martes, 3 de noviembre de 2015

LOS SIMBOLOS DEL APOCALIPSIS



BREVE EXPLICACION DE ALGUNOS SIMBOLOS DEL APOCALIPSIS


No es tarea de este pequeño libro explicar todas las visiones y todos los símbolos del Apocalipsis. ¡No alcanzaría! Sólo vamos a dar una muestra. Esto ayudará a descubrir el sentido de los otros símbolos. La explicación será breve. Sólo una llave. Sin explicar cómo se hizo la llave, ni cómo funciona. Esto lo descubrirá cada uno por sí mismo.



1. La mujer embarazada (12,1-2): es el pueblo de Dios, María, engendrando al Mesías, el Libertador.

2. Dragón o Monstruo (12,3-9): es el poder del mal que opera en el mundo, Satanás.

3. Bestia (13,1): es el Imperio Romano, el poder que encarna el mal,  matones del Dragón.

4. Bestia con apariencia de cordero y voz de dragón (13,11): son los falsos profetas que se ponen al servicio del Imperio Romano para legitimarlo delante del pueblo.

5. Cordero (14,1): es Jesús, el cordero pascual, cuya sangre produce la liberación del pueblo.

6. Siete: totalidad.

7. Doce: perfección

8. Siete cabezas (12,3): son las siete colinas de la ciudad de Roma (17,9), o siete reyes (17,9-10).

9. Diez cuernos (12,3): cuerno es señal de poder o de rey (17,12); diez indica que no es total, mitad entre 7 y 12.

10. 1260 días (12,6), 42 meses (11,2), un tiempo, dos tiempos y medio tiempo (12,14): es la mitad de 7 años. Indica un tiempo limitado e imperfecto. Dios limita el tiempo del perseguidor.

11. Alas de águila (12,14): es la protección con que Dios conduce a su pueblo (Dt 32,11; Ex 19,4).

12. Pantera, oso, león (13,2): símbolos de voracidad y de explotación.




13. 144.000 vírgenes (14,1-4): es el número completo: 12x12 x¿ 1000; doce del Antiguo Testamento y doce del Nuevo Testamento. Son vírgenes, es decir, que nunca anduvieron detrás de las faltos dioses del Imperio Romano.

14. Babilonia (14,8; 18,2): es Roma que explota a los pueblos para enriquecerse (18,3.9-13).

15. Hijo del Hombre (14,14): imagen de Jesús Mesías, tomada del profeta Daniel (Dan 7,13).

16. Harmaguedón (16,16): símbolo de derrota de los ejércitos enemigos, sacado de Zac 12,11.

17. Color blanco (19,14): símbolo de victoria.

18. Mil años (20,2-7): es el tiempo completo entre el fin de la persecución y el fin del mundo.

19. Lago de fuego (20,14): símbolo del destino que tendrá todo el que se opone al plan de Dios.

20. Segunda muerte (20,14): es la muerte de la propia muerte. Al final sólo va a quedar la vida.

21. Nueva Jerusalén (21,2): símbolo del nuevo pueblo de Dios.

22. Bodas del Cordero (21,2; 19,9): victoria y fiesta final de la unión de todos con Dios.

23. Alfa y Omega (21,6): primera y última letras del alfabeto griego: principio y fin.


Fuente: Publicado P. Sergio Cejas





REFLEXIÓN

Reflexiones Espirituales

Martes 03 de Noviembre


LA FRASE DEL DÍA

La Frase del Día de Hoy

Martes 03 de Noviembre



EVANGELIO

Evangelio del Día de la Semana XXXI 

De la Feria. Salterio III

Martes 03 de Noviembre


Carta de San Pablo a los Romanos 12,5-16a.


También todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros.
Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe.
El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe.
El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.
Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien.
Amense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos.
Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor.
Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración.
Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca.
Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran.
Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios.



Salmo 131(130),1.2.3.

Mi corazón no se ha ensoberbecido, Señor,
ni mis ojos se han vuelto altaneros.
No he pretendido grandes cosas
ni he tenido aspiraciones desmedidas.

No, yo aplaco y modero mis deseos:
como un niño tranquilo en brazos de su madre,
así está mi alma dentro de mí.

Espere Israel en el Señor,
desde ahora y para siempre.

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

Meditación del Evangelio del Día 

de la Semana XXXI  De la Feria. Salterio III 

Martes 03 de Noviembre


HIMNO

Recemos con la Iglesia

Martes 03 de Noviembre


SANTORAL

Santoral del Día de la Semana XXXI 

De la Feria. Salterio III

Martes 03 de Noviembre


San Martín de Porres fue un mulato, nacido en Lima, capital del Perú, en 1579. Era hijo natural del caballero español Juan de Porres (o Porras según algunos) y de una india panameña libre, llamada Ana Velázquez. Martín heredó los rasgos y el color de la piel de su madre, lo cual vio don Juan de Porres como una humillación. Pero más tarde, tuvo el mérito de reconocer a Martín y a una hermana suya como hijos propios. A Martín lo dejó al cuidado de su madre, y el niño, que era despierto e inteligente, aprendió la profesión de barbero y adquirió conocimientos de medicina, mediante el trato con un cirujano. Durante algún tiempo, ejerció esta doble carrera, pero, sintiendo grandes deseos de perfección, pidió ser admitido como donado en el convento de los dominicos que había en Lima. Su misma madre apoyó la petición del santo y éste consiguió lo que deseaba cuando tenía unos quince años de edad.

En el convento su vida de heroica virtud fue pronto conocida de muchos, y su humildad era tan ejemplar, que se alegraba de las injurias que recibía, incluso alguna vez de parte de otros religiosos dominicos, como uno que, enfermo e irritado, lo trató de perro mulato. Otra vez, cuando el convento estaba en situación económica muy apurada, Fray Martín espontáneamente se ofreció al P. Prior para ser vendido como esclavo, ya que era mulato, a fin de remediar la situación.

Advirtiendo los superiores de Fray Martín su índole mansa y su mucha caridad, le confiaron, junto con otros oficios, el de enfermero, en una comunidad que solía contar con doscientos religiosos, sin tomar en consideración a los criados del convento ni a los religiosos de otras casas que, informados de la habilidad del hermano, acudían a curarse a Lima. Bastante trabajo tenía el joven hermano, pero no por eso limitaba su compasión a los de su orden, sino que atendía muchos enfermos pobres de la ciudad. El día 2 de junio de 1603, después de nueve años de servir a la orden como donado, le fue concedida la profesión religiosa y pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad.

Juntaba a su abnegada vida una penitencia austerísima: se llagaba con disciplinas crueles o se maltrataba con dormir debajo de una escalera unas cuantas horas y con apenas comer lo indispensable. Añadía a esto un espíritu de oración y unión con Dios que lo asemejaba a otros grandes contemplativos. Se le vio repetidas veces en éxtasis y, alguna levantado en el aire muy cerca de un gran crucifijo que había en el convento.

Se sabe que Fray Martín y santa Rosa de Lima, terciaria dominica, se conocieron y trataron algunas veces, aunque no se tienen detalles históricamente comprobados de sus entrevistas.

Si es famoso el santo por sus virtudes, tal vez lo sea más por sus milagros y por la forma en que los hacía. Unas veces eran curaciones instantáneas, como la del novicio Fray Luis Gutiérrez, que se había cortado un dedo casi hasta desprendérselo; a los tres días tenía hinchados la mano y el brazo, por lo que acudió al hermano Martín, quien le puso unas hierbas machacadas en la herida. Al día siguiente, el dedo estaba unido de nuevo y el brazo enteramente sano. En cierta ocasión, el arzobispo Feliciano Vega, que iba a tomar posesión de la sede de México, enfermó de algo que parece haber sido pulmonía, y mandó llamar a Fray Martín. Al llegar éste a la presencia del prelado enfermo, se arrodilló, mas él le dijo: «levántese y ponga su mano aquí, donde me duele». «¿Para qué quiere un príncipe la mano de un pobre mulato?», preguntó el santo. Sin embargo, durante un buen rato puso la mano donde lo indicó el enfermo y, poco después, el arzobispo estaba curado. Otras veces, a la curación añadía la prontitud con que acudía al enfermo, pues bastaba que éste tuviera deseo de que el santo llegara, para que éste se presentase a cualquier hora. Muchas veces, entraba por las puertas cerradas con llave, como pudo comprobarlo el maestro de novicios, quien personalmente guardaba la llave del noviciado, pues, habiendo estado Fray Martín atendiendo a un enfermo, salió del noviciado y volvió a entrar sin abrir las puertas. El asombrado maestro comprobó que estaban perfectamente cerradas. Alguien le preguntó: «¿Cómo ha podido entrar?» El santo respondió: «Yo tengo modo de entrar y salir».

Enfermero al mismo tiempo que hortelano herbolario, cultivaba las plantas medicinales de que se valía para sus obras de caridad y también desempeñaba el oficio de distribuidor de las limosnas que algunas veces recogía, en cantidades asombrosas, parte para socorrer a sus propios hermanos en religión y parte para los menesterosos de toda clase que había en la ciudad. Su amabilidad se extendía hasta los animales; hay en su biografía escenas semejantes a las que se narran de san Francisco y de san Antonio de Padua. Por ejemplo, cuando después de disciplinarse, los mosquitos lo atormentaban con sus picaduras, y fue a que Juan Vázquez lo curase, éste le dijo: «Vámonos a nuestro convento, que allí no hay mosquitos». Y Fray Martín respondió: «¿Cómo hemos de merecer, si no damos de comer al hambriento?» «¡Pero hermano, estos son mosquitos y no gentes!» «Sin embargo, se les debe dar de comer, que son criaturas de Dios», respondió el humilde fraile. Es típico el caso de los ratones que infestaban la ropería y dañaban el vestuario. El remedio no fue ponerles trampas, sino decirles: «Hermanos, idos a la huerta, que allí hallaréis comida». Los ratones obedecieron puntualmente, y Fray Martín cuidaba de echarles los desperdicios de la comida. Y sí alguno volvía a la ropería, el santo lo tomaba por la cola y lo echaba a la huerta, diciendo: «Vete adonde no hagas mal».

Sus conocimientos no eran pocos para su época y, cuando asistía a los enfermos, solía decirles: «Yo te curo y Dios te sana». A los sesenta años, después de haber pasado cuarenta y cinco en religión, Fray Martín se sintió enfermo y claramente dijo que de esa enfermedad moriría. La conmoción en Lima fue general y el mismo virrey, conde de Chinchón, se acercó al pobre lecho para besar la mano de aquél que se llamaba a sí mismo perro mulato. Mientras se le rezaba el Credo, Fray Martín, al oír las palabras «Et homo factus est», besando el crucifijo expiró plácidamente. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan XXIII, quien profesaba gran devoción por el santo.

Fuente: Web de la Orden de Predicadores