lunes, 17 de abril de 2023

EVANGELIO - 18 de Abril - San Juan 3,7b-15.


   Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,32-37.

    La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos.
    Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima.
    Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
    Y así José, llamado por los Apóstoles Bernabé -que quiere decir hijo del consuelo- un levita nacido en Chipre que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles.


Salmo 93(92),1ab.1cd-2.5.

¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido,

se ha ceñido de poder.
¡no se moverá jamás!
Tu trono está firme desde siempre,
tú existes desde la eternidad.

Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa
a lo largo de los tiempos.


    Evangelio según San Juan 3,7b-15.

    Jesús dijo a Nicodemo: 'Ustedes tienen que renacer de lo alto'.
    El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu".
    "¿Cómo es posible todo esto?", le volvió a preguntar Nicodemo.
    Jesús le respondió: "¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
    Te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
    Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo?
    Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
    De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 18 de Abril - «Para que todo el que crea en él tenga vida eterna»


      San Basilio  monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia Tratado sobre el Espíritu Santo, 14


«Para que todo el que crea en él tenga vida eterna»

    La figura es una manera de exponer, por imitación, las cosas que esperamos. Por ejemplo, Adán es la prefiguración del Adán que había de venir (1C 15,45) y la piedra [en el desierto durante el Éxodo] es la prefiguración de Cristo; el agua que sale de la piedra es figura del poder vivificante del Verbo (Ex 17,6; 1C 10,4), porque dijo: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). El maná es la prefiguración del «pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51); y la serpiente colocada en lo alto de una asta es figura de la Pasión, de nuestra salvación consumada sobre la cruz, puesto que los que la miraran quedarían salvados (Nm 21,9). De la misma manera, lo que dice la Escritura de los Israelitas saliendo de Egipto, ha sido narrado como una prefiguración de los que se salvarían por el bautismo; porque los primeros nacidos de los Israelitas fueron salvados... por la gracia concedida a los que habían sido señalados con la sangre del cordero pascual y esta sangre prefiguraba la sangre de Cristo... En cuanto al mar y a la nube (Ex 14), que en aquel entonces condujeron a la fe por la admiración, en el futuro figurarían la gracia que ha de venir. «El que sea sabio, que recoja estos hechos y comprenda la misericordia del Señor» (Sl 106,43). Comprenderá que el mar, que prefiguraba el bautismo, separaba del Faraón de la misma manera que el bautismo nos hace escapar de la tiranía del diablo. Antiguamente el mar ahogó al enemigo; hoy hace morir la enemistad que nos separa de Dios. El pueblo salió del mar sano y salvo; y nosotros salimos de las aguas como devueltos a la vida los salimos de entre los muertos, salvados por la gracia de Aquel que nos ha llamado. En cuanto a la nube, era la sombra del don del Espíritu, que refrigeraba nuestros miembros apagando la llama de las pasiones.

SANTORAL - BEATO ANDRÉS HIBERNÓN

18 de Abril


    Este fraile franciscano pasó su adolescencia y juventud dedicada a liberar a su familia de la pobreza en la que malvivían con las limosnas que obtenían, aunque la situación había sido bien distinta cuando él vino al mundo. Sus padres se establecieron en Alcantarilla, Murcia, España. Pero Andrés nació en la capital en 1534 en casa de un tío canónigo, lugar donde se hallaba su madre temporalmente. Unos días más tarde regresaron a la localidad. Creció familiarizado con Dios, cultivando la devoción a María y amando los principios de la fe que le inculcaron. Su padre tenía origen noble, pero una crisis económica suscitada por una pertinaz sequía le desposeyó de sus bienes. Al perder su estatus le enviaron a Valencia junto a un tío para que pudiera labrarse un porvenir. Allí trabajó como pastor de ganado hasta los 20 años. Luego decidió volver a casa. El dinero que había ganado lo reservó para la dote que su hermana precisaba para desposarse conforme a la costumbre de la época. Pero en el viaje de regreso al domicilio paterno, unos ladrones le golpearon y le esquilmaron lo que llevaba dejándole con lo puesto. En este hecho vio con claridad lo que ya se había fraguado en su espíritu: que debía ser religioso. Su trabajo en el campo no fue impedimento para que frecuentase las visitas al Santísimo, por el que tuvo gran devoción, ni mermó sus ansias de penitencia. Estaba forjado en el ayuno y en las mortificaciones; es decir, que había comenzado ya una vía de perfección. Sus virtudes eran manifiestas para quienes le conocían: mansedumbre, humildad y diligencia, entre otras muchas.

    Antes de comprometerse pasó unos días en Granada acompañando a un regidor de Cartagena, alguacil mayor del Santo Oficio, que le tenía en gran estima y confianza, tanto que puso bajo su custodia cuantiosos bienes. Pero un día, sin despedirse de él, temiendo que pudiera influir en su decisión de consagrarse, partió para ingresar en el convento franciscano de Albacete perteneciente a la provincia de Cartagena donde hizo el noviciado. Aunque lo conocía, al regidor le impactó su honradez cuando vio que el beato había mantenido intactas sus valiosas pertenencias. Andrés profesó en 1557. Permaneció seis años en esa comunidad tras los cuales eligió la reforma de san Pedro de Alcántara porque tenía unas reglas más severas. Se le asignó la residencia de San José de Elche donde llegó en 1563. Acostumbrado a la pobreza y a la mendicidad, no tuvo duda de que había elegido el lugar idóneo para él. La peculiar sensibilidad de los santos descubre la finura y profundidad de la vida espiritual cuando pasa por su lado. Sus hermanos san Pascual Bailón y san Juan de Ribera, que fue arzobispo de Valencia, al ver actuar a Andrés constataban su espíritu evangélico percibiendo su grandeza en cualquier detalle. A todos les cupo la gracia de vivir esos primeros instantes de instauración del movimiento renovador. Andrés siempre encontraba unos minutos para hincarse en tierra y rezar fuera labrando la huerta, en la portería o mendigando. Era obediente, responsable, austero, prudente, discreto, puntual, abnegado incluso a pesar de la edad y los achaques, y poseía un gran sentido del honor. Su gran temple y confianza en la providencia fue especialmente ostensible en circunstancias de catástrofe en las que actuó con admirable entereza. Sentía gran veneración por los sacerdotes y debilidad por los pobres y los enfermos. Y había obtenido de sus superiores el permiso para recibir frecuentemente la comunión, algo inusual en la época.

    La fama de santidad le precedía. Su piedad traspasaba los muros del convento. Era estimado por las gentes, y personas ilustres que le conocían le abrían su corazón porque era un gran maestro y confesor. Desconocía lo que era tener un minuto de ocio, sin que le reportase celestes ganancias. En una ocasión, cuando le preguntaron si la vida espiritual le había resultado tediosa alguna vez, respondió que «jamás lo sentía, porque había hecho hábito de nunca estar ocioso, con lo cual siempre se hallaba apto para la oración o contemplación». Pasó por varios conventos, todos en la zona del Levante español. Tuvo en la limosna un fecundo campo apostólico. Los pobres vieron en él un amigo y asesor; les orientaba en la búsqueda de un trabajo digno. También asistía a los que estaban en trance de morir, y contribuyó a la conversión de musulmanes a quienes conmovía con su palabra y ejemplo. Cuando le llamaban «santo viejo», respondía humildemente, sin falsa modestia: «¡Oh, que lástima! Viejo loco, sí, insensato e impertinente, pero de santo no, no». Se caracterizaba por su capacidad contemplativa, fue agraciado con muchos éxtasis y raptos que le sobrevenían en cualquier lugar, aunque suplicaba a Dios que en esos momentos le preservase de miradas ajenas. Además, recibió distintos dones: el de la bilocación y el de profecía, así como el de milagros (curación de enfermos) y la multiplicación de alimentos. Vaticinó el día y hora de su muerte cuatro años antes de que se produjera. La antigua lesión de estómago y «fluxión» ocular que venía padeciendo le causaron muchos sufrimientos. Los hermanos que permanecían a su lado cuando se encontraba en su lecho de muerte, afligidos por los dolores que soportaba, aunque los encajaba con admirable fortaleza, hubieran deseado compartirlos con él. Y al hacérselo saber, el venerable religioso manifestó: «Esto no, mis carísimos hermanos, porque estos dolores me los ha regalado Dios, y los pido y quiero enteramente para mí. Creedme, hermanos, que no hay cosa más preciosa en este mundo que padecer por amor de Dios». La devoción que tuvo en vida a María le acompañó en el momento de entregar su alma a Dios. Su deceso se produjo en el convento de San Roque de Gandía, Valencia el 18 de abril de 1602. Pío VI lo beatificó el 22 de mayo de 1791. Su cuerpo incorrupto desapareció en la Guerra Civil española. Localizados sus restos, se llevaron a Alcantarilla siendo trasladados con posterioridad a la catedral de Murcia donde se veneran.

Oremos

    Amorosísimo Creador, enamorado de las criaturas y compadecido de los miserables, que infundiste en el alma del Beato Andrés Hibernón la más ardiente caridad y amor hacia los pobres y necesitados; que le llevaste siempre abrasado en el divino fuego, para que acudiese fervoroso al socorro de los miserables, así mendigos como vergonzantes; e hiciste que todos hallasen en tu fiel siervo el consuelo que buscaban, compadeceos de nosotros desterrados hijos de Eva, fortalecednos y amparadnos, para que llevemos con paciencia los trabajos propios, tengamos lástima de los ajenos, aliviemos de los suyos a nuestro prójimo, y seamos para los pobres sus verdaderos padres. Por las virtudes y merecimientos del Beato Andrés Hibernón, os suplicamos que miréis enternecido a la sangre del Redentor, y por ella abraséis a nuestras almas en el amor de Dios y del prójimo. Amén.

-FRASE DEL DÍA-