sábado, 7 de noviembre de 2020

EVANGELIO - 08 de Noviembre - San Mateo 25,1-13


       Libro de la Sabiduría 6,12-16.

    La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan.
    Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean.
    El que madruga para buscarla no se fatigará, porque la encontrará sentada a su puerta.
    Meditar en ella es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietudes.
    La Sabiduría busca por todas partes a los que son dignos de ella, se les aparece con benevolencia en los caminos y les sale al encuentro en todos sus pensamientos.


Salmo 63(62),2.3-4.5-6.7-8.

Señor, tú eres mi Dios,
yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.
Sí, yo te contemplé en el Santuario

para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu amor vale más que la vida,
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva
y alzaré mis manos en tu Nombre.
Mi alma quedará saciada

como con un manjar delicioso,
y mi boca te alabará
con júbilo en los labios.
Mientras me acuerdo de ti en mi lecho
y en las horas de la noche medito en ti,
Veo que has sido mi ayuda
y soy feliz a la sombra de tus alas.


    Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 4,13-18.

    No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza.
    Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él.
    Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto.
    Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.
    Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre.
    Consuélense mutuamente con estos pensamientos.


    Evangelio según San Mateo 25,1-13.

    Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.
    Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
    Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
    Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.
    Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'.
    Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
    Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'.
    Pero estas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'.
    Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
    Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos', pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'.
    Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Noviembre - «Lo abracé y no lo soltaré más»

 

        San Ambrosio (c. 340-397) obispo de Milán y doctor de la Iglesia De la virginidad, PL 16, 283-286

«Lo abracé y no lo soltaré más»

    Tú que eres una de esas vírgenes que hacen resplandecer de una luz espiritual la gracia misma de su cuerpo, a ti que se compara con mucho acierto a la Iglesia, tú que velas en tu cuarto durante la noche: piensa siempre en Cristo y espera en todo momento su venida. Cristo entra, la puerta cerrada, y su venida no puede faltar, pues no lo ha prometido. Abraza pues a aquel que has buscado; acércate a él y serás iluminado. Retenlo. Pídele que no se marche rápidamente. Ruégale que no se aleje. «Rápidamente corre su palabra » (Sal. 147:15); y no se deja alcanzar por aquellos que se adormecen, ni tampoco retener por los negligentes. Que tu alma venga a su encuentro. Sigue los trazos de esta Palabra venida del cielo, pues pasa rápidamente. ¿Y cómo Cristo es agarrado? no es por medio de las mallas de una red, pero con los lazos del amor. Solamente pueden atarlo las correas del espíritu, solo el afecto del corazón puede retenerlo. Si quieres, tú también puedes retener a Cristo, búscalo continuamente sin temer la fatiga. A menudo es por medio de los suplicios, e incluso bajo la mano de los que nos persiguen que encontramos a Cristo de la mejor manera. Unos instantes después de haber escapado de las manos de los perseguidores, y afín de que no sucumbas ante el poder del mundo, Cristo vendrá a tu encuentro y no permitirá que se prolongue tu prueba.

SANTORAL - BEATO JUAN DUNS SCOTO

08 de Noviembre

     Nació en la ciudad de Duns (Escocia), en torno al año 1265. Su familia estaba muy vinculada con los hijos de San Francisco de Asís, los cuales, imitando a los primeros predicadores del Evangelio, habían llegado a Escocia desde los albores de la Orden. Hacia el año 1280 Juan Duns Escoto fue acogido en la Orden de los Frailes Menores por su tío paterno, fray Elías Duns, que era el vicario de la Vicaría de Escocia, que acababa de fundarse. Poseía una inteligencia viva y aguda. Recibió la ordenación sacerdotal el 17 de marzo de 1291. Fue enviado a París para completar sus estudios. Dadas sus eximias virtudes sacerdotales, le fue encomendado el ministerio de confesor, tarea entonces de gran prestigio. Obtuvo los grados académicos en la Universidad de París y comenzó su enseñanza universitaria, que prosiguió en Cambridge, Oxford y Colonia. Fiel a la enseñanza de San Francisco, que en su Regla (Rb 12) prescribe a sus frailes que sean plenamente obedientes al Vicario de Cristo y a su Iglesia, rehusó firmar el libelo de Felipe IV, rey de Francia, contra el Papa Bonifacio VIII. Por ese motivo fue expulsado de París. Sin embargo, al año siguiente pudo volver y reanudar la enseñanza filosófica y teológica. Después fue enviado a Colonia. El 8 de noviembre de 1308 murió repentinamente; en ese tiempo estaba dedicado a la vida regular y a la predicación de la fe católica.

    Centraba en Jesucristo todos sus pensamientos y afectos, y tuvo un profundo y sincero amor a la Iglesia. Utilizó sabiamente las dotes recibidas de Dios desde su nacimiento, y fijó los ojos de la mente y los latidos de su corazón en las profundidades de las verdades divinas; se elevó muy alto en la contemplación y en el amor a Dios.

    Juan Duns Escoto sobresalió entre los grandes maestros de la doctrina escolástica por el excepcional papel que desempeñó en la filosofía y en la teología; brilló especialmente como defensor de la Inmaculada Concepción y eximio defensor de la suprema autoridad del Romano Pontífice. Además, con su doctrina y sus ejemplos de vida cristiana, gastada enteramente en buscar la gloria de Dios, ha atraído a muchos fieles, a lo largo de los siglos, al seguimiento del divino Maestro y a caminar más expeditamente por el camino de la perfección cristiana.

    Su vida estuvo rodeada por la fama de virtudes y sabiduría, que fue aumentando y consolidándose después de su muerte, tanto en Colonia como en otras ciudades. Aunque su fama de santidad se difundió, enriquecida por testimonios de culto, inmediatamente después de su muerte, y no ha disminuido, sin embargo la Providencia ha dispuesto que fuese en nuestros tiempos cuando se llevara a término el proceso de su glorificación, mediante el reconocimiento del culto que se le ha tributado desde tiempo inmemorial y de sus virtudes heroicas que refulgen en la Iglesia santa.

    El sábado 20 de marzo de 1993, en la basílica de San Pedro, el papa Juan Pablo II, durante la celebración de las primeras vísperas del IV domingo de cuaresma, declaró solemnemente el reconocimiento del culto del beato Juan Duns Escoto, que ya había sido oficialmente reconocido el 6 de julio de 1991.

Oremos

    Oh Padre, fuente de toda sabiduría, que en el beato Juan Duns Escoto, defensor de la Virgen Inmaculada, nos has dado un maestro de vida y de enseñanza, haz que, iluminados por su ejemplo y alimentados por su doctrina, permanezcamos unidos fielmente a Cristo. Que vive y reina contigo.