sábado, 26 de marzo de 2016

CON MARÍA JUNTO A LA CRUZ

María nos acompaña en el dolor, en el sufrimiento. Acudamos siempre a Ella


«Si un día el dolor llama a tu puerta no se la cierres ni se la atranques: ábresela de par en par, siéntalo en el sitial del huésped escogido, y sobre todo no grites ni te lamentes, porque tus gritos impedirían oír sus palabras, y el dolor siempre tiene algo que decirnos, siempre trae consigo un mensaje y una revelación» 
(Salvaneschi, Consolación)


Una capacidad inmensa de sufir

    ¿Qué revelación, qué mensaje es ése que nos trae el dolor? En la respuesta a tal pregunta quizá se halle la clave para abrir la puerta de la felicidad posible en este mundo, en el que, tarde o temprano, todos andamos inmersos en algún dolor. Dolor y felicidad aparentan ser de imposible conciliación. Sin embargo, quizás del dolor pueda nacer la alegría y de la alegría el dolor, y vivir ambos juntos, nutriéndose mutuamente. Acaso no sepan o no puedan vivir -en este mundo- solos. Sin duda quien más sabe de este misterioso asunto es María Santísima, porque nadie como Ella ha seguido tan de cerca los pasos de su Hijo, Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, que hace veinte siglos empapó con su Sangre la tierra nuestra.


    Si nos situamos en los ojos de la Madre, en su mirar nos haremos cargo del misterio. Pero antes debemos sortear un escollo: la tendencia a pensar que Jesús y María eran insensibles; que a ellos no les dolía tanto como a nosotros lo que nos hace sufrir: ¡como Jesucristo es Dios y santísima su Madre...!

    Santo Tomás de Aquino asegura que «Cristo estaba dotado de un cuerpo perfectísimamente complexionado, puesto que había sido formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo, y las cosas hechas por milagro son más perfectas que las demás [recuerdo del espléndido vino de las bodas de Caná]. Por ello poseyó una sensibilidad exquisita en el tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. También en su alma con sus facultades inferiores, percibió eficacísimamente todas las causas de tristeza». A esta consideración se añade que Cristo tomó voluntariamente dolores proporcionados a la grandeza del fruto que de ellos se había de seguir. Y así -concluye Tomás- «el dolor de Cristo fue el mayor de todos los dolores».

    Los corazones de Jesús y de María eran de carne, como la nuestra. Sentían y amaban a nuestro modo, aunque sin las mixturas extrañas de la concupiscencia desquiciada. El Corazón de Jesús y el Corazón de María fueron sumamente aptos para sufrir de veras. Sin duda, les herían el corazón un sin número de eventos grandes y pequeños que menudeaban en torno suyo. El ámbito en el que vivieron tantos años aquí en la tierra, no era, ciertamente, un paraíso. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?», se decía. La sensibilidad exquisita de María, su finísimo tacto espiritual, debió de ser para Ella fuente de continuo e íntimo dolor, aunque oculto bajo su sonrisa habitual.

    Tendía a discurrir, a sopesar las cosas, a ponderarlas en el corazón, poniendo en juego sus excelentes facultades a la luz de la fe. Ciertamente, lo más grave que existe es la realidad del pecado; es un peso que apelmaza, que gravita sobre toda criatura humana que pisa este mundo, excepción hecha de Jesús y María. A pesar de ello, con un poco de fe y un poco de amor (que quisiera ser muy grande) a Jesucristo, sufrimos cuando vemos que se le maltrata, en ocasiones de un modo blasfemo. Nos duele ver cómo se maltrata el sacerdocio, el matrimonio, la familia, las leyes de Dios. Cuanto más santa es una persona, tanto más sufre en este mundo tan mimado por Dios y tan maltratado por los hombres. ¡Cuánto sufriría el Corazón de María en su andar terreno! Asomarse a su hondura causa un dulce vértigo. Es el más ancho y hondo que cabe. ¿Qué será contemplarlo lleno de dolor?

