miércoles, 3 de febrero de 2016

LITURGIA

Elementos Materiales de la Liturgia

El Templo, el Altar, vestiduras del Papa, obispos y sacerdotes, colores litúrgicos


   La patena. Es un complemento del Cáliz. Sobre ella dice el actual Misal: “Para consagrar las hostias puede conveniente­mente usarse una patena más grande, en la cual se deposite el pan tanto del celebrante como de los ministros y de los fieles” (n. 293). Por lo tanto, su tamaño dependerá de la afluencia de comulgantes; y también el número, si la comunión ha de ser administrada por varios sacerdotes o diáconos. No obstante, ad­viértase que siempre el copón queda como vaso sagrado, también para la comunión.   Antiguamente las patenas eran de cuatro cla­ses, lo mismo que los cálices: sacrificiales, ministeriales, ofren­darías y crismales, y servían para idénticos ministerios. Las ac­tuales van tomando formas diversas.



Fuente:  La Liturgia.org




DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (Cap.II)

Evangelización y Doctrina Social







REFLEXIÓN

Reflexiones Espirituales

Miércoles 03 de Febrero

De los Capítulos de Diadoco de Foticé, obispo, Sobre la perfección espiritual
(Capítulos 6. 26. 27. 301. PG 65, 1169. 1175-1176)


EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS SE ADQUIERE
POR EL GUSTO ESPIRITUAL

    El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va ya segura en pos de la caridad.

    Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan, guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios, y arrojando de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio. El mar, cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dónde se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los pescadores.

    Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conocimiento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y gloriosa.

    Por esto dice el Apóstol: No impidáis las manifestaciones del Espíritu, esto es, no entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero sí que al contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre él y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.

    La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento en que comienza a gozar de plena salud y a prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimentar la abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo de su sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que dice el Apóstol: Y ésta es mi oración: Que vuestro amor vaya creciendo cada vez más en el verdadero conocimiento y en delicadeza espiritual. Así sabréis distinguir y escoger lo más perfecto.


EXTRAÍDA : SEGUNDA LECTURA OFICIO DE LECTURA DEL DÍA




LA FRASE DE DÍA

Miércoles 03 de Febrero






EVANGELIO

Tiempo Ordinario

Miércoles 03 de Febrero  Semana IV


Segundo Libro de Samuel 24,2.9-17.

    El rey dijo a Joab, el jefe del ejército, que estaba con él: "Recorre todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba y hagan el censo del pueblo, para que yo sepa el número de la población".
Joab presentó al rey las cifras del censo de la población, y resultó que en Israel había 800.000 hombres aptos para el servicio militar, y en Judá 500.000.
    Pero, después de esto, David sintió remordimiento de haber hecho el recuento de la población, y dijo al Señor: "He pecado gravemente al obrar así. Dígnate ahora, Señor, borrar la falta de tu servidor, porque me he comportado como un necio".
    A la mañana siguiente, cuando David se levantó, la palabra del Señor había llegado al profeta Gad, el vidente de David, en estos términos:  "Ve a decir a David: Así habla el Señor: Te propongo tres cosas. Elige una, y yo la llevaré a cabo".
    Gad se presentó a David y le llevó la noticia, diciendo: "¿Qué prefieres: soportar tres años de hambre en tu país, o huir tres meses ante la persecución de tu enemigo, o que haya tres días de peste en tu territorio? Piensa y mira bien ahora lo que debo responder al que me envió".
    David dijo a Gad: "¡Estoy en un grave aprieto! Caigamos más bien en manos del Señor, porque es muy grande su misericordia, antes que caer en manos de los hombres".
Entonces el Señor envió la peste a Israel, desde esa mañana hasta el tiempo señalado, y murieron setenta mil hombres del pueblo, desde Dan hasta Berseba.
    El Angel extendió la mano hacia Jerusalén para exterminarla, pero el Señor se arrepintió del mal que le infligía y dijo al Angel que exterminaba al pueblo: "¡Basta ya! ¡Retira tu mano!". El Angel del Señor estaba junto a la era de Arauná, el jebuseo.
Y al ver al Angel que castigaba al pueblo, David dijo al Señor: "¡Yo soy el que he pecado! ¡Soy yo el culpable! Pero estos, las ovejas, ¿qué han hecho? ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre!".



Salmo 32(31),1-2.5.6.7.

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,

y en cuyo espíritu no hay doblez!
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”.

¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!
Por eso, que todos tus fieles te supliquen
en el momento de la angustia;
y cuando irrumpan las aguas caudalosas

no llegarán hasta ellos.
Tú eres mi refugio,
tú me libras de los peligros
y me colmas con la alegría de la salvación.


Fuente: Evangelizo.org




MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

Miércoles 03 de Febrero






HIMNO

Tiempo Ordinario

Miércoles de la Semana IV

De la Feria. Salterio IV

03 de Febrero






SANTORAL

Santoral del Día

Miércoles 03 de Febrero


    Una extravagante leyenda, difundida sobre todo entre la cristiandad oriental, cuenta que Simeón era uno de los 70 sabios que tradujeron en el siglo IIIaC la biblia hebrea al griego -la conocida como "Biblia de los LXX" o "Septuaginta"-; al llegar a la profecía del Emmanuel, el pasaje de Isaías 7,14, consideró que el término "virgen" no era correcto, y quiso corregirlo y traducir por "mujer", pero el ángel de Dios se le apareció y le contuvo la mano, anunciándole que no moriría hasta no ver por sí mismo cumplida esa promesa. Así que Simeón tuvo que vivir unos 300 años hasta llegar a la escena de donde lo conocemos nosotros, es decir, a la entrada del templo, donde se comprende que haya dicho "ahora puedes dejar que tu siervo se vaya en paz...".

    Excentricidades narrativas al margen, nuestra única fuente respecto de los dos santos que conmemoramos hoy, san Simeón el anciano vidente y santa Ana la profetisa (a la que por supuesto no debemos confundir con la más conocida santa Ana, abuela de Jesús), es el divulgado capítulo de san Lucas 2, donde se cuenta la gran manifestación de Jesús en la entrada del templo de Jerusalén. Leemos allí:«He aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

    "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.

    Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones."

    Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.»

    Puesto que no hay ninguna tradición posterior cierta acerca de ninguno de los dos personajes, tenemos que atenernos a lo poco que nos cuenta san Lucas. Es evidente que el evangelio quiere destacar en los dos santos sus rasgos específicamente judíos, para mostrar el momento en el que la manifestación pública de Jesús abre la puerta de Israel a los gentiles; posiblemente para mostrar que esa apertura a los gentiles no es por capricho de los predicadores descendientes de san Pablo, sino porque así estaba previsto en las Santas Escrituras: dos judíos, un hombre y una mujer, inequívocamente judíos, entregan a los gentiles la llama de la promesa: "Luz para iluminar a las naciones".

    El cántico de Simeón, más conocido como "Nunc dimittis", que la Iglesia reza cada noche en Completas, es un bellísimo himno, en el que el evangelio ha logrado sintetizar en pocas palabras el sentido con el que la Iglesia recibió desde un principio las promesas mesiánicas, especialmente las del Libro de la Consolación de Isaías (es decir, Isaías 40-55). Ana y Simeón asumen alternativamente los rasgos del "Heraldo" de Isaías:

     «Súbete a un alto monte alegre mensajera de Sión...» (Is 40,9)
«¡Qué hermosos son, sobre los montes, los pies del mensajero que auncia la paz, que trae la Buena Nueva..!» (Is 52,7)

    Aunque estamos acostumbrados a traducir el primero de los dos textos en masculino, lo cierto es que literalmente Is 40,9 no menciona un heraldo sino una "heralda" (mebaseret), mientras que Is 52 sí habla de un heraldo (mebaser), de allí que el exégeta Fitzmeyer señala que san Lucas ha querido subrayar en Ana y Simeón, no sólo el cumplimiento, sino el cumplimiento literal del tiempo mesiánico. Efectivamente, de la profetisa Ana, aunque su figura quede un tanto eclipsada por la fuerza del himno de Simeón, se nos dice que "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén."

    Respecto de la fecha de celebración de estos dos santos, nada más natural que recordarlos el día 3 de febrero, un día después de la única actuación que les conocemos; sin embargo esta lógica, que es la de algunos santorales orientales, no ha sido seguida siempre; por el contrario, la memoria de Simeón (con o sin mención de Ana) ha pasado por distintos puntos del calendario, hasta ahora que el Nuevo Martirologio Romano adoptó la que parece más pertinente.


©Evangelizo.org




SANTORAL

Santoral del Día

Miércoles 03 de Febrero


    San Blas, obispo y mártir, que, por ser cristiano, en tiempo del emperador Licinio padeció el martirio en la ciudad de Sebaste, en la antigua Armenia.

    Parece que no hay pruebas de que existiera algún culto a san Blas antes del siglo VIII; pero los relatos de fechas posteriores están de acuerdo en afirmar que fue obispo de Sebaste, en lo que era en aquel momento Armenia (actual Turquía) y recibió la corona del martirio durante la persecución de Licinio, por mandato de Agrícola, gobernador de Capadocia y Asia Menor. En las actas legendarias de san Eustracio, de quien se dice que pereció en la persecución de Diocleciano, se menciona que san Blas recibió muy solemnemente sus reliquias, las depositó con las de san Oreste y llevó al cabo, punto por punto, la última voluntad del mártir.

    Esto es todo lo que puede afirmarse con cierta seguridad respecto a san Blas; pero en vista de la devoción con que se le venera en Alemania, Francia e Italia, conviene relatar brevemente la historia que contienen sus actas legendarias. De acuerdo con ellas, Blas nació rico, de padres nobles; fue educado cristianamente y se le consagró obispo cuando todavía era bastante joven. Al comenzar la persecución, por inspiración divina, se retiró a una cueva en las montañas, frecuentada únicamente por las fieras. San Blas recibía con afecto a sus salvajes visitantes y cuando estaban enfermos o heridos, los atendía y los curaba. Se dice que los animales acudían en manadas para que los bendijera. Cierta vez unos cazadores que buscaban atrapar fieras para el anfiteatro, encontraron al santo rodeado por ellas. Repuestos de su asombro, los cazadores intentaron capturar a las bestias, pero san Blas las espantó y entonces le capturaron a él. Al saber que era cristiano, lo llevaron preso ante el gobernador Agrícola. Se dice que cuando le conducían a la ciudad, encontraron a una mujer que gemía desesperada, porque un lobo acababa de llevarse a uno de sus lechones; entonces san Blas llamó con voz recia a la fiera y el lobo apareció a poco, con el lechón en el hocico, y lo dejó intacto a los pies de la maravillada mujer. Pero aquel prodigio no conmovió a los cazadores, que continuaron su camino arrastrando al preso consigo. En cuanto el gobernador se enteró de que el reo era un obispo cristiano, mandó que lo azotaran y después lo encerraran en un calabozo, privado de alimentos. San Blas soportó con paciencia el castigo y tuvo el consuelo de que la mujer, dueña del lechón que había salvado, se presentara en la oscura celda para ayudarle, llevándole provisiones y velas para alumbrarse. Pocos días más tarde, fue torturado para que renegara de su fe; sus carnes fueron desgarradas con garfios y, como el santo se mantuviera firme, se dio orden de que fuera decapitado.

    Así murió san Blas en Capadocia y, años más tarde, sus supuestas reliquias se trasladaron al Occidente, donde se extendió su culto enormemente en razón de las curaciones milagrosas que, al parecer, se realizaban por su intercesión. Se le venera como el santo patrono de los cardadores de lana y los animales salvajes y, en virtud de varias célebres curas que hizo en vida a enfermos de la garganta, es el abogado para esta clase de males; una de las variantes de la leyenda recuerda especialmente que el santo, camino del suplicio, curo el mal de un niño que se había atragantado con una espina. En Alemania se le honra, además como uno de los catorce «heilige Nothelfer» (santos auxiliadores en las necesidades). En algunas partes, el día de la fiesta de san Blas, se administra una bendición especial a los enfermos, colocando dos velas (al parecer en memoria de las que llevaron al santo en su calabozo) en posición de una cruz de san Andrés, en el cuello o sobre la cabeza del suplicante, pronunciándose estas palabras: «Per intercessionem Sancti Blasi Liberet te Deus a malo gutturis et a quovis alio malo» (por intercesión de san Blas te libere Dios de todo mal de la garganta y de todo otro mal). También leemos sobre el «agua de san Blas», que se bendice en su día y que generalmente se da a beber al ganado que está enfermo.

Fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI