domingo, 17 de septiembre de 2023

SETIEMBRE, MES DE LA BIBLIA - "La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús"



    A través de la oración sucede como una nueva encarnación del Verbo. Y somos nosotros los “tabernáculos” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas y custodiadas, para poder visitar el mundo. Por eso es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o moral, sino porque espera en un encuentro; sabe que estas, estas palabras, han sido escritas en el Espíritu Santo y que por tanto en ese mismo Espíritu deben ser acogidas, ser comprendidas, para que el encuentro se realice.

Papa Francisco
Catequesis miércoles 27 enero 2021

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO DEL DÍA - 18 de Septiembre - San Lucas 7,1-10.


    Primera Carta de San Pablo a Timoteo 2,1-8.

    Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.
    Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
    Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Este es el testimonio que él dio a su debido tiempo, y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera fe. Digo la verdad, y no miento.
    Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.

    Palabra de Dios


Salmo 28(27),2.7.8-9.

Oye la voz de mi plegaria,
cuando clamo hacia ti,
cuando elevo mis manos hacia tu Santuario.
el Señor es mi fuerza y mi escudo,

mi corazón confía en él.
Mi corazón se alegra porque recibí su ayuda:
por eso le daré gracias con mi canto.
El Señor es la fuerza de su pueblo,

el baluarte de salvación para su Ungido.
Salva a tu pueblo y bendice a tu herencia;
apaciéntalos y sé su guía para siempre.


    Evangelio según San Lucas 7,1-10.

    Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.
    Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.
    Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
    Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".
    Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
    Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".
    Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".
    Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 18 de Septiembre - «Di,tan sólo,una palabra»


       Basilio de Seleucia (¿-c. 468) obispo Homilía sobre el centurión; PG 85, 235s


«Di,tan sólo,una palabra»

    Señor, mi criado está en cama, paralítico, y sufre mucho. Si bien es un esclavo, no por ello, es menos hombre este que sufre. No mires la bajeza del esclavo, sino la gran gravedad de su mal». Así hablaba el centurión; y ¿qué que dice la Bondad suprema? : «Yo vengo y le curaré. Yo que, preocupado por los hombres, me he hecho hombre, he venido por todos, y no voy a despreciar a ninguno. Yo le curaré » Por la rapidez de su repuesta, Cristo aguijonea la fe : «Señor, no soy digno de que entres en mi casa.» ¿Te fijas en cómo el Señor, igual que un cazador, ha hecho salir la fe que estaba escondida en lo secreto de su interior ? «Di, tan sólo, una palabra y mi servidor será curado de su mal, liberado de la servidumbre de su enfermedad. Porque yo, que estoy sometido a unos superiores, tengo soldados bajo mis órdenes, i digo a uno : ‘Ves’, y va, a otro : ‘Ven’, y viene. Es así que he conocido la fuerza de tu poder. Es a partir de lo que tengo, que he reconocido a aquel que me sobrepasa. Veo los ejércitos de curaciones, veo las tropas de milagros esperando tus órdenes. Envíalas contra la enfermedad, envíalas como yo envío a un soldado.»

    Y Jesús, admirado, dijo: No he encontrado una fe tan grande en Israel. El que era un extranjero, un no-llamado, que no formaba parte del pueblo de la alianza, que no participó de los milagros que hizo Moisés, que no había sido iniciado en sus leyes, que no había conocido las palabras de los profetas, por su fe ha adelantado a los otros.»

SANTORAL - SAN JOSÉ DE CUPERTINO

18 de Septiembre


  En Osimo, en el Piceno, san José de Cupertino, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, célebre, en circunstancias difíciles, por su pobreza, humildad y caridad para con los necesitados de Dios.

    La capacidad de "volar con la mente y con el cuerpo" fue el rasgo característico de la vida de San José de Cupertino. A pesar de las dificultades en sus estudios, de hecho, recibió carismáticamente el don de la ciencia infusa y vivió intensos momentos de contemplación de los misterios divinos con éxtasis y levitaciones. Sin embargo, leyéndola sobre el papel, su historia parecería indicar lo contrario. Cuando José María Desa nació el 17 de junio de 1603 en la pequeña ciudad de Cupertino, en la provincia de Lecce, Italia, su familia atravesaba por un difícil momento: su padre, Félix, se vio envuelto en el desastre económico de un conocido al que le había prestado su dinero, y terminó en la miseria. Así que José vino al mundo en un establo como Jesús y desde niño tuvo que colaborar en casa para contribuir a la economía doméstica, trabajando como un simple sirviente.

Los prodigios de los exámenes para el diaconado y el sacerdocio

    Para solventar la bancarrota paterna, el Tribunal Supremo de Nápoles estableció que, habiendo alcanzado la mayoría de edad, José estaría obligado a trabajar sin remuneración, hasta que terminara de pagar la deuda de su padre, ya fallecido. Ante esta condena - de hecho, una verdadera esclavitud - el joven volvió a pedir la admisión en el Convento de la "Grottella". Los frailes se tomaron su situación a pecho y le ayudaron a emprender un verdadero camino de estudio.     En medio de mil dificultades, y gracias a una gran fuerza de voluntad, el joven se enfrentó al examen para el diaconado. Fue allí donde ocurrió un milagro: José había estudiado en profundidad un solo pasaje del Evangelio y fue precisamente ese texto el que, por casualidad, el obispo examinador le pidió que comentara. Un acontecimiento extraordinario similar tuvo lugar tres años más tarde, durante el examen para ser ordenado sacerdote: el obispo interrogó a algunos de los candidatos y, al encontrarlos particularmente bien preparados, extendió la admisión al sacerdocio a todos los demás candidatos, sin interrogarlos y uno de ellos era justamente José. Finalmente, en 1628, José fue ordenado sacerdote.

"Hermano Burro"

    Consciente que sus propias limitaciones culturales no eran un peso, sino un don espiritual que lo identificaban con Cristo humilde y pobre, José se dedicó a los más simples trabajos manuales y a servir a los más pobres. Incluso se llamó a sí mismo "Hermano Burro". José tambièn vivió su amor a la Iglesia de manera incondicional, poniendo a Cristo pobre en el centro de su existencia y sintiendo una profunda devoción por María, la Madre de Dios. Sin embargo, quien escuchaba sus discursos podía reconocer que en él brillaba la luz de una teología madura, capaz de comprender en profundidad temas doctrinales muy difíciles: se trataba del Don de ciencia infusa, que lo había hecho muy sabio sin haber frecuentado las universidades.

Los éxtasis y las levitaciones

    La contemplación amorosa de los misterios divinos tambièn acentuó en José los fenómenos de éxtasis y de levitación, sobre todo cuando contemplaba y dialogaba con Jesús y María. A un cofrade le explicaba la razón de estos éxtasis: "Cuando la pólvora se enciende en el disparo del fusil y envía ese ruido estruendoso, el corazón se enamora de Dios y va fuera de sí". Tales episodios extraordinarios no escaparon a la Inquisición de Nápoles, que lo convocó para tratar de comprender si el joven de Cupertino abusaba de la credibilidad popular o no. Justo delante de los jueces alineados en el Monasterio de San Gregorio Armeno, José tuvo una levitación. Por lo tanto, fue absuelto de todos los cargos, pero el Santo Oficio lo confinó en aislamiento, lejos de las multitudes. El futuro santo pasó, por lo tanto, de un convento a otro -Roma, Asís, Pietrarubbia, Fossombrone- hasta Osimo, cerca de Ancona. Aquí, finalmente, llegó en 1656, a instancias del Papa Alejandro VII, donde encontró la paz. Permaneció allí ininterrumpidamente hasta su muerte, llevando siempre una vida humilde al servicio del prójimo, y en conversación amorosa con Dios en el cúlmen de la celebración eucarística: "Esto es lo que debemos hacer -explicó a un cohermano-, dejar el mundo, continuar nuestra oración y predisponer la 'gruta' de nuestro corazón para ofrecer a Jesucristo el intelecto, la memoria y la voluntad".

Su muerte y la oración del estudiante

    La muerte lo sorprendió el 18 de septiembre de 1663, a la edad de 60 años. Benedicto XIV lo beatificó en 1753, mientras que Clemente XIII lo proclamó santo el 16 de julio de 1767. Hoy, las reliquias de sus restos descansan dentro de una urna de bronce dorado, en la cripta de la Iglesia de Osimo, dedicada a él. También se ha erigido un santuario en su honor en Cupertino, sobre el establo donde nació. 

Los estudiantes con dificultades se dirigen a él, recitando esta oración:

Oh, san José de Cupertino,
amigo de los estudiantes
y protector de los examinadores,
te vengo a invocar para que me des tu ayuda.
Ya sabes, por tu propia experiencia,
cuánta ansiedad y dificultad
acompaña al esfuerzo del estudio
y también lo fácil que es caer
en los peligros del cansancio intelectual y del desánimo.
Tú, que fuiste asistido prodigiosamente
por Dios en estudios y exámenes
para la admisión a las órdenes sagradas,
pídele al Señor su luz para mi mente
y su fuerza para mi voluntad.
Tú que experimentaste tan concretamente
la ayuda maternal de Nuestra Señora,
Madre de la Esperanza,
intercede por mí,
para que pueda superar fácilmente
todas las dificultades en los estudios y exámenes.
Amén.

Oremos

    Oh Dios, que dispusiste atraerlo todo a tu unigénito Hijo, elevado sobre la tierra en la Cruz, concédenos qué, por los méritos y ejemplos de tu Seráfico Confesor Jose, sobreponiéndonos a todas las terrenas concupiscencias, merezcamos llegar a El, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

-FRASE DEL DÍA-