sábado, 7 de mayo de 2016
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP III )
149 La persona es constitutivamente un ser social, porque así la ha querido Dios que la ha creado. La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor: « Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir ».
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación social comporta de suyo un signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza. Esta característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más profundo y estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y constituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y dominar la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el comienzo a la vida social: « Dios no ha creado al hombre como un “ser solitario”, sino que lo ha querido como “ser social”. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con los otros ».
"Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.
San Agustín
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación social comporta de suyo un signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza. Esta característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un sentido más profundo y estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y constituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y dominar la tierra (cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el comienzo a la vida social: « Dios no ha creado al hombre como un “ser solitario”, sino que lo ha querido como “ser social”. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con los otros ».
San Agustín
REFLEXIÓN
TIEMPO PASCUAL
SÁBADO DE SEMANA VI
Propio del Tiempo. Salterio II
07 de mayo
YO LES HE DADO LA GLORIA QUE TÚ ME DISTE
Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se convierte en amor; entonces llega a comprenderse que la unidad es lo que alcanza la salvación, cuando estamos todos unidos, por nuestra íntima adhesión al solo y único bien, por la perfección de la que nos hace participar la paloma mística.
Algo de esto podemos deducir de aquellas palabras: Es única mi paloma, mi perfecta; es la única hija de su madre, la predilecta de quien la engendró.
Pero las palabras del Señor en el Evangelio nos enseñan esto mismo de una manera más clara. Él, en efecto, habiendo dado, por su bendición, todo poder a sus discípulos, otorgó también los demás bienes a sus elegidos, mediante las palabras con que se dirige al Padre, añadiendo el más importante de estos bienes, el de que, en adelante, no estén ya divididos por divergencia alguna en la apreciación del bien, sino que sean una sola cosa, por su unión con el solo y único bien. Así, unidos en la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz, como dice el Apóstol, serán todos un solo cuerpo y un solo espíritu, por la única esperanza a la que han sido llamados.
Pero será mejor citar literalmente las divinas palabras del Evangelio: Para que todos sean uno -dice-; para que, así como tú, Padre, estás en mi y yo en ti, sean ellos una cosa en nosotros.
El nexo de esta unidad es la gloria. Nadie podrá negar razonablemente que este nombre, gloria, se atribuye al Espíritu Santo, si se fija en las palabras del Señor, cuando dice: Yo les he dado la gloria que tú me diste. De hecho, dio esta gloria a los discípulos, cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Y esta gloria que él poseía desde siempre, antes de la existencia del mundo, la recibió él también al revestirse de la naturaleza humana; y, una vez que esta naturaleza humana de Cristo fue glorificada por el Espíritu Santo, la gloria del Espíritu fue comunicada a todo ser que participa de esta naturaleza, empezando por los apóstoles.
Por esto dice: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mi para que sean perfectos en la unidad. Por esto, todo aquel que va creciendo de la niñez hasta alcanzar el estado de hombre perfecto llega a aquella madurez espiritual, capaz de entender las cosas, capaz, por fin, de la gloria del Espíritu Santo, por su pureza de vida, limpia de todo defecto; éste es la paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice: Es única mi paloma, mi perfecta.
San Agustín
EVANGELIO
TIEMPO PASCUAL
SÁBADO DE SEMANA VI
07 de mayo
Después de haber permanecido un tiempo allí, partió de nuevo y recorrió sucesivamente la región de Galacia y la Frigia, animando a todos los discípulos.
Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Efeso. Era un hombre elocuente y versado en las Escrituras.
Había sido iniciado en el Camino del Señor y, lleno de fervor, exponía y enseñaba con precisión lo que se refiere a Jesús, aunque no conocía otro bautismo más que el de Juan.
Comenzó a hablar con decisión en la sinagoga. Después de oírlo, Priscila y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino de Dios.
Como él pensaba ir a Acaya, los hermanos lo alentaron, y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible. Desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquellos que habían abrazado la fe,
porque refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.
Salmo 47(46),2-3.8-9.10.
Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Efeso. Era un hombre elocuente y versado en las Escrituras.
Había sido iniciado en el Camino del Señor y, lleno de fervor, exponía y enseñaba con precisión lo que se refiere a Jesús, aunque no conocía otro bautismo más que el de Juan.
Comenzó a hablar con decisión en la sinagoga. Después de oírlo, Priscila y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino de Dios.
Como él pensaba ir a Acaya, los hermanos lo alentaron, y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible. Desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquellos que habían abrazado la fe,
porque refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.
