martes, 9 de junio de 2020

MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS



    Corazón Eucarístico de Jesús, tengo que aprender que quien está en la Eucaristía no es una cosa sino una Persona y aprender a tratarte como tal. Tú sabes lo que me cuesta ya que mi fe es débil y vacilante. No me canso de hablar con los hombres y, sin embargo, me canso de hablar contigo. Muchos como yo pierden la oportunidad de tratar al más amante de todos los corazones del mundo. Él que te escucha con atención, mira con amor y habla con sinceridad.

Reflexiona 

    Que cuando vaya al Sagrario piense en esto: que Jesús allí tiene ojos para ver, oídos para oír, corazón para amar y que le pueda decir todo lo que me inquieta y turba.

EVANGELIO - 10 de Junio - San Mateo 5,17-19.


    Primer Libro de los Reyes 18,20-39.

    Ajab mandó buscar a todos los israelitas y reunió a los profetas sobre el monte Carmelo.
    Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: "¿Hasta cuándo van a andar rengueando de las dos piernas? Si el Señor es Dios, síganlo; si es Baal, síganlo a él". Pero el pueblo no le respondió ni una palabra.
    Luego Elías dijo al pueblo: "Como profeta del Señor, he quedado yo solo, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta.
    Traigamos dos novillos; que ellos se elijan uno, que lo despedacen y lo pongan sobre la leña, pero sin prender fuego. Yo haré lo mismo con el otro novillo: lo pondré sobre la leña y tampoco prenderé fuego.
    Ustedes invocarán el nombre de su dios y yo invocaré el nombre del Señor: el dios que responda enviando fuego, ese es Dios". Todo el pueblo respondió diciendo: "¡Está bien!".
    Elías dijo a los profetas de Baal: "Elíjanse un novillo y prepárenlo ustedes primero, ya que son los más numerosos; luego invoquen el nombre de su dios, pero no prendan fuego".
    Ellos tomaron el novillo que se les había dado, lo prepararon e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: "¡Respóndenos, Baal!". Pero no se oyó ninguna voz ni nadie que respondiera. Mientras tanto, danzaban junto al altar que habían hecho.
    Al mediodía, Elías empezó a burlarse de ellos, diciendo: "¡Griten bien fuerte, porque es un dios! Pero estará ocupado, o ausente, o se habrá ido de viaje. A lo mejor está dormido y se despierta".
    Ellos gritaron a voz en cuello y, según su costumbre, se hacían incisiones con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre.
    Y una vez pasado el mediodía, se entregaron al delirio profético hasta la hora en que se ofrece la oblación. Pero no se oyó ninguna voz, ni hubo nadie que respondiera o prestara atención.
    Entonces Elías dijo a todo el pueblo: "¡Acérquense a mí!". Todo el pueblo se acercó a él, y él restauró el altar del Señor que había sido demolido: tomó doce piedras, conforme al número de los hijos de Jacob, a quien el Señor había dirigido su palabra, diciéndole: "Te llamarás Israel", y con esas piedras erigió un altar al nombre del Señor. Alrededor del altar hizo una zanja, como un surco para dos medidas de semilla.
    Luego dispuso la leña, despedazó el novillo y lo colocó sobre la leña.
    Después dijo: "Llenen de agua cuatro cántaros y derrámenla sobre el holocausto y sobre la leña". Así lo hicieron. El añadió: "Otra vez". Lo hicieron por segunda vez, y él insistió: "Una vez más". Lo hicieron por tercera vez.
    El agua corrió alrededor del altar, y hasta la zanja se llenó de agua.
    A la hora en que se ofrece la oblación, el profeta Elías se adelantó y dijo: "¡Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel! Que hoy se sepa que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya hice todas estas cosas.
    Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que eres tú el que les ha cambiado el corazón".
    Entonces cayó el fuego del Señor: Abrazó el holocausto, la leña, las piedras y la tierra, y secó el agua de la zanja.
    Al ver esto, todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y dijo: "¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!".


Salmo 16(15),1-2a.4.5.8.11.

Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
Multiplican sus ídolos y corren tras ellos,

pero yo no les ofreceré libaciones de sangre,
ni mis labios pronunciarán sus nombres.
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!

Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.


    Evangelio según San Mateo 5,17-19.

    Jesús dijo a sus discípulos: «No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
    Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
    El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.»

    Palabra del Señor

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 10 de Junio - «No he venido a abolir, sino a dar plenitud»


San Jerónimo Sobre el Evangelio de san Marcos: Cristo, el cumplimiento de la Ley y los profetas 9-8: SC 494

«No he venido a abolir, sino a dar plenitud» 

    Cuando leo el evangelio y encuentro testimonios de la Ley y de los profetas, no considero en ello otra cosa que a Cristo. Cuando contemplo a Moisés, cuando leo a los profetas es para comprender lo que dicen de Cristo. El día que habré llegado a entrar en el resplandor de la luz de Cristo y brille en mis ojos como la luz del sol, ya no seré capaz de mirar la luz de una lámpara. Si alguien enciende una lámpara en pleno día, la luz de la lámpara se desvanece. Del mismo modo, cuando uno goza de la presencia de Cristo, la Ley y los profetas desaparecen. No quito nada a la gloria de la Ley y de los profetas; al contrario, los enaltezco como mensajeros de Cristo. Porque cuando leo la Ley y los profetas, mi meta no es la Ley y los profetas sino, por la Ley y los profetas quiero llegar a Cristo.

SANTORAL - BEATO JUAN DOMINICI

10 de Junio


    Cardenal († 1420) Juan pidió ser admitido en el convento en Santa María Nova y lo rechazaron. La razón fue que los frailes consideraron al sujeto lo menos propio para un convento de dominicos; Juan no había acudido cuando niño a las escuelas: era ignorante y, además, tartamudo. Lo intentó una segunda vez y la insistencia hizo que los frailes pasaran por alto las dificultades y probaran sacar algo del joven de aspecto rudo y torpeza en el decir.

    Su noviciado fue un encuentro de la gracia de Dios; el silencio, la oración y su esfuerzo le hicieron aprovechar bien el tiempo durante el noviciado que le aseguró en su piedad sólida, le adiestró en la obediencia y le consiguió un adelantamiento poco común en las ciencias. Goza de un talante natural simpático, agradable y servicial. Se dio a conocer, sobre todo, por la austeridad de su vida y el espíritu de penitencia.

    Además es artista; dedica tiempo a pintar en los libros, miniaturizando con dibujos exquisitos, escenas de la vida de Jesús. Corona su esfuerzo con la ordenación sacerdotal. Ya puede dar marcha a su celo por el sacrificio y por el ministerio de la predicación; pero, desgraciadamente, dada su dificultad en la expresión, los sermones le salen torpes y ridículos. Se siente curado de la torpeza en la dicción en Siena, cuando lleno de tristeza, pide a la santa Catalina por amor a Dios, la curación.

    La peste de 1384 ha asolado los monasterios; en el suyo de Santa María murieron en cuatro meses setenta de sus frailes; el resto no se encontraba con fuerzas para vivir en el rigor primero de la Orden. Lo eligen prior de los conventos de Santo Domingo de Venecia, Città di Castello, el de Fabriano y otros que ansían la reforma; es también vicario general de todos los conventos observantes del estado de Venecia.

    Pero a pesar de su buen hacer, Juan se percata de que el futuro estaba en la juventud y a ella se dedicó fundando un noviciado en Cortona; ahora sí se podrían poner las piedras claves donde pudieran los jóvenes apoyar el espíritu que no quiere saber de improvisaciones. También las religiosas, sus hermanas, se benefician de la reforma en los conventos femeninos del Corpus Domini y San Pedro Mártir, de Florencia, donde su madre terminó sus días. Tres renuncias de papas y antipapas obtuvo para poder elegir al nuevo Sumo Pontífice, que devolviera a la Iglesia la unidad y la paz y que fue Martín V. Resultó un trabajo intensísimo y bien hecho para utilidad de la Iglesia.

    De hecho, al leer la renuncia pública del verdadero papa Gregorio XII, él mismo se despojó ante los presentes de sus insignias cardenalicias, en señal de renuncia al cardenalato, yéndose a ocupar un sitio entre los obispos, con lo que se ponía de manifiesto la ausencia de toda intención de medrar. Si en otro tiempo aceptó la ordenación episcopal y el cardenalato contra su voluntad fue para estar capacitado a entrar en el círculo de la cúpula jerárquica y trabajar por la unidad.

    No se limitó a contemplar o a quejarse de los males; quiso «complicarse» la vida con todo un compromiso personal. Es lo propio de los santos. Aún tuvo tiempo para ser legado apostólico en las tierras de Hungría y Bohemia. Murió humilde y santamente el 10 de junio de 1420.

Oremos

    Señor, luz de los fieles y pastor de las almas, tú que elegiste a Juan Dominici para que, en la Iglesia, apacentara tus ovejas con su palabra y las iluminara con su ejemplo, te pedimos que, por su intercesión, nos concedas perseverar en la fe que él nos enseñó con su palabra y seguir el camino que nos mostró con su ejemplo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

TEOLOGÍA DEL CUERPO

Visión del Papa Juan Pablo II sobre el amor humano

 EL MATRIMONIO, "ETHOS" DE LA REDENCIÓN DEL CUERPO
Audiencia General 24 de noviembre  de 1982

1. Hemos analizado la Carta a los Efesios y, sobre todo, el pasaje del capítulo 5, 22-23, desde el punto de vista de la sacramentalidad del matrimonio. Examinemos ahora el mismo texto desde la óptica de las palabras del Evangelio.

Las palabras de Cristo dirigidas a los fariseos (cf. Mt 19) se refieren al matrimonio como sacramento, o sea, a la revelación primordial del querer y actuar salvífico de Dios «al principio», en el misterio mismo de la creación. En virtud de este querer y actuar salvífico de Dios, el hombre y la mujer, al unirse entre sí de manera que se hacen «una sola carne» (Gén 2, 24), estaban destinados, a la vez, a estar unidos «en la verdad y en la caridad» como hijos de Dios (cf. Gaudium et spes, 24), hijos adoptivos en el Hijo Primogénito, amado desde la eternidad. A esta unidad y a esta comunión de personas, a semejanza de la unión de las Personas divinas (cf. Gaudium et spes 24), están dedicadas las palabras de Cristo, que se refieren al matrimonio como sacramento primordial y, al mismo tiempo, confirman ese sacramento sobre la base del misterio de la redención. Efectivamente, la originaria «unidad en el cuerpo» del hombre y de la mujer no cesa de forjar la historia del hombre en la tierra, aunque haya perdido la limpidez del sacramento, del signo de la salvación, que poseía «al principio».

2. Si Cristo ante sus interlocutores, en el Evangelio de Mateo y Marcos (cf. Mt 19; Mc 10), confirma el matrimonio como sacramento instituido por el Creador «al principio» -si en conformidad con esto, exige su indisolubilidad-, con esto mismo abre el matrimonio a la acción salvífica de Dios, a las fuerzas que brotan «de la redención del cuerpo» y que ayudan a superar las consecuencias del pecado y a construir la unidad del hombre y de la mujer según el designio eterno del Creador. La acción salvífica que se deriva del misterio de la redención asume la originaria acción santificante de Dios en el misterio mismo de la creación.

3. Las palabras del Evangelio de Mateo (cf. Mt 19, 3-9 y Mc 10, 2-12), tienen, al mismo tiempo, una elocuencia ética muy expresiva. Estas palabras confirman -basándose en el misterio de la redención- el sacramento primordial y, a la vez, establecen un ethos adecuado, al que ya en nuestras reflexiones anteriores hemos llamado «ethos de la redención». El ethos evangélico y cristiano, en su esencia teológica, es el ethos de la redención. Ciertamente, podemos hallar para ese ethos una interpretación racional, una interpretación filosófica de carácter personalista; sin embargo, en su esencia teológica, es un ethos de la redención, más aún: un ethos de la redención del cuerpo. La redención se convierte, a la vez, en la base para comprender la dignidad particular del cuerpo humano, enraizada en la dignidad personal del hombre y de la mujer. La razón de esta dignidad está precisamente en la raíz de la indisolubilidad de la alianza conyugal.

4. Cristo hace referencia al carácter indisoluble del matrimonio como sacramento primordial y, al confirmar este sacramento sobre la base del misterio de la redención, saca de ello, al mismo tiempo, las conclusiones de naturaleza ética: «El que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera con aquélla, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 11 s.; cf. Mt 19, 9). Se puede afirmar que de este modo la redención se le da al hombre como gracia de la nueva alianza con Dios en Cristo, y a la vez se le asigna como ethos: como forma de la moral correspondiente a la acción de Dios en el misterio de la redención. Si el matrimonio como sacramento es un signo eficaz de la acción salvífica de Dios «desde el principio», a la vez -a la luz de las palabras de Cristo que estamos meditando-, este sacramento constituye también una exhortación dirigida al hombre, varón y mujer, a fin de que participen concienzudamente en la redención del cuerpo.

5. La dimensión ética de la redención del cuerpo se delinea de modo especialmente profundo, cuando meditamos sobre las palabras que pronunció Cristo en el sermón de la montaña con relación al mandamiento «No adulterarás». «Habéis oído que fue dicho No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28). Hemos dedicado un amplio comentario a esta frase lapidaria de Cristo, con la convicción de que tiene un significado fundamental para toda la teología del cuerpo, sobre todo en la dimensión del hombre «histórico». Y, aunque estas palabras no se refieren directa e inmediatamente al matrimonio como sacramento, sin embargo, es imposible separarlas de todo el sustrato sacramental, en que, por lo que se refiere al pacto conyugal, está colocada la existencia del hombre como varón y mujer: tanto en el contenido originario del misterio de la creación, como también, luego, en el contexto del misterio de la redención. Este sustrato sacramental se refiere siempre a las personas concretas, penetra en lo que es el hombre y la mujer (o mejor, en quién es el hombre y la mujer) en la propia dignidad heredada a pesar del pecado y «asignada» de nuevo continuamente como tarea al hombre mediante la realidad de la redención.

6. Cristo, que en el sermón de la montaña da la propia interpretación del mandamiento «No adulterarás» -interpretación constituitiva del nuevo ethos- con las mismas lapidarias palabras asigna como tarea a cada hombre la dignidad de cada mujer; y simultáneamente (aunque del texto sólo se deduce esto de modo indirecto) asigna también a cada mujer la dignidad de cada hombre (1). Finalmente, asigna a cada uno -tanto al hombre como a la mujer- la propia dignidad: en cierto sentido, el «sacrum», de la persona y esto en consideración de su feminidad o masculinidad, en consideración del «cuerpo». No resulta difícil poner de relieve que las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña se refieren al ethos. Al mismo tiempo, no resulta difícil afirmar, después de una reflexión profunda, que estas palabras brotan de la profundidad misma de la redención del cuerpo. Aun cuando no se refieran directamente al matrimonio como sacramento, no es difícil constatar que alcanzan su propio pleno significado en relación con el sacramento: tanto el primordial, que está vinculado al misterio de la creación, como el otro en el que el hombre «histórico», después del pecado y a causa de su estado pecaminoso hereditario, debe volver a encontrar la dignidad y la santidad de la unión conyugal «en el cuerpo», basándose en el misterio de la redención.

7. En el sermón de la montaña -como también en la conversación con los fariseos acerca de la indisolubilidad del matrimonio- Cristo habla desde lo profundo de ese misterio divino. Y, a la vez, se adentra en la profundidad misma del misterio humano. Por esto apela al «corazón», a ese «lugar íntimo», donde combaten en el hombre el bien y el mal, el pecado y la justicia, la concupiscencia y la santidad. Hablando de la concupiscencia (de la mirada concupiscente: cf. Mt 5, 28), Cristo hace conscientes a sus oyentes de que cada uno lleva en si, juntamente con el misterio del pecado, la dimensión interior «del hombre de la concupiscencia» (que es triple: «concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida», 1 Jn 2, 16). Precisamente a este hombre de la concupiscencia se le da en el matrimonio el sacramento de la redención como gracia y signo de la alianza con Dios, y se le asigna como ethos. Y simultáneamente, en relación con el matrimonio como sacramento, le es asignado como ethos a cada hombre, varón y mujer; se le asigna a su «corazón», a su conciencia, a sus miradas y a su comportamiento. El matrimonio -según las palabras de Cristo (cf. Mt 19, 4)- es sacramento desde «el principio» mismo y, a la vez, basándose en el estado pecaminoso «histórico» del hombre, es sacramento que surge del misterio de la «redención del cuerpo».

Notas

(1) El texto de San Marcos, que habla de la indisolubilidad del matrimonio, afirma claramente que también la mujer se convierte en sujeto de adulterio, cuando repudia al marido y se casa con otro (cf. Mc 10, 12).