El Corazón de Jesús busca amor y reparación por los bautizados que han perdido su fe. Por aquellos que recibiendo la Santa Comunión lo hacen con frialdad e indiferencia, poniendo en su boca la Hostia, pero no recibiéndola en su corazón. Por los que no visitan el sagrario, cuando de allí sale la fuerza del apostolado. Por el mal trato que les dan sus enemigos en las profanaciones Eucarísticas.
Reflexiona
No es el momento del olvido, sino el del compromiso. ¿Somos capaces de trabajar para hacer comprender que hay que acompañar y consolar a Jesús en la Eucaristía, dándole amor y reparación?
Libro de Amós 3,1-8.4,11-12.
Escuchen esta palabra que el Señor pronuncia contra ustedes, israelitas, contra toda la familia que yo hice subir del país de Egipto: Sólo a ustedes los elegí entre todas las familias de la tierra; por eso les haré rendir cuenta de todas sus iniquidades.
¿Van juntos dos hombres sin haberse puesto de acuerdo?
¿Ruge el león en la selva sin tener una presa? ¿Alza la voz el cachorro desde su guarida sin haber cazado nada?
¿Cae el pájaro a tierra sobre una trampa si no hay un cebo? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado nada?
¿Suena la trompeta en una ciudad sin que el pueblo se alarme ¿Sucede una desgracia en la ciudad sin que el Señor la provoque?
Porque el Señor no hace nada sin revelar su secreto a sus servidores los profetas.
El león ha rugido: ¿quién no temerá? El Señor ha hablado: ¿quién no profetizará?
Yo les envié una catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, y ustedes fueron como un tizón salvado del incendio, ¡pero ustedes no han vuelto a mí! -oráculo del Señor-.
Por eso, mira cómo voy a tratarte, Israel; y ya que te voy a tratar así, prepárate a enfrentarte con tu Dios, Israel.
Salmo 5,5-6.7.8.
Tú no eres un Dios que ama la maldad;
ningún impío será tu huésped,
ni los orgullosos podrán resistir
delante de tu mirada.
Tu detestas a los que hacen el mal
y destruyes a los mentirosos.
¡Al hombre sanguinario y traicionero
lo abomina el Señor!
Pero yo, por tu inmensa bondad,
llego hasta tu Casa,
y me postro ante tu santo Templo
con profundo temor.
Evangelio según San Mateo 8,23-27.
Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!".
El les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?". Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".
Palabra del Señor
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) obispo y doctor de la Iglesia. Conversando con Dios (“Manière de converser avec Dieu”, éd. Le Laurier, 1988), trad. sc©evangelizo.org
¡Señor en ti confío!
No desagrada para nada a Dios que, a veces, se queje suavemente con él. No tema decirle: “¿Por qué te quedas lejos, Señor? (Sal 9,22). Tú sabes que sólo aspiro a tu amor. Por caridad, socórreme, no me abandones”. Si la desolación se prolonga y su angustia es extrema, una su voz a la de Jesús, Jesús muriendo en la cruz. Dígale, implorando la piedad divina: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Pero aproveche esa prueba. Primero para abajarse más, repitiéndose que no merecemos consuelo cuando hemos ofendido a Dios. Después, para avivar más su confianza, recordando que ya sea lo que haga o permita, Dios sólo tiene en vista su bien y “dispone de todas las cosas para el bien” de su alma (cf. Rom 8,28). Cuanto más la turbación y la falta de coraje lo asalten, más se debe armar de valor y gritar: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 26,1). Sí, Señor, eres tú que me ilumina, eres tú que me salvarás, en ti confío, “Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado!” (Sal 30,2). Establézcase así en la paz, con la certeza que “nadie que confió en el Señor quedó confundido” (Eclo 2,10), no se ha perdido nadie que haya puesto su confianza en Dios.
30 de Junio
La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64. ¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”.
En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenandolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.
Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.
Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.
Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.
Oremos
Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.