viernes, 30 de mayo de 2025
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 31 de Mayo - "Donde llega María, Jesús está presente"
miércoles, 7 de mayo de 2025
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Mayo - “Su madre conservaba estas cosas en su corazón”
sábado, 29 de marzo de 2025
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 30 de Marzo - «Un hombre tenía dos hijos»
miércoles, 25 de diciembre de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 26 de Diciembre - "De belén a la cruz"
viernes, 27 de septiembre de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 28 de Septiembre - «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres»
viernes, 6 de septiembre de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Septiembre - "Hacer que Cristo sea el Señor de nuestro sabbat"
sábado, 24 de agosto de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Agosto - «Tú tienes palabras de vida eterna»
lunes, 8 de abril de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 09 de Abril - «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu»
A Nicodemo que, buscando la verdad, va de noche con sus preguntas, Jesús le dice: «El Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Pero la voluntad del Espíritu no es arbitraria. Es la voluntad de la verdad y del bien. Por eso no sopla por cualquier parte, girando una vez por acá y otra vez por allá; su soplo no nos dispersa, sino que nos reúne, porque la verdad une y el amor une.
El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu que une al Padre y al Hijo en el Amor que en el único Dios da y acoge. Él nos une de tal manera, que san Pablo pudo decir en cierta ocasión: «Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). El Espíritu Santo, con su soplo, nos impulsa hacia Cristo. El Espíritu Santo actúa corporalmente, no sólo obra subjetivamente, «espiritualmente». A los discípulos que lo consideraban sólo un «espíritu», Cristo resucitado les dijo: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu —un fantasma— no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24, 39). Esto vale para Cristo resucitado en cualquier época de la historia.
Cristo resucitado no es un fantasma; no es sólo un espíritu, no es sólo un pensamiento, no es sólo una idea. Sigue siendo el Encarnado. Resucitó el que asumió nuestra carne, y sigue siempre edificando su Cuerpo, haciendo de nosotros su Cuerpo. El Espíritu sopla donde quiere, y su voluntad es la unidad hecha cuerpo, la unidad que encuentra el mundo y lo transforma.
El Espíritu Santo quiere la unidad, quiere la totalidad. Por eso, su presencia se demuestra finalmente también en el impulso misionero. Quien ha encontrado algo verdadero, hermoso y bueno en su vida —el único auténtico tesoro, la perla preciosa— corre a compartirlo por doquier, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia. Lo hace sin temor alguno, porque sabe que ha recibido la filiación adoptiva; sin ninguna presunción, porque todo es don; sin desalentarse, porque el Espíritu de Dios precede a su acción en el «corazón» de los hombres y como semilla en las culturas y religiones más diversas. Lo hace sin confines, porque es portador de una buena nueva destinada a todos los hombres, a todos los pueblos.
lunes, 1 de abril de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 02 de Abril - «No me retengas, que todavía no he subido al Padre»
Después de las palabras de los dos ángeles vestidos de blanco, María se dio media vuelta y vio a Jesús, pero no lo reconoció. Entonces Él la llama por su nombre: «¡María!». Ella tiene que volverse otra vez, y ahora reconoce con alegría al Resucitado, al que llama «Rabbuní», su Maestro. Quiere tocarlo, retenerlo, pero el Señor le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre» (Jn 20,17). Esto nos sorprende. Es como decir: Precisamente ahora que lo tiene delante, ella puede tocarlo, tenerlo consigo. Cuando habrá subido al Padre, eso ya no será posible. Pero el Señor dice lo contrario: Ahora no lo puede tocar, retenerlo. La relación anterior con el Jesús terrenal ya no es posible.
Se trata aquí de la misma experiencia a la que se refiere Pablo en 2 Corintios 5,16s: «Si conocimos a Cristo según los criterios humanos, ya no lo conocemos así. Si uno está en Cristo, es una criatura nueva». El viejo modo humano de estar juntos y de encontrarse queda superado. Ahora ya sólo se puede tocar a Jesús «junto al Padre». Únicamente se le puede tocar subiendo. Él nos resulta accesible y cercano de manera nueva: a partir del Padre, en comunión con el Padre.
Esta nueva capacidad de acceder presupone también una novedad por nuestra parte: por el bautismo, nuestra vida está ya escondida con Cristo en Dios; en nuestra verdadera existencia ya estamos «allá arriba», junto a Él, a la derecha del Padre (cf. Col 3,1ss). Si nos adentramos en la esencia de nuestra existencia cristiana, entonces tocamos al Resucitado: allí somos plenamente nosotros mismos. El tocar a Cristo y el subir están intrínsecamente enlazados. Y recordemos que, según Juan, el lugar de la «elevación» de Cristo es su cruz, y que nuestra «ascensión» —que siempre es necesaria cada vez—, nuestro subir para tocarlo, ha de ser un caminar junto con el Crucificado. El Cristo junto al Padre no está lejos de nosotros; si acaso, somos nosotros los que estamos lejos de Él; pero la senda entre Él y nosotros está abierta. De lo que se trata aquí no es de un recorrido de carácter cósmico-geográfico, sino de la «navegación espacial» del corazón, que lleva de la dimensión de un encerramiento en sí mismo hasta la dimensión nueva del amor divino que abraza el universo.
miércoles, 6 de marzo de 2024
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Marzo - « El reino de Dios ha llegado para vosotros »
Los tiempos modernos han hecho aumentar la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que, gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política científicamente fundada, parecía haber llegado a ser realizable. Así la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido remplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero «Reino de Dios». He aquí, en fin de cuentas, lo que parecía ser la esperanza, grande y realista, de la que el hombre tenía necesidad; estaba en condiciones de movilizar -- por un cierto tiempo –- todas las energías del hombre... Pero con el curso del tiempo ha llegado a ser claro que esta esperanza se alejaba siempre más. Se han dado cuenta que era quizás una esperanza para los hombres de pasado mañana, pero no una esperanza para mí. Y aunque el «esperar para todos» fuera parte de la gran esperanza humana -- en efecto, no puedo llegar a ser feliz contra los otros y sin ellos –- permanece cierto que una esperanza que no me concierne personalmente no es verdadera esperanza. Ha resultado evidente que se trataba de una esperanza contra la libertad...
Tenemos necesidad de esperanzas –- de las más pequeñas o de las mayores -– que, día a día, nos mantienen en camino. Pero sin la gran esperanza, que debe sobrepasar el resto, no bastan. Esta gran esperanza no puede ser más que Dios sólo, que abrazo el universo y que puede proponernos y darnos lo que, solos, no podemos alcanzar. Precisamente, el hecho de ser gratificado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza–- no cualquier dios, sino el Dios que posee un rostro humano y que nos ha amado hasta el final (Jn 13,1) — a cada uno individualmente y a la humanidad entera. Su reino no es un más allá imaginario, colocado en un futuro que no se realiza nunca; su reino está presente allí donde es amado y donde su amor nos alcanza.
sábado, 23 de diciembre de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 24 DE DICIEMBRE - "María, la mujer de fe, esperanza y amor"
Los santos son verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor. Entre los santos destaca por su excelencia, María, la Madre del Señor y espejo de toda santidad. En el evangelio de Lucas, la encontramos comprometida con un servicio de caridad hacia su prima Isabel, junto a la cual se queda «alrededor de tres meses» (1,56), para asistirla en la fase final de su embarazo. «Proclama mi alma la grandeza del Señor», dice ella en esta ocasión: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (1,46).
Con ello expresa todo el programa de su vida: no se pone en el centro, sino que deja que Dios, a quien ha encontrado tanto en la oración como en el servicio al prójimo, ocupe este lugar –tan sólo entonces el mundo es bueno. María es grande precisamente porque ella misma no quiere hacerse grande, sino que quiere engrandecer a Dios (Lc 1, 38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no llevando la obra a su cumplimiento sino tan sólo poniéndose a la disposición de las iniciativas de Dios. María es una mujer de esperanza: únicamente porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel; el ángel puede venir donde ella está y llamarla al servicio del cumplimiento decisivo de estas promesas. Es una mujer de fe: «Dichosa tú que has creído», le dice Isabel.
domingo, 2 de julio de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 03 de Julio - «Mi Señor y mi Dios»
Es bien conocida y proverbial la escena de Tomás, el incrédulo, ocurrida ocho días después de Pascua. En un principio, no había creído que Jesús se hubiera aparecido en su ausencia y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creo». Lo que, en el fondo, significan estas palabras es que Jesús, desde ahora, es reconocible no sólo por su rostro, sino por sus llagas. Tomás piensa que los signos por los cuales es reconocida la identidad de Jesús son, desde ahora y por encima de todo, las llagas a través de la cuales se nos revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca. Como lo sabemos bien, ocho días más tarde, Jesús aparece de nuevo en medio de sus discípulos, y esta vez Tomás está presente. Y Jesús les interpela: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente». Tomás reacciona con la confesión de fe más bella de todo el Nuevo Testamento: «¡Señor mío y Dios mío!». San Agustín comenta respecto a esta escena: Tomás «Veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien no veía ni tocaba. Pero lo que vio y tocó le condujo a creer en lo que había dudado hasta entonces» (Sobre S. Juan 12,5). El evangelista prosigue con una última palabra de Jesús a Tomás: «¿Por qué me has visto. Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto»...
El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros, al menos, por tres razones: la primera, porque nos reconforta en nuestras inseguridades; la segunda, porque nos muestra que toda duda puede desembocar en una salida luminosa, más allá de toda incertidumbre; y por fin, porque las palabras que Jesús le dirige nos recuerdan el verdadero sentido de la fe que ha madurado y nos alienta a seguir, a pesar de las dificultades, en nuestro camino de adhesión a su persona.
martes, 28 de febrero de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 01 de Marzo - «Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive»
Los ninivitas creyeron el mensaje de este judío, e hicieron penitencia. Para mí, la conversión de los Ninivitas constituye un hecho sorprendente. ¿Cómo podían creer? No encuentro otra respuesta que esta: al escuchar la predicación de Jonás, debieron de reconocer que, por lo menos, la parte verificable de su mensaje era, sencillamente, verdad: era grave la malicia de esta ciudad. Así es como comprendieron que la otra parte del mensaje era verdad también: la malicia destruye una ciudad. Pudieron comprender, pues, que la conversión era la única posibilidad de salvar la ciudad…
El desinterés personal del mensajero constituyó el segundo elemento de credibilidad de Jonás: había venido de lejos para prestar un servicio que le exponía a la burla y del cual él mismo no podía esperar ninguna ventaja personal. La tradición rabínica añade además otro elemento: Jonás quedó profundamente marcado por los tres días y tres noches que pasó en el corazón de la tierra, «en lo más profundo de los infiernos» (Jn 2,3). Las huellas de su experiencia de muerte permanecían visibles y daban autenticidad a sus palabras.
Llegados aquí es imposible no preguntarnos : Si viniera un nuevo Jonás, ¿creeríamos? Nuestras ciudades. ¿creerían? Todavía hoy, para las grandes ciudades, para las Nínives modernas, Dios busca mensajeros de la penitencia. ¿Tendremos la valentía, la fe profunda, la credibilidad necesaria para llegar a los corazones y abrir las puertas a la conversión?
sábado, 11 de febrero de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 12 de Febrero - «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»
«No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»
En la Liturgia de este domingo prosigue la lectura del llamado «Sermón de la montaña» de Jesús, que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo. Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige?
Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás»; y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: «todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado»» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países.
Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, él mismo es este camino: lo único que debemos hacer es seguirle, para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su reino, en la vida eterna. Una sola criatura ha llegado ya a la cima de la montaña: la Virgen María. Gracias a la unión con Jesús, su justicia fue perfecta: por esto la invocamos como Speculum iustitiae. Encomendémonos a ella, para que guíe también nuestros pasos en la fidelidad a la Ley de Cristo.
jueves, 9 de febrero de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 10 de Febrero - « ¿Escucharéis hoy su palabra? »

Es importante leer la sagrada Escritura, por una parte, de manera muy personal y real, como dice san Pablo (1Tes 2,13), no como la palabra de un hombre o un documento pasado tal como leemos a Homero, o a Virgilio, sino como una palabra de Dios que siempre es actual y que me habla a mí. Aprender a escuchar un texto, históricamente del pasado, pero palabra viva de Dios, es decir, entrar en oración con ella, y hacer así de la lectura de la sagrada Escritura un diálogo con Dios. San Agustín, en sus homilías, dice a menudo: «He llamado repetidamente a la puerta de esta palabra hasta que he podido entender qué es lo que Dios me dice». Hay, por una parte, esta lectura muy personal, ese diálogo personal con Dios en el que busco qué es lo que el Señor me quiere decir. Pero además de esta lectura personal, es muy importante hacer una lectura comunitaria, porque el sujeto vivo de la Escritura es el Pueblo de Dios, es la Iglesia.
martes, 7 de febrero de 2023
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Febrero - ¿De dónde viene la injusticia?

El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21).
Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7).
Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?
[…] para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?
[…] [Cristo es la justicia de Dios, puesto que] todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (cf. Rm 3,21-25).
¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás.
martes, 31 de agosto de 2021
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 1 de Septiembre - «Ella se levantó y se puso a servirlos» (Lc 4,38-44).
martes, 3 de agosto de 2021
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 4 de Agosto - "Jesús cura la hija de una mujer cananea" (Mt 15, 21-28)
Benedicto XVI, papa
Ángelus (14-08-2011) - extracto
Castelgandolfo, Domingo 14 de agosto de 2011
"Jesús cura la hija de una mujer cananea"
Queridos hermanos y hermanas, alimentemos por tanto cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los sacramentos, con la oración personal como «grito» dirigido a él y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, a la que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en alma y cuerpo, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida la alegría de haber encontrado al Señor.
martes, 1 de junio de 2021
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 02 de Junio - «No es Dios de muertos, sino de vivos»

El cristianismo no promete tan sólo la salvación del alma, en un más allá cualquiera donde todos los valores y las cosas preciosas de este mundo desaparecerán como si se tratara de una escena que se hubiera construido en otro tiempo y que desaparece desde aquel momento. El cristianismo promete la eternidad de todo lo que se ha realizado en la tierra.
Dios conoce y ama a este hombre total que somos actualmente. Es, pues, inmortal lo que crece y se desarrolla en nuestra vida ya desde ahora. Es en nuestro cuerpo que sufrimos y que amamos, que esperamos, que experimentamos el gozo y la tristeza, que progresamos a lo largo del tiempo. Todo lo que se desarrolla así en nuestra vida de ahora, es lo que es imperecedero. Es pues, imperecedero lo que hemos llegado a ser en nuestro cuerpo, lo que ha crecido y madurado en el corazón de nuestra vida, unido a las cosas de este mundo. Es «el hombre total» tal cual está situado en este mundo, tal cual ha vivido y sufrido, el que un día será llevado a la eternidad de Dios y tendrá parte en Dios mismo, por la eternidad. Es esto lo que debe llenarnos de un gozo profundo.
jueves, 13 de mayo de 2021
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 14 de Mayo - "Sean testigos"
“Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús”, decía Pedro. Hermanos y hermanas míos, hace falta que seáis testigos de la resurrección de Jesús. En efecto, si vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿quién lo hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo. Ésta es la misión apremiante de toda comunidad eclesial: recibir de Dios a Cristo resucitado y ofrecerlo al mundo, para que todas las situaciones de desfallecimiento y muerte se transformen, por el Espíritu, en ocasiones de crecimiento y vida.
Sin imponer nada, proponiendo siempre, como Pedro nos recomienda en una de sus cartas: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 P 3:15). Y todos, al final, nos la piden, incluso los que parece que no lo hacen. Por experiencia personal y común, sabemos bien que es a Jesús a quien todos esperan. De hecho, los anhelos más profundos del mundo y las grandes certezas del Evangelio se unen en la inexcusable misión que nos compete, puesto que “sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: ‘Sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15:5). Y nos anima: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo’ (Mt 28:20)” (Enc. Caritas in veritate, 78).
Sí, estamos llamados a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15:16). ¡Cuánto tiempo perdido, cuánto trabajo postergado, por inadvertencia en este punto! En cuanto al origen y la eficacia de la misión, todo se define a partir de Cristo: la misión la recibimos siempre de Cristo, que nos ha dado a conocer lo que ha oído a su Padre, y el Espíritu Santo nos capacita en la Iglesia para ella. Como la misma Iglesia, que es obra de Cristo y de su Espíritu, se trata de renovar la faz de la tierra partiendo de Dios, siempre y sólo de Dios.