    Siendo Madre de Dios hubo de alcanzar un extremo de amor inimaginable. Cuántas veces exclamaba:«¡Hijo mío!», siendo su hijo, Dios; y Ella, una mujer. Debió estar dotada de sensibilidad única.     Bien sabemos que por encima de su amor, sólo se encuentra el humano de Cristo y el divino de Dios, Uno y Trino. Una madre ama tanto más a su hijo cuanto más perfecto es (bueno, simpático, guapo, cariñoso, alegre...), aunque los pequeñitos, feos y adustos llenen también un corazón materno (cada hijo tiene su encanto, su bondad patente a los ojos de la madre). Pero el Hijo de Santa María era rigurosamente perfecto: perfecto Dios y perfecto Hombre; reúne en sí toda perfección humana y toda perfección divina; es la Persona infinitamente amable. Toda la capacidad de amar que poseía la Virgen, toda entera estaba como en pie, en acto, en juego, hasta donde ya no se podía más.

    No es posible imaginar -por su inmensidad- la magnitud del dolor de María junto a la Cruz. Su Hijo moría con el mayor dolor posible, con la más cruel de las muertes; siendo la Inocencia carga sobre sí los pecados de la entera humanidad. Con la más pura santidad, el Verbo humanado asume -en expresión de Juan Pablo II- “el rostro del pecado”.

    Al presentarnos a la Madre Dolorosa junto a la Cruz, Juan manifiesta que María se implica, con su entrega sin reservas, en los sufrimientos de su Hijo en aquella hora suprema.

    Cuando es de amor el dolor, tan grande es el dolor como el amor. Si la Virgen es la Llena de Gracia, llena de Amor, junto a la Cruz, es también la Llena de dolor. Sufre, a su manera, todo lo que su Hijo sufre. Sufre más que si padeciera mil muertes; muchísimo más que si fuera Ella la que estuviera enclavada. Estaba, como afirma León XIII, «muriendo con El en su corazón, atravesada por la espada del dolor».

    Romanos Pontífices han llamado a María Corredentora, aseguran que «juntamente con su Hijo paciente y muriente, padeció y casi murió». Abdicó de los derechos maternos e inmoló a su Hijo, en cuanto de Ella dependía, por la salvación de los hombres. Justamente se dice que redimió al género humano juntamente con Cristo. «Stabat Mater..., estaba junto a la cruz de Jesús su Madre». Y ha de escuchar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor redentor de su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso -la espada afilada- que traspasaba su Corazón puro. No se rebela, no protesta, calla. Con su silencio proclama del modo más elocuente que, por amor a nosotros, ofrece -del todo identificada con la Voluntad del Padre- a Cristo Jesús. En lo que de Ella depende, lo entrega, lo sacrifica; aplica su entera voluntad al gran acontecimiento.

    ¿Por qué aceptó María aquella tortura? ¿Qué le amordaza, qué le mantiene en silencio? La respuesta es: «movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció Ella misma a su Hijo a la divina justicia para recibirnos como hijos». El porqué del inmenso dolor de María es este: nosotros. Por nosotros muere Jesús y por nosotros sufre María. Engendró a Dios y le dio a luz con gozo inmenso, pero sufrió el parto más doloroso en el Calvario para -en comunión con su Hijo- hacernos hijos de Dios e hijos suyos.

    «Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna». De modo análogo podemos decir: tanto nos amó María, que nos dio a su unigénito Hijo, para que los demás podamos participar en su eterna gloria.

    La Virgen Madre une a la Pasión de Cristo -enseña la Teología- su Compasión: a la Sangre de su Hijo, une sus lágrimas de Madre. Ella también merece, satisface, sacrifica y redime, de modo subordinado y dependiente, pero real. Aunque el mérito de María sea diverso -de congruo, precisa el Papa Pío X- al mérito de Jesús, nos ha merecido lo mismo que nos ha merecido Cristo: no sólo la aplicación o distribución de las gracias, sino las mismas gracias, por la supereminente santidad que poseía y por la tan perfecta compasión que sufrió en la cumbre del Calvario. Lo inmenso de su caridad, la dignidad de sus actos satisfactorios, la magnitud de su dolor, nos revela toda la excelencia de su satisfacción. A quien objetase que a una satisfacción por sí misma suficiente, más aún, de infinito valor -como es la de Cristo-, no se puede añadir otra satisfacción, se respondería que la satisfacción de María no se suma a la de Cristo para aumentar el valor infinito de ésta, sino sólo para que se cumpla la ordenación divina, que lo ha dispuesto así libremente para la Redención del género humano.

    No ha de sorprender que se llame a la Virgen, Corredentora; no debe temerse el uso de palabra tan expresiva y justa. En rigor, aunque de modo mucho más modesto, todos somos llamados a ser corredentores. San Pablo manifiesta a los Colosenses que él se goza en sus padecimientos (in passionibus) por ellos, ya que así cumple en su carne lo que falta (ea quae desunt) a los padecimientos de Cristo, por su Cuerpo que es la Iglesia.

    Participar en la Redención, cooperar en la santificación del mundo, llevar a Dios todas las cosas, salvar almas para la eternidad: no hay tarea más urgente y superior. Más aún, tal como están las cosas, ¿cabe otra tarea? Para los ojos de fe la respuesta es clara. El verdadero horizonte del cristiano es la obra de la Redención. Cualquier otra finalidad última supondría un voluntario, triste e infinito estrechamiento del horizonte personal.


El valor de una lágrima


    Centremos ahora nuestra atención en el modo sublime de corredimir que tiene la Madre de Dios junto a la Cruz. Su rostro bellísimo esta bañado en lágrimas. Cada una de éstas posee un valor incalculable, que vale la pena ponderar hasta donde nos sea permitido en tan breve espacio y con tan limitada inteligencia. Es sólo un apunte, para que cada quien vaya completando en su meditación el tratado.

    Si la maldad del pecado es siempre infinita, por serlo la dignidad de Dios ofendido, también ha de ser en cierto modo infinita una lágrima derramada por amor al gran Amor crucifícado. Es lógico que sea así - por pequeña que sea la criatura -, si es Dios quien la otorga y Dios quien la recibe.

    Qué bueno, qué, grande, qué humilde es Dios que -hecho Hombre- se clava en una Cruz para que sus criaturas podamos llorar por El, y limpiar con su Sangre y nuestras lágrimas, nuestras ofensas. ¡La criatura compadece a su Creador!. Humildad de Dios y humilde llanto de la criatura. Quien primero y mejor lo ha hecho es María Santísima. Y «si vale más una lágrima derramada en memoria de la Pasión de Cristo que hacer una peregrinación a Jerusalén y ayunar durante un año a pan y agua» (san Agustín), ¿qué no valdrán las riquísimas lágrimas de María junto a la Cruz?

    Cuando las lágrimas del dolor son mansas, serenas, discretas, mesuradas, entonces siempre son bellas: abrigan la convicción verdadera de que no todo ha de caer al fin en la nada; vibra en ellas la esperanza; son invocación, súplica al Todopoderoso, atento siempre al dolor humano, y más aún al de una madre; son aguas limpias que purifican el alma que escucha el eco de la palabra de Cristo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados».

    Cuando es de amor el dolor -o la alegría- de una lágrima, resulta la más preciosa perla del sentimiento. Y si es divino el amor del que surge, entonces una lágrima sola supera la dimensión temporal, la condición efímera de los acontecimientos y las cosas, y toca ya, con el vértice del alma que la destila, la eternidad. En ella se adensa -con el dolor o la alegría- el Amor.

