domingo, 19 de enero de 2020

CARTA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN



CAPÍTULO II
CREDO UT INTELLEGAM




« La sabiduría todo lo sabe y entiende » (Sb 9, 11)

20. En esta perspectiva la razón es valorizada, pero no sobrevalorada. En efecto, lo que ella alcanza puede ser verdadero, pero adquiere significado pleno solamente si su contenido se sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe: « Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre conocer su camino? » (Pr 20, 24). Para el Antiguo Testamento, pues, la fe libera la razón en cuanto le permite alcanzar coherentemente su objeto de conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el cual todo adquiere sentido. En definitiva, el hombre con la razón alcanza la verdad, porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia. Por tanto, con razón, el autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento precisamente en el temor de Dios: « El temor del Señor es el principio de la sabiduría » (Pr 1, 7; cf. Si 1, 14).

LAS OBRAS DE MISERICORDIA

Hay catorce obras de misericordia - Siete corporales y Siete espirituales

I.- Obras de misericordia espirituales


    2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4): «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lc 3, 11).

    «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11, 41). «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).

EVANGELIO - 20 de Enero - San Marcos 2,18-22


    Evangelio según San Marcos 2,18-22.

    Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?".
    Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
    Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
    Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
    Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 20 de Enero - "El novio está con ellos"


      Ruperto de Deutz (c. 1075-1130), monje benedictino  - De la Trinidad y de sus obras, 42, Sobre Isaías, 2, 26

« El novio está con ellos »

    « Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios...; como el esposo se pone la corona; como la esposa se adorna con sus joyas.» Cabeza y miembros, Esposo y Esposa, Cristo y la Iglesia, somos un solo cuerpo. Desde ahora, en Cristo el Esposo brillará para siempre la corona del triunfo –él, mi cabeza, que ha sufrido por algún tiempo-; mientras que sobre mí, su Esposa, brillarán las joyas de sus victorias y de sus gracias.

    «Como el suelo echa sus brotes como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos». Él es el Esposo, y yo la Esposa; él es el Señor Dios, y yo su tierra y su jardín; él es el jardinero, y yo su campo. Así como él, por ser mi Creador es mi Señor y mi Dios, es también mi jardinero porque se ha hecho hombre... Así como el jardinero «planta y riega y Dios da el crecimiento», de la misma manera él que es el Único, por su humanidad va a plantar y regar anunciando la Buena Nueva, y por su divinidad dará el crecimiento gracias a su Espíritu. Entonces yo, la Iglesia haré «brotar la justicia de la fe y la alabanza del Dios», no tan sólo ante el pueblo judío, sino «ante todas las naciones». Ellas «verán mi buenas obras», leyendo las palabras y las acciones de los patriarcas y de los profetas, escuchando la voz de los apóstoles y acogiendo su luz; ellas verán y creerán, y «así darán gloria al Padre que está en los cielos».

SANTORAL - SAN SEBASTIÁN, MÁRTIR

20 de Enero


    Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.

    El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero San Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.

    Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente pues su corazón ardoroso del amor de Cristo, impedía que él no continuase anunciando a su Señor. Se presentó con valentía ante el Emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y el santo le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.

    El culto a San Sebastián es muy antiguo; es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión, y además es llamado además el Apolo cristiano ya que es uno de los santos más reproducidos por el arte en general.

Oremos

    ¡Glorioso mártir! bajo tu amparo ámanos y fortalece nuestra fe, no nos desamparen en ningún momento. Soldado mártir que luchaste por nuestras vidas es un orgullo nuestro buen patrón y aventurado, ampáranos y acogenos en tu voluntad. ¡San Sebastian todo poderoso!, ten compasión de nuestra inocencia y consuela nuestras amarguras no nos desamparen nunca y fortalece nuestra fe. Amén

LA ORACIÓN DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO" ( CEC )



“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”

V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»



«Perdona nuestras ofensas»...

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).