sábado, 17 de agosto de 2024

LAS VIRTUDES

LAS VIRTUDES TEOLOGALES
LA ESPERANZA

    1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb10,23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).

-PROPÓSITO DEL DÍA- "Para que por la práctica de los consejos evangélicos y la vida de oración, podamos crecer en el amor a Dios y nuestros hermanos"



 

EVANGELIO - 18 de Agosto - San Juan 6,51-58.


    Libro de los Proverbios 9,1-6.

    La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa.
    Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: "El que sea incauto, que venga aquí". Y al falto de entendimiento, le dice: "Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé.
    Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia".


Salmo 34(33),2-3.10-11.12-13.14-15.

Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Teman al Señor, todos sus santos,
porque nada faltará a los que lo temen.
Los ricos se empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada.

Vengan, hijos, escuchen:
voy a enseñarles el temor del Señor.
¿Quién es el hombre que ama la vida
y desea gozar de días felices?

Guarda tu lengua del mal,
y tus labios de palabras mentirosas.
Apártate del mal y practica el bien,
busca la paz y sigue tras ella.


    Carta de San Pablo a los Efesios 5,15-20.

    Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos.
    No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor.
    No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo.
    Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón.
    Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.


    Evangelio según San Juan 6,51-58.

    Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
    Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
    Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
    El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
    Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
    El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
    Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
    Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 18 de Agosto - "La infinita caridad de Dios en la Eucaristía"


Beato Columba Marmion (1858-1923) abad El banquete eucarístico (Le Christ idéal du prêtre, Maredsous, 1951)


"La infinita caridad de Dios en la Eucaristía"
           
    “¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente” (1 Jn 3,1), dice la 1º Carta de San Juan. Dios es nuestro Padre, nos ama con una  incomprensible dilección. Todo el amor que existe en el mundo viene de él y es solo una sombra de su caridad infinita. (…) El amor tiende a darse, de ese modo se une profundamente al objeto de su afecto. Dios es amor (1Jn 4,8), tiene un deseo siempre actual e intenso de comunicarse con nosotros. (…) El Hijo, que  comparte el amor del Padre, ha querido aceptar la condición de servidor y librarse sobre la cruz (cf. Jn 15,13). Todavía ahora, se esconde bajo las apariencias del pan y del vino, en vista de acceder a nosotros y unirnos a él de la forma más estrecha. La santa Eucaristía es el último esfuerzo de la dilección que aspira a darse. Es el prodigio de la omnipotencia puesta al servicio de la infinita caridad. 

    Todas las obras de Dios son perfectas (cf. Dt 32,4). Por eso el Padre celestial preparó a sus hijos un banquete digno de él. No les sirve un alimento material, ni un maná descendido del cielo. Les da el Cuerpo y la Sangre, con el alma y la divinidad de su Hijo Único Jesucristo. En esta vida no comprenderemos jamás la grandeza de ese don. Mismo en el cielo, no lo comprenderemos completamente, porque la Eucaristía es Dios mismo que se comunica y él solo se conoce plenamente. (…) Con la comunión, poseemos la santa Trinidad en nuestro corazón, ya que el Padre y el Espíritu Santo están necesariamente dónde está el Hijo: son tres en una misma y única esencia. 

SANTORAL - SANTA ELENA

18 de Agosto


    En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que, entregada con singular empeño a ayudar a los pobres, acudía piadosamente a la iglesia mezclada entre los fieles, y habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración. Por lo que se puede conjeturar, santa Elena nació en Drepano de Bitinia. Probablemente era hija de un posadero. El general romano Constancio Cloro la conoció hacia el año 270 y se casó con ella, a pesar de su humilde origen. Cuando Constancio Cloro fue hecho césar, se divorció de Elena y se casó con Teodora, hijastra del emperador Maximiano. Algunos años antes, en Naissus (Nish, en Servia), Elena había dado a luz a Constantino el Grande, que llegó a amar y venerar profundamente a su madre, a la que le confirió el título de «Nobilissima Femina» (mujer nobilísima) y cambió el nombre de su ciudad natal por el de Helenópolis. Alban Butler afirma: «La tradición unánime de los historiadores británicos sostiene que la santa emperatriz nació en Inglaterra»; pero en realidad, la afirmación tan repetida por los cronistas medievales de que Constancio Cloro se casó con Elena, «quien era hija de Coel de Colchester», carece de fundamento histórico. Probablemente, dicha leyenda, favorecida por ciertos panegíricos de Constantino, se originó en la confusión con otro Constantino y otra Elena, a saber: la Elena inglesa que se casó con Magno Clemente Máximo, quien fue emperador de Inglaterra, Galia y España, de 383 a 388; la pareja tuvo varios hijos, uno de los cuales se llamó Constantino (Custennin). Esta Elena recibió el título de «Luyddog» (hospitalaria). Dicho título empezó, más tarde, a aplicarse también a santa Elena, y un documento del siglo X dice que Constantino era «hijo de Constrancio (sic) y de Elena Luicdauc, la cual partió de Inglaterra en busca de la cruz de Jerusalén y la trasladó de dicha ciudad a Constantinopla». Algunos historiadores suponen que las iglesias dedicadas a Santa Elena en Gales, Cornwall y Devon, derivan su nombre de Elena Luyddog. Otra tradición afirma que santa Elena nació en Tréveris, ciudad que pertenecía también a los dominios de Magno Clemente Máximo.

    Constancio Cloro vivió todavía catorce años después de repudiar a santa Elena. A su muerte, ocurrida el año 306, sus tropas, que se hallaban entonces estacionadas en York, proclamaron césar a su hijo Constantino; dieciocho meses más tarde, Constantino fue proclamado emperador. El joven entró a Roma el 28 de octubre de 312, después de la batalla del Puente Milvio. A principios del año siguiente, publicó el Edicto de Milán, por el que toleraba el cristianismo en todo el Imperio. Según se deduce del testimonio de Eusebio, santa Elena se convirtió por entonces al cristianismo, cuando tenía ya cerca de sesenta años, en tanto que Constantino seguiría siendo catecúmeno hasta la hora de su muerte: «Bajo la influencia de su hijo, Elena llegó a ser una cristiana tan fervorosa como si desde la infancia hubiese sido discípula del Salvador». Así pues, aunque conoció a Cristo a una edad tan avanzada, la santa compensó con su fervor y celo su larga temporada de ignorancia y Dios quiso conservarle la vida muchos años para que, con su ejemplo, edificase a la Iglesia que Constantino se esforzaba por exaltar con su autoridad. Rufino califica de incomparables la fe y el celo de la santa, la cual supo comunicar su fervor a los ciudadanos de Roma. Elena asistía a los divinos oficios en las iglesias, vestida con gran sencillez, y ello constituía su mayor placer. Además, empleaba los recursos del Imperio en limosnas generosísimas y era la madre de los indigentes y de los desamparados. Las iglesias que construyó fueron muy numerosas. Cuando Constantino se convirtió en el amo de Oriente, después de su victoria sobre Licinio, en 324, santa Elena fue a Palestina a visitar los lugares que el Señor había santificado con su presencia corporal.

    Constantino mandó arrasar la explanada y el templo de Venus que el emperador Adriano había mandado construir sobre el Gólgota y el Santo Sepulcro, respectivamente, y escribió al obispo de Jerusalén, san Macario, para que erigiese una iglesia «digna del sitio más extraordinario del mundo». Santa Elena, que era ya casi octogenaria, se encargó de supervisar la construcción, movida por el deseo de descubrir la cruz en que había muerto el Redentor. Eusebio dice que el motivo del viaje de santa Elena a Jerusalén, fue simplemente agradecer a Dios los favores que había derramado sobre su familia y encomendarse a su protección; pero otros escritores lo atribuyen a ciertas visiones que la santa había tenido en sueños, y san Paulino de Nola afirma que uno de los objetivos de la peregrinación era, precisamente, descubrir los Santos Lugares. En su carta al obispo de Jerusalén, Constantino le mandaba expresamente que hiciese excavaciones en el Calvario para descubrir la cruz del Señor. Hay algunos documentos que relacionan el nombre de santa Elena con el descubrimiento de la Santa Cruz. El primero de esos documentos es un sermón que predicó San Ambrosio el año 395, en el que dice que, cuando la santa descubrió la cruz, «no adoró al madero sino al rey que había muerto en él, llena de un ardiente deseo de tocar la garantía de nuestra inmortalidad». Varios otros escritores de la misma época afirman que santa Elena desempeñó un papel importante en el descubrimiento de la cruz; pero es necesario advertir que San Jerónimo vivía en Belén y no dice una palabra sobre ello (ver más detalles en el artículo dedicado a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).

    Como quiera que haya sido, santa Elena pasó, ciertamente, sus últimos años en Palestina. Eusebio dice: «Elena iba constantemente a la iglesia, vestida con gran modestia y se colocaba con las otras mujeres. También adornó con ricas decoraciones las iglesias, sin olvidar las capillitas de los pueblos de menor importancia». El mismo autor recuerda que la santa construyó la basílica «Eleona» en el Monte de los Olivos y otra basílica en Belén. Era bondadosa y caritativa con todos, especialmente con las personas devotas, a las que servia respetuosamente a la mesa y les ofrecía agua para el lavamanos. «Aunque era emperatriz del mundo y dueña del Imperio, se consideraba como sierva de los siervos de Dios». Durante sus viajes por el Oriente, santa Elena prodigaba toda clase de favores a las ciudades y a sus habitantes, sobre todo a los soldados, a los pobres y a los que estaban condenados a trabajar en las minas; libró de la opresión y de las cadenas a muchos miserables y devolvió a su patria a muchos desterrados.

    El año 330, el emperador Constantino mandó acuñar las últimas monedas con la efigie de Flavia Julia Elena, lo cual nos lleva a suponer que la santa murió en ese año. Probablemente la muerte la sobrecogió en el Oriente, pero su cuerpo fue trasladado a Roma. El Martirologio Romano conmemora a santa Elena el 18 de agosto. En el Oriente se celebra su fiesta el 21 de mayo, junto con la de su hijo Constantino, cuya santidad es más que dudosa. Los bizantinos llaman a santa Elena y a Constantino «los santos, ilustres y grandes emperadores, coronados por Dios e iguales a los Apóstoles».

Oremos

    Santa Elena, tú que al abrir tu mente y corazón a la luz del Evangelio y al encontrar el madero de la Cruz te convertiste en modelo de todas las virtudes cristianas, ayúdanos a romper las ataduras del pecado y volver a los brazos de Dios nuestro Padre.Tú hallaste el tesoro que nos habla el Evangelio, pues hallaste la Cruz de Cristo. Haz que también nosotros hallemos ese tesoro: Cristo Viviente en Nosotros. Que El nos llene de paz, de justicia y de amor, en medio de nuestras tribulaciones y que un día nos encontremos todos en el Reino de los Cielos. Amén.

-FRASE DEL DÍA-