    Así son las lágrimas de la Madre de Dios. ¡Bendito aquel suelo, o aquel pañuelo que supo acogerlas! Bendita aquella tierra en la que quizá se fundieron la Sangre de Dios y las lágrimas de su Madre. ¡Quién pudiera besarla! Pero ahora mismo, aquí mismo, podemos también nosotros derramar una lágrima en memoria de la Pasión de Cristo: una lágrima grande, oculta en el corazón, semejante a las de la Virgen Madre.

    Nosotros tenemos motivos análogos para llorar, y otros. Porque la causa de aquel llanto -por el dolor de Jesús- son nuestros pecados. Es preciso aprender a llorar en nuestros adentros, ante la Cruz. Dante aseguraba que una lacrimetta, una lagrimilla basta para salvar un alma. El Crisóstomo afirma que «un suspiro que exhales, una lágrima que derrames, El lo arrebata al instante para tener un pretexto de salvarte». Es aquel punto de contrición que puede dar a un alma la salvación por toda la eternidad.

    Llorar, con esas lágrimas que destila el alma cuando hay amor y hubo ofensas, es dignidad del hombre y debilidad de Dios. Cualquier impureza que en el alma se pose, si se sabe rodear de una lágrima, se transforma en perla, cuyo valor se cifra en la densidad y transparencia del amor.

    Ojalá no pase un día sin derramar siquiera una lágrima en memoria de la Pasión de Cristo. Es el camino de la resurrección gloriosa.



Fuente: Catholic.net









    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

SÁBADO SANTO

Jesús está sepultado.
 Es un día de reflexión y silencio



    "Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

    Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

    La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

    Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: "consummatum est", "todo se ha cumplido".

    Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."

    El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.

    Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).

    Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

    El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:

    "...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".


La Vigilia Pascual



    El sábado santo es un día de oración junto a la tumba esperando la resurrección. Es día de reflexión y silencio. Es la preparación para la celebración de la Vigilia Pascual.
Por la noche se lleva a cabo la celebración de la Vigilia Pascual. Dicha celebración tiene tres partes importantes que terminan con la Liturgia Eucarística:

1. Celebración del fuego nuevo.
2. Liturgia de la Palabra.
3. Liturgia Bautismal.


    Era costumbre, durante los primeros siglos de la Iglesia, bautizar por la noche del Sábado Santo, a los que querían ser cristianos. Ellos se preparaban durante los cuarenta días de Cuaresma y acompañados por sus padrinos, ese día se presentaban para recibir el Bautismo.

    También, ese día los que hacían penitencia pública por sus faltas y pecados eran admitidos como miembros de la asamblea.
    Actualmente, la Vigilia Pascual conserva ese sentido y nos permite renovar nuestras promesas bautismales y acercarnos a la Iglesia con un espíritu renovado.

 Celebración del fuego nuevo

    Al iniciar la celebración, el sacerdote apaga todas las luces de la Iglesia, enciende un fuego nuevo y con el que prende el cirio pascual, que representa a Jesús. Sobre el cirio, marca el año y las letras griegas "Alfa" y "Omega", que significan que Jesús es el principio y el fin del tiempo y que este año le pertenece.


    El sacerdote llevará a cabo la bendición del fuego. Luego de la procesión, en la que se van encendiendo las velas y las luces de la Iglesia, el sacerdote canta el Pregón Pascual.

    El Pregón Pascual es un poema muy antiguo (escrito alrededor del año 300) que proclama a Jesús como el fuego nuevo.

 Liturgia de la Palabra

    Después de la Celebración del fuego nuevo, se sigue con la lectura de la Palabra de Dios. Se acostumbra leer siete lecturas, empezando con la Creación hasta llegar a la Resurrección.


    Una las lecturas más importantes es la del libro del Éxodo, en la que se relata el paso por el Mar Rojo, cómo Dios salvó a los israelitas de las tropas egipcias que los perseguían. Se recuerda que esta noche Dios nos salva por Jesús.

