sábado, 29 de abril de 2023

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 30 de Abril - San Juan 10,1-10


   Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.36-41.

    El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
    Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías".
    Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?".
    Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
    Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar".
    Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
    Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.


Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6.

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,

Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;

unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.


    Epístola I de San Pedro 2,20-25.

    En efecto, ¿qué gloria habría en soportar el castigo por una falta que se ha cometido? Pero si a pesar de hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante de Dios.
    A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas.
    El no cometió pecado y nadie pudo encontrar una mentira en su boca.
    Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente.
    El llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados.
    Porque antes andaban como ovejas perdidas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de ustedes.


    Evangelio según San Juan 10,1-10.

    Jesús dijo a los fariseos: "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
    El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
    El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
    Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
    Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz".
    Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
    Entonces Jesús prosiguió: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
    Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
    Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
    El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia."

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 30 de Abril - «Quien entre por mí se salvará»


     Santo Tomás de Aquino Sobre el Evangelio de San Juan: Hay un camino de salvación 


«Quien entre por mí se salvará»

    Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Andabais descarriados como ovejas —dice el Apóstol—, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

    Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues por él alcanzamos la felicidad.

    Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él —es decir, Juan Bautista— la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré —dice la Escritura— pastores según mi corazón. Pero, aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

    El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.

    A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida —la vida del cuerpo— por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

    De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

SANTORAL - SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO

30 de Abril


    Como los santos Juan Bosco, Luis Orione y Leonardo Murialdo, san José Benito Cottolengo nació en el Piamonte, una región marcada por los avatares trágicos de la Revolución Francesa. En el siglo XIX, este hombre llevó a cabo allí una heroica labor por los desamparados y necesitados.

    El 3 de mayo de 1786 vino al mundo en la pequeña población de Bra, provincia de Cuneo, José Benito Cottolengo, el primero de los doce hijos de un comerciante de lanas y de una devota y piadosa dama piamontesa de quien aprendió los principios de la fe cristiana.

    La infancia y adolescencia del muchacho estuvieron marcadas por los avatares trágicos de la Revolución Francesa, que estremeció al Piamonte casi tanto como a la misma Francia, y por la posterior invasión napoleónica que sujetó toda Europa a su dominio.

    Encontrándose su tierra sometida al imperio francés, José Benito debió cursar sus estudios sacerdotales en la clandestinidad y como no le resultaron fáciles se encomendó a santo Tomás de Aquino. ¡Su intercesión ante Dios fue tan eficaz que aprobó con éxito todos los exámenes! El 8 de junio de 1811 fue ordenado sacerdote en la capilla del seminario de Turín y al poco tiempo se lo designó vicepárroco de Corneliano d’Alba.

    Doctorado en Teología en 1816, fue convocado a integrar la Congregación de los Canónicos de la iglesia de Corpus Domini en Torino (Turín), pero rápidamente comenzó a sentir una profunda insatisfacción por lo que suponía era una suerte de inacción de su parte. En esas circunstancias comenzó a profundizar y meditar sobre las grandezas de la vida y las enseñanzas de san Vicente de Paul, actitud que, según sus biógrafos lo condujo a una madurez espiritual sin precedentes. Fue entonces que ocurrió un hecho que habría de marcarlo para toda la vida.

    El 2 de septiembre de 1827, una humilde mujer de origen francés que viajaba desde Milán a Lyon con su esposo y sus tres hijos, llamó a las puertas de su parroquia en busca de auxilio. La mujer, gravemente enferma, se hallaba en el sexto mes de embarazo y necesitaba urgente atención. Benito al verla en ese estado la condujo en su carruaje hasta el cercano hospital de tuberculosos con la intención de que la atendiesen lo más rápidamente posible pero, grande fue su sorpresa cuando sus autoridades le manifestaron que no estaban en condiciones de hacerlo por tratarse de una extranjera que no reunía los requisitos legales para ser internada. Además, dada su extrema pobreza, no podía costearse ningún tratamiento. De inmediato, partió Benito rumbo a otro nosocomio, el Hospicio de Maternidad, donde obtuvo los mismos resultados.

    Afligido, hizo nuevos intentos en otras instituciones sanitarias pero todo fue en vano: la pobre mujer expiró en sus brazos tras una larga agonía y mucho sufrimiento. Grande fue su desconsuelo, tremendo su dolor; dolor que se tornó insoportable al ver los rostros desolados del marido y los tres niños, ahora huérfanos. “Esto no puede volver a ocurrir. Debo hacer algo para que la gente desamparada tenga un sitio al que acudir”, pensó Benito, atormentado por el recuerdo de la mujer muerta en sus brazos.

    El 17 de enero de 1828 José Benito Cottolengo alquiló a un particular una sencilla habitación frente a la iglesia parroquial y en ella instaló cuatro camas, abriendo de esa manera un pequeño hospital llamado la «Valle Rossa». Lo asistían el médico Lorenzo Granetti y el farmacéutico Pablo Anglesio, bajo la atenta dirección de doña Mariana Nasi Pullini, rica viuda de la región que efectuó los primeros aportes a la naciente obra, llamada en un primer momento Damas de la Caridad. La institución fue creciendo y al cabo de tres años contaba con 210 internados y 170 asistentes. Necesitado de más colaboración, el P. Benito fundó una congregación dedicada exclusivamente a prestar asistencia al nosocomio recientemente fundado y designó superiora a Mariana Nasi.

    En 1831 estalló una epidemia de cólera que azotó ferozmente a Turín. Las autoridades, temerosas de que el hospital se convirtiese en un centro de propagación del temible flagelo, ordenaron clausurarlo y dejaron una vez más a los pobres enfermos totalmente desamparados. Lejos de amilanarse, Cottolengo se encaminó al barrio de Valdocco, por entonces en las afueras de la ciudad, y allí fundó la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que, andando el tiempo, habría de convertirse en un magnífico hospital con capacidad para 10.000 pacientes. Y sobre sus puertas mandó esculpir las palabras de San Pablo: “La caridad de Cristo nos anima”. Su fuerza de espíritu y la ayuda de almas caritativas le permitieron inaugurar nuevos pabellones que engrandecieron considerablemente el establecimiento.

    Así vieron la luz la Casa de la Esperanza, la Casa de la Fe, la Casa de Nuestra Señora y el Arca de Noé, donde fueron internados pacientes de extrema pobreza. El pabellón denominado Amigos Queridos fue destinado a los enfermos mentales, siguiéndole el de los huérfanos, los inválidos, los desamparados y los sordomudos. Tal fue la grandeza y amplitud de la obra que un escritor francés de visita en Turín en aquellos días manifestó asombrado: “Esto es la universidad de la caridad cristiana”.

Hechos prodigiosos

    El Padre Cottolengo jamás llevó cuentas ni hizo inversiones. Solía gastar todo en su obra sin guardar nada para el día siguiente. En cierta oportunidad uno de sus asistentes le dijo que no había alimento para los enfermos y que la situación era apremiante. El padre Benito reunió a la comunidad y preguntó si alguno de los presentes tenía dinero. Cuando alguien le dio un par de billetes los alzó a la vista de todos y los arrojó por la ventana. Poco después llegó desde la ciudad todo lo necesario para los internados. Otro día, a la misma hora, ocurrió un hecho similar. No había nada para los pacientes. En vista de ello el santo se retiró con sus religiosas y algunos enfermos a rezar. Y enfrascado se hallaba en sus oraciones cuando cerca del medio día se detuvieron frente al hospicio ¡varios carros del ejército con el almuerzo que los regimientos no iban a utilizar por encontrarse en maniobras a mucha distancia!

Rumbo a los altares

    Tanto trabajo y tanta vocación minaron la salud de Cottolengo. Intuyendo que su fin estaba cerca, escribió al conde Castegnetto manifestándole, entre otras cosas, que temía llegar a la siguiente Pascua sin ver extendida la mano de Dios sobre la Pequeña Casa. Hacía alusión a un importante crédito que se debía cubrir y que lo tenía sumamente angustiado. Y una vez más el Señor respondió a su pedido ya que a los pocos días el rey Víctor Manuel le envió sorpresivamente 5.000 liras, seguidas de otras 36.000 que le dejaba en herencia el canónico Valletti. Para la Pascua, ¡el crédito estaba cubierto!

    En 1842 la peste de tifus se abatió sobre Turín. San José Benito enfermó y el 30 de abril falleció, a los 56 años de edad, después de recibir la Unción de los Enfermos en Chieri, el día anterior. Esa misma tarde se casaba el rey Víctor Manuel y para no amargar tan fastuoso acontecimiento, su cuerpo fue trasladado en el más absoluto silencio a la capilla de la Pequeña Casa donde fue velado sin pompa y con sencillez.

    El 29 de abril de 1917 el papa Benedicto XIV lo declaró beato y el 19 de marzo de 1934 Pío XI lo proclamó santo. San José Benito Cottolengo conoció y trabó amistad con otro hombre de Dios, san Juan Bosco, a través del cual un discípulo de este último, el joven estudiante Luis Orione, supo de sus obras, su grandeza y su fortaleza espiritual. Y tanto fue lo que Cottolengo influyó en el futuro seminarista, que cuando varios años después él mismo inició su camino de santidad, bautizó a su naciente congregación con el nombre de Pequeña Obra de la Divina Providencia, en recuerdo de la fundada por el gran apóstol de Valdocco.

    Hoy se denomina a las instituciones que cobijan a huérfanos y desvalidos con el nombre de “cottolengos”, prueba evidente de la grandeza de su mentor. El Piamonte es tierra de grandes santos que hicieron de la piedad y la ayuda al necesitado, su cruzada y evangelio. San José Benito Cottolengo fue quizás el precursor de todos ellos.

Oremos

    Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a san José Benito de Cottolengo para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.´

-FRASE DEL DÍA-