martes, 18 de febrero de 2020

CARTA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN



CAPÍTULO V
INTERVENCIONES DEL MAGISTERIO EN CUESTIONES FILOSÓFICAS





El discernimiento del Magisterio como diaconía de la verdad

51. Este discernimiento no debe entenderse en primer término de forma negativa, como si la intención del Magisterio fuera eliminar o reducir cualquier posible mediación. Al contrario, sus intervenciones se dirigen en primer lugar a estimular, promover y animar el pensamiento filosófico. Por otra parte, los filósofos son los primeros que comprenden la exigencia de la autocrítica, de la corrección de posible errores y de la necesidad de superar los límites demasiado estrechos en los que se enmarca su reflexión. Se debe considerar, de modo particular, que la verdad es una, aunque sus expresiones lleven la impronta de la historia y, aún más, sean obra de una razón humana herida y debilitada por el pecado. De esto resulta que ninguna forma histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad, ni ser la explicación plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con Dios.

Hoy además, ante la pluralidad de sistemas, métodos, conceptos y argumentos filosóficos, con frecuencia extremamente particularizados, se impone con mayor urgencia un discernimiento crítico a la luz de la fe. Este discernimiento no es fácil, porque si ya es difícil reconocer las capacidades propias e inalienables de la razón con sus límites constitutivos e históricos, más problemático aún puede resultar a veces discernir, en las propuestas filosóficas concretas, lo que desde el punto de vista de la fe ofrecen como válido y fecundo en comparación con lo que, en cambio, presentan como erróneo y peligroso. De todos modos, la Iglesia sabe que « los tesoros de la sabiduría y de la ciencia » están ocultos en Cristo (Col 2, 3); por esto interviene animando la reflexión filosófica, para que no se cierre el camino que conduce al reconocimiento del misterio.

DECÁLOGO DE LOS QUE ATIENDEN Y SIRVEN A LOS ENFERMOS



EVANGELIO - 19 de Febrero - San Marcos 8,22-26


    Evangelio según San Marcos 8,22-26.

    Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara.
    El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?".
    El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan".
    Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.
    Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 19 de Febrero - «Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo»


       San Juan de Ávila Audi Filia: Salir para poder ver Capítulo 98

«Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo» 

    Dice San Juan (Ap 18, 4) que oyó otra voz del cielo que dijo: Salid de ella, pueblo mío, no seáis participantes en sus delitos, y no recibáis de sus plagas. Porque llegado han sus pecados hasta el cielo, y acordádose ha el Señor de las maldades de ella.

    Y aunque sea cosa muy provechosa al que es bueno huir aún corporalmente la compañía del malo, y para el que es principiante en la bondad le es casi necesario, si no quiere perderse, mas este salir de en medio de Babilonia, que aquí Dios manda, entiéndese, como dice San Agustín, de «salir con el corazón de entre los malos, amando lo que aborrecen, y aborreciendo lo que aman». Porque mirando lo corporal, en una misma ciudad y en una misma casa están juntas Jerusalén y Babilonia, cuanto al cuerpo; mas si miramos los corazones, muy apartados están; y en uno es conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos.

    Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís con dolor de la vieja. Acordaos de lo que dice San Pablo (He 13,12), que para santificar Jesús a su pueblo por su sangre, padeció muerte fuera de la puerta de Jerusalén. Y pues así es, salgamos a El fuera de los reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos que por esto Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender que si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad que hemos dicho, que es congregación de los que a sí mismos mal se aman. Porque bien pudiera Cristo curar al ciego dentro de Bethsaida; mas quiso sacarlo de ella, y así darle vista (Mc 8,23), para darnos a entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma Verdad que andan pocos (Mt 7,14). No os engañe nadie; no quiere Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo.

SANTORAL - BEATO JOSÉ ZAPLATA

19 de Febrero


    En el campo de concentración de Dachau, cercano a Munich, en Alemania, beato José Zaplata, religioso de la Compañía Misionera del Sagrado Corazón de Jesús y mártir, que, condenado a un atroz encarcelamiento por razón de su fe, enfermó gravemente y consumó su martirio.

    Era hijo de José y María, agricultores, y nació el 5 de marzo de 1904 en Jerka (Polonia). Los escasos medios de su familia no le permitieron otra cosa que hacer los estudios elementales. Joven piadoso y puro, en cuanto terminó el servicio militar ingresó en la Congregación de Hermanos del Santísimo Corazón de Jesús, haciendo en Poznam la primera profesión el 8 de septiembre de 1928 y diez años más tarde, el 10 de marzo de 1938, la profesión solemne. Trabajó en la curia episcopal de Poznam a las órdenes del cardenal primado Augusto Hlond. Pasó luego a Lvov, donde trabajó como sacristán en la iglesia de Santa Isabel, siendo al mismo tiempo superior de su comunidad religiosa.