Liturgia Bautismal

    Suelen haber bautizos este día, pero aunque no los haya, se bendice la Pila bautismal o un recipiente que la represente y se recita la Letanía de los Santos.     Esta letanía nos recuerda la comunión de intercesión que existe entre toda la familia de Dios.   Las letanías nos permiten unirnos a la oración de toda la Iglesia en la tierra y la Iglesia triunfante, de los ángeles y santos del Cielo.

    El agua bendita es el símbolo que nos recuerda nuestro Bautismo. Es un símbolo que nos recuerda que con el agua del bautismo pasamos a formar parte de la familia de Dios.

    A todos los que ya estamos bautizados, esta liturgia nos invita a renovar nuestras promesas y compromisos bautismales: renunciar a Satanás, a sus seducciones y a sus obras. También, de confirmar nuestra entrega a Jesucristo.
    Hay quienes acostumbran este día encender sus velas del bautismo y llevar un cirio pascual a la iglesia o agua bendita, para tener en sus hogares.






    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP III )

La Persona Humana y sus Derechos










    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

REFLEXIÓN

TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
Del Propio.
26 de marzo


De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
(PG 43, 439. 451. 462-463)

EL DESCENSO DEL SEÑOR
 A LA REGIÓN DE LOS MUERTOS

    ¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.

     En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

    El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.

    Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos."

    Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.

    Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.

    Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.

    Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.

    Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.

    Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»






    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene.

     San Crisóstomo.

LA FRASE DEL DÍA

Sábado 26 de marzo






    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
26 de marzo


    Libro del Exodo 14,15-31.15,1a.
    
    Después el Señor dijo a Moisés: "¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.
    Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie.
    Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros.
    Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros".
El Angel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.
    Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda.
    Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar.
    Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.
    Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: "Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto".
    El Señor dijo a Moisés: "Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros".
    Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar.
    Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó.
    Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda.
    Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar,
y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor.
    Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:



Libro del Exodo 15,1b-2.3-4.5-6.17-18.


«Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria:
él hundió en el mar los caballos y los carros.
El Señor es mi fuerza y mi protección,
él me salvó.
El es mi Dios y yo lo glorifico,
es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.

El Señor es un guerrero,
su nombre es "Señor".
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército,
lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.

El abismo los cubrió, cayeron como una piedra
 en lo profundo del mar.Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo.

Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada,
en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.
¡El Señor reina eternamente!»



    Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-11.

    Hermanos:
    ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
    Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
    Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.
    Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.
    Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
    Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
    Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
    Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios.
    Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.


    Evangelio según San Lucas 24,1-12.

    El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
    Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
    Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
    Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
    No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: 'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
    Y las mujeres recordaron sus palabras.
    Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
    Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
    Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.


Fuente:©Evangelizo.org







    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO DE CUARESMA
TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
26 de marzo


San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Homilía segunda para la Noche Santa; PL 2, 549-552;
 Sermón Morin guelferbytanus 5

La noche que nos libera del sueño de la muerte

    Hermanos, vigilemos porque esta noche Cristo ha permanecido en el sepulcro. En esta noche aconteció la resurrección de su carne. En la cruz fue objeto de burlas y mofas. Hoy, los cielos y la tierra la adoran.   Esta noche ya forma parte de nuestro domingo. Era necesario que Cristo resucitase durante la noche porque su resurrección ha iluminado las tinieblas...Así como nuestra fe en la resurrección de Cristo ahuyenta todo sueño, así, esta noche iluminada por nuestra vigilia se llena de luz. Nos hace estar vigilantes con la Iglesia extendida por toda la tierra, para no ser sorprendidos en la noche (cf Mc 13,33).

    En muchos pueblos reunidos en nombre de Cristo por esta fiesta tan solemne en todas partes, el sol ya se ha puesto---pero el día no declina. Las claridades del cielo han dejado lugar a las claridades de la tierra...Aquel que nos dio la gloria de su nombre (Sal 28,2) ha iluminado también esta noche. Aquel a quien decimos “tú iluminas nuestras tinieblas”(Sal 18,19) extiende su claridad en nuestra corazones. Así como nuestros ojos contemplan, deslumbrados, la luz de estas antorchas brillantes, así nuestro espíritu iluminado nos hace contemplar la luz de esta noche---- esta santa noche donde el Señor ha comenzado en su propia carne la vida que no conoce ni sueño ni muerte!


