viernes, 24 de junio de 2016

SOLEMNIDAD

Viernes 24 de Junio 
NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

    San Juan Bautista, es el único santo que se conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre por la visita del Salvador. Su nacimiento es motivo de inmensa alegría para la humanidad por el anuncio que trae de la próxima Redención. El arcángel Gabriel anunció a Zacarías que su mujer estéril, iba a concebir y agregó: «Le darás el nombre de Juan y será para ti objeto de júbilo y alegría; muchos se regocijarán por su nacimiento puesto que será grande delante del Señor». Al nacer, Zacarías proclamó el «Benedictus», que repetimos a diario en el oficio.



    Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando aún en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista.

    San Agustín hace la observación de que la Iglesia celebra la fiesta de los santos en el día de su muerte que, en realidad, es el día del nacimiento, del gran nacimiento a la vida eterna; pero que, en el caso de san Juan Bautista le conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre y anunció a Cristo ya antes de nacer (Sermón 292,1).

    Efectivamente, es digno de celebrarse el nacimiento de Juan Bautista, y así nos lo enseña el propio Evangelio, que tan reacio es a contar anécdotas o hechos meramente circunstanciales, y sin embargo dedica en San Lucas un largo capítulo, el primero de su obra, al nacimiento milagroso del Precursor. Es que la llegada de Juan no es un acontecimiento menor ni circunstancial en la vida de Jesús ni en el anuncio del Evangelio.

    En cuanto a los hechos relacionados con el nacimiento, no es posible ir más allá de lo que narra Lucas 1; ninguna biografía ni indagación histórica podría explicar de otra manera lo que con sencillez, pero con solemne rotundidad se afirma en ese capítulo: «El ángel dijo: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."»

    Ante hechos como estos no tiene demasiado sentido preguntarse, «¿pero habrá sido exactamente así, o tal vez de otra manera?» Sea cual sea la «manera» (y no hay duda que un evangelio, como escrito que es, acomoda literariamente los hechos a un plan narrativo, a un estilo, y a un interés de la narración), el hecho permanece: en el plan salvador de Dios era completamente necesario el Precursor. Dios mismo proveyó de ese Precursor a los hombres, y lo proveyó de manera milagrosa.

    Pero sí cabe que nos preguntemos ¿por qué era necesario un precursor? ¿en que consiste ese «plan salvador» que hacía necesario un precursor? El Precursor era necesario porque en los hechos de la historia de la salvación nada de lo que afectará al hombre ocurre sin la ayuda del hombre, ¡ni siquiera Dios podía salvar al hombre sin hacerse primero hombre! Pero no sólo eso, no bastaba que Dios se hiciera hombre, sino que es necesario de toda necesidad que, para que esa salvación sea auténticamente divina, venga anunciada por una palabra completamente humana, una palabra que no se dude que viene de un hombre.

    Así es la Ley que rige el encuentro de Dios con el hombre, la Ley promulgada por el propio Dios al revelarse en una «literatura sagrada», en una palabra de hombres que es a la vez Palabra de Dios. Ampliando el principio que ya enunciaba san Agustín deberemos decir que Dios, que creó al hombre sin el concurso de hombres, no hizo nada más sin el concurso de nosotros los hombres, ni siquiera nacer humanamente para salvarnos. Todo, absolutamente todo lo que Dios vino a decirnos a los hombres, y a obrar entre nosotros y en nuestro favor, necesita ser humanado, hecho verdaderamente de hombres y entre los hombres, para ser verdaderamente de Dios.

    Por eso la esperanza de Israel había ido entresacando de las profecías antiguas una «loca idea», que llegó a hacerse incluso explícita con el profeta Malaquías: aquel mismo profeta Elías que había sido tan misteriosamente arrebatado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11), aquel «Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!» -como lo llama su discípulo Eliseo- volvería antes del fin para anunciar el juicio del mundo y la restauración final de Israel. «He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.» (Malaquías 3,23)

    Aunque había muchas voces apocalípticas en época de Jesús, muchos que anunciaban el fin de una era, el juicio de Dios, e incluso predicaban la necesidad de realizar gestos de penitencia, como el lavado simbólico que ofrece Juan, en ninguno de ellos vio la fe apostólica la mano de Dios sino en Juan. Hubiera sido práctico y «consensual» para la fe cristiana hacer un «pool» de anuncios de salvación y declarar «¿véis como todos estos lo anuncian? tantos lo dicen, tan cierto debe ser» Sin embargo la fe apostólica no hizo esa tan conveniente encuesta, no le importó si era uno o muchos los que anunciaban la llegada del Cristo, le importó que lo anunciado fuera verdad, y por eso la fe apostólica conservó como un tesoro esa frase de Jesús: «Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan» (Lc 7,28); aunque en seguida agrega «sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él», porque en toda su grandeza, Juan sigue perteneciendo al mundo del Antiguo Testamento, a la promesa, no al cumplimiento, al signo, no al significado. Y con esos rasgos nos es presentado, con los rasgos del signo del Antiguo Testamento: se alimenta a langostas y miel silvestre, vive en el desierto, se viste de pieles de animales salvajes, reuniendo en sí las figuras de Sansón, Elías, y como el Arca de Dios que, antes de habitar en su verdadero templo, vive «envuelta en pieles» (2Samuel 7,2)

Sobre la fecha de la celebración

    Es evidente que la tradición quiso relacionar cronológicamente la celebración del nacimiento del Precursor con el nacimiento histórico de Jesús, y así que la Virgen permaneció junto a Isabel tres meses, hasta que naciera el Bautista, luego de recibir su propio anuncio del Ángel, y puesta la celebración de la Navidad convencionalmente el 25 de diciembre, adquirieron su definido lugar el 25 de marzo la   Anunciación, y debería haber sido el 25 de junio el del nacimiento del Bautista. Sin embargo, desde el principio tuvo su día el 24 de junio. Al respecto observa el Butler: El Nacimiento de san Juan Bautista fue una de las primeras fiestas religiosas que encontraron un lugar definido en el calendario de la Iglesia; el lugar que ocupa hasta hoy: el 24 de junio.     La primera edición del Hieronymianum lo localiza en esta fecha y subraya que la fiesta conmemora el nacimiento «terrenal» del Precursor. El mismo día está indicado en el Calendario Cartaginés, pero en tiempos anteriores ya hablaba del asunto san Agustín en los sermones que pronunciaba durante esta festividad. San Agustín hacía ver que la conmemoración está suficientemente señalada, en la época del año, por las palabras del Bautista, registradas en el cuarto Evangelio: «Es necesario que     Él crezca y que yo disminuya». El santo doctor descubre la propiedad de esa frase al indicar que, tras el nacimiento de san Juan, los días comienzan a ser más cortos, mientras que, después del nacimiento de Nuestro Señor, los días pasan a ser más largos [claro que esta observación sólo vale en el hemisferio norte]. Probablemente Duchesne tenga razón cuando afirma que la relación de esta fiesta con el 24 de junio se originó en el Occidente y no en el Oriente. «Es necesario hacer notar, expresa Duchesne, que la festividad se fijó el 24 y no el 25 de junio, por lo que podríamos preguntarnos por qué razón no se adoptó la segunda fecha que hubiese dado exactamente, el intervalo de seis meses entre la edad del Bautista y la de Cristo. La razón es, dice luego, que se hicieron los cálculos de acuerdo con el calendario romano, donde el 24 de junio es el "octavo kalendas Julii", así como el 25 de diciembre es el "octavo kalendas Januarii". Por regla general, en Antioquía y en todo el Oriente, los días del mes se numeraban en sucesión continua, desde el primero, tal como nosotros lo hacemos y, el 25 de junio habría correspondido al 25 de diciembre, sin tener en cuenta que junio tiene treinta días y diciembre treinta y uno. Pero de la misma manera que la fecha romana de Navidad fue adoptada en Antioquía (muy posiblemente en razón de la amistad de san Juan Crisóstomo con san Jerónimo), durante los últimos veinticinco años del siglo cuarto, se adoptó también la fecha para conmemorar el nacimiento del Bautista en Antioquía, Constantinopla y todas las otras grandes iglesias del oriente, en el mismo día en que se conmemoraba en Roma.

Fuente: ©Evangelizo.org





    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - DÍA 24





    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

AMORIS LAETITIA



    77. Asumiendo la enseñanza bíblica, según la cual todo fue creado por Cristo y para Cristo (cf. Col 1,16), los Padres sinodales recordaron que «el orden de la redención ilumina y cumple el de la creación. El matrimonio natural, por lo tanto, se comprende plenamente a la luz de su cumplimiento sacramental: sólo fijando la mirada en Cristo se conoce profundamente la verdad de las relaciones humanas. “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado [...] Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (Gaudium et spes, 22). Resulta particularmente oportuno comprender en clave cristocéntrica [...] el bien de los cónyuges (bonum coniugum)», que incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, y dentro del matrimonio cristiano también la ayuda mutua en el camino hacia la más plena amistad con el Señor. «El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas», aunque tampoco falten las sombras. Podemos decir que «toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal —una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca»



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

CATEQUESIS SOBRE LOS SACRAMENTOS

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP IV )

LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL

DE LA IGLESIA


    196 La cumbre insuperable de la perspectiva indicada es la vida de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la « muerte de cruz » (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad. En Él, y gracias a Él, también la vida social puede ser nuevamente descubierta, aun con todas sus contradicciones y ambigüedades, como lugar de vida y de esperanza, en cuanto signo de una Gracia que continuamente se ofrece a todos y que invita a las formas más elevadas y comprometedoras de comunicación de bienes.

Jesús de Nazaret hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre solidaridad y caridad, iluminando todo su significado:« A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos” (cf. Jn 15,13) »





    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

REFLEXIÓN

TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
De la Solemnidad.
24 de junio

EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA (SOLEMNIDAD).
    San Juan Bautista, es el único santo que se conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre por la visita del Salvador. Su nacimiento es motivo de inmensa alegría para la humanidad por el anuncio que trae de la próxima Redención. El arcángel Gabriel anunció a Zacarías que su mujer estéril, iba a concebir y agregó: «Le darás el nombre de Juan y será para ti objeto de júbilo y alegría; muchos se regocijarán por su nacimiento puesto que será grande delante del Señor». Al nacer, Zacarías proclamó el «Benedictus», que repetimos a diario en el oficio.

   
   De los Sermones de san Agustín, obispo(Sermón 293, 1-3: PL 38, 1327-1328)

LA VOZ DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO

    La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de él.

    Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no nos permiten llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande, mejor os adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo.

    Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegan hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos con toda la fuerza de su significado.

    Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: Dinos quién eres. Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.


    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

LA FRASE DEL DÍA

Viernes 24 de junio



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

EVANGELIO

TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
24 de junio


    Libro de Isaías 49,1-6.

    ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre.
    El hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba.
    El me dijo: "Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré".
    Pero yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza". Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios.
    Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel.     Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza.
    El dice: "Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra".



Salmo 139(138),1-3.13-14ab.14c-15.

Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,

y todos mis pasos te son familiares.
Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado

de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.



    Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,22-26.

    Pablo decía: "Cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad.
    De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.
    Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
    Y al final de su carrera, Juan decía: 'Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias'.
    Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los descendientes de Abraham y los que temen a Dios."



    Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.

    Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
    Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
    A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
    Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
    Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
    Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
    Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
    Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
    Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
    El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.


Fuente: ©Evangelizo.org



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
24 de junio


    San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón 289, 3º para la Natividad de san Juan Bautista

«Es necesario que Él crezca y yo disminuya»
(Jn 3,30)

    El mayor de los hombres fue enviado para dar testimonio al que era más que un hombre. En efecto, cuando aquel que es "el mayor de entre los hijos de mujer» (Mt 11,11) dijo: "Yo no soy Cristo" (Jn 1,20) y se humilla ante Cristo, debemos entender que hay en Cristo más que un hombre... «de su plenitud todos hemos recibido" (Jn 1,16). ¿Qué es decir, "todos nosotros"? Es decir que los patriarcas, los profetas y los santos apóstoles, los que precedieron a la Encarnación o que han sido enviados después por el Verbo encarnado, «todos hemos recibido de su plenitud». Nosotros somos vasos, Él es la fuente. Por lo tanto..., Juan es un hombre, Cristo es Dios: es necesario que el hombre se humille, para que Dios sea exaltado.


    Para que el hombre aprenda a humillarse, Juan nació el día a partir del cual los días comienzan a disminuir; para mostrarnos que Dios debe ser exaltado, Jesucristo nació el día en que los días comienzan a crecer. Aquí hay una enseñanza profundamente misteriosa. Celebramos la natividad de Juan como la de Cristo, porque esta natividad está llena de misterio. ¿De qué misterio? Del misterio de nuestra grandeza. Disminuyamos nosotros mismos, para crecer en Dios; humillémonos en nuestra bajeza, para ser exaltados en su grandeza.

Fuente: ©Evangelizo.org



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

HIMNO

TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
De la Solemnidad.
24 de junio

EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA (SOLEMNIDAD).

    San Juan Bautista, es el único santo que se conmemora el día de su nacimiento, porque fue santificado en el vientre de su madre por la visita del Salvador. Su nacimiento es motivo de inmensa alegría para la humanidad por el anuncio que trae de la próxima Redención. El arcángel Gabriel anunció a Zacarías que su mujer estéril, iba a concebir y agregó: «Le darás el nombre de Juan y será para ti objeto de júbilo y alegría; muchos se regocijarán por su nacimiento puesto que será grande delante del Señor». Al nacer, Zacarías proclamó el «Benedictus», que repetimos a diario en el oficio.




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

SANTORAL

TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XII
24 de junio


    En la ciudad de Guadalajara, en México, santa María de Guadalupe (Anastasia) García Zavala, virgen, que participó activamente en la fundación de la Congregación de Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, y se distinguió por sus obras de caridad en favor de los menesterosos y de los enfermos.

    María Guadalupe García Zavala, Fundadora de la Congregación religiosa de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, nació en Zapopan, Jalisco, México, el 27 de abril de 1878. Fueron sus padres el Sr. Fortino García y la Sra. Refugio Zavala de García. Don Fortino era comerciante, tenía una tienda de objetos religiosos frente a la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan, por lo tanto la pequeña Lupita visitaba la iglesia con mucha frecuencia y desde pequeña mostró gran amor a los pobres y a las obras de caridad.

    Lupita tuvo un noviazgo con el señor Gustavo Arreola, y ya prometida en matrimonio, a la edad de 23 años sintió la llamada del Jesús para consagrarse a la vida religiosa, sobre todo en la atención a los enfermos y a los pobres. Le contó esta inquietud a su director espiritual, el padre Cipriano Iñiguez, quien le dijo que a su vez él había tenido la inspiración de fundar una congregación religiosa para atender a los enfermos del hospital y la invitaba a comenzar esta labor, y fue así que entre los dos fundaron la congregación religiosa de «Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres».

    La madre Lupita ejerció el oficio de enfermera, arrodillándose en el piso para atender a los primeros enfermos en el hospital, que por cierto al inicio carecía de muchas cosas, sin embargo siempre reinó la ternura y compasión, procurando sobre todo para los enfermos un buen cuidado en la vida espiritual. Fue elegida Superiora General de la Congregación, cargo que tuvo durante toda su vida, y aunque provenía de una familia de un buen nivel económico, ella se adaptó con alegría a una vida extremadamente sobria y enseñó a las hermanas de la congregación a amar la pobreza para poder donarse más a los enfermos. Hubo un período de graves dificultades económicas en el Hospital y la madre Lupita pidió el permiso a su director espiritual de poder mendigar por las calles, y obtenida la autorización, lo hizo junto con otras hermanas por varios años hasta que se solucionaron los problemas para sustentar a los enfermos.

    El cuadro político-religioso en México fue grave desde 1911, con la caída del presidente Porfirio Díaz, hasta prácticamente 1936, porque la Iglesia fue perseguida por los revolucionarios Venustiano Carranza, Alvaro Obregón, Pancho Villa y sobre todo Plutarco Elías Calles en el período más sangriento, de 1926 a 1929.

    En este tiempo de persecución en México contra la Iglesia católica, la Madre Lupita, arriesgando su vida y la de sus mismas compañeras, escondió en el hospital a algunos sacerdotes y también al mismo Arzobispo de Guadalajara, Su Excelencia D. Francisco Orozco y Jiménez. Por otra parta a los mismos soldados persecutores les daban alimento y los curaban de sus heridas; eso consiguió que los soldados que estaban encuartelados cerca del hospital no sólo no molestaran a las hermanas sino que hasta las defendieran, lo mismo que a los enfermos.

    Durante el período en que vivió la Madre Lupita se abrieron 11 fundaciones en la República Mexicana, y después de su muerte la congregación siguió creciendo. El 13 de octubre de 1961 se festejaron los 60 años de vida religiosa de la amada fundadora, sin embargo ella, que tenía 83 años de edad, padecía de una penosa enfermedad que después de dos años la llevó a la muerte. Se durmió en el Señor el 24 de junio de 1963 en Guadalajara, Jalisco, México, a la edad de 85 años, gozando desde entonces de una sólida fama de santidad. Fue beatificada por SS Juan Pablo II en 2004 y canonizada por SS Francisco en 2013.

Fuente: Vaticano



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín