El Ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su madre y huyan a Egipto (Mateo II). El rey Herodes, temiendo al Rey de los Judíos que los magos vinieron a adorar, dicto sentencia de muerte contra todos los niños pequeños, que se encontraban en las inmediaciones de Belén; el Ángel advirtió al santo Padre nutricio que llevara a Egipto a ese sagrado Rey, que reinará sobre las naciones a través del madero de la Cruz. San José obedeció al punto, y se puso en camino con su santa Esposa que llevaba su tesoro en sus brazos. Están sin guía, sin apoyo, temerosos de los soldados de Herodes; el corazón consagrado de San José tiembla por Jesús y se enternece por las fatigas de María; sólo su inquebrantable confianza en Dios lo sostiene, y camina hacia ese país desconocido, inhospitalario, ocupado siempre del doble tesoro confiado a su vigilancia. Una antigua pintura encontrada en las Catacumbas de Roma representa a la sagrada familia huyendo a Egipto. Jesús reposa sobre el seno de María, se apoya sobre el santo anciano José. ¡Si pudiésemos, a lo largo de nuestra vida, bajo el ojo de Dios! ¡Confiando en el cuidado de su Providencia, con María por Madre y San José por guía y por protector! Así evitaríamos el pecado, y las tentaciones del demonio, más peligroso que los satélites, y llegaremos felizmente al término del viaje, no Egipto sino e cielo.
Oración
Oh Dios, admirable en tus santos, que has querido mostrarte más admirable en san José, estableciéndole como dispensador de los dones celestes sobre tu sagrada familia, concédenos alcanzar felizmente a puerto de salvación, ayudados por los mérito y las oraciones de ese gran santo cuyo nombre invocamos con confianza, por Jesucristo Nuestro señor. ¡Qué el nombre de José sea bendito, ahora y siempre!