    Ocupada Poznam por los nazis, fue arrestado, y en agosto de 1940 fue enviado al campo de concentración de Mauthausen, del que pasó a Gusen, y el 8 de diciembre del mismo año al de Dachau. En febrero de 1945 se declaró en el campo una epidemia de tifus, y los enfermos fueron aislados en barracones. José fue consciente de que ofrecerse a cuidarlos era exponerse a la muerte, pero llevado de su caridad se ofreció. Solamente duró diez días, al cabo de los cuales se contagió, y murió del tifus el 19 de febrero de 1945. El papa Juan Pablo II lo beatificó como mártir el 13 de junio de 1999.

Oremos
    
    Señor Dios, que otorgaste la palma del martirio  al beato José Zaplata al profesar y entregar su vida por la fe en Cristo, Rey del Universo.  Concédenos por su intercesión alcanzar la gracia de ser como él: fuertes en la fe, seguros en la esperanza y constantes en la caridad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.  Amén.

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

LA REDENCIÓN DEL CUERPO, OBJETO DE ESPERANZA
Audiencia General 21 de julio de 1982

1. «También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando... la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23). San Pablo, en la Carta a los Romanos, ve esta «redención del cuerpo» en una dimensión antropológica y al mismo tiempo cósmica... La creación «está sujeta a la vanidad» (Rom 8, 20). Toda la creación visible, todo el cosmos sufre los efectos del pecado del hombre. «La creación entera hasta ahora gime dolores de parto» (Rom 8, 22). Y, al mismo tiempo, toda «la creación... está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de Dios», «con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rom 8, 19, 20-21).

2. La redención del cuerpo es, según San Pablo, objeto de esperanza. Una esperanza que ha arraigado en el corazón del hombre, en cierto sentido, inmediatamente después del primer pecado. Basta recordar las palabras del libro del Génesis a las que tradicionalmente se llama «proto-Evangelio» (cf. Gén 3, 15) y que por consiguiente son, podríamos decir, algo así como el comienzo de la Buena Nueva, el primer anuncio de la salvación. Según el texto de la Carta a los Romanos, la redención del cuerpo va unida precisamente a esta esperanza, en la que -como leemos- «hemos sido salvados» (Rom 8, 24). Mediante la esperanza, que se remonta a los mismos comienzos del hombre, la redención del cuerpo tiene su dimensión antropológica: es la redención del hombre. Y ésta se irradia, al mismo tiempo, en cierto sentido, sobre toda la creación, la cual desde el principio ha sido vinculada de modo especial al hombre y subordinada a él (cf. Gén 1, 28-30). La redención del cuerpo es, pues la redención del mundo, tiene una dimensión cósmica.

3. Al presentar en la Carta a los Romanos la imagen «cósmica» de la redención, Pablo de Tarso pone al hombre en el centro de la misma, igual que ya «en el principio» el hombre había sido colocado en el centro mismo de la imagen de la creación. Es precisamente el hombre, son los hombres, quienes gimen interiormente, esperando la redención de su cuerpo (cf. Rom 8, 23). Cristo ha venido para revelar plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer su altísima vocación (cf. Gaudium et spes, 22), habla en el Evangelio de la misma profundidad Divina del misterio de la redención, que precisamente en el hombre tiene su específico sujeto «histórico». Así, pues, Cristo habla en nombre de esa esperanza, que fue insertada en el corazón del hombre ya en el «proto-Evangelio»: Cristo da cumplimiento a esa esperanza, no sólo con las palabras contenidas en sus enseñanzas, sino sobre todo con el testimonio de su muerte y resurrección. Por lo mismo, la salvación del cuerpo se ha realizado ya en Cristo. En El ha quedado confirmada esa esperanza, con la cual nosotros «hemos sido salvados». Y, al mismo tiempo, esa esperanza ha sido proyectada de nuevo hacia su definitivo cumplimiento escatológico. «La revelación de los hijos de Dios» en Cristo ha sido definitivamente orientada hacia esa «libertad y gloria» de las que deben participar definitivamente los «hijos de Dios».

4. Para comprender todo lo que comporta «la redención del cuerpo», según la Carta de Pablo a los Romanos, es necesaria una auténtica teología del cuerpo. He tratado de construirla tomando como base ante todo las palabras de Cristo. Los elementos constitutivos de la teología del cuerpo se encuentran en lo que Cristo dice, remitiéndose al «principio», en la respuesta a la pregunta sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 8); en lo que dice sobre la concupiscencia, refiriéndose al corazón humano, en el sermón de la montaña (cf. Mt 5, 28); y también en lo que dice sobre la resurrección (cf. Mt 22, 30). Cada uno de estos enunciados encierra en sí un rico contenido de naturaleza tanto antropológica, como ética. Cristo habla al hombre, y habla del hombre: del hombre que es «cuerpo», y que ha sido creado varón y mujer a imagen y semejanza de Dios; habla del hombre, cuyo corazón está sometido a la concupiscencia; y finalmente habla del hombre, ante el cual se abre la perspectiva escatológica de la resurrección del cuerpo.

El «cuerpo» significa (según el libro del Génesis) el aspecto visible del hombre y su pertenencia al mundo visible. Para San Pablo no sólo significa esta pertenencia, sino a veces también la alienación del hombre del influjo del Espíritu de Dios. Uno y otro significado están relacionados con la «redención del cuerpo».

5. Puesto que, en los textos anteriormente analizados, Cristo habla de la profundidad divina del misterio de la redención, sus palabras están en relación precisamente con esa esperanza de la que se habla en la Carta a los Romanos. «La redención del cuerpo», según el Apóstol es en definitiva, lo que nosotros «esperamos». Así, esperamos precisamente la victoria es antológica sobre la muerte de la que Cristo dio testimonio principalmente con su resurrección. A la luz del misterio pascual, las palabras del Señor sobre la resurrección de los cuerpos y sobre la realidad del «otro mundo», registradas en los Sinópticos, han adquirido su plena elocuencia. Tanto Cristo, como luego Pablo de Tarso, han proclamado la llamada a la abstención del matrimonio «por él reino de los cielos» precisamente en nombre de esta realidad escatológica.

6. Sin embargo, la «redención del cuerpo» se expresa no sólo a través de la resurrección en cuanto victoria sobre la muerte. Está también presente en las palabras de Cristo, dirigidas al hombre «histórico», lo mismo cuando confirman el principio de la indisolubilidad del matrimonio, cual principio proveniente del Creador mismo, como cuando -en el sermón de la montaña- el Señor invita a superar la concupiscencia, y ello incluso en los movimientos sólo interiores del corazón humano. Es necesario decir que ambos enunciados-clave se refieren a la moralidad humana, tienen un sentido ético. Aquí se trata no de la esperanza escatologica de la resurrección, sino de la esperanza de la victoria sobre el pecado a la que podemos llamar esperanza de cada día.

7. En la vida cotidiana el hombre debe sacar del misterio de la redención del cuerpo la inspiración y la fuerza para superar el mal que está adormecido en él bajo la forma de la triple concupiscencia. El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, han de iniciar cada día la aventura de la indisoluble unión de esa alianza que han establecido entre ellos. Pero también el hombre y la mujer, que han escogido voluntariamente la continencia por el reino de los cielos, deben dar diariamente testimonio vivo de la fidelidad a esa opción, acogiendo las orientaciones de Cristo en el Evangelio, y las del Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios. En todo caso se trata de la esperanza de cada día que, en consonancia con los deberes comunes y las dificultades de la vida humana, ayuda a vencer «al mal con el bien» (Rom 12, 21). Efectivamente, «en la esperanza hemos sido salvados»; la esperanza de cada día expresa su fuerza en las obras humanas e incluso en los movimientos mismos del corazón humano abriendo camino en cierto sentido, a la gran esperanza escatológica ligada a la redención del cuerpo.

8. Penetrando en la vida diaria con la dimensión de la moral humana, la redención del cuerpo ayuda, en primer lugar, a descubrir todo ese bien con el que el hombre logra la victoria sobre el pecado y sobre la concupiscencia. Las palabras de Cristo, que traen su origen de la profundidad divina del misterio de la redención, permiten descubrir y reforzar esa vinculación que existe entre la dignidad del ser humano (del hombre y de la mujer) y el significado nupcial de su cuerpo. Permiten comprender y realizar en la práctica, según ese significado, la libertad plena del don, que de una forma se expresa a través del matrimonio indisoluble, y de otra forma se expresa mediante la abstención del matrimonio por el reino de los cielos. A través de estos caminos diversos Cristo revela plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer «su altísima vocación». Esta vocación se halla inscrita en el hombre según todo su compositum sico-físico, precisamente mediante el misterio de la redención del cuerpo. Todo lo que he querido decir en el curso de nuestras meditaciones, para comprender las palabras de Cristo, tiene su fundamento definitivo en el misterio de la redención del cuerpo.