TIEMPO DE CUARESMA
VIERNES DE LA SEMANA II
26 de febrero
«Su ingreso en la vida religiosa fue el fruto de su
perseverancia. Sin ceder al desánimo insistió cuántas veces fue preciso
intentando vincularse a varios Institutos. Es fundadora de las Hermanas
Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús»
La incertidumbre es frecuente en la vida santa.
Acompaña al aparente fracaso de un sueño que no logra materializarse. Son
momentos de prueba para un alma que se da de bruces contra las cuerdas de la
soledad y el vacío. La porción del camino que desea recorrer, el único que ve,
se le resiste y no sabe por qué. Dios, que conoce lo que está dentro del
corazón de cada cual, que tiene constancia hasta del último de nuestros
cabellos, permite circunstancias que la razón no entiende porque la explicación
de los sucesos no discurre por esos derroteros. A quienes persisten en sus
ruegos, a su debido tiempo, cuando Él juzga oportuno les da la luz y erradica
los escollos, como hizo con esta beata.
Tomasa, que ese era su nombre de pila, nació en
Bocairente, Valencia, España, el 12 de noviembre de 1842. Era la quinta de ocho
hermanos. Sintió la llamada a la vida religiosa cuando realizó la primera
comunión: «Cuando recibí por primera vez la Sagrada Comunión, quedé como anonadada
y experimenté que Jesús me llamaba a la vida religiosa». En esta época solía
enseñarse a bordar y a recitar, y ella mostró buenas dotes no solo para la
confección y la poesía sino también para la música, como constataron en el
colegio de Loreto donde estudiaba. Pero la formación genuina, tanto humana como
espiritual, se la proporcionaron las religiosas de la Sagrada Familia de
Burdeos en Valencia.
La época no era propicia para los que optaban por la
consagración. Por eso, pero sobre todo porque la Providencia la había elegido
para otra misión, las puertas del convento parecían cerradas para la beata,
pese a que intentó en varias ocasiones cumplir su anhelo una vez que su familia
dejó de oponerse a sus deseos. Pretendió ingresar con las carmelitas descalzas
de Onteniente, y la enfermedad dio al traste con su aspiración. Fue un
obstáculo que la obligó a regresar a su casa paterna. Y otro tanto le aconteció
con las carmelitas de la caridad de Vich ya que estando junto a ellas contrajo
el cólera. Entonces sus padres habían fallecido. De hecho, no dio ningún paso
hasta que los perdió; había vivido dedicada a su cuidado mientras asistía a
pobres y enfermos.
En este proceso de búsqueda –ya había hecho voluntaria
renuncia al matrimonio–, y dado que no identificaba el camino que debía
emprender, sino muchos impedimentos a lo que se proponía, halló empleo como
obrera textil en Barcelona y sirvió en el colegio de las mercedarias de la
enseñanza. Intacto conservaba su deseo de consagración que decidió llevar adelante
aunque tuviera que hacerlo fuera de un convento. Luego estuvo en Benicassim, en
el desierto de Las Palmas pensando que quizá podía dedicarse a una especie de
consagración eremítica. Su confesor no lo veía claro, y ella misma se dio
cuenta in situ de que tenía razón. Así que volvió a Barcelona con el peso de su
incertidumbre: «Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero dime dónde». La
respuesta llegó a través de una experiencia mística. El Sagrado Corazón de
Jesús le mostró su hombro izquierdo ensangrentado, diciéndole: «Mira cómo me
han puesto los hombres con sus ingratitudes, ¿quieres tú ayudarme a llevar esta
cruz?». Ella respondió como Samuel, sin dudar: «Señor, si necesitas una víctima
y me quieres a mí, aquí estoy, Señor». Entonces, el Redentor le dijo: «Funda,
hija mía, que de ti y de tu Congregación siempre tendré misericordia». Aún le
quedaba por saber dónde se iniciaría la obra.
Y obedeciendo a la sugerencia del obispo Jaime Catalá,
se dirigió a su confesor determinada a cumplir sus indicaciones. La escasez de
vocaciones y las necesidades que se presentaron en su tierra, anegada por la
destructiva inundación del río Segura que arrasó la huerta murciana en 1884
como en 1879 lo hiciera la riada de Santa Teresa, fueron determinantes para
encaminar sus pasos hacia allí. Y las inmediaciones de Alcantarilla alumbraron
el nacimiento de la primera comunidad de terciarias de la Virgen del Carmen.
Lidió con el cólera prodigando cuidados a los enfermos y a niñas huérfanas en
un pequeño centro sanitario que denominó «La Providencia». Aumentaron las
vocaciones y se abrieron nuevas casas, una de ellas en Albacete. Pero quería
conocer si esa era realmente la voluntad de Dios, y el único signo para
dilucidarlo era la cruz: «fundar en tribulación».
Los problemas surgieron entre miembros de las casas de
Alcantarilla y Caudete cuando la Congregación no había recibido aún aprobación
diocesana. Fueron días de intensa oración y sufrimiento. El padre Tomás Bryan y
Livermore la envió junto a otra religiosa, sor Alfonsa, la única que perseveró,
al Convento de la Visitación de las Salesas Reales, en Orihuela, para hacer
ejercicios espirituales y proyectar una nueva fundación. Y aquí se le dio a
entender su verdadero carisma: los niños pobres y abandonados, los ancianos y
los enfermos, a quienes mostraría el Corazón misericordioso de Jesús y el
patrocinio de san Francisco de Sales para esta obra que debía poner en marcha.
Así nació en 1890 la Congregación de Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de
Jesús.
Volcada en las necesidades de todos, ofrendó su
piadosa vida abrazada a la cruz, confiada, perseverante hasta el fin.«La
limosna del amor vale más que la del dinero», hizo notar. El año de su muerte,
1916, contrajo una grave enfermedad y el 26 de febrero murió sentada en su
sillón en la casa de Alcantarilla. En otros momentos, mirando el crucifijo
había dicho: «Aquél murió en la cruz y yo no debo morir en la cama, sino en el
suelo». Fue beatificada el 21 de marzo de 2004 por Juan Pablo II.
"He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes" Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración