sábado, 2 de agosto de 2025

CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO

CAPÍTULO TERCERO
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf. 1 Co 15,3)
Los sacramentos y la transmisión de la fe


    45. En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe. Ésta no consiste sólo en asentir a un conjunto de verdades abstractas. Antes bien, en la confesión de fe, toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo. Podemos decir que en el Credo el creyente es invitado a entrar en el misterio que profesa y a dejarse transformar por lo que profesa. Para entender el sentido de esta afirmación, pensemos antes que nada en el contenido del Credo. Tiene una estructura trinitaria: el Padre y el Hijo se unen en el Espíritu de amor. El creyente afirma así que el centro del ser, el secreto más profundo de todas las cosas, es la comunión divina. Además, el Credo contiene también una profesión cristológica: se recorren los misterios de la vida de Jesús hasta su muerte, resurrección y ascensión al cielo, en la espera de su venida gloriosa al final de los tiempos. Se dice, por tanto, que este Dios comunión, intercambio de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu, es capaz de abrazar la historia del hombre, de introducirla en su dinamismo de comunión, que tiene su origen y su meta última en el Padre. Quien confiesa la fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. No puede pronunciar con verdad las palabras del Credo sin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, del sujeto último que pronuncia el Credo, que es la Iglesia. Todas las verdades que se creen proclaman el misterio de la vida nueva de la fe como camino de comunión con el Dios vivo.

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 03 de Agosto -San Lucas 12,13-21


    Libro de Eclesiastés 1,2.2,21-23.

    ¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad!  ¡Nada más que vanidad!
    Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia.
    ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?
    Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.


Salmo 90(89),3-4.5-6.12-13.14.17ab.

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,
con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”.
Porque mil años son ante tus ojos
como el día de ayer, que ya pasó,
como una vigilia de la noche.
Tú los arrebatas, y son como un sueño,

como la hierba que brota de mañana:
por la mañana brota y florece,
y por la tarde se seca y se marchita.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?

Ten compasión de tus servidores.
Sácianos en seguida con tu amor,
y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que descienda hasta nosotros
la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios,
haga prosperar la obra de nuestras manos.


    Carta de San Pablo a los Colosenses 3,1-5.9-11.

    Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
    Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
    Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios.
    Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
    Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría.
    Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador.
    Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.


    Evangelio según San Lucas 12,13-21.

    En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
    Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
    Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
    Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
    Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
    Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
    Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 03 de Agosto - «Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados; descansa...»

 

      San Francisco de Sales, obispo Sermón: Idolatría de las cosas X, 254.


«Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados; descansa...» 

    ¿Por qué hay tanta gente en el mundo que no piensa, ni parece tener que hacer otra cosa, aquí abajo, que amasar riquezas, adquirir casa tras casa, prado tras prado, viña tras viña, tesoro tras tesoro?

    A esa clase de gente es a la que le dice el profeta al oído: «Oh loco, ¿crees que el mundo ha sido hecho sólo para ti?.» Como diciendo ¿Piensas quedarte para siempre en este mundo y no estar en él sino para amasar bienes temporales? Ciertamente que no has sido creado para eso.

    Bueno, dice la prudencia humana, ¿es que el cielo, la tierra y, consecuentemente, todo lo que hay en ella, no se han hecho para el hombre? Y ¿no quiso Dios que nos sirviéramos de ellos? Es cierto que Dios ha creado el mundo para el hombre, con la intención de que use todos los bienes terrenos, pero no que los disfrute como si fueran su último fin.

    Creó el mundo antes de crear al hombre; pues quiso prepararle un palacio, una morada para habitar, después le declaró dueño de todo lo que hay aquí abajo, permitiéndole servirse de ello, pero no de tal forma que no tuviera ya otro objetivo, pues le había creado para un fin mucho más alto que el hombre mismo.

    Hay mucha diferencia entre usar las riquezas y apegarse a ellas: usar de ellas, según su estado y condición, es una cosa permitida cuando se hace como se debe; pero convertirlas en ídolos es condenación.

    En resumen, hay mucha diferencia entre ver y admirar las cosas de este mundo y querer gozar de ellas como si en ello estribara nuestra felicidad.

    Hay personas espirituales que tienen un apego tan grande a lo que poseen y que gozan tanto en contemplar lo que tienen, que es casi una especie de idolatría.

    Las hay que se aferran a lo que es suyo y por nada del mundo quisieran soltarlo. Y hay algunos pocos que dejan enteramente lo que poseen.

    Por eso, tener y guardar dentro de la vida religiosa es la tara más grande que podemos encontrar. ¿Por qué? Porque la avaricia es precisamente todo lo contrario a la profesión religiosa.

SANTORAL - BEATO AGUSTÍN KAZOTIC

03 de Agosto


    En Lucera, en la Apulia, beato Agustín Kazotic, obispo, de la orden de Predicadores, que en un principio estuvo al frente de la Iglesia de Zagreb y, posteriormente, por la hostilidad del rey de Dalmacia, asumió la sede de Lucera, donde desarrolló una gran obra de ayuda en favor de los pobres y los necesitados.

   Agustín Gazotic (o Kazotic) nació en Trogir, ciudad de la Dalmacia, hacia el año 1260. Tomó el hábito de los frailes predicadores antes de cumplir los veinte años. Después de la profesión, fue enviado a estudiar en la Universidad de París. Durante el viaje a la ciudad, estuvo a punto de perecer, ya que al cruzar por el distrito de Pavía, Agustín y su compañero, el hermano Jaime, fueron víctimas de un asalto. Los bandoleros dieron muerte al hermano Jaime y Agustín recibió heridas de las que tardó varias semanas en reponerse. El beato predicó con gran fruto a sus compatriotas. También fundó en su patria varios conventos de su orden, a los que dio por lema las palabras de san Agustín: «Desde que estoy al servicio de Dios no he conocido hombres más buenos que los monjes que viven santamente, pero tampoco he conocido hombres más malos que los monjes que no viven como debieran». Después de predicar en Bosnia e Italia numerosas misiones, en las que demostró su gran caridad y prudencia, fue enviado a trabajar en Hungría, donde las constantes guerras civiles habían sembrado la miseria material y moral. Ahí conoció al cardenal Nicolás Boccasini, legado pontificio, quien sería más tarde Papa con el nombre de Benedicto XI. Cuando el cardenal Boccasini ciñó la tiara, en 1303, mandó llamar al beato Agustín y le consagró obispo de Zagreb, en Croacia.

    El clero y toda la diócesis de Zagreb necesitaban urgentemente una reforma. El beato reunió varios sínodos disciplinares, cuyos cánones puso en ejecución en frecuentes visitas pastorales y fomentó las ciencias sagradas y el estudio de la Biblia mediante la fundación de un convento de la Orden de Santo Domingo. Además, asistió al Concilio ecuménico de Vienne (1311-12) . A su retorno, sufrió la persecución del gobernador de Dalmacia, Miladino, contra cuya tiranía y exacciones había protestado. El beato poseía en grado extraordinario el don de curar a los enfermos. Según se dice, curó el reumatismo de las manos que aquejaba a Benedicto XI cuando éste le confirió la consagración episcopal. También se cuenta una divertida historia acerca del modo como trató de deshacerse de quienes acudían a él para que los curase: después de plantar un limonero, dijo a las gentes que las hojas de ese árbol poseían más propiedades curativas que sus manos. Dios y los cristianos le tomaron la palabra, y aun los turcos respetaron el árbol milagroso cuando invadieron la región.

    Tras de regir durante catorce años la diócesis de Zagreb, el beato fue trasladado a la sede de Lucera en la provincia de Benevento. Ahí trabajó con todas sus fuerzas por desarraigar la corrupción moral y religiosa que los sarracenos habían dejado tras de sí. Casi todos los musulmanes que quedaban en la ciudad, en 1300, se convirtieron de golpe. El rey Roberto de Nápoles le apoyó ardientemente y dotó a un convento de dominicos quienes colaboraron celosamente con su obispo, de manera que en cinco años, se produjo un cambio radical en la región. Desde los miembros de la familia real hasta el último de los fieles, todos veneraban al beato Agustín. Su muerte ocurrió el 3 de agosto de 1323. Su culto fue oficialmente confirmado en 1702.

Oremos

    Te pedimos, Padre de bondad, nos concedas seguir los ejemplos y consignas del obispo beato Agustín, para que, meditando asiduamente los misterios de la salvación, y entregados constantemente al servicio de la Iglesia, lleguemos a los gozos de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén

-FRASE DEL DÍA-