miércoles, 11 de mayo de 2016

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II





SALMO 31
Acción de gracias de un pecador perdonado

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

8 -- Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.

No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.

10 Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.

11 Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.






Acción de gracias 
de un pecador perdonado 

1. "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Esta bienaventuranza, con la que comienza el salmo 31, recién proclamado, nos hace comprender inmediatamente por qué la tradición cristiana lo incluyó en la serie de los siete salmos penitenciales. Después de la doble bienaventuranza inicial (cf. vv. 1-2), no encontramos una reflexión genérica sobre el pecado y el perdón, sino el testimonio personal de un convertido.

La composición del Salmo es, más bien, compleja: después del testimonio personal (cf. vv. 3-5) vienen dos versículos que hablan de peligro, de oración y de salvación (cf. vv. 6-7); luego, una promesa divina de consejo (cf. v. 8) y una advertencia (cf. v. 9); por último, un dicho sapiencial antitético (cf. v. 10) y una invitación a alegrarse en el Señor (cf. v. 11).

2. Nos limitamos ahora a comentar algunos elementos de esta composición. Ante todo, el orante describe su dolorosísima situación de conciencia cuando "callaba" (cf. v. 3): habiendo cometido culpas graves, no tenía el valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible, descrito con imágenes impresionantes. Sus huesos casi se consumían por una fiebre desecante, el ardor febril mermaba su vigor, disolviéndolo; y él gemía sin cesar. El pecador sentía que sobre él pesaba la mano de Dios, consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por su criatura, porque él es el custodio de la justicia y de la verdad.

3. El pecador, que ya no puede resistir, ha decidido confesar su culpa con una declaración valiente, que parece anticipar la del hijo pródigo de la parábola de Jesús (cf. Lc 15, 18). En efecto, ha dicho, con sinceridad de corazón: "Confesaré al Señor mi culpa". Son pocas palabras, pero que brotan de la conciencia; Dios responde a ellas inmediatamente con un perdón generoso (cf. Sal 31, 5).

El profeta Jeremías refería esta llamada de Dios: "Vuelve, Israel apóstata, dice el Señor; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque soy piadoso, dice el Señor. No guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa, pues has sido infiel al Señor tu Dios" (Jr 3, 12-13).
De este modo, delante de "todo fiel" arrepentido y perdonado se abre un horizonte de seguridad, de confianza y de paz, a pesar de las pruebas de la vida (cf. Sal 31, 6-7). Puede volver el tiempo de la angustia, pero la crecida de las aguas caudalosas del miedo no prevalecerá, porque el Señor llevará a su fiel a un lugar seguro: "Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación" (v. 7).

4. En ese momento, toma la palabra el Señor y promete guiar al pecador ya convertido. En efecto, no basta haber sido purificados; es preciso, luego, avanzar por el camino recto. Por eso, como en el libro de Isaías (cf. Is 30, 21), el Señor promete: "Te enseñaré el camino que has de seguir" (Sal 31, 8) e invita a la docilidad. La llamada se hace apremiante, sazonada con un poco de ironía mediante la llamativa imagen del caballo y del mulo, símbolos de obstinación (cf. v. 9). En efecto, la verdadera sabiduría lleva a la conversión, renunciando al vicio y venciendo su oscura fuerza de atracción. Pero lleva, sobre todo, a gozar de la paz que brota de haber sido liberados y perdonados.

San Pablo, en la carta a los Romanos, se refiere explícitamente al inicio de este salmo para celebrar la gracia liberadora de Cristo (cf. Rm 4, 6-8). Podríamos aplicarlo al sacramento de la reconciliación. En él, a la luz del Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, a menudo ofuscada en nuestros días, y a la vez la alegría del perdón. En vez del binomio "delito-castigo" tenemos el binomio "delito-perdón", porque el Señor es un Dios "que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado" (Ex 34, 7).

5. San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) utilizó el salmo 31 para enseñar a los catecúmenos la profunda renovación del bautismo, purificación radical de todo pecado (Procatequesis n. 15). También él ensalzó, a través de las palabras del salmista, la misericordia divina. Con sus palabras concluimos nuestra catequesis: "Dios es misericordioso y no escatima su perdón. (...) El cúmulo de tus pecados no superará la grandeza de la misericordia de Dios; la gravedad de tus heridas no superará la habilidad del supremo Médico, con tal de que te abandones a él con confianza.
Manifiesta al Médico tu enfermedad, y háblale con las palabras que dijo David: "Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". Así obtendrás que se hagan realidad estas otras palabras: "Tú has perdonado la maldad de mi corazón"" (Le catechesi, Roma 1993, pp. 52-53).




SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 19 de mayo de 2004

AMORIS LAETITIA






    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

CATEQUESIS SOBRE LOS SACRAMENTOS

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA ( CAP III )

LA PERSONA HUMANA Y SUS MÚLTIPLES DIMENSIONES


    153 La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano. Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razón. El fundamento natural de los derechos aparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad humana, después de haber sido otorgada por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su encarnación, muerte y resurrección.

    La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador. Estos derechos son « universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto ». Universales, porque están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto « inherentes a la persona humana y a su dignidad »  y porque « sería vano proclamar los derechos, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea ». Inalienables, porque « nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza ».



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

REFLEXIÓN

TIEMPO PASCUAL
MIÉRCOLES DE SEMANA VII
Propio del Tiempo. Salterio III
11 de mayo


    De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, 
    del Concilio Vaticano segundo (Núms. 4. 12)

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA

    Consumada la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que indeficientemente santificara a la Iglesia y, de esta forma, los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de vida o la fuente del agua que brota para comunicar vida eterna; por el cual el Padre vivifica a todos los muertos por el pecado, hasta que el mismo Espíritu resucite en Cristo sus cuerpos mortales.

    El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos. Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige a la Iglesia, a la que guía hacia toda verdad, y la unifica en comunión y ministerio, enriqueciéndola con todos sus frutos.

    Con la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: «¡Ven!»

    Así se manifiesta la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

    La universalidad de los fieles que tiene la unción del Espíritu Santo no puede fallar en su creencia, y ejerce esta peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles seglares manifiestan un asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.

    Con ese sentido de la fe, que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios; se adhiere indefectiblemente a la fe que ha sido transmitida de una vez para siempre a los fieles; penetra profundamente en ella con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.

    Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, distribuyéndolos a cada uno en particular según le place, reparte entre los fieles dones de todo género, incluso especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.

    Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.


    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

LA FRASE DEL DÍA

Miércoles 11 de mayo



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

EVANGELIO

TIEMPO PASCUAL
MIÉRCOLES DE SEMANA VII
Propio del Tiempo. Salterio III
11 de mayo


    Libro de los Hechos de los Apóstoles 20,28-38.

    Pablo decía a los principales de la Iglesia de Efeso:
"Velen por ustedes, y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha constituido guardianes para apacentar a la Iglesia de Dios, que él adquirió al precio de su propia sangre.
    Yo sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño.
    Y aun de entre ustedes mismos, surgirán hombres que tratarán de arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas.
    Velen, entonces, y recuerden que durante tres años, de noche y de día, no he cesado de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes.
    Ahora los encomiendo al Señor y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y darles la parte de la herencia que les corresponde, con todos los que han sido santificados.
    En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie.
    Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros.
    De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: 'La felicidad está más en dar que en recibir'".
    Después de decirles esto, se arrodilló y oró junto a ellos.
    Todos se pusieron a llorar, abrazaron a Pablo y lo besaron afectuosamente, apenados sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a verlo.   Después lo acompañaron hasta el barco.



Salmo 68(67),29-30.33-35a.35b-36c.


Tu Dios ha desplegado tu poder:
¡sé fuerte, Dios, tú que has actuado por nosotros!
A causa de tu Templo, que está en Jerusalén,
los reyes te presentarán tributo.

¡Canten al Señor, reinos de la tierra,
entonen un himno al Señor,
al que cabalga por el cielo,
por el cielo antiquísimo!

