    María, en llantos, se asoma y mira en la tumba. Sin embargo, ya había visto que estaba vacía, y ya había anunciado la desaparición del Señor. ¿Por qué se asoma de nuevo?, ¿por qué desea ver otra vez? Porque al amor no le basta una sola mirada; el amor es siempre una ardiente búsqueda. Ya lo buscó, pero fue en vano; se obstina y termina por descubrirlo…En el Cantar de los Cantares, la Iglesia decía del mismo Esposo: « En mi lecho, por las noches, he buscado al que mi corazón ama. Lo busqué y no lo hallé. Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amado de mi corazón.» (Ct 3:1-2) Dos veces, expresa su decepción: « ¡Lo busqué y no lo hallé! » Pero el éxito llega finalmente a premiar al esfuerzo: «Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: ¿Han visto al amor de mi corazón? Apenas los había dejado cuando encontré al amado de mi corazón.» (Ct 3:3-4)

    Y nosotros, ¿cuándo es que, en nuestro lecho, buscamos al Amado? Durante los breves reposos de esta vida, cuando suspiramos en la ausencia de nuestro Redentor. Lo buscamos por la noche, aún si nuestro espíritu vela ya por él, nuestros ojos no ven más que su sombra. Pero ya que no encontramos al Amado, levantémonos; recorramos la ciudad, es decir la santa asamblea de los elegidos. Busquémoslo de todo corazón; miremos en las calles y en las plazas, es decir en los pasajes empinados de la vida o en sus anchas vías; abramos los ojos, busquemos allí los pasos de nuestro Amado…Ese deseo permitía decir a David: «Mi alma tiene sed del Dios de vida. ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? sin cesar, busquen su rostro.» (Sal 42:3).

SANTORAL - SAN VALERIANO MÁRTIR

14 de Abril


    Mártir romano, probablemente del tiempo de Juliano el Apóstol, esposo de la popular virgen Cecilia. Según las tradiciones fue convertido por ella el día mismo de la boda con medios sobrenaturales y milagrosos. Sobre su casa se edificó luego un templo, en el que reposan las reliquias de su santa consorte. — Fiesta 14 de abril.

    Una de las imágenes más sugerentes y humanas con que la divina Palabra nos ha introducido en el misterio de la Redención la constituyen las llamadas «bodas del Cordero».

    Dios ha amado a la humanidad con amor de Esposo y en el banquete nupcial se entrega a sí mismo como víctima y como alimento. Es realmente un vínculo de sangre el que sella estas bodas sublimes, es la sangre del Cordero, del Hijo de Dios inmolado. Por ello se comprende y se admira el profundo sentido cristiano que guió a la piedad de nuestros antepasados, ya desde muchos siglos atrás, en tejer con minuciosos detalles en torno a unas nupcias, mitad terrenas y mitad espirituales, este bello poema de virginidad y de martirio, de amor y de sacrificio, el poema de Cecilia y Valeriano, el poema de Cristo presente en el amor transparente de los dos jóvenes.

    Y el poema es cantado cada año por toda la Iglesia, en el oficio divino en honor de la santa esposa. Valeriano entra como segundo personaje, el convertido, el amante brioso, pero íntegro, que no duda en renunciar al goce sensible para unirse con ella en el amor supremo, el amor que salva y los une a los dos con Dios y en Dios.

    La narración es suave e insinuante. Durante el banquete nupcial Cecilia, preparada anteriormente con larga oración y ayuno, sin dejar de participar en el bullicio y la alegría, entona su cántico de confianza: «Que mi corazón permanezca inmaculado».

    Luego viene el momento del encuentro con el esposo. Valeriano se acerca a Cecilia con toda la ilusión de su juventud, con toda la satisfacción del amor conquistado.

    Cecilia pronuncia extrañas palabras. Un ángel guarda su virginidad; le invita a colaborar con el ángel, le promete ver también él al ángel si antes es lavado por un baño sagrado.

    Valeriano, enamorado, no duda de Cecilia, se le confía, se convierte, y va en busca de la iglesia en su Cabeza, el Papa oculto. Éste le instruye en el misterio y, tras pedirlo insistente, le administra el santo bautismo.

    Vuelve presuroso al tálamo nupcial, y descubre a su esposa en oración, con un ángel a su lado, más resplandeciente que el sol y ofreciendo a los dos una guirnalda de parte del Esposo de las vírgenes. Valeriano adora, cree, goza. Con la esposa.

    Y no tarda en conseguir tiempo después la conversión de su hermano Tiburcio, que sigue su mismo camino. Así Cecilia puede presentar a los dos hermanos como sus más preciadas coronas del día de sus esponsales, como el fruto de su amor y de su sabiduría...

    Pronto su esposo probará su espíritu y la profundidad con que siente su nueva vida. Primero dedicado intensamente a la caridad para con los pobres, compitiendo con Cecilia en su ya famoso desprendimiento. Después será su valentía y decisión ante el prefecto Almaquio.

    Los dos hermanos confiesan que son cristianos, y pretenden adoctrinar a los que asisten al juicio, en la verdadera religión. Son cruelmente apaleados, pero en pleno suplicio muestran sus rostros llenos de alegría por la gracia de poder dar su sangre por Jesucristo. Y de este modo, pasan delante de Cecilia, que pronto les seguirá en el camino del testimonio sangriento. Valeriano había amado de verdad y en el cielo, junto con su esposa, participa en el eterno banquete de gloria al Cordero. En la tierra, sus reliquias fueron conservadas, para gloria de Dios en sus santos, y se conservan. en la iglesia dedicada a Santa Cecilia, en el Trastévere.

Oremos

    Dios todopoderoso y eterno, que concediste a San Valeriano luchar por la fe hasta derramar su sangre, haz que, ayudados por su intercesión, soportemos por tu amor nuestras dificultades y con valentía caminemos hacia ti que eres la fuente de toda vida. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


 CAPÍTULO QUINTO
LA FAMILIA CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD

II. EL MATRIMONIO, FUNDAMENTO DE LA FAMILIA




a) El valor del matrimonio

216 Ningún poder puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias, originarias y permanentes. A pesar de los numerosos cambios que han tenido lugar a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales, en todas las culturas existe un cierto sentido de la dignidad de la unión matrimonial, aunque no siempre se trasluzca con la misma claridad. Esta dignidad ha de ser respetada en sus características específicas, que exigen ser salvaguardadas frente a cualquier intento de alteración de su naturaleza. La sociedad no puede disponer del vínculo matrimonial, con el cual los dos esposos se prometen fidelidad, asistencia recíproca y apertura a los hijos, aunque ciertamente le compete regular sus efectos civiles.

217 El matrimonio tiene como rasgos característicos: la totalidad, en razón de la cual los cónyuges se entregan recíprocamente en todos los aspectos de la persona, físicos y espirituales; la unidad que los hace « una sola carne » (Gn 2,24); la indisolubilidad y la fidelidad que exige la donación recíproca y definitiva; la fecundidad a la que naturalmente está abierto. El sabio designio de Dios sobre el matrimonio —designio accesible a la razón humana, no obstante las dificultades debidas a la dureza del corazón (cf. Mt 19,8; Mc 10,5)— no puede ser juzgado exclusivamente a la luz de los comportamientos de hecho y de las situaciones concretas que se alejan de él. La poligamia es una negación radical del designio original de Dios, « porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo ».