jueves, 10 de diciembre de 2020

EVANGELIO - 11 de Diciembre - San Mateo 11,16-19


       Libro de Isaías 48,17-19.

    Así habla el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor, tu Dios, el que te instruye para tu provecho, el que te guía por el camino que debes seguir.
    ¡Si tú hubieras atendido a mis mandamientos, tu prosperidad sería como un río y tu justicia, como las olas del mar!
    Como la arena sería tu descendencia, como los granos de arena, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido extirpado ni borrado de mi presencia. Invitación a salir de Babilonia


Salmo 1,1-2.3.4.6.


¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!

El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.


    Evangelio según San Mateo 11,16-19.


    ¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'.
    Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'.
    Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 11 de Diciembre - " Responder a la llamada de Dios, para acoger al Salvador"

 


San Alfonso María de Ligorio  obispo y doctor de la Iglesia 1er   Discurso de la novena de Navidad

Responder a la llamada de Dios, para acoger al Salvador

    Con un corazón ardiente, digamos con San Agustín: «Inflama nuestras almas". Verbo encarnado, te hiciste hombre para encender en nuestros corazones el fuego del amor divino: ¿Cómo pudiste encontrar en nosotros tanta ingratitud? No ahorraste nada para hacerte amar; llegaste a sacrificar tu sangre y tu vida. ¿De dónde viene que los hombres permaneciéramos insensibles a tantos beneficios? ¿Posiblemente los ignoran? No, saben y creen que, por amor a ellos, viniste del cielo revestido de carne humana y cargaste con nuestras miserias; saben que, por amor para ellos, quisiste llevar una vida de continuos sufrimientos y sufrir una muerte ignominiosa. Después de esto ¿Cómo explicar que viven en un olvido completo de tu extrema bondad? Quieren a sus parientes, quieren a sus amigos, aman incluso a los animales... ¡ Sólo hacia ti, no muestran amor ni reconocimiento! ¿Pero qué digo? Acusando a otros de ingratitud, yo mismo me condeno, ya que mi conducta hacia ti fue peor que la suya. No obstante, tu misericordia me devuelve el coraje; sé que me sostuvo mucho tiempo, con el fin de perdonarme y de abrasarme en tu amor, con la única condición de que quiera arrepentirme y quererte. Sí, Dios mío, quiero arrepentirme; quiero amarte con todo mi corazón. Aunque veo que mi corazón... te ha abandonado para gustar las cosas de este mundo; pero veo también que, a pesar de esta traición, todavía me reclamas. Por eso, con toda la fuerza de mi voluntad, te lo dedico y te lo doy. Dígnate pues inflamarlo por completo de tu santo amor; haz que en lo sucesivo no ame otra cosa más que a ti… Te quiero, Jesús; ¡te amo, mi sumo Bien ! Te amo, único amor de mi alma. María, madre mía, eres "la madre del amor hermoso" (Si 24,24 Vulg), obtenme la gracia de amar a mi Dios; es lo que espero de ti.

SANTORAL - SAN DÁMASO I PAPA

11 de Diciembre


    San Dámaso I, papa, que en los difíciles tiempos en que vivió, reunió muchos sínodos para defender la fe de Nicea contra cismas y herejías, procuró que san Jerónimo tradujera al latín los libros sagrados y veneró piadosamente los sepulcros de los mártires, adornándolos con inscripciones. El «Liber Pontificalis» afirma que san Dámaso era español. Tal vez era de origen español, pero, según parece, nació en Roma, donde su padre era sacerdote. San Dámaso, que no se casó nunca, llegó a ser diácono de la iglesia de su padre. Cuando murió el papa Liberio en el 366, Dámaso fue elegido obispo de Roma, a los sesenta años de edad, aproximadamente. Su elección estuvo lejos de ser unánime, ya que una minoría eligió a otro diácono llamado Ursino o Ursicinio y defendió su candidatura con gran vehemencia. Según parece, el poder civil sostuvo a Dámaso con no menor apasionamiento (Butler afirma que empleó «procedimientos bárbaros»); pero Rufino, contemporáneo de san Dámaso, demuestra que éste no tuvo nada que ver en ello. Los partidarios del antipapa no se calmaron del todo; en efecto, el año 378, san Dámaso fue acusado por ellos de incontinencia y tuvo que justificarse ante el emperador Graciano y ante un sínodo romano.

    El historiador pagano Amiano Marcelino afirma que el modo de vida de los prelados romanos constituía una tentación para los ambiciosos y dice que hubiesen hecho bien en imitar la sencillez del clero de las provincias. Es indudable que, en tiempos de san Dámaso se procedía con cierta pompa en la corte pontificia, pues, según cuenta san Jerónimo, un pagano llamado Pretextato, que era senador romano, dijo al santo: «Si me haces obispo de Roma, me convertiré mañana mismo al cristianismo». Esta observación de un pagano prueba cuán necesaria es la moderación a quienes desean dar testimonio del espíritu evangélico. Como quiera que sea, esta crítica no se aplica a san Dámaso, ya que san Jerónimo, que fue su secretario y le conocía bien, ataca severamente el lujo de ciertos prelados en Roma y no habría dejado de mencionar al papa si le hubiese creído culpable de la misma falta. Lo cierto es que las críticas de san Jerónimo eran tan justificadas que, el año 370, Valentiniano prohibió a los miembros del clero que indujesen a las viudas y huérfanos a que les hiciesen regalos o les dejasen legados. San Dámaso aplicó estrictamente ese decreto.

    El santo Pontífice tuvo que combatir varias herejías. Pero el año 380. Teodosio I en el Oriente y Graciano en el Occidente proclamaron que el cristianismo, tal como lo practicaban los obispos de Roma y Alejandría, era la religión del Imperio. Además, Graciano, atendiendo a la petición de los senadores cristianos apoyados por san Dámaso, suprimió el altar de la Victoria en el senado y renunció al título de Pontífice Máximo. Al año siguiente, se reunió el segundo Concilio Ecuménico (primero de Constantinopla) y el papa envió representantes. Pero de todos los actos de san Dámaso, el más benéfico y cuya influencia se deja sentir todavía en nuestros días, fue el haber patrocinado los estudios bíblicos de san Jerónimo, que culminaron con la traducción conocida con el nombre de «Vulgata». San Jerónimo cuenta que san Dámaso era versado en las Escrituras, «un doctor virgen de una Iglesia virgen».

    Teodoreto dice que «fue ilustre por la santidad de su vida y estaba siempre pronto a predicar y a hacer cualquier cosa en defensa de la doctrina apostólica». También se recuerda a san Dámaso por su solicitud hacia las reliquias y sepulcros de los mártires. A él se debieron el descubrimiento y el ornato de varias catacumbas, y tanto el cristiano piadoso como el historiador y el arqueólogo le admiran por las inscripciones que mandó poner en ellas. Se conservan muchas de esas inscripciones y epigramas, ya sea en el original, ya sea en reproducciones. Una de las más famosas es la que nos dice cuanto sabemos sobre san Tarsicio. San Dámaso murió el 11 de diciembre de 384, cuando contaba unos ochenta años. Él mismo había mandado poner en la «cripta pontificia» del cementerio de San Calixto un epitafio genérico, que termina así: «Yo, Dámaso, hubiese querido ser sepultado aquí; pero tuve miedo de ofender a las cenizas de los santos». Así pues, fue sepultado, junto con su madre y su hermana, en una iglesia que él mismo había construido en la Vía Ardeatina. Uno de los epitafios que se conservan, es precisamente el que san Dámaso escribió para su propia tumba; en él hace un acto de fe en la resurrección de Cristo y en la suya propia: «El que anduvo sobre las aguas y calmó la tempestad, el que da vida a las semillas de la tierra, el que rompió las cadenas de la muerte y, al cabo de tres días de oscuridad, fue capaz de hacer volver al mundo superior al hermano de Marta: El mismo hará que Dámaso resucite del polvo».

Oremos

Concédenos la gracia, Señor, de glorificarte siempre por el triunfo de tus mártires, a quienes profesó devoción entrañable el papa san Dámaso primero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén