domingo, 4 de abril de 2021

EVANGELIO - 05 de Abril - San Mateo 28,8-15.

 

       Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33.

    El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
    Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
    Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él.
    En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile.
    Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción.
    Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.
    Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.
    Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono.
    Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción.
    A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos.
    Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen."


Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11.

Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,

¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:

él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:

porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.


    Evangelio según San Mateo 28,8-15.

    Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
    De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
    Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".
    Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
    Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos'.
    Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
    Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 05 de Abril - «Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me veréis»


        San Odilón de Cluny (961-1048) monje, abad 2º Sermón para la resurrección; PL 142, 1005

«Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me veréis»

    El evangelio nos muestra la carrera feliz de los discípulos: "ambos corrieron juntos, pero el otro discípulo iba delante, más rápido que Pedro y llegó primero a la tumba" (Jn 20,4). ¿Quién no quiere también encontrar a Cristo sentado a la derecha del Padre y para llegar a encontrarlo al final de su búsqueda, quién no buscará corriendo en espíritu, cuando recuerda con alegría la carrera de aquellos apóstoles? Para animarnos en este deseo, que cada uno de nosotros repitamos con ánimo cada verso del Cantar de los Cantares: «Entremos más adentro, corremos tras el olor tus perfumes» (3,4 LXX). Correr tras el olor de tus perfumes, es caminar sin descanso, al paso del Espíritu, al lado de nuestro Creador, reconfortado por el santo olor de las virtudes. Tal fue la carrera, digna de elogio, de estas santas mujeres que, de acuerdo con los Evangelios, habían seguido el Señor por la Galilea y permanecieron fieles en el momento de su Pasión, mientras que los discípulos huyeron (Mt 27.55); ellas han corrido al olor de los perfumes, en espíritu e incluso según lo escrito, porque compraron algunos perfumes para la unción de los miembros del Señor, como lo atestigua Marc (16,1). Hermanos, a ejemplo del solícito cuidado de los discípulos, hombres y mujeres, en la tumba de su Señor... proclamemos a nuestra manera la alegría de la resurrección del Señor. Sería una pena que una lengua humana silenciara la alabanza debida a nuestro Creador, en este día en que su carne ha resucitado. Esta magnífica resurrección nos lleva a proclamar la grandeza del autor de tanta alegría y anunciar la victoria contra nuestro antiguo enemigo...: a causa de su muerte, la muerte ha sido desplazada; Hoy, por Cristo, la vida es devuelta a los mortales. Hoy, las cadenas del demonio se rompen, la libertad del Señor se les da a los cristianos en este día.

SANTORAL - SAN VICENTE FERRER

05 de Abril


    Predicador. (año 1419). Nació en 1350 en Valencia, España. Se hizo religioso en la Comunidad de Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad. Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones. Siendo un simple diácono lo mandaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un período de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarían los barcos con los alimentos tan deseados.

    Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecías de cosas que él no podía estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al día siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador. Una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países. En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el país de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales. Los primeros convertidos fueron judíos y moros. Dicen que convirtió más de 10,000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a más de una cuadra de distancia.

    Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas). En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. Gentes que siempre habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión.

    Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Decía: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas". Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.

    El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba: "Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla". Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, si no la palabra ofensiva que se responde.

Oremos

    ¡Amantísimo Padre y Protector mío, San Vicente Ferrer! Alcánzame una fe viva y sincera para valorar debidamente las cosas divinas, rectitud y pureza de costumbres como la que tú predicabas, y caridad ardiente para amar a Dios y al prójimo. Tú, que nunca dejaste sin consuelo a los que confían en ti, no me olvides en mis tribulaciones. Dame la salud del alma y la salud del cuerpo. Remedia todos mis males. Y dame la perseverancia en el bien para que pueda acompañarte en la gloria por toda la eternidad. Amén.