Salmo 47(46),2-3.8-9.10.
Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra.
El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado.
Los nobles de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham:
del Señor son los poderosos de la tierra,
y él se ha elevado inmensamente.
Evangelio según San Juan 16,23b-28.
aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra.
El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado.
Los nobles de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham:
del Señor son los poderosos de la tierra,
y él se ha elevado inmensamente.
Evangelio según San Juan 16,23b-28.
Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre.
Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes,
ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".
Fuente: ©Evangelizo.org
Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes,
ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".
Fuente: ©Evangelizo.org
San Agustín
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO
TIEMPO PASCUAL
SÁBADO DE SEMANA VI
07 de mayo
“Pedid y recibiréis: así vuestro gozo será pleno”
Venerar y honrar a quien creemos que es el Verbo, nuestro Salvador y nuestro jefe, y por su medio al Padre, es nuestro deber, y no solamente ciertos días especiales como algunos hacen, sino continuamente, durante toda la vida, y de todas las maneras. “Siete veces al día entonaré tus alabanzas” (sl 118, 164) clama el pueblo elegido, según un precepto que lo santifica. No es, pues, en un lugar determinado, ni en un templo escogido, ni en ciertas fiestas o en días fijos, sino que durante toda la vida, en todas partes, el verdadero espiritual, honra a Dios, es decir, proclama su acción de gracias por el conocimiento de la verdadera vida.
La presencia de un hombre de bien, por el respeto que inspira, hace mejorar siempre al que se le acerca, ¡Cuánto más el hombre que está continuamente en presencia de Dios por el conocimiento, la manera de vivir y la acción de gracias, no se hará normalmente mejor cada día en todo: acciones, palabras, disposiciones!... Viviendo, pues, toda nuestra vida como una fiesta, con la certeza de que Dios está totalmente presente en todas partes, trabajamos cantando, navegamos al son de himnos, nos comportamos como “ciudadanos del cielo” (Flp 3,20).
Me atrevería a decir que la oración es una conversación íntima con Dios. Aunque musitemos suavemente y hablemos en silencio sin mover los labios, interiormente gritamos. Y Dios tiene constantemente atento el oído a esta voz interior… Sí, el verdadero espiritual ora durante toda su vida, porque orar es para él esfuerzo de unión con Dios, y rechaza todo lo que es inútil porque ha alcanzado ya el estado en que de alguna manera he recibido la perfección que consiste en actuar por amor…Toda su vida es una liturgia sagrada.
Fuente: ©Evangelizo.org
"Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.
San Agustín
SANTORAL
TIEMPO PASCUAL
SÁBADO DE SEMANA VI
07 de mayo
«Educar para salvar: convicción de esta fundadora de las Maestras Pías, cuyo origen burgués no le impidió ayudar a las niñas pobres, en medio de numerosas críticas. Durante un tiempo siguió caminos casi parejos a los de Lucía Filippini»
Nació en Viterbo el 9 de febrero de 1656. Era hija de un médico que ejercía la profesión en el Hospital Grande de la ciudad y tenía tres hermanos más. Destacó enseguida por su brillante inteligencia tanto como por su gran corazón enriquecido por la formación espiritual que recibía. Con 7 años profesó voto de consagración, aunque la juventud le trajo los aires de la seducción del mundo y contra ella luchó remontando la contrariedad con oraciones y sacrificios. Los dos caminos que se ofrecían a la mujer: matrimonio o convento, le interrogaban a sus 20 años. Sin desestimar ninguno, percibía una llamada a servir a la Iglesia y a su entorno. El camino se allanó al percibir interiormente la respuesta de Dios. En 1676 ingresó en el monasterio de Santa Catalina de Viterbo. En visitas anteriores a su tía materna Anna Cecilia Zampichetti, religiosa del convento, le había impresionado el ambiente austero, lleno de bondad. Pero siete años después de vincularse a la comunidad, la inesperada muerte de su padre le obligó a dejarla para acompañar a su madre. A esta tragedia se sucedieron: el fallecimiento de su hermano Domenico cuando tenía 27 años, y la de su madre, que partió de este mundo transida de dolor por su pérdida.
No se cruzó de brazos contemplando el dolor. Éste fue para ella una fecunda vía purgativa que le condujo a buscar único consuelo en Dios. Situó en el centro de su vida a Cristo crucificado y abrió las puertas de su casa para que las niñas y las vecinas pudieran rezar el Rosario con ella. Comenzaba y terminaba con una lección catequética. Cada día constataba la escasa formación religiosa de las niñas, cuando no la nula preparación, en todos los sentidos, de las personas que apenas tenían recursos. Y atisbó en ello la luz que le llevó a poner en marcha otra nueva misión, estable, dirigida a paliar dichas necesidades: una escuela para educación de las niñas. Tenía claro su objetivo: «Mi deseo es liberar a los jóvenes de la ignorancia y el mal para que el proyecto de Dios, que cada persona posee, se vuelva visible». Sus dos excelsas pasiones, la que experimentaba por Dios sosteniendo su existencia y la salvación de todo ser humano, infundían en su ánimo celestes afanes que cincelaban su quehacer. Oración constante y una mirada en derredor suyo desde la cruz suscitaban en su corazón el anhelo de hacerse ella misma pura oblación. Unía todas las fatigas al sacrificio eucarístico incesantemente renovado en toda la Iglesia. De todo ello extrajo la fortaleza que derramó en sus innumerables actos de virtud.
Esta caritativa y humilde mujer, que no se detuvo ante nada, el 30 de agosto de 1685, con la venia del obispo de Viterbo, cardenal Sacchetti, y la colaboración de dos compañeras, abandonó el domicilio familiar. Entonces, sin dejar de portar esa llama del amor que le abrasaba, creó la Escuela Pública femenina. Era la primera de sus fundaciones, pionera para Italia. No fue una decisión espontánea, sino el fruto de su oración y de su incesante búsqueda de la voluntad divina. En una ocasión manifestó: «me siento tan apegada a la voluntad de Dios, que no me importa ni la muerte ni la vida: quiero lo que Él quiere, quiero servirle por cuanto Él quiere ser servido por mí y nada más!». El objetivo de esta iniciativa era dar una formación humana y cristiana. Pero la tarea no era fácil; halló muchos contratiempos. Dentro del clero algunos juzgaron como «injerencia» su enseñanza del catecismo. Desde el estamento intelectual le reprocharon que enseñase a niñas pobres siendo que procedía de una familia burguesa, prejuicios que ni le rozaron. Rosa siguió su camino. Justamente la contradicción le aseguraba que estaba cumpliendo la voluntad de Dios.
Al final, obtuvo los parabienes de párrocos testigos del gozo de las madres al ver crecer humana y espiritualmente a sus hijas llamadas a las aulas de la escuela con el sencillo toque de una campanilla agitada por las calles por una de las alumnas. Oración, catequesis, aprendizaje de lectura y escritura, así como trabajos manuales, eran las fórmulas de esta fecunda labor que llegó a oídos del obispo de Montefiascone, cardenal Barbarigo. Viendo su bondad, demandó la presencia de esta institución en su diócesis. Entre 1692 y 1694, Rosa impulsó allí y en los alrededores diez escuelas. A ellas le seguirían otras en la región de Lazio. Entonces conoció a Lucía Filippini y ambas siguieron durante un tiempo caminos casi parejos, bajo el amparo del cardenal. Cuando tuvo que partir, dejó a sus escuelas en manos de Lucía. Y al ser demandada su presencia en el centro que ésta regía en Roma mediando en una difícil situación, Rosa acudió con premura. Hasta que Lucía acudió al pontífice para solventarla. A partir de entonces cada una siguió su propia vía, aunque en el fondo la acción educativa de las Maestras Pías que ambas llevaron a cabo tenían similares objetivos.
La fundación de Roma a Rosa se le resistió seis años. El primer intento fue fallido y ello le supuso algunos disgustos y contrariedades. Las autoridades dieron el visto bueno a finales de 1713. Con la ayuda del abad Degli Atti, amigo de su familia, abrió su primera escuela en las cercanías del Capitolio. Clemente XI quedó impresionado cuando la visitó. Él y los ocho cardenales que le acompañaron constataron la excelente formación integral que recibían las alumnas. Sin ocultar su satisfacción, el Papa dijo: «¡Señora Rosa, usted hace lo que nosotros no podemos hacer! Le agradecemos mucho porque, estas escuelas, ¡santificarán Roma! […]. Deseo que estas escuelas se difundan en todas nuestras ciudades».Fue el espaldarazo definitivo para su fundación, y también otro momento lleno de preocupaciones y de incesantes viajes para ella. Pero tuvo el gozo de ver en marcha más de cuarenta escuelas. Murió en la casa de San Marcos de Roma el 7 de mayo de 1728. Pío XII la beatificó el 4 de mayo de 1952. Y Benedicto XVI la canonizó el 15 de octubre de 2006.
Fuente: ©Evangelizo.org
San Agustín
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