El hace oír su voz poderosa,
¡reconozcan el poder del Señor!
Su majestad brilla sobre Israel
¡Bendito sea Dios!



    Evangelio según San Juan 17,11b-19.

    Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
"Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
    Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
    Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
    Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
    No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.
    Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
    Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
    Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
    Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."



Fuente: ©Evangelizo.org




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO PASCUAL
MIÉRCOLES DE SEMANA VII
11 de mayo


    San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la     Iglesia Sermones sobre san Juan, nº 107


«Digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida»

    Habiendo dicho a su Padre: «Desde ahora ya no voy a estar en el mundo...; mientras yo voy a ti» (Jn 17,11), nuestro Señor recomienda a su Padre aquellos que van a estar privados de su presencia física: «Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado». En cuanto hombre Jesús pide a Dios por los discípulos que de Dios mismo ha recibido. Pero, atención a lo que sigue: «Para que sean uno como nosotros». No dice: Para que sean uno con nosotros, o: Para que no seamos, ellos y nosotros, más que una sola cosa, como nosotros somos uno, sino: «Para que sean uno como nosotros». Que sean uno en su naturaleza, tal como nosotros somos uno en la nuestra. Estas palabras, para ser verdaderas, exigen que Jesús haya hablado primero de forma que se comprenda que él tiene la misma naturaleza divina que su Padre, tal como lo dice en otro lugar: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). Según su naturaleza humana, él había dicho: «El Padre es más que yo» (Jn 14,28), pero como que en él Dios y el hombre no son más que una sola y la misma persona, comprendemos que es hombre porque ora, y comprendemos que es Dios porque es uno con aquel a quien ora...

    "Y ahora voy a ti y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida". Aún no había dejado el mundo, estaba todavía en él, pero puesto que muy pronto iba a dejarlo, es, por así decir, como si ya no estuviera en él. Pero ¿cuál es esta alegría que quiere que sus discípulos tengan cumplida? Lo ha explicado ya más arriba, cuando dice: "Para que sean uno como nosotros". Esta alegría que es la suya y que les ha dado, les predice su cumplimiento perfecto, y es por ello que habla de ella "en el mundo". Esta alegría, es la paz y la felicidad del mundo venidero; para obtenerlas es preciso vivir en este mundo de acá en la moderación, la justicia y la piedad.


Fuente: ©Evangelizo.org




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

HIMNO

TIEMPO PASCUAL
MIÉRCOLES DE SEMANA VII
Propio del Tiempo. Salterio III
11 de mayo



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

SANTORAL

TIEMPO PASCUAL
MIÉRCOLES DE SEMANA VII
11 de mayo


    Nació el 17 de diciembre de 1642, y murió el 11 de mayo de 1716. El lugar en que nació fue Crottaglie, un pequeño pueblo en Apulia, situado a unas 5 ó 6 leguas de Taranto. A la edad de 16 años entró en el colegio de Taranto, en el cual estuvo bajo el cuidado de la Sociedad de Jesús. Allí estudió humanidades y filosofía, y tanto éxito, que un obispo lo envió a Nápoles para que asistiera a conferencias en Teología Canónica en el famoso colegio, Gesu Vecchio, el cual, en ese tiempo rivalizaba con las más grandes universidades en Europa.

    Se ordenó sacerdote allí el 18 de marzo de 1666.   Luego estuvo por cuatro años a cargo de los estudiantes del colegio de nobles en Nápoles, donde los alumnos le dieron el sobrenombre de “San Prefecto”. Entró en el noviciado de la Sociedad de Jesús, el 1 de julio de 1670. Al final de su primer año de prueba, fue enviado como misionero, a fin de tomar sus primeras lecciones en el arte de la prédica, en un lugar cercado a Otranto.

    Un nuevo período de cuatro años lo dedicó trabajando en pueblos y villas en un trabajo misionero, demostrando mediante el mismo, a sus superiores, su maravilloso don de prédica. Por esa razón, una vez que completó sus estudios teológicos, sus superiores determinaron que debía dedicarse a trabajar como predicador, y lo enviaron a residir a Gesu Nuovo, la residencia de los padres de Nápoles.

