El esplendor de san José en el cielo responde a la vez a la eminente dignidad de sus funciones aquí abajo, y a la eminencia de sus humildes virtudes; sobre la tierra, su culto, largo tiempo velada, se desarrolla cada vez más; la divina Providencia manifestó tanto el poder y la bondad de san José, que no hay una familia católica que no lo vea como a su Padre y tutor. El vicario de Jesucristo, el augusto Pío IX, lo nombró protector de la Iglesia universal, hermoso título que correspondía por derecho a quien protegió a Jesús contra el furor de Herodes; comarcas enteras lo han elegido como patrón; los misioneros se han puesto bajo su guarda; el surco se trazan en el campo del Padre de familia; las comunidades religiosas ven en él su proveedor y su modelo; por todos se elevan capillas con su nombre; se establecen y los enfermos, las almas afligidas van a pedir a este amigo compasivo el alivio a sus sufrimientos. A medida que se aprende a conocer mejor a Jesús en su santa humanidad santa, se ama mejor a José, el testigo de su vida mortal, el tutor de su infancia y el casto y devoto guardián de su Madre. Todos podemos contribuir a la gloria de san José, haciendo conocer sus virtudes y su poder, honrándolo mediante prácticas de piedad que la Iglesia aprueba; sobre todo, podemos honrarlo, en el fondo infinito de nuestra alma mediante la imitación fiel de sus admirables virtudes; es por su parecido con un padre amado que se reconoce a los hijos verdaderos.
Oración
O José todopoderoso delante de Dios ¡acuérdate de nosotros que gemimos todavía en este valle de lágrimas, expuestos a los embustes de nuestros crueles enemigos! Obtennos el desprecio de los falsos bienes del mundo, la victoria sobre nuestras pasiones, una devoción sin límites al servicio de Dios, una tierna confina en Jesús, tu Hijo, en María, tu santa Esposa. ¡Oh Jesús, desde lo alto de la gloria en que te encuentras, no nos abandones nunca!
San José, protector de todo aquellos que te son devotos, ruega por nosotros.