Fuente: ©Evangelizo.org







    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

HIMNO

TIEMPO DE CUARESMA

TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
Del Propio. 26 de marzo






    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

    San Crisóstomo.

SANTORAL

TIEMPO DE CUARESMA

TRIDUO PASCUAL - SÁBADO SANTO
26 de marzo


    La historia de San Ludgero, primer obispo de Münster, nacido hacia el 745 en Suescnon, en Frisia, de noble familia, está unida a un hecho nuevo en el mundo cristiano: en ese tiempo el cristianismo pasó las fronteras del imperio romano, con la evangelización de la Germania transrenana.

    En esta obra misionera, que logró el máximo desarrollo con San Bonifacio, encontramos comprometido a San Ludgero, discípulo de San Gregorio y de Alcuino de York. Después de la ordenación sacerdotal, que recibió en Colonia en 777, Ludgero se dedicó a la evangelización de la región pagana de Frisia, en donde San Bonifacio había sufrido el martirio.

    Los métodos usados por el emperador Carlomagno para someter esta región y cristianizarla no estaban muy de acuerdo con el espíritu evangélico. En el 776, durante la primera expedición, el monarca impuso el bautismo a todos los soldados vencidos; pero con la revuelta de Widukindo hubo una apostasía general. Ludgero tuvo que huir y, después de haber pasado por Roma, llegó a Montecassino, en donde vistió el hábito monacal sin haber emitido todavía los votos.

    La rebelión de Widukindo fue aplastada en el 784, y la represión fue brutal. El rechazo del bautismo y el incumplimiento del ayuno cuaresmal se castigaban con la muerte; pero este régimen de terror, contra el que se levantó el gran maestro Alcuino, hacía odioso al mismo cristianismo, que, sin embargo, floreció maravillosamente, gracias a los auténticos predicadores del Evangelio, como San Ludgero, a quien el mismo emperador fue a buscar a Montecassino para que regresara a la patria y se dedicara a predicar en Frisia.

    Poco después, para premiarlo por su celo, le ofreció el episcopado vacante de Tréveris, mas el santo lo rechazó. Pero sí aceptó su tarea de misionero y, entonces, tomó el puesto del abad Bernardo en el territorio de Sajonia.

    En el 795 Ludgero erigió allí un monasterio, alrededor del cual surgió la ciudad actual de Münster (en alemán Münster quiere decir monasterio). El territorio pertenecía a la jurisdicción eclesiástica de Colonia, pues Ludgero aceptó solamente en el 804 ser consagrado obispo de la nueva diócesis. Antes de esta fecha el infatigable misionero no tenía residencia fija.

    Construyó iglesias y escuelas y fundó nuevas parroquias que confió a los sacerdotes que él mismo había formado en su escuela cerca de la catedral de Mimigernaeford. También se debe a él la fundación del monasterio benedictino de Werden en donde después fue sepultado.

    Murió el 26 de marzo del 809 e inmediatamente fue venerado como santo. Su tumba en Werden sigue siendo meta de peregrinaciones.


Fuente: ©Evangelizo.org









    Aunque no entendáis lo secretos de la Escritura, con todo, la simple lectura de ella causa en nosotros una cierta santidad; porque no puede ser que dejéis algo de lo que leáis. Porque la verdad, por esto dispuso la gracia del Espíritu Santo en estas escrituras fuesen compuestas por publicanos, pescadores, artífices de tiendas de campaña, pastores, nobles, y otros torpes e indoctos, para que ningún iletrado pueda alegar por excusas la dificultad de comprenderlas, y a fin de que todos entiendan fácilmente lo que en ellas se contiene. 

San Crisóstomo.