domingo, 19 de mayo de 2024

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 20 de Mayo - San Juan 19,25-34.

 

    Libro de Génesis 3,9-15.20.

    Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?".
    "Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí".
    El replicó: "¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?".
    El hombre respondió: "La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él".
    El Señor Dios dijo a la mujer: "¿Cómo hiciste semejante cosa?".    La mujer respondió: "La serpiente me sedujo y comí".
    Y el Señor Dios dijo a la serpiente: "Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida.
    Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón".
    El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.


Salmo 87(86),1-2.3.5.6-7.

¡Esta es la ciudad que fundó el Señor
sobre las santas Montañas!
El ama las puertas de Sión
más que a todas las moradas de Jacob.

Cosas admirables se dicen de ti,
Ciudad de Dios.
Así se hablará de Sión:
«Este, y también aquél,

han nacido en ella,
y el Altísimo en persona la ha fundado.»
Al registrar a los pueblos, el Señor escribirá:
«Este ha nacido en ella.»

Y todos cantarán, mientras danzan:
«Todas mis fuentes de vida están en ti.»


    Evangelio según San Juan 19,25-34.

    Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
    Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
    Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
    Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
    Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
    Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
    Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
    Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
    Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 20 de Mayo - «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...»


     Papa Francisco Audiencia General (10-05-2017): Ella estaba allí


«Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...» 

    [...] Hoy miramos a María, Madre de la esperanza. María ha vivido más de una noche en su camino de madre. Desde su primera aparición en la historia de los Evangelios, su figura se perfila como si fuera el personaje de un drama. No era un simple responder con un «sí» a la invitación del ángel: y sin embargo Ella, mujer todavía en plena juventud, responde con valor, no obstante nada supiese del destino que la esperaba. María en ese instante se nos presenta como una de las muchas madres de nuestro mundo, valientes hasta el extremo cuando se trata de acoger en su propio vientre la historia de un nuevo hombre que nace.

    Ese «sí» es el primer paso de una larga lista de obediencias —¡larga lista de obediencias!— que acompañarán su itinerario de madre. Así María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que a menudo no comprende todo lo que le ocurre alrededor, pero que medita cada palabra y acontecimiento en su corazón.

    En esta disposición hay un rasgo bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es ni siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino de la vida que revela a menudo un rostro hostil. En cambio es una mujer que escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal y como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con las que nunca querríamos habernos cruzado. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.

    Hasta ese día, María casi había desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dan a entender este lento eclipsarse de su presencia, su permanecer muda ante el misterio de un Hijo que obedece al Padre. Pero María reaparece precisamente en el momento crucial: cuando buena parte de los amigos se han disipado por motivo del miedo. Las madres no traicionan, y en ese instante al pie de la cruz, ninguno de nosotros puede decir cuál haya sido la pasión más cruel: si la de un hombre inocente que muere en el patíbulo de la cruz, o la agonía de una madre que acompaña los últimos instantes de la vida de su hijo. Los evangelios son lacónicos, y extremadamente discretos. Reflejan con un simple verbo la presencia de la Madre: Ella «estaba» (Juan 19, 25), Ella estaba. Nada dicen de su reacción: si llorase, si no llorase... nada; ni siquiera una pincelada para describir su dolor: sobre estos detalles se habría aventurado la imaginación de poetas y pintores regalándonos imágenes que han entrado en la historia del arte y de la literatura. Pero los Evangelios solo dicen: Ella «estaba». Estaba allí, en el peor momento, en el momento más cruel, y sufría con el hijo. «estaba». María «estaba», simplemente estaba allí. Ahí está de nuevo la joven mujer de Nazareth, ya con los cabellos grises por el pasar de los años, todavía con un Dios que debe ser solo abrazado, y con una vida que ha llegado al umbral de la oscuridad más intensa. María «estaba» en la oscuridad más intensa, pero «estaba». No se fue. María está allí, fielmente presente, cada vez que hay que tener una vela encendida en un lugar de bruma y de nieblas. Ni siquiera Ella conoce el destino de resurrección que su Hijo estaba abriendo para todos nosotros hombres: está allí por fidelidad al plan de Dios del cual se ha proclamado sierva en el primer día de su vocación, pero también a causa de su instinto de madre que simplemente sufre, cada vez que hay un hijo que atraviesa una pasión. Los sufrimientos de las madres: ¡todos nosotros hemos conocido mujeres fuertes, que han afrontado muchos sufrimientos de los hijos!

    La volveremos a encontrar en el primer día de la Iglesia, Ella, madre de esperanza, en medio de esa comunidad de discípulos tan frágiles: uno había renegado, muchos habían huído, todos habían tenido miedo (cf. Hechos de los Apóstoles 1, 14). Pero Ella simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera una cosa completamente normal: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también de los temblores de los primeros pasos que debía dar en el mundo.

    Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la espera, incluso cuando todo parece sin sentido: Ella siempre confiada en el misterio de Dios, también cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. Que en los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decir a nuestro corazón: «¡levántate!, mira adelante, mira el horizonte», porque Ella es Madre de esperanza.

MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA



    La Iglesia, el Concilio, los Pontífices y la maternidad espiritual de María. El decreto empieza con estas palabras: «La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia».

    El Papa Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María Santísima es Madre de la Iglesia. La Virgen María es la Madre de todos los hombres y especialmente de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, desde que es Madre de Jesús por la Encarnación. Jesús mismo lo confirmó desde la Cruz antes de morir, dándonos a su Madre por madre nuestra en la persona de San Juan, y el discípulo la acogió como Madre; nosotros hemos de tener la misma actitud que el Discípulo Amado. Por eso, la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. Vamos cumpliendo así la profecía de la Virgen, que dijo: "Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48).

¿Por qué María es Madre de la Iglesia?

    María es Madre de la Iglesia porque, al ser Madre de Cristo, es también madre de los fieles y de los pastores de la Iglesia, que forman con Cristo un solo Cuerpo Místico.

¿Por qué llamamos a María Mediadora y Cooperadora de la Redención?

    Llamamos a María Mediadora y Cooperadora de la Redención porque, con su caridad maternal y su colaboración en el Sacrificio de Cristo, participó en nuestra reconciliación, que aplica a los hermanos de su Hijo todavía peregrinos con su constante y amorosa intercesión.

¿Qué culto tributa la Iglesia a la Santísima Virgen?

    La Iglesia tributa a la Virgen un culto singular que empezó pronto en la Iglesia y que durará siempre, según las palabras proféticas de María: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Ese amor que los fieles tributan a María como Madre, procurando amarla como la ama el Señor Jesús, es lo que conocemos como Piedad Filial.

Tres misterios del amor de Dios al mundo: la Cruz de Cristo, la Hostia y la Virgen

    «Esperamos que esta celebración, extendida a toda la Iglesia, recuerde a todos los discípulos de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, es necesario fundamentar nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la Hostia y la Virgen –Crux, Hostia et Virgo. Estos son los tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio (R. Sarah, La fuerza del silencio, n. 57).

    El Card. Sarah escribe asimismo que esta celebración está en el Calendario propio de algunos países como Polonia y Argentina. El decreto establece asimismo que «donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ya se celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho particular aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo».

  Oremos

    Señor, Padre de misericordia, cuyo Hijo, clavado en la cruz, proclamó como Madre nuestra a su Madre, santa María virgen, concédenos por su mediación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos, y atraiga a su seno a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

SANTORAL - BEATA MARÍA CRESCENCIA PÉREZ

20 de Mayo


    La Hermana María Crescencia Pérez fue conocida como “Sor Dulzura” por la entrega con que dedicó su vida a los enfermos. Hermana de las Hijas de María Santísima del Huerto, sus restos descansan, incorruptos, en la capilla del Colegio de la Ciudad de Pergamino. Fue proclamada Beata el 17 de noviembre de 2012.

    En Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897 nació María Angélica Pérez, quinta hija de inmigrantes españoles. Al igual que sus once hermanos, fue criada en un ámbito de fe, rezos diarios del Rosario y visitas a misa cada domingo, sin importar lo lejos que estuvieran de la Iglesia. Tuvo un ejemplo de sacrificio y de servicio a los demás.

    La enfermedad de su madre, hizo que la familia se trasladara en 1905 a Pergamino, en busca de un mejor clima que posibilite su recuperación.

    En 1907, junto a una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto.

    En este lugar María cursó la primaria y tomó clases de costura y bordado. Aquí encontró su vocación e ingreso al noviciado. Siempre demostró una personalidad especial que aportaba alegría, buena disposición, generosidad, también piedad religiosa y hábitos de orden, obediencia y sacrificios. De buen carácter y tono muy dulce, siempre estaba dispuesta a ayudar a todos. Ayudaba en la atención y en el cuidado de las internas, en la enseñanza y en el catecismo de estas chicas.

    En septiembre de 1916, María Angélica Pérez cambió su nombre, según costumbre de la época, por el de María Crescencia, en honor del santo mártir Crescencio, cuyas reliquias fueron colocadas en el altar mayor.

    En septiembre de 1918 la Hermana Crescencia hizo su Profesión Religiosa, que renovó por seis años hasta que, el 12 de enero de 1924 emitió su Profesión Perpetua.

    Los enfermos fueron su causa: en diciembre de 1924, es trasladada al Hospital Marítimo de Mar del Plata. A partir de esta tarea su compromiso, su sentido del deber y del amor al prójimo la colocarían en otro lugar. Estaba en el pabellón Santa Rosa de Lima que albergaba a las niñas que padecían tuberculosis ósea. Las ayudaba en el aseo y su higiene personal, era la responsable de su alimentación y de su educación. Además, les enseñaba a orar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Las niñas internadas amaban a la Hermana Crescencia .

    En febrero de 1928 su salud comenzó a deteriorarse por lo que sus superiores decidieron, para cuidarla, trasladarla a otro lugar donde el clima la ayudara en su recuperación, Pergamino.

    El 8 de marzo de 1928, Crescencia llega a la comunidad de Vallenar, Chile, localidad que había sufrido una fuerte epidemia y un terremoto, para entregar su amor y a dar todo en pos de una comunidad tan necesitada. Pero ella ya estaba enferma y no se le permitía estar en contacto con los pacientes, por lo que era la responsable de la farmacia, de la cocina y de la dieta de cada paciente internado. Además, se ocupaba de la capilla del hospital, de la dirección del coro y de dar clases de catequesis.

    El clima en la región pareció hacerle bien, por lo menos los primeros dos años. Pero en 1930 contrajo bronconeumonía y agravo así su estado de salud. Meses después fue diagnosticada con tuberculosis pulmonar.

    En 1931, viajó a la localidad de Quillota, a la Congregación de las Hermanas del Huerto, una casa para realizar ejercicios espirituales. Pero finalmente es internada en el Hospital de Freirina bajo estrictas condiciones de aislamiento permaneciendo en absoluta soledad.

    Tras meses de dolor y sufrimiento, la Hermana María Crescencia falleció un 20 de mayo de 1932, a los 34 años de edad. Su legado de amor, compromiso y cuidado al otro se reflejó en los rostros tristes y conmovidos de cientos de personas que salieron a las calles a darle su último adiós a quien llamaban “La Santita” o “Sor Dulzura”.

    Escritos de la época dicen que la Hermana Crescencia, en momentos antes de su muerte, tuvo en visión la visita de San Antonio María Gianelli. Además, momentos antes de su partida, y desde el cuadro de la Virgen del Huerto, vio cómo María la bendecía y le entregaba al Niño Jesús. Las Hermanas que estaban en ese momento acompañándola, veían cómo ella alzaba los brazos queriendo abrazar y recibir al Niño Jesús.

    En su agonía pidió a las Hermanas que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen estaba colocada frente a la cama. Fue el mismo Señor quien le hizo sentir su presencia divina y misericordiosa y la impulsó a repetir las palabras que Él mismo le enseñó: “Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros”.

    En sus últimas palabras, la Hermana Crescencia pidió bendición para ella y sus Hermanas. Y al final oró al Corazón de Jesús por Chile, pidiendo por la paz y la tranquilidad de esa nación.

    Ese mismo día, en Quillota, la Comunidad de las Hermanas del Huerto olía distinto... Un intenso aroma a violetas perfumaba todos los ambientes. Era mayo, no era temporada de violetas. Las Hermanas, sorprendidas por tan intenso aroma, comprendieron que María Crescencia, esa Hermana tan especial, había muerto.

    El cuerpo de la Hermana María Crescencia permaneció en Chile hasta 1986, cuando sus familiares decidieron repatriarlo a Pergamino. Actualmente sus restos descansan incorruptos en la capilla del Colegio Nuestra Señora del Huerto de la Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires.

¿Qué nos enseña nuestra Beata María Crescencia Pérez?

    Ante todo, nos invita a reforzar nuestra fe en Dios, a vivirla, a testimoniarla, a compartirla y a no avergonzarnos del Evangelio. La fe es luz, vida, sabiduría, sal de la tierra. Es un bien precioso que hay que conservar y dar.

    Nos exhorta a la imitación de su vida santa, sobre todo de su espíritu de oración y de servicio a los pobres, a los pequeños, a los enfermos. La fe es operativa y ofrece a la sociedad las energías necesarias para aliviar los sufrimientos del prójimo, consolando a los afligidos, pacificando los ánimos. Los santos son auténticos benefactores de la humanidad, con su vida evangélica buena.

    Con la beatificación de hoy, Sor María Crescencia Pérez es presentada por la Iglesia como intercesora nuestra ante Dios Trinidad. El Beato Juan Pablo II decía: «Los Beatos y los Santos de América acompañan con solicitud fraterna a sus compatriotas, hombres y mujeres, entre gozos y sufrimientos, hasta el encuentro definitivo con el Señor»

    En fin, la Beata Sor Dulzura nos exhorta a la amabilidad, a la serenidad, a la alegría . La sonrisa en familia, en comunidad, en la sociedad es un rayo de sol que alivia el corazón, disipa el mal humor y anima al bien y al optimismo.

   Oremos

    Padre de Jesús y nuestro que por tu Divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu sierva María Crescencia que te amo con sencillez, y te rogamos que la glorifiques, para que su ejemplo e intersección sirvan a la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada. Concédenos, por su intermedio, la gracia que, con humildad, te imploramos. 
Por Jesucristo Nuestro Señor, Amen.

-FRASE DEL DÍA-