domingo, 21 de marzo de 2021

EVANGELIO - 22 de Marzo - San Juan 8,1-11.


        Libro de Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62.

    Había en Babilonia un hombre llamado Joaquín.
    Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
    Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos.
    Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»
    Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos.
    Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido.
    Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla.
    Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios.
    Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.
    No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho.
    Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.»
    En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.
    Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»
    Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.
    Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.»
    Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
    Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana.
    A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir.
    Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes.
    Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.
    Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza.
    Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios.
    Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas.
    Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
    Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.
    Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.
    Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
    No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte.
    Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.»
    El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!»
    Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?»
    El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?
    ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!»
    Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»
    Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.»
    Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: 'No matarás al inocente y al justo.'
    Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.»
    «En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.»
    Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón!
    Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.
    Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo una encina.»
    En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.»
    Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él.
    Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.


Salmo 23(22),1-3a.3bc-4.5.6.

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.


    Evangelio según San Juan 8,1-11.

    Jesús fue al monte de los Olivos.
    Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
    Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
    Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
    Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
    Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
    E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
    Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
    Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 22 de Marzo - « Yo tampoco te condeno »


       San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia Sermón 13

« Yo tampoco te condeno »

    Dice el salmista: "Aprended, jueces de la tierra" (Sal 2.10). Aquellos que juzgan la tierra son los reyes, gobernadores, príncipes, los jueces propiamente dicho. (…) Sed sensatos, porque es la tierra quien juzga la tierra, pero debe temer al que está en el cielo. Juzgan a sus iguales: un ser humano juzga a un hombre, un mortal a un mortal, un pecador a otro pecador. ¿Si nuestro Señor hizo resonar en medio de los jueces esta frase divina: "el que esté sin pecado que tire la primera piedra", todos los que juzgan la tierra no estarán sobrecogidos de espanto? Los fariseos, para tentarlo, le llevaron una mujer sorprendida en adulterio (…) Jesús dijo: "Queréis apedrear a esta mujer, según lo prescrito por la ley. Pues bien, aquel de entre vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra". Mientras se cuestionaban, Él escribió sobre la tierra, para "enseñar a la tierra"; pero cuando les dio esta respuesta, levantó los ojos, "miró a la tierra y ésta se estremeció" (Sal 103,32). Los fariseos, confundidos y temblorosos, se fueron uno tras otro. (…) La pecadora se queda a solas con el Salvador: la enferma con el médico, la gran miseria con la gran misericordia. Mirando a esta mujer, Jesús le dijo: "¿Nadie te ha condenado? -Nadie, Señor"... Pero ella permaneció delante del juez que está libre de pecado. "¿Nadie te ha condenado? - Nadie, Señor, y si tú mismo no me condenas, estoy salvada" En silencio, el Señor responde a esta inquietud:"Yo tampoco te condeno. (…) La voz de sus conciencias les impedía a los acusadores castigarte, la misericordia me empuja a venir en tu ayuda". Reflexionar sobre estas verdades e "instruiros jueces de la tierra".

SANTORAL - SANTA CATALINA DE GÉNOVA

 22 de Marzo


    Catalina nació en Génova en la primavera de 1447, de la noble familia Fieschi.

    Muy joven fue desposada con julio Adorno (13-1-1463); matrimonio no por amor, sino provocado por el oportunismo político al que fue sometida. Los primeros años fueron tristes y desolados, por el carácter difícil del esposo. Catalina logró superar la crisis, después de la visión de Cristo derramando sangre (22-3-1473). Desde entonces se dedicó mas aun al ejercicio de la caridad.

    Las oraciones, los sacrificios y el ejemplo de Santa Catalina dieron provocaron la conversión de su esposo. A los treinta años (1478) se retiró con el marido a vivir en el hospital civil de Parnmatone poniéndose a tiempo completo al servicio de los enfermos de los cuales vino a ser una humilde enfermera y sucesivamente, administradora y rectora (1489).

    Fue dotada por Dios de excepcionales gracias y es contada entre las mas grandes místicas. De su experiencia personal de purificación nació su brillante "Tratado del Purgatorio". Determinante fue su influjo en la vida eclesial de su tiempo, con el Movimiento del Divino Amor - por ella inspirado, sobre la espiritualidad moderna a través de la Escuela Francesa de los siglos XVI - XVII que sintió mucha admiración por ella. Murió consumida por el fuego devorante del amor al alba del 15 de Septiembre de 1510.

    Fue canonizada en 1737 por el Papa Clemente XII. Pío XII, en 1943, la proclamó "Patrona de los Hospitales Italianos".

Oremos

    Oh gloriosa Santa Catalina, digna hija del pobrecillo de Asís, que te emulaste en la piedad por la Pasión de Jesús y en el ardor de la caridad, tanto que llegaste a hacer de tu vida un continuo acto de amor por Dios y por el prójimo, vuelve a nosotros tu mirada. Haz que en nuestros corazones se encienda por lo menos una chispa de tu ardiente amor, que arrancándonos de los lazos del pecado, nos una siempre más al Señor. Sé todavía hoy la suave consoladora de los enfermos, obteniéndoles con la salud del cuerpo, la paz y la alegría del alma. Extiende también tu oración sobre las almas del Purgatorio, a fin de que, cuanto antes puedan gozar la plena posesión de Dios. Libéranos de las desgracias, aleja de nosotros todo peligro y obténnos la gracia de merecer, practicando la virtud, la gloria del Paraíso. Amen.