viernes, 6 de marzo de 2020

CARTA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN



CAPÍTULO VI
INTERACCIÓN ENTRE TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA





La ciencia de la fe y las exigencias de la razón filosófica

71. Las culturas, estando en estrecha relación con los hombres y con su historia, comparten el dinamismo propio del tiempo humano. Se aprecian en consecuencia transformaciones y progresos debidos a los encuentros entre los hombres y a los intercambios recíprocos de sus modelos de vida. Las culturas se alimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y subsistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a la acogida de lo nuevo. ¿Cuál es la explicación de este dinamismo? Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. Él es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertenece. En cada expresión de su vida, lleva consigo algo que lo diferencia del resto de la creación: su constante apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. En consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina.

La forma en la que los cristianos viven la fe está también impregnada por la cultura del ambiente circundante y contribuye, a su vez, a modelar progresivamente sus características. Los cristianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, revelada por Él en la historia y en la cultura de un pueblo. A lo largo de los siglos se sigue produciendo el acontecimiento del que fueron testigos los peregrinos presentes en Jerusalén el día de Pentecostés. Escuchando a los Apóstoles se preguntaban: « ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios » (Hch 2, 7-11). El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad.

De esto deriva que una cultura nunca puede ser criterio de juicio y menos aún criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios. El Evangelio no es contrario a una u otra cultura como si, entrando en contacto con ella, quisiera privarla de lo que le pertenece obligándola a asumir formas extrínsecas no conformes a la misma. Al contrario, el anuncio que el creyente lleva al mundo y a las culturas es una forma real de liberación de los desórdenes introducidos por el pecado y, al mismo tiempo, una llamada a la verdad plena. En este encuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sino que por el contrario son animadas a abrirse a la novedad de la verdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desarrollos.

PENSAMIENTO DE LOS SANTOS



    ¡Glorioso San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y especial abogado y protector mío!. Ya que tan elevado estáis en el Cielo por haber hecho vuestras obras a mayor honra y gloria de Dios, combatiendo a los enemigos de la Iglesia, defendiendo nuestra santa fe, dilatándola por medio de vuestros hijos por todo el mundo, alcánzame de la divina piedad, por los méritos infinitos de Jesucristo, e intercesión de su gloriosa Madre, entero perdón de mis culpas, auxilio eficaz para amar a Dios y servirle con todo empeño en adelante, firmeza y constancia en el camino de la virtud, y la dicha de morir en su amistad y gracia, para verle, amarle, gozarle y glorificarle en vuestra compañía por todos los siglos. Amén.

EVANGELIO - 07 de Marzo - San Mateo 5,43-48


    Evangelio según San Mateo 5,43-48.

    Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
    Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
    Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
    Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
    Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Marzo - «Así seréis hijos de vuestro Padre, que está en el cielo»


San Francisco de Sales - Tratado del Amor de Dios: ¿Quieres ser como Dios? -¡Ama! Libro X, Cáp. 11. V, 204

«Así seréis hijos de vuestro Padre, que está en el cielo» 

    «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre, que está en el cielo.» Mt 5, 43-48

    Al crear Dios al hombre a su imagen y semejanza, le ordenó tener un amor para con el hombre a imagen y semejanza del amor que se debe a su Divinidad.

    ¿Por qué amamos a Dios, Teótimo? Dice San Bernardo que la razón por la que amamos a Dios es Dios mismo. Como si dijera que amamos a Dios porque es la soberana e infinita Bondad. ¿Por qué nos amamos a nosotros mismos en caridad? Sin duda porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Y puesto que todos los hombres tienen esta misma dignidad, también tenemos que amarles como a nosotros mismos, es decir, en calidad de santísimas y vivientes imágenes de la divinidad...

    Y por esta calidad es por la que pertenecemos a Dios, con una alianza tan estrecha y con tan amable dependencia, que Dios no tiene ninguna dificultad en llamarse Padre nuestro ni de llamarnos sus hijos.

    Y en calidad de hijos es como recibimos la gracia y como nuestros espíritus se asocian al Suyo, santísimo, y por así decir, participamos de su divina naturaleza, como dice San Pedro.

    Y esa caridad que produce los actos de amor de Dios es la misma que produce los actos de amor al prójimo; como cuando Jacob vio que una misma escala tocaba el cielo y la tierra y servía a los ángeles tanto para bajar como para subir; nosotros también sabemos que una misma dilección es con la que queremos a Dios y al prójimo; nos eleva a unir nuestro espíritu con Dios y nos devuelve a la amorosa sociedad con nuestros prójimos, puesto que amamos al prójimo como imagen de Dios que es.

SANTORAL - SANTA PERPETUA Y FELICIDAD

07 de Marzo


    Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.

    Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.

    Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.

    Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.

    Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.

    El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.

    Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.

    Dice Perpetua en su diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión".

    Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol,y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.

    El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.

    Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.

Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".

    Y añade el diario escrito por Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".

    El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".

    A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.

    A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.

    Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.

    El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.

    A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?

    Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.

Oremos
    
    Dios todopoderoso, que con la fuerza de tu amor hiciste a las santas mártires Perpetua y Felicidad intrépidas ante el perseguidor e invencibles ante los tormentos de la muerte, concédenos, por su intercesión, perseverar firmes en la fe  y crecer siempre en tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL CHRISTIFIDELES LAICI SOBRE VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO



CAPÍTULO II
SARMIENTOS TODOS DE LA ÚNICA VID
La participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia-Comunión




Criterios de eclesialidad para las asociaciones laicales

30. La necesidad de unos criterios claros y precisos de discernimiento y reconocimiento de las asociaciones laicales, también llamados «criterios de eclesialidad», es algo que se comprende siempre en la perspectiva de la comunión y misión de la Iglesia, y no, por tanto, en contraste con la libertad de asociación.

Como criterios fundamentales para el discernimiento de todas y cada una de las asociaciones de fieles laicos en la Iglesia se pueden considerar, unitariamente, los siguientes:

— El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, y que se manifiesta «en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles»[109] como crecimiento hacia la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en la caridad[110].

En este sentido, todas las asociaciones de fieles laicos, y cada una de ellas, están llamadas a ser —cada vez más— instrumento de santidad en la Iglesia, favoreciendo y alentando «una unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de sus miembros»[111].

— La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por esta razón, cada asociación de fieles laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se educa para practicarla en todo su contenido.

— El testimonio de una comunión firme y convencida en filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal[112], y con el Obispo «principio y fundamento visible de unidad»[113] en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las formas de apostolado en la Iglesia»[114].

La comunión con el Papa y con el Obispo está llamada a expresarse en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales. La comunión eclesial exige, además, el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad a la recíproca colaboración.

— La conformidad y la participación en el «fin apostólico de la Iglesia», que es «la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y ambientes»[115].

Desde este punto de vista, a todas las formas asociadas de fieles laicos, y a cada una de ellas, se les pide un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización.

—El comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre.

En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad.

Los criterios fundamentales que han sido enumerados, se comprueban en los frutos concretos que acompañan la vida y las obras de las diversas formas asociadas; como son el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada; la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos; el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos; la conversión a la vida cristiana y el retorno a la comunión de los bautizados «alejados».



[109] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 39.

[110] Cf. Ibid., 40.

[111] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 19.

[112] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 23.

[113] Ibid.

[114] Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 23.

[115] Ibid., 20.