viernes, 17 de mayo de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 18 de Mayo - San Juan 21,20-25.


   Libro de los Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31.

    Cuando llegamos a Roma, recibió autorización para alojarse en una casa particular con un soldado que lo custodiara.
    Tres días después convocó a los judíos principales, y cuando se reunieron les dijo: "Hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres de nuestros padres, fui arrestado en Jerusalén y puesto en manos de los romanos.
    Después de interrogarme, quisieron dejarme en libertad, porque no encontraban en mí nada que mereciera la muerte; pero ante la oposición de los judíos, me vi obligado a apelar al Emperador, sin querer por esto acusar en nada a mi pueblo.
    Por eso he querido verlos y hablarles, ya que a causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas".
    Pablo vivió dos años enteros por sus propios medios, recibiendo a todos los que querían verlo, proclamando el Reino de Dios, y enseñando con toda libertad y sin encontrar ningún obstáculo, lo concerniente al Señor Jesucristo.


Salmo 11(10),4.5.7.

El Señor está en su santo Templo,
el Señor tiene su trono en el cielo.
Sus ojos observan el mundo,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina al justo y al culpable,
y odia al que ama la violencia.
Porque el Señor es justo y ama la justicia,
y los que son rectos verán su rostro.


    Evangelio según San Juan 21,20-25.

    Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?".
    Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?".
    Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme".
    Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "El no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?".
    Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
    Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 18 de Mayo - «Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba»


San Elredo de Rievaulx Sobre la amistad espiritual: Pedro y Juan: la diversidad en la unidad III, 115 s


«Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba» 

    Ciertas personas que no tienen capacidad para ser promovidas, deducen de ello que no se les ama; si no encuentran alguien que les implique en sus tareas y sus funciones, se lamentan de que se las deja solas. Sabemos bien que eso es fuente de graves discordias entre gente que pasaban por ser amigos; y para colmo de indignación, esas personas se separan y llegan incluso a maldecirse.

    Que nadie se crea abandonado a su suerte porque no se les ha concedido una determinada promoción. En referencia a esto vemos que el Señor Jesús ha preferido Pedro a Juan. De todas formas, confiriendo la primacía a Pedro, no ha retirado, en absoluto, su afecto a Juan. Ha confiado a Pedro su Iglesia; ha confiado su madre, tiernamente amada, a Juan (Jn 19,27). Ha dado a Pedro las llaves de su reino (Mt 16,19); ha descubierto a Juan los secretos de su corazón (Jn 13,25).

    Pedro, pues, ocupa un lugar elevado, pero el puesto de Juan es más seguro. Pedro se siente orgulloso de haber recibido el poder. Cuando Jesús dice: «Uno de vosotros me entregará» (Jn 13,21) tiembla y aterroriza juntamente con los otros; Juan, enardecido por estar tan cerca del Señor, instigado por Pedro, le pregunta para saber de quien se trata. Pedro se entrega a la acción; Juan queda puesto aparte para dar testimonio de su amor, según la palabra: «Quiero que quede así hasta que yo vuelva». Nos ha dado ejemplo para que también nosotros hagamos igual.

SANTORAL - SAN FÉLIX DE CANTALICIO

18 de Mayo


    La vida de San Félix de Cantalicio es como un regatillo de agua clara al servicio de Dios. Hay en esta existencia, del que se puede considerar primer santo capuchino en el siglo XVI, una sublime sencillez, exponente de un alma transparente, purificada día tras día por la caridad, que es la forma más pura del amor.

    Nace este interesante ejemplar de la santidad en Cantalicio, en el año 1513. Cantalicio es una pequeña población italiana del territorio de Città Ducale, provincia de Umbría. Los padres del Santo eran pobres y temerosos del Señor. Su padre se llamaba Santo de Carato; su madre, Santa. ¿Se llamaban así o eran llamados así por su bondad? De niño, se dedica al pastoreo. Grababa una cruz en una encina, como un pequeño tallista del símbolo del sacrificio, y ante ella rezaba muchos rosarios. Junto al trabajo, humilde trabajo de pastor, la oración.

    De esta manera, su trabajo quedaba empenachado de plegarias, como si las avemarías fuesen salpicando las jornadas de su vigilancia del ganado. Entra después al servicio de varios labradores. En la casa de uno de éstos oye leer vidas de santos. Quiere imitar a los penitentes del desierto, y, al preguntar dónde podría hallar la fórmula de los anacoretas, alguien le respondió: «En los capuchinos». Es, entonces, cuando se decide a pedir el hábito en el convento de Città Ducale.

    Parece que el padre guardián, para probar la vocación del aspirante, recarga las tintas de la penitencia de los frailes y le dice, mientras le muestra un crucifijo: «Éste es el modelo a que debe conformar su vida un capuchino». Félix, enamorado del sacrificio, se arroja a los pies del padre guardián y le manifiesta que no desea sino una vida del todo crucificada. Enviado al noviciado de Áscoli, cuando tiene veintiocho años, cae enfermo: unas pesadas calenturas. Pero un día se levanta de la cama y le dice al padre guardián que ya no tiene nada. Destinado a Roma, ejerce en la Ciudad Eterna, durante casi cuarenta años, el cargo de limosnero. A su compañero de fatigas y de alegrías a lo divino le decía: «Buen ánimo, hermano: los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en la mano el santísimo rosario». Jamás condescendió con su gusto, y toda su vida fue una constante renunciación a los pequeños muchos por el gran todo.

    Solía exclamar, recordando una frase que había leído: «O César o nada». Se ha dicho que sólo hay una tristeza: la de no ser santo. Sí; la de no ser «césar» de la santidad. Y llegó a «césar» de Dios por el camino de la santa simplicidad. ¿En qué consistía la ciencia de este simpático lego? «Toda mi ciencia –afirmaba– está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cristo, y una blanca, la Virgen Inmaculada».

    Ayunaba a pan y agua las tres cuaresmas de San Francisco, comía los mendrugos de pan que dejaban los frailes y dormía tres horas en un lecho de tarima. Pero, como si esto fuera poco –y lo era para sus aspiraciones–, no se quitaba el cilicio. A pesar de todo, o, más exactamente, por todo, tenía una contagiosa felicidad y un buen humor delicioso. Bromeaba a lo divino con su amigo Felipe de Neri. Uno y otro se saludaban de esta manera:

–Buenos días, fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!

–Salud, Felipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!

    Un fraile que le acompañaba en cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que mandase a fray Félix descargar la limosna. «Señor –respondió el lego–, el soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas. No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para que se le mortifique». Cuando alguien le insultaba, replicaba: «¡Que Dios te haga un santo!»

    Estaba rezando un día, cuando la imagen de la Virgen puso al Niño en los brazos de fray Félix. Y así le pintó Murillo. Son muchas las anécdotas con trascendencia de eternidad que se cuentan de San Félix de Cantalicio. Su hermano en religión, padre Prudencio de Salvatierra, recoge algunas verdaderamente entrañables. En cierta ocasión, iba pidiendo limosna, que era su oficio cotidiano.

    De pronto, siente un cansancio extraordinario. ¿Por qué le pesaba tanto el morralillo que llevaba a la espalda? Porque alguien había depositado una moneda de plata en la alforja del santo mendigo, moneda que le pareció la sonrisa burlona del demonio. «Este es el peso maldito que no me deja caminar». Y, sacudiendo la alforja, hizo que la moneda cayese al suelo, para seguir tan sólo con los regojos a cuestas. Durante las jornadas frías, quizá algunos religiosos se acercaban al fuego para confortar un poquillo sus cuerpos ateridos. Mas fray Félix huía del grato calor, a la vez que decía a su cuerpo: «Lejos, lejos del fuego, hermano asno, porque San Pedro, estando junto a una hoguera, negó a su Maestro».

    Venerable y al mismo tiempo jovial figura, por las calles de Roma, la de este hermano lego, al que rodeaban los chiquillos para tirarle de las barbas y curiosear en sus alforjas. El lego, sonriente y hasta riente, enseñaba el catecismo a los niños, y les daba consejos, les embelesaba con su palabra dulce y sencilla.

    Inventaba coplas religiosas, que en seguida se hacían populares en la ciudad. Tenía buen oído y voz de barítono. Lo debía de pasar muy bien cantando, limpio de polvo y paja del menor gusto. «Dentro del convento sabía unir, por modo maravilloso, la alegría con el silencio, el trabajo con la oración». Su hermano fray Domingo decía: «Félix es avaro en sus palabras, pero lo poco que dice es siempre bueno».

    Enferma un fraile, a quien los médicos desahucian. Pero entra fray Félix en la celda del paciente y profiere unas palabras como mojadas de humor y frescura celestiales: «Vamos, perezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el aire puro del huerto. »En efecto, el frailecillo había sanado.

    Mas no pensemos que las que pudiéramos llamar personalidades importantes de aquel tiempo dejaban de acudir a la «ciencia» del «ignorante» lego. El sabio obispo de Milán, luego San Carlos Borromeo, solicita de fray Félix algunos consejos para la reforma del clero diocesano. ¿Qué consejos iba a dar un pobre lego mendicante a un obispo intelectual? Pues sí; le da este consejo: «Eminencia: que los curas recen devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la reforma del espíritu».

    Con empuje de alma inspirada por Dios, dice al cardenal de la Orden franciscana Montalto, en vísperas de ser elegido para el Solio Pontificio: «Cuando seas Papa, pórtate como tal para la gloria de Dios y bien de la Iglesia: porque, si no, sería mejor que te quedaras en simple fraile». Ya era papa Montalto, con el nombre de Sixto V, cuando una vez pidió al lego un poco de pan.

    Fray Félix busca para el Padre Santo el mejor panecillo, pero el Papa le replica: «No haga distinción, hermanito: déme lo primero que salga». Lo primero que salió fue un mendruguillo negro. El lego toma el regojo y se lo entrega a Su Santidad con estas palabras: «Tenga paciencia, Santo Padre; también Vuestra Santidad ha sido fraile». Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia junto a la gracia. En actitud poéticamente franciscana, repartía pedacitos de pan a los pobres, a los perros, a los pájaros. A fuerza de oración consigue librarse de una epidemia, para poder seguir asistiendo a numerosos enfermos.

    Con una fidelidad exacta cumple los tres votos monásticos de su vida religiosa: obediencia, pobreza y castidad. Respetaba al sacerdote y rendía homenaje a «la dignidad más sublime de la tierra». Fue fray Félix de Cantalicio un amador esforzado de la Señora, y cuando, en la calle, los ojos del lego se encontraban con una imagen de la Virgen, prorrumpía de este modo: «Querida Madre: os recomiendo que os acordéis del pobre fray Félix. Yo deseo amaros como buen hijo, pero vos, como buena Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños pequeños, que no pueden andar un paso sin la ayuda de su madre».

    Uno se acuerda de la Balada de las dudas del lego, de Pemán: «Y, apretando el paso, con simple alegría, corre que te corre... ¿Qué más oración que el ir mansamente, por la veredica, con el cantarillo, bendiciendo a Dios?» Fray Félix no iba con el cantarillo, sino con el talego del pan. Y con las alforjas de su caridad franciscana.

    ¿Cómo era en lo físico fray Félix de Cantalicio? He aquí una semblanza del Santo: «Fue bajo de cuerpo, pero grueso decentemente y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro; la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas; la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rusticidad».

    Cargado de trabajos, de dolores, pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: «El pobre jumento ya no caminará más». Pretende ir a la iglesia desde el lecho, arrastrándose, más se le prohíbe. Recibe los sacramentos, se queda en éxtasis, vuelve en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: «¿Qué ves?» Y él responde: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar mi alma al paraíso». Sin haber entrado en agonía, muere el 18 de mayo de 1587, a los setenta y dos años de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar el cadáver del santo lego y obtener reliquias.

    El papa Sixto V, que testificaba dieciocho milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Es Paulo V quien inicia el proceso de beatificación, que solemnemente será verificado por Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.

    He aquí una vida colmada hasta los bordes de santa simplicidad, una vida clara y sencilla, alegre por sacrificada, sublime por humilde, la vida de un lego capuchino del siglo XVI, cuyo perfume llega hasta nuestros días con la fragancia de las más puras esencias de la virtud.

Oremos

    Oh Dulce Amor, Jesús, sobre todo amor, escríbeme en el corazón cuánto me amaste. Jesús, Tú me creaste para que yo te amase…Jesús, Jesús, Jesús, toma mi corazón y no me lo devuelvas. Amén

-FRASE DEL DÍA-