lunes, 19 de agosto de 2024

LAS VIRTUDES

LAS VIRTUDES TEOLOGALES
LA ESPERANZA


    1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 20 de Agosto - San Mateo 19,23-30


    Libro de Ezequiel 28,1-10.

    La palabra del Señor me llegó en estos términos: Hijo de hombre, di al príncipe de Tiro: Así habla el Señor: Tu corazón se llenó de arrogancia y dijiste: "Yo soy un dios; estoy sentado en un trono divino, en el corazón de los mares". ¡Tú, que eres un hombre y no un dios, te has considerado igual a un dios!
    Sí, eres más sabio que Daniel: ningún secreto te supera.
    Con tu sabiduría y tu inteligencia, te has hecho una fortuna, acumulaste oro y plata en tus tesoros.
    Por tu gran habilidad para el comercio fuiste acrecentando tu fortuna, y tu corazón se llenó de arrogancia a causa de tantas riquezas.
    Por eso, así habla el Señor: Porque te has considerado igual a un dios, yo traigo contra ti gente extranjera, las más feroces de las naciones: ellos desenvainarán la espada contra tu bella sabiduría, y profanarán tu esplendor.
    Te precipitarán en la Fosa y morirás de muerte violenta en el corazón de los mares.
    ¿Te atreverás a decir: "Yo soy un dios", delante de tus verdugos" Serás un hombre, no un dios, en manos de los que te traspasen.
    Tendrás la muerte de los incircuncisos, en manos de extranjeros, porque yo he hablado -oráculo del Señor-.


Deuteronomio 32,26-27ab.27cd-28.30.35cd-36ab.


Yo me propuse reducirlos a polvo
y borrar su recuerdo de entre los hombres,
pero temí que sus enemigos se jactaran,
que cayeran en el error y dijeran:
"Nuestra mano ha prevalecido,
no es el Señor el que hizo todo esto".
Porque esa gente ha perdido el juicio
y carece de inteligencia.
¿Cómo podría uno solo desbandar a mil
y dos, poner en fuga a diez mil,
si su Roca no los hubiera vendido
y el Señor no los hubiera entregado?
porque está cerca el día de su ruina
y ya se precipita el desenlace.
Sí, el Señor hará justicia con su pueblo
y tendrá compasión de sus servidores.


    Evangelio según San Mateo 19,23-30.


    Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos.
    Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
    Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
    Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible".
    Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?".
    Jesús les respondió: "Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
    Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.
    Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 20 de Agosto - «Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna»


San Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia Obras: ¿Espíritu de propiedad o pobreza en el espíritu? Avisos y Máximas nn. 353-357.


«Recibirá cien veces más y heredará la vida eterna» 

    No tenga otro deseo, que el de entrar sólo por amor a Cristo en el desapego, el vacío y la pobreza de todo lo que existe en la tierra. No tendrá otras necesidades más que aquellas a las que has sometido tu corazón; el pobre de espíritu nunca será más feliz que cuando se encuentre en la indigencia; aquel cuyo corazón no desea nada es siempre generoso.

    Los pobres en el Espíritu (Mt 5,3) tienen una gran libertad en todo lo que poseen. Su placer es pasar necesidad por amor a Dios y al prójimo… No sólo los bienes, las alegrías y los placeres de este mundo nos estorban y nos retrasan en el camino hacia Dios, sino también las alegrías y las consolaciones espirituales, son en sí mismas un obstáculo en nuestra marcha, si los recibimos o las buscamos con un espíritu de propiedad.

SANTORAL DEL DÍA - SAN BERNARDO DE CLARAVAL

 20 de Agosto

 
    Memoria de San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado junto con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Císter, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux, donde dirigió sabiamente, con la vida, la doctrina y el ejemplo, a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a toda la Iglesia con sus escritos y sus sabias exhortaciones, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia.

    Queridos hermanos y hermanas hoy quisiera hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el “último de los Padres” de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los padres. No conocemos en detalle los años de su juventud; sabemos con todo que él nació en 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada.

    De jovencito, se prodigó en el estudio de las llamadas artes liberales – especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica – en la escuela de los Canónicos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. En torno a los veinte años entró en Cîteaux (Císter, n.d.t.), una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos.

    Algunos años más tarde, en 1115, Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer Abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). El joven abad, tenía sólo 25 años, pudo aquí afinar su propia concepción de la vida monástica, y empeñarse en traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y mesurada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y el cuidado de los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval era cada vez en más numerosa, y multiplicaba sus fundaciones.

    En esos mismos años, antes de 1130, Bernardo emprendió una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este periodo hay que añadir los numerosos Sermones, como también Sentencias y Tratados. Siempre a esta época asciende la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, una de las figuras más importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves cuestiones de la Santa Sede y de la Iglesia.

    Por este motivo tuvo que salir más a menudo de su monasterio, e incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un vivo epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, sobre el que hablé el pasado miércoles. Dirigió sobre todo sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.

    Otro frente contra el que Bernardo luchó fue la herejía de los Cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, se sintió en el deber de defender a los judíos, condenando los cada vez más difundidos rebrotes de antisemitismo. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, dedicó a Bernardo un vibrante homenaje.

    En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los Cantares. En los últimos años de su vida – su muerte sobrevino en 1153 – Bernardo tuvo que limitar los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Merece mencionarse un libro bastante particular, que terminó precisamente en este periodo, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III.

    En esta circunstancia, Bernardo, en calidad de Padre espiritual, escribió a este hijo espiritual el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, Bernardo no indica sólo como ser un buen Papa, sino que expresa también una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que se resuelve, al final, con la contemplación del misterio de Dios trino y uno: “”Debería proseguir aún la búsqueda de este Dios, que aún no ha sido bastante buscado”, escribe el santo abad “pero quizás se puede buscar y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos por tanto aquí término al libro, pero no a la búsqueda” (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.

    Quisiera detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de Bernardo: estos se refieren a Jesucristo y a María Santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatus científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval configura al teólogo con el contemplativo y el místico.

    Sólo Jesús – insiste Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo – solo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". De aquí proviene el título, que se le atribuye por tradición, de Doctor mellifluus: su alabanza de Jesucristo “se derrama como la miel”. En las extenuantes batallas entre nominalistas y realistas – dos corrientes filosóficas de la época – el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma", confiesa, "si no es rociado con este aceite; es insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo en ello Jesús”.

    Y concluye: “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús” (Sermones en Cantica Canticorum XV, 6: PL 183,847). Para Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerle cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto pueda sucedernos a cada uno de nosotros!

    En otro célebre sermón del domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describió en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. “¡Oh santa Madre, - exclama - verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en su intensidad los sufrimientos físicos del martirio” (14: PL 183,437-438).

    Bernardo no tiene dudas: "per Mariam ad Iesum", a través de María somos conducidos a Jesús. Él confirma con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. No por casualidad, un siglo y medio después de la muerte de Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María: “Virgen Madre, hija de tu Hijo/ humilde y más alta criatura/ término fijo de eterno consejo,..." (Paraíso 33, vv. 1ss.).

    Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como san Bernardo, provocan aún hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo, con las únicas fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad.

    La teología reenvía a la “ciencia de los santos”, a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto a Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios “con la oración que con la discusión”. Al final, la figura más verdadera del teólogo sigue siendo la del apóstol Juan, que apoyó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

    Quisiera concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María, que leemos en su bella homilía: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres – dice – piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta...” (Hom. II super “Missus est”, 17: PL 183, 70-71).

Oremos

    Señor, Dios nuestro, tú hiciste del abad San Bernardo, inflamado en el celo de tu casa, una lámpara ardiente y luminosa en medio de tu Iglesia; concédenos, por su intercesión, participar de su ferviente espíritu y caminar siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-