La obra de la Redención no estaba todavía terminada, los cielos cerrados apor la falta de Adán, no estaban abiertos y el alma de José andaba en los limbos reuniéndose a la de sus padres, los santos patriarcas, los profetas inmortales, los santos pontífices y los santos reyes, los justos de Israel que esperaban, en una oración incesante, la venida del Mesías. Con qué alegría conocieron su feliz nacimiento y cuánto alegraban con su liberación cercana. Algunos de eso que nosotros llamamos años los separaban a penas del momento en que victorioso de la muerte y del infierno, Jesús triunfante descendió a los limbos. José lo vio con los ojos de su alma; no era ya el niño que había cargado en sus brazos, el adolescente que había encontrado en el templo, el celeste obrero que lo ayudaba en sus trabajos: es el Salvador que lleva sobre su espalda la marca de su victoria, es el hombre Dios que ha vencido al demonio con la efusión de su sangre preciosa y que lleva en sus manos, en sus pies, en su corazón, las heridas radiantes, prendas de su amor. ¡Con qué dicha José y los ancianos de Israel lo adoraron, cuántas acciones de gracias, cuántos cánticos de alegría se elevaron de ese coro de almas rescatadas! ¡Si conociésemos es don de Dios! ¡Si supiésemos lo que guarda Jesús para nosotros, su recuerdo, su amor, su sangre nos liberarían de la servidumbre del pecado; ningún esfuerzo nos parecería penoso para complacer a Jesús y unirnos a él más estrechamente!
Oración
Oh santo protector mío, es en especial por la hora en que debo decidir mi eternidad que recurro a ti. Te invoco con toda mi alma, asísteme en esos últimos desfallecimientos, sostén mi fe, mi esperanza y mi amor; obtenme esta contrición que lava el corazón de todas las suciedades, preséntame a mi soberano Juez, y obtén para mí un juicio favorable, para que contigo alabe y bendiga a Dios por toda la eternidad.
San José, tan poderoso en el cielo, ruega por nosotros.