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viernes, 30 de mayo de 2025

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 31 de Mayo - "Donde llega María, Jesús está presente"


        Benedicto XVI papa 2005-2013 Discurso del 31 de mayo 2006, gruta de Lourdes, Vaticano 


"Donde llega María, Jesús está presente"
      
    Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas del Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actitud de amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret, aún sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado —que será la madre del Mesías prometido—, se entera de que también su anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora, se pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1, 39), para llegar "con prontitud" a la casa de su prima y ponerse a su disposición en un momento de particular necesidad.

    ¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y la ya anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo lleva en su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don a Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creciendo en el seno de ella. "Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo —le dice la madre de Juan Bautista—, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). Donde llega María, está presente Jesús. Quien abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se llena de su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca o menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, único mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse a la Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numerosos santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues, consagrémonos a ella con filial abandono.

miércoles, 7 de mayo de 2025

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Mayo - “Su madre conservaba estas cosas en su corazón”


     Benedicto XVI papa 2005-2013 Discurso del 30/05/2009 


“Su madre conservaba estas cosas en su corazón”
    
    En el Nuevo Testamento vemos que la fe de María, por decirlo así, "atrajo" el don del Espíritu Santo. Ante todo en la concepción del Hijo de Dios, misterio que el mismo arcángel Gabriel explicó así: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35)… El corazón de María, en perfecta sintonía con su Hijo divino, es templo del Espíritu de verdad (Jn 14,17), donde cada palabra y cada acontecimiento son conservados en la fe, en la esperanza y en la caridad.

    Así podemos tener la certeza de que el corazón santísimo de Jesús en todo el arco de su vida oculta en Nazaret encontró en el corazón inmaculado de su Madre un "hogar" siempre encendido de oración y de atención constante a la voz del Espíritu. Un testimonio de esta singular sintonía entre la Madre y el Hijo, buscando la voluntad de Dios, es lo que aconteció en las bodas de Caná (Jn 2,1s). En una situación llena de símbolos de la alianza, como es el banquete nupcial, la Virgen Madre intercede y provoca, por decirlo así, un signo de gracia sobreabundante: el "vino bueno" que hace referencia al misterio de la Sangre de Cristo. Esto nos remite directamente al Calvario, donde María está al pie de la cruz junto con las demás mujeres y con el apóstol san Juan. La Madre y el discípulo recogen espiritualmente el testamento de Jesús: sus últimas palabras y su último aliento, en el que comienza a derramar el Espíritu; y recogen el grito silencioso de su Sangre, derramada totalmente por nosotros (cf. Jn 19,25-34). María sabía de dónde venía esa sangre (cf Jn 2,9), pues se había formado en ella por obra del Espíritu Santo, y sabía que ese mismo "poder" creador resucitaría a Jesús, como él mismo había prometido.

    Así, la fe de María sostuvo la de los discípulos hasta el encuentro con el Señor resucitado, y siguió acompañándolos incluso después de su Ascensión al cielo, a la espera del "bautismo en el Espíritu Santo" (cf. Hch 1,5)… Precisamente por eso María es para todas las generaciones imagen y modelo de la Iglesia, que juntamente con el Espíritu camina en el tiempo invocando la vuelta gloriosa de Cristo: "¡Ven, Señor Jesús!" (cf. Ap 22, 17.20). 

sábado, 29 de marzo de 2025

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 30 de Marzo - «Un hombre tenía dos hijos»


Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Retiro: La envidia de los devotos Predicado en el Vaticano, 1983. 


«Un hombre tenía dos hijos» 

    Al meditar esta parábola, no se debe olvidar la figura del hijo mayor. En cierto sentido no es menos importante que la figura del menor, hasta el punto que se podría, y en cierta manera con razón, llamarla la parábola de los dos hermanos. Con las figuras de los dos hermanos el texto se sitúa en el mismo corazón de una larga historia bíblica, comenzada con la historia de Caín y Abel, de nuevo con los hermanos Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, e interpretada en diferentes parábolas de Jesús. En la predicación de Jesús, las figuras de los dos hermanos reflejan, sobre todo, el problema Israel-paganos... Al descubrir que los paganos son llamados sin someterlos a las obligaciones de la Ley, Israel expresa su disgusto: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya». Con las palabras: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo» la misericordia de Dios invita a Israel a entrar.

    Pero el significado de este hermano mayor es aún más amplio. En un cierto sentido, representa al hombre devoto, es decir, a todos los que se han quedado con el Padre sin desobedecer nunca sus mandamientos. En el momento en que el pecador regresa, se despierta la envidia, este veneno escondido hasta entonces en el fondo de su alma. ¿Por qué esta envidia? Demuestra que muchos de los «devotos» tienen también ellos escondido en su corazón el deseo de un país lejano y sus alicientes. La envida revela que estas personas no han comprendido realmente la belleza de la patria, la felicidad del «todo lo mío es tuyo», la libertad de ser hijos y propietarios. Y así aparece que también ellos desean secretamente la felicidad del país lejano... Y, al fin, no entran a la fiesta; al final se quedan fuera...

miércoles, 25 de diciembre de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 26 de Diciembre - "De belén a la cruz"


      Benedicto XVI papa 2005-2013 Ángelus del 26 de diciembre de 2006


"De belén a la cruz"
    
    Al día siguiente de la solemnidad de Navidad, celebramos hoy la fiesta de san Esteban, diácono y primer mártir. A primera vista, unir el recuerdo del "protomártir" y el nacimiento del Redentor puede sorprender por el contraste entre la paz y la alegría de Belén y el drama de san Esteban... En realidad, esta aparente contraposición se supera si analizamos más a fondo el misterio de la Navidad. El Niño Jesús, que yace en la cueva, es el Hijo unigénito de Dios que se hizo hombre. Él salvará a la humanidad muriendo en la cruz. Ahora lo vemos en pañales en el pesebre; después de su crucifixión, será nuevamente envuelto con vendas y colocado en un sepulcro. No es casualidad que la iconografía navideña represente a veces al Niño divino recién nacido recostado en un pequeño sarcófago, para indicar que el Redentor nace para morir, nace para dar su vida como rescate por todos (cf. Mc 10,45).

    San Esteban fue el primero en seguir los pasos de Cristo con el martirio; murió, como el divino Maestro, perdonando y orando por sus verdugos (cf. Hch 7, 60). En los primeros cuatro siglos del cristianismo todos los santos venerados por la Iglesia eran mártires. Se trata de una multitud innumerable, que la liturgia llama "el blanco ejército de los mártires"... Su muerte no era motivo de miedo y tristeza, sino de entusiasmo espiritual, que suscitaba siempre nuevos cristianos. Para los creyentes, el día de la muerte, y más aún el día del martirio, no es el fin de todo, sino más bien el "paso" a la vida inmortal, es el día del nacimiento definitivo, en latín, el dies natalis. Así se comprende el vínculo que existe entre el dies natalis de Cristo y el dies natalis de san Esteban. Si Jesús no hubiera nacido en la tierra, los hombres no habrían podido nacer para el cielo. Precisamente porque Cristo nació, nosotros podemos "renacer".

viernes, 27 de septiembre de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 28 de Septiembre - «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres»


     Cardenal José Ratzinger [Benedicto XVI papa 2005-2013] Sermones de Cuaresma 1981, nº 3


«Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres»
     
    Los soldados romanos, después de flagelar a Jesús, coronarlo de espinas y revestirlo de un manto de burla, lo condujeron a Pilato. Este militar de corazón duro, aparentemente se sobrecogió al ver a este hombre desecho, roto. Lo presentó a la multitud, invitándola a la compasión, declarando: «Idou ho anthropos; Ecce homo» que nosotros traducimos habitualmente por: «¡Ahí tenéis al hombre!» (Jn 19,5). Pero, en griego, quiere decir más exactamente: «¡Ved, este es el hombre!» En boca de Pilato, estas palabras eran las de un cínico que quiere decir: «Nos gloriamos de ser hombres, pero ahora, miradle, este gusano de tierra, es el hombre! ¡Cuán menospreciable y pequeño es!». En estas cínicas palabras, el evangelista Juan, ha reconocido, sin embargo, unas palabras proféticas que ha transmitido a la cristiandad. 

    Sí, Pilato tiene razón al decir: «¡Ved, este es el hombre!». En él, en Jesucristo, podemos leer qué es el hombre, el proyecto de Dios, y cuál es el trato que le reservamos. Viendo a Jesús destrozado podemos ver cuán cruel, pequeño y mezquino puede llegar a ser el hombre. En él podemos leer la historia del odio del hombre y la historia del pecado. Pero en él, en su amor que sufre por nuestra culpa, podemos ver todavía mejor la respuesta de Dios: Sí, éste es el hombre que Dios ha amado hasta el polvo, que Dios ha amado hasta el punto de seguirle hasta el último sufrimiento de la muerte. Hasta en la máxima bajeza, sigue siendo el llamado de Dios, el hermano de Jesucristo, llamado a tomar parte en el amor eterno de Dios.

    La pregunta «¿Qué es el hombre?» encuentra su respuesta en la imitación de Jesucristo. Poniendo nuestros pasos en los suyos, podemos aprender día tras día qué es el hombre en la paciencia del amor y del sufrimiento junto a Jesucristo