miércoles, 18 de mayo de 2016

AMORIS LAETITIA



    40. «Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia». En algunos países, muchos jóvenes «a menudo son llevados a posponer la boda por problemas de tipo económico, laboral o de estudio. A veces, por otras razones, como la influencia de las ideologías que desvalorizan el matrimonio y la familia, la experiencia del fracaso de otras parejas a la cual ellos no quieren exponerse, el miedo hacia algo que consideran demasiado grande y sagrado, las oportunidades sociales y las ventajas económicas derivadas de la convivencia, una concepción puramente emocional y romántica del amor, el miedo de perder su libertad e independencia, el rechazo de todo lo que es concebido como institucional y burocrático».   Necesitamos encontrar las palabras, las motivaciones y los testimonios que nos ayuden a tocar las fibras más íntimas de los jóvenes, allí donde son más capaces de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio.



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

CATEQUESIS SOBRE LOS SACRAMENTOS

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP III )

LA PERSONA HUMANA Y SUS MÚLTIPLES DIMENSIONES


    159 La Iglesia, consciente de que su misión, esencialmente religiosa, incluye la defensa y la promoción de los derechos fundamentales del hombre, « estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos ». La Iglesia advierte profundamente la exigencia de respetar en su interno mismo la justicia y los derechos del hombre.

    El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos.En todo caso, « el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y esta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta ». Para ser más eficaz, este esfuerzo debe abrirse a la colaboración ecuménica, al diálogo con las demás religiones, a los contactos oportunos con los organismos, gubernativos y no gubernativos, a nivel nacional e internacional. La Iglesia confía sobre todo en la ayuda del Señor y de su Espíritu que, derramado en los corazones, es la garantía más segura para el respeto de la justicia y de los derechos humanos y, por tanto, para contribuir a la paz: « promover la justicia y la paz, hacer penetrar la luz y el fermento evangélico en todos los campos de la vida social; a ello se ha dedicado constantemente la Iglesia siguiendo el mandato de su Señor ».



     "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

     San Agustín

REFLEXIÓN

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII
De la Feria. Salterio III
18 de mayo


    De los Sermones de san Agustín, obispo
    (Sermón Caillau-Saint-Yves 2, 92: PLS 2, 441-552)


EL QUE PERMANEZCA FIRME HASTA EL FIN
 SE SALVARA

    Las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La sagrada Escritura, en efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad, sino que el Evangelio nos anuncia aflicciones, tribulaciones y pruebas; pero el que permanezca firme hasta el fin se salvará. ¿Qué ha tenido nunca de bueno esta vida, ya desde el primer hombre, desde que éste se hizo merecedor de la muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha liberado Cristo el Señor?

    No hay que murmurar, pues, hermanos como murmuraron algunos -son palabras del Apóstol- y perecieron mordidos por las serpientes. Los mismos sufrimientos que soportamos nosotros tuvieron que soportarlos también nuestros padres; en esto no hay diferencia. Y, con todo, la gente murmura de su tiempo, como si hubieran sido mejores los tiempos de nuestros padres. Y si pudieran retornar al tiempo de sus padres, murmurarían igualmente. El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro.

    Si ya has sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si ya has sido instruido en las sagradas Escrituras, me sorprende que tengas por bueno el tiempo en que vivió Adán. Y tus padres cargaron también con el castigo merecido por Adán. Sabemos que a Adán se le dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan y trabajarás la tierra de la que fuiste sacado; brotará para ti cardos y espinas. Esto es lo que mereció, esto recibió, esto consiguió por el justo juicio de Dios. ¿Por qué piensas, pues, que los tiempos pasados fueron mejores que los tuyos? Desde el primer Adán hasta el de hoy, fatiga y sudor, cardos y espinas. ¿Acaso ha caído sobre nosotros el diluvio? ¿O aquellos tiempos difíciles de hambre y de guerras, de los cuales se escribió precisamente para que no murmuremos del tiempo presente contra Dios?

    ¡Cuáles fueron aquellos tiempos! ¿No es verdad que todos, al leer sobre ellos, nos horrorizamos? Por esto, más que murmurar de nuestro tiempo, lo que debemos hacer es congratularnos de él.




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

LA FRASE DEL DÍA

Miércoles 18 de mayo




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

EVANGELIO

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII
18 de mayo



    Epístola de Santiago 4,13-17.

    Y ustedes, los que ahora dicen: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad y nos quedaremos allí todo el año, haremos negocio y ganaremos dinero",
¿saben acaso qué les pasará mañana? Porque su vida es como el humo, que aparece un momento y luego se disipa.
    Digan más bien: "Si Dios quiere, viviremos y haremos esto o aquello".
    Ustedes, en cambio, se glorían presuntuosamente, y esa jactancia es mala.
    El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.



Salmo 49(48),2-3.6-7.8-9.11.

Oigan esto, todos los pueblos;
escuchen, todos los habitantes del mundo:
tanto los humildes como los poderosos,
el rico lo mismo que el pobre.

¿Por qué voy a temer
en los momentos de peligro,
cuando me rodea la maldad de mis opresores,
de esos que confían en sus riquezas

y se jactan de su gran fortuna?
No, nadie puede rescatarse a sí mismo
ni pagar a Dios el precio de su liberación,
el precio de su rescate es demasiado caro,

y todos desaparecerán para siempre.
Cualquiera ve que mueren los sabios;
necios e ignorantes perecen por igual,
y dejan a otros sus riquezas:




    Evangelio según San Marcos 9,38-40.

    Juan le dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros".
    Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
    Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.

Fuente: ©Evangelizo.org



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.


    San Agustín

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII
18 de mayo




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

HIMNO

TIEMPO ORDINARIO
MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII
De la Feria. Salterio III
18 de mayo




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

SANTORAL

TIEMPO ORDINARIO

MIÉRCOLES DE LA SEMANA VII
18 de mayo




    La vida de San Félix de Cantalicio es como un regatillo de agua clara al servicio de Dios. Hay en esta existencia, del que se puede considerar primer santo capuchino en el siglo XVI, una sublime sencillez, exponente de un alma transparente, purificada día tras día por la caridad, que es la forma más pura del amor.

    Nace este interesante ejemplar de la santidad en Cantalicio, en el año 1513. Cantalicio es una pequeña población italiana del territorio de Città Ducale, provincia de Umbría. Los padres del Santo eran pobres y temerosos del Señor. Su padre se llamaba Santo de Carato; su madre, Santa. ¿Se llamaban así o eran llamados así por su bondad? De niño, se dedica al pastoreo. Grababa una cruz en una encina, como un pequeño tallista del símbolo del sacrificio, y ante ella rezaba muchos rosarios. Junto al trabajo, humilde trabajo de pastor, la oración.

    De esta manera, su trabajo quedaba empenachado de plegarias, como si las avemarías fuesen salpicando las jornadas de su vigilancia del ganado. Entra después al servicio de varios labradores. En la casa de uno de éstos oye leer vidas de santos. Quiere imitar a los penitentes del desierto, y, al preguntar dónde podría hallar la fórmula de los anacoretas, alguien le respondió: «En los capuchinos». Es, entonces, cuando se decide a pedir el hábito en el convento de Città Ducale.

    Parece que el padre guardián, para probar la vocación del aspirante, recarga las tintas de la penitencia de los frailes y le dice, mientras le muestra un crucifijo: «Éste es el modelo a que debe conformar su vida un capuchino». Félix, enamorado del sacrificio, se arroja a los pies del padre guardián y le manifiesta que no desea sino una vida del todo crucificada. Enviado al noviciado de Áscoli, cuando tiene veintiocho años, cae enfermo: unas pesadas calenturas. Pero un día se levanta de la cama y le dice al padre guardián que ya no tiene nada. Destinado a Roma, ejerce en la Ciudad Eterna, durante casi cuarenta años, el cargo de limosnero. A su compañero de fatigas y de alegrías a lo divino le decía: «Buen ánimo, hermano: los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en la mano el santísimo rosario». Jamás condescendió con su gusto, y toda su vida fue una constante renunciación a los pequeños muchos por el gran todo.

    Solía exclamar, recordando una frase que había leído: «O César o nada». Se ha dicho que sólo hay una tristeza: la de no ser santo. Sí; la de no ser «césar» de la santidad. Y llegó a «césar» de Dios por el camino de la santa simplicidad. ¿En qué consistía la ciencia de este simpático lego? «Toda mi ciencia –afirmaba– está encerrada en un librito de seis letras: cinco rojas, las llagas de Cristo, y una blanca, la Virgen Inmaculada».

    Ayunaba a pan y agua las tres cuaresmas de San Francisco, comía los mendrugos de pan que dejaban los frailes y dormía tres horas en un lecho de tarima. Pero, como si esto fuera poco –y lo era para sus aspiraciones–, no se quitaba el cilicio. A pesar de todo, o, más exactamente, por todo, tenía una contagiosa felicidad y un buen humor delicioso. Bromeaba a lo divino con su amigo Felipe de Neri.   Uno y otro se saludaban de esta manera:

    –Buenos días, fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!

    –Salud, Felipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!

    Un fraile que le acompañaba en cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que mandase a fray Félix descargar la limosna. «Señor –respondió el lego–, el soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas. No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para que se le mortifique». Cuando alguien le insultaba, replicaba: «¡Que Dios te haga un santo!»

    Estaba rezando un día, cuando la imagen de la Virgen puso al Niño en los brazos de fray Félix. Y así le pintó Murillo. Son muchas las anécdotas con trascendencia de eternidad que se cuentan de San Félix de Cantalicio. Su hermano en religión, padre Prudencio de Salvatierra, recoge algunas verdaderamente entrañables. En cierta ocasión, iba pidiendo limosna, que era su oficio cotidiano.

    De pronto, siente un cansancio extraordinario. ¿Por qué le pesaba tanto el morralillo que llevaba a la espalda? Porque alguien había depositado una moneda de plata en la alforja del santo mendigo, moneda que le pareció la sonrisa burlona del demonio. «Este es el peso maldito que no me deja caminar». Y, sacudiendo la alforja, hizo que la moneda cayese al suelo, para seguir tan sólo con los regojos a cuestas. Durante las jornadas frías, quizá algunos religiosos se acercaban al fuego para confortar un poquillo sus cuerpos ateridos. Mas fray Félix huía del grato calor, a la vez que decía a su cuerpo: «Lejos, lejos del fuego, hermano asno, porque San Pedro, estando junto a una hoguera, negó a su Maestro».

    Venerable y al mismo tiempo jovial figura, por las calles de Roma, la de este hermano lego, al que rodeaban los chiquillos para tirarle de las barbas y curiosear en sus alforjas. El lego, sonriente y hasta riente, enseñaba el catecismo a los niños, y les daba consejos, les embelesaba con su palabra dulce y sencilla.

    Inventaba coplas religiosas, que en seguida se hacían populares en la ciudad. Tenía buen oído y voz de barítono. Lo debía de pasar muy bien cantando, limpio de polvo y paja del menor gusto. «Dentro del convento sabía unir, por modo maravilloso, la alegría con el silencio, el trabajo con la oración». Su hermano fray Domingo decía: «Félix es avaro en sus palabras, pero lo poco que dice es siempre bueno».

    Enferma un fraile, a quien los médicos desahucian. Pero entra fray Félix en la celda del paciente y profiere unas palabras como mojadas de humor y frescura celestiales: «Vamos, perezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el aire puro del huerto. »En efecto, el frailecico había sanado.

    Mas no pensemos que las que pudiéramos llamar personalidades importantes de aquel tiempo dejaban de acudir a la «ciencia» del «ignorante» lego. El sabio obispo de Milán, luego San Carlos Borromeo, solicita de fray Félix algunos consejos para la reforma del clero diocesano. ¿Qué consejos iba a dar un pobre lego mendicante a un obispo intelectual? Pues sí; le da este consejo: «Eminencia: que los curas recen devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la reforma del espíritu».

    Con empuje de alma inspirada por Dios, dice al cardenal de la Orden franciscana Montalto, en vísperas de ser elegido para el Solio Pontificio: «Cuando seas Papa, pórtate como tal para la gloria de Dios y bien de la Iglesia: porque, si no, sería mejor que te quedaras en simple fraile». Ya era papa Montalto, con el nombre de Sixto V, cuando una vez pidió al lego un poco de pan.

    Fray Félix busca para el Padre Santo el mejor panecillo, pero el Papa le replica: «No haga distinción, hermanito: déme lo primero que salga». Lo primero que salió fue un mendruguillo negro. El lego toma el regojo y se lo entrega a Su Santidad con estas palabras: «Tenga paciencia, Santo Padre; también Vuestra Santidad ha sido fraile». Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia junto a la gracia. En actitud poéticamente franciscana, repartía pedacitos de pan a los pobres, a los perros, a los pájaros. A fuerza de oración consigue librarse de una epidemia, para poder seguir asistiendo a numerosos enfermos.

    Con una fidelidad exacta cumple los tres votos monásticos de su vida religiosa: obediencia, pobreza y castidad. Respetaba al sacerdote y rendía homenaje a «la dignidad más sublime de la tierra». Fue fray Félix de Cantalicio un amador esforzado de la Señora, y cuando, en la calle, los ojos del lego se encontraban con una imagen de la Virgen, prorrumpía de este modo: «Querida Madre: os recomiendo que os acordéis del pobre fray Félix. Yo deseo amaros como buen hijo, pero vos, como buena Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños pequeños, que no pueden andar un paso sin la ayuda de su madre».

    Uno se acuerda de la Balada de las dudas del lego, de Pemán: «Y, apretando el paso, con simple alegría, corre que te corre... ¿Qué más oración que el ir mansamente, por la veredica, con el cantarillo, bendiciendo a Dios?» Fray Félix no iba con el cantarillo, sino con el talego del pan. Y con las alforjas de su caridad franciscana.

    ¿Cómo era en lo físico fray Félix de Cantalicio? He aquí una semblanza del Santo: «Fue bajo de cuerpo, pero grueso decentemente y robusto. La frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro; la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas; la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rusticidad».

    Cargado de trabajos, de dolores, pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: «El pobre jumento ya no caminará más». Pretende ir a la iglesia desde el lecho, arrastrándose, mas se le prohíbe. Recibe los sacramentos, se queda en éxtasis, vuelve en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: «¿Qué ves?» Y él responde: «Veo a mi Señora rodeada de ángeles que vienen a llevar mi alma al paraíso». Sin haber entrado en agonía, muere el 18 de mayo de 1587, a los setenta y dos años de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar el cadáver del santo lego y obtener reliquias.

    El papa Sixto V, que testificaba dieciocho milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Es Paulo V quien inicia el proceso de beatificación, que solemnemente será verificado por Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.

    He aquí una vida colmada hasta los bordes de santa simplicidad, una vida clara y sencilla, alegre por sacrificada, sublime por humilde, la vida de un lego capuchino del siglo XVI, cuyo perfume llega hasta nuestros días con la fragancia de las más puras esencias de la virtud.


San Félix de Cantalicio, en Año Cristiano, Tomo II, 
Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 410-415




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.
    San Agustín