    Francisco habría ido y trabajado mucho, incluso habría dado su vida, como él frecuentemente lo dijo, entre las naciones bárbaras e idólatras del lejano oriente. Frecuentemente escribió a sus superiores rogándoles que le concedieran ese gran favor. Finalmente ellos le dijeron que abandonara la idea y que concentrara su esfuerzo y energía en la ciudad y en el reino de Nápoles. Francisco entendió que esto debía ser la voluntad de Dios y no insistió en otros planes. Nápoles por tanto, y durante los siguientes y restantes cuarenta años de su vida, de 1676 hasta su muerte, fue el centro de su labor apostólica.

    Primero se dedicó a desarrollar el entusiasmo religioso de una congregación de trabajadores, llamado el “Oratio della Missione”, la cual fue establecida en una casa de Nápoles. El principal objetivo de esta asociación fue proporcionar asistentes a los padres misioneros, quienes ayudarían en las muchas dificultades que de pronto pueden aparecer en el curso de las misiones. Animados por los sermones de entusiasmo del director, esta gente llegó a ser un conjunto de cooperadores muy celosos de su trabajo. Una característica sobresaliente de esas actividades fue el hecho de que trajeron una multitud de pecadores a los pies de Francisco.

    En las notas que él envía a sus superiores en lo relativo a su trabajo misionero, el santo aparece como teniendo gran placer en hablar del fervor que animaba a los miembros de su querido “Oratorio”. También el director supervisó o se encargó de las necesidades materiales de aquellos que le asistían. En el “Oratorio” estableció un fondo de piedad. El capital de este fondo se incrementó por los regalos de los asociados. Gracias a esta institución, él pudo contar cada día, en caso de enfermedad, de una suma de unos cuatro carlines, cerca de unos 33 centavos de dólar. En caso de muerte de alguno de los miembros, un respetable funeral podía establecerse, costándole a la institución unos 18 ducados. Ellos también tenían el privilegio de poder ser enterrados en la Iglesia de Gesu Nuovo (véase Brevi notizie, pp. 131-136).

    Francisco también estableció en Gesu, uno de los más importantes y beneficiosos trabajos de la casa de Nápoles, la comunión general en el tercer domingo de cada mes (Brevi notizie, 126). Francisco fue un infatigable predicador y frecuentemente habló cuarenta veces en un solo día, escogiendo para ello las calles que él sabía, eran el centro de algún escándalo secreto. Sus sermones elocuentes, breves y energéticos, llegaron a conmover las consciencias culpables de quienes le escuchaban y por medio de ello se llevaron a cabo milagrosas conversiones. El resto de la semana, cuando no estaba trabajando en la ciudad, él estaba visitando los lugares alrededor de Nápoles.

    En algunas ocasiones, pasó en no menos de 50 aldeas por día, predicando en las calles, en las plazas públicas y en las iglesias. El siguiente domingo, él tenía el consuelo de ver en la misa hasta multitudes de 12 ó 13 mil personas. De acuerdo a sus biógrafos, ordinariamente se podían contarse unos 15 mil hombres presentes en la comunión general mensual.

    Sin embargo su trabajo por excelencia fue el desarrollar misiones al aire libre y en la ciudad de Nápoles. Su figura alta, sus grandes ojos obscuros, su nariz aguileña, sus mejillas hundidas, y su tez pálida, le daban la apariencia de ser un austero ascético y producía una maravillosa impresión. La gente se conglomeraba alrededor de él a fin de verlo, encontrarlo, de poder besar sus manos y tocar su vestimenta. Cuando él exhortaba a los pecadores a arrepentirse, parecía adquirir un poder que era más que natural y su voz llegaba a ser resonante e inspiradora. “El es el cordero cuando él habla” decía la gente, “pero es un león cuando predica”.

    Siendo un predicador idealmente popular como él lo fue, en presencia de una audiencia impresionable como la de los napolitanos, Francisco no dejó de abordar cosas que pudiesen animar sus imaginaciones. Una vez él trajo un cráneo al púlpito y lo mostró a la audiencia, impartiendo los conocimientos que deseaba. En otra ocasión intempestivamente detuvo su discurso, descubrió sus hombros, y se castigó así mismo con una cadena de hierro hasta que llegó a sangrar. El efecto fue irresistible, y jóvenes que tenían vidas de maldad, llegaron a seguir el ejemplo del predicador, confesando sus pecados en voz alta. Mujeres abandonadas llegaron a colocarse delante del crucifijo, cortando sus largos cabellos y dando expresión de su amargo dolor y arrepentimiento.

    En su trabajo apostólico, unido a su espíritu de penitencia, y a su ardiente ánimo de oración, hizo que el santo lograra maravillosos resultados entre los esclavos del pecado y del crimen. Por tanto, los dos refugios de Nápoles, llegaron a tener cada uno, hasta 250 penitentes. En el Asilo del Santo Espíritu, llegó a tener en el refugio hasta 190 niños infortunados, preservándolos a ellos en cuanto a no seguir la tradición vergonzosa de sus madres. El tuvo el consuelo de ver a 22 de ellos dedicarse a la vida religiosa. También él cambió barcos de convictos que se habían hundido en la iniquidad, en refugios de paz cristiana y resignación.

    El también llegó a lograr que muchos esclavos turcos y moros, llegaran a encontrar la verdadera fe, e hizo uso de pomposas ceremonias en sus bautizos con tal de conmover el corazón y la imaginación de los espectadores (Breve notizie, 121-126).

    En cualquier tiempo que él no estaba ocupado en la ciudad, se dedicaba a actividades en el medio rural, en misiones de aldeas de cuatro, ocho o hasta diez días. Aquí y allá, dio retiros a comunidades religiosas, pero a fin de ahorrar tiempo, él no escuchaba confesiones (cf. Recueil de letters per le Nozze Malvezzi Hercolani (1876), p. 28). Con el fin de consolidar su trabajo, trato de establecer en todos los lugares, una asociación de San Francisco Xavier, su patrono y modelo, o bien una congregación de la Santísima Virgen.

    Durante veintidós años, predicó y realizó alabanzas cada martes en la iglesia napolitana conocida como Santa María de Constantinopla. Aunque participaba en un activo trabajo exterior, San Francisco tenía un alma mística. Frecuentemente se le vio caminando por las calles de Nápoles con una apariencia de éxtasis en su rostro y lágrimas en sus ojos. El deseo de que la gente quería acompañarle y llamar su atención, hizo que el santo decidiera caminar como encapuchado o incógnito, cuando estaba en esas ocasiones, en público. Tenía la reputación en Nápoles de ser un hombre capaz de realizar milagros, y sus biógrafos, quienes testificaron durante el proceso de su canonización, no dudaron en atribuirle un conjunto de curas maravillosas de todo tipo.

    Fue motivo de grandes procesiones para los napolitanos, y de no haber sido por la intervención de la guardia suiza, sus seguidores habrían expuesto sus restos, aún con el riesgos de que los mismos hubieran sido desacrados. En todas las calles y plazas de Nápoles, en todos los suburbios, incluso en las pequeñas villas, todos hablaban de la santidad, la elocuencia y la caridad infinita del misionero cuando había muerto. Las autoridades eclesiásticas rápidamente reconocieron que la causa de su beatificación debía dar inicio. El 2 de mayo de 1758, Benedicto XIV declaró que Francisco de Gerónimo había practicado las virtudes teológicas y cardinales, hasta un grado heroico.

    Habría sido beatificado de una manera más rápido, a no ser por la tormenta que ocurrió en la Compañía de Jesús, en ese tiempo y que terminó con la supresión de la orden. Pio VII no pudo proceder con la beatificación, sino hasta el 2 de mayo de 1806, y Gregorio XVI canonizó solemnemente al santo el 26 de mayo de 1839.




    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín