martes, 31 de marzo de 2020

VÍA CRUCIS

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre


V/.Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
R/.Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.


Lectura del Evangelio según san Juan 19, 32-35.38

Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón». En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre.

Pero nos reconocemos también en estos brazos maternales, fuertes y tiernos a la vez.

Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo.


Señor Jesús,
entregado a la madre, figura de la Iglesia-Madre.
Ante del icono de la Piedad
aprendemos la entrega al sí del amor,
al abandono y la acogida,
la confianza y la atención concreta,
la ternura que sana la vida y suscita la alegría.

Ven, Espíritu Santo,
guíanos, como has guiado a María,
en la gratuidad irradiante del amor
«derramado por Dios en nuestros corazones
con el don de tu presencia».

Padre Nuestro...


Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.



Extracto del Himno Stabat Mater
Fuente: Vaticano

CARTA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN



CAPÍTULO VII
EXIGENCIAS Y COMETIDOS ACTUALES




Cometidos actuales de la teología

98. Consideraciones análogas se pueden hacer también por lo que se refiere a la teología moral. La recuperación de la filosofía es urgente asimismo para la comprensión de la fe, relativa a la actuación de los creyentes. Ante los retos contemporáneos en el campo social, económico, político y científico, la conciencia ética del hombre está desorientada. En la Encíclica Veritatis splendor he puesto de relieve que muchos de los problemas que tiene el mundo actual derivan de una « crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás ». 116

En toda la Encíclica he subrayado claramente el papel fundamental que corresponde a la verdad en el campo moral. Esta verdad, respecto a la mayor parte de los problemas éticos más urgentes, exige, por parte de la teología moral, una atenta reflexión que ponga bien de relieve su arraigo en la palabra de Dios. Para cumplir esta misión propia, la teología moral debe recurrir a una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una ética, pues, que no sea subjetivista ni utilitarista. Esta ética implica y presupone una antropología filosófica y una metafísica del bien. Gracias a esta visión unitaria, vinculada necesariamente a la santidad cristiana y al ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales, la teología moral será capaz de afrontar los diversos problemas de su competencia —como la paz, la justicia social, la familia, la defensa de la vida y del ambiente natural— del modo más adecuado y eficaz.

116 N. 32: AAS 85 (1993), 1159-1160.

PENSAMIENTO DE LOS SANTOS



    ¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición! Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús. Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida en la tierra. Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la Bendición de Dios. Amén.

EVANGELIO - 01 de Abril - San Juan 8,31-42


    Evangelio según San Juan 8,31-42.

    Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres".
    Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?".
    Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado.
    El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre.
    Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.
    Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.
    Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre".
    Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él.
    Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso.
    Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 01 de Abril - "Si sois hijos de Abraham, deberíais comportaros como Abraham"


      Filomeno de Mabboug (¿-c. 523), obispo de Siria Homilía nº 4, Sobre la simplicidad, 75-76

“Si sois hijos de Abraham deberíais comportaros como Abraham”

    A la primera llamada de Dios, Abrám salió para seguirle. No se hizo juez de la palabra que se le dirigió. El hecho de estar ligado a su familia y a sus próximos, no lo retuvo, ni el amor a su país y a sus amigos, ni ningún otro lazo humano. Sino que desde que oyó la palabra y supo que era de Dios, la escuchó con simplicidad, su fe la consideró verdadera. Menospreciando todo lo demás, se puso en camino con la inocencia de la naturaleza que no busca astucias ni hacer el mal. Corrió hacia la palabra de Dios como un niño hacia su padre…

    Dios le había dicho: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré” (Gn 12,1). Es para hacer triunfar la fe de Abraham y dar más esplendor a su simplicidad que Dios no le reveló a qué país le llamaba; pareció le quería conducir hacia Canaán y, sin embargo la promesa le hablaba de otro país, el de la vida que está en el cielo. San Pablo lo confirma: “Esperaba la ciudad de sólidos fundamentos, cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Heb 11,10)… Mejor aún, Dios, a fin de enseñarnos con mayor claridad que esta promesa no se refería a una patria terrestre, después de haber hecho salir a Abraham de su patria, Ur de los Caldeos, no lo condujo enseguida al país de Canaán, sino que le hizo residir primero en Harán. De buenas a primeras no le reveló el país a donde le conducía a fin de que, de esta manera, Abrám no saliera de Caldea bajo la presión de una recompensa.

    ¡Considera, pues, oh discípulo, esta salida de Abrán, a fin de que la tuya se parezca a la suya! No retardes tu respuesta a la voz viviente de Cristo que te llama. En otro tiempo se dirigió sólo a Abrám; hoy, a través de su Evangelio, llama a todos los que le quieren seguir, les invita a seguirle, porque su llamada es para todos los hombres… En otro tiempo escogió sólo a Abraham; hoy nos pide a todos que imitemos a Abraham.

SANTORAL - SAN HUGO DE GRENOBLE

01 de Abril


    San Hugo, (significa "el inteligente"), obispo, nació en Francia en el año 1052. Gregorio VII ordenó de obispo a Hugo cuándo sólo tenía 28 años, lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque intentará renunciar al cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno se la aceptará.

    El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien. Creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo.

    Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos basado en oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad. Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.

    Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud". Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes.

    Era muy frecuente que en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.

   Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas. Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado?- ". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo". Murió a los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.

Oremos

    Señor, Tú que colocaste a San Hugo en el número de los santos pastores y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y en el amor y merezcamos así, participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

EL AMOR DE CRISTO A LA IGLESIA, MODELO DEL AMOR CONYUGAL
Audiencia General 1 de septiembre de 1982

1. El autor de la Carta a los Efesios, al proclamar la analogía entre el vínculo nupcial que une a Cristo y a la Iglesia, y el que une al marido y la mujer en el matrimonio, escribe así. «Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la palabra, a fin de presentársela así gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable» (Ef 5, 25-27).

2. Es significativo que la imagen de la Iglesia gloriosa se presente, en el texto citado, como una esposa toda ella hermosa en su cuerpo. Ciertamente, se trata de una metáfora; pero resulta muy elocuente y testimonia cuán profundamente incide la importancia del cuerpo en la analogía del amor nupcial. La Iglesia «gloriosa» es la que no tiene «mancha ni arruga». «Mancha» puede entenderse como signo de fealdad, «arruga» como signo de envejecimiento y senilidad. En el sentido metafórico, tanto una como otra expresión indican los defectos morales, el pecado. Se puede añadir que en San Pablo el «hombre viejo» significa el hombre del pecado (cf. Rom 6, 6). Cristo, pues, con su amor redentor y nupcial hace ciertamente que la Iglesia no sólo venga a estar sin pecado, sino que se conserve «eternamente joven».

3. Como puede verse, el ámbito de la metáfora es muy amplio. Las expresiones que se refieren directa e inmediatamente al cuerpo humano, caracterizándolo en las relaciones recíprocas entre el esposo y la esposa, entre el marido y la mujer, indican, al mismo tiempo, atributos y cualidades de orden moral, espiritual y sobrenatural. Esto es esencial para tal analogía. Por tanto, el autor de la Carta puede definir el estado «glorioso» de la Iglesia en relación con el estado del cuerpo de la esposa, libre de señales de fealdad o envejecimiento («o cosa semejante»), sencillamente como santidad y ausencia del pecado: Así es la Iglesia «santa e intachable». Resulta obvio, pues de qué belleza de la esposa se trata, en que sentido la Iglesia es Cuerpo de Cristo y en qué sentido ese Cuerpo-Esposa acoge el don del Esposo que «amó a la Iglesia y se entregó por ella». No obstante, es significativo que San Pablo explique toda esta realidad que por esencia es espiritual y sobrenatural, por medio de la semejanza del cuerpo y del amor, en virtud de los cuales los esposos, marido y mujer, se hacen «una sola carne».

4. En todo el pasaje del texto citado esta bien claramente conservado el principio de la bi-subjetividad: Cristo-Iglesia, Esposo-Esposa (marido-mujer). El autor presenta el amor de Cristo a la Iglesia -ese amor que hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo, del que El es la Cabeza- como modelo del amor de los esposos y como modelo de las bodas del esposo y la esposa. El amor obliga al esposo-marido a ser solícito del bien de la esposa-mujer, le compromete a desear su belleza y, al mismo tiempo, a sentir esta belleza física. El esposo se fija con atención en su esposa como con la creadora, amorosa inquietud de encontrar todo lo que de bueno y de bello hay en ella y desea para ella. El bien que quien ama crea, con su amor, en la persona amada, es como una verificación del mismo amor y su medida. Al entregarse a sí mismo de la manera más desinteresada, el que ama no lo hace al margen de esta medida y de esta verificación.

5. Cuando el autor de la Carta a los Efesios -en los siguientes versículos del texto (5, 28-29) piensa exclusivamente en los esposos mismos, la analogía de la relación de Cristo con la Iglesia resuena aún más profundamente y le impulsa a expresarse así: «Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo» (Ef 5, 28). Aquí retorna, pues, el tema de «una sola carne», que en dicha frase y en las frases siguientes no sólo se reitera, sino que también se esclarece. Si los maridos deben amar a sus mujeres como al propio cuerpo, esto significa que esa uni-subjetividad se funda sobre la base de la bi-subjetividad y no tiene carácter real, sino intencional: el cuerpo de la mujer no es el cuerpo propio del marido, pero debe amarlo como a su propio cuerpo. Se trata, pues, de la unidad, no en el sentido ontológico, sino moral: de la unidad por amor.

6. «El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5, 28). Esta frase confirma aún más ese carácter de unidad. En cierto sentido el amor hace del «yo» del otro el propio «yo»: el «yo» de la mujer, diría, se convierte por amor en el «yo» del marido. El cuerpo es la expresión de ese «yo» y el fundamento de su identidad. La unión del marido y de la mujer en el amor se expresa también a través del cuerpo. Se expresa en la relación recíproca, aunque el autor de la Carta a los Efesios lo indique sobre todo por parte del marido. Este es el resultado de la estructura de la imagen total. Aunque los cónyuges deben estar «sometidos unos a los otros en el temor de Cristo» (esto ya se puso de relieve en el primer versículo del texto citado: (Ef 5, 22-23), sin embargo, a continuación el marido es sobre todo, el que ama y la mujer, en cambio, la que es amada. Se podría incluso arriesgar la idea de que la «sumisión» de la mujer al marido, entendida en el contexto de todo el pasaje (5, 22-23) de la Carta a los Efesios, significaba, sobre todo, «experimentar el amor». Tanto más cuanto que esta «sumisión» se refiere a la imagen de la sumisión de la Iglesia a Cristo, que consiste ciertamente en experimentar su amor. La Iglesia, como esposa, al ser objeto del amor redentor de Cristo Esposo, se convierte en su cuerpo. La mujer, al ser objeto del amor nupcial del marido, se convierte en «una sola carne» con él en cierto sentido, en su «propia» carne. El autor repetirá esta idea una vez más en la última frase del pasaje que estamos analizando: «Por lo demás, ame cada uno a su mujer, y ámela como a sí mismo» (Ef 5, 33).

7. Esta es la unidad moral, condicionada y constituida por el amor. El amor no solo une a dos sujetos, sino que les permite compenetrarse mutuamente, perteneciendo espiritualmente el uno al otro, hasta tal punto que el autor de la Carta puede afirmar: «El que ama a su mujer, a sí mismo se ama» (Ef 5, 28). El «yo» se hace, en cierto sentido, el «tú», y el «tú» el «yo» (se entiende en sentido moral). Y por esto la continuación del texto que estamos analizando, dice así: «Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, por que somos miembros de su cuerpo» (Ef 5, 29-30). La frase que inicialmente se refiere aún a las relaciones de los cónyuges, en la fase sucesiva retorna explícitamente a la relación Cristo Iglesia, y así, a la luz de esa relación, nos induce a definir el sentido de toda la frase. El autor, después de haber explicado el carácter de la relación del marido con la propia mujer, formando «una sola carne», quiere reforzar aún más su afirmación precedente «El que ama a su mujer, a sí mismo se aman» y, en cierto sentido, sostenerla con la negación y la exclusión de la posibilidad opuesta («nadie aborrece jamás su propia carne», Ef 5, 29). En la unión por amor, el cuerpo «del otro» se convierte en «propio», en el sentido de que se tiene solicitud del bien del cuerpo del otro como del propio. Dichas palabras, al caracterizar el amor «carnal» que debe unir a los esposos, expresan, puede decirse, el contenido más general y, a la vez, el más esencial. Parece que hablan de este amor, sobre todo, con el lenguaje del «ágape».

8. La expresión, según la cual, el hombre «alimenta y abriga» la propia carne -es decir, el marido «alimenta y abriga» la carne de la mujer como la suya propia- parece indicar más bien la solicitud de los padres, la relación tutelar, mejor que la ternura conyugal. Se debe buscar la motivación de este carácter en el hecho de que el autor pasa aquí indistintamente de la relación que une a los esposos a la relación entre Cristo y la Iglesia. Las expresiones que se refieren al cuidado del cuerpo, y ante todo a su nutrición, a su alimentación, sugieren a muchos estudiosos de la Sagrada Escritura una referencia a la Eucaristía, con la que Cristo, en su amor nupcial, «alimenta» a la Iglesia. Si estas expresiones, aunque en tono menor, indican el carácter específico del amor conyugal, especialmente del amor en virtud del cual los cónyuges se hacen «una sola carne», al mismo tiempo, ayudan a comprender, al menos de modo general, la dignidad del cuerpo y el imperativo moral de tener cuidado por su bien: de ese bien que corresponde a su dignidad. El parangón con la Iglesia como Cuerpo de Cristo, Cuerpo de su amor redentor y, a la vez, nupcial, debe dejar en la conciencia de los destinatarios de la Carta a los Efesios (5, 22-23) un sentido profundo del «sacrum» del cuerpo humano en general, y especialmente en el matrimonio, como «lugar» donde este sentido del «sacrum» determina de manera particularmente profunda las relaciones recíprocas de las personas y, sobre todo, las del hombre con la mujer, en cuanto mujer y madre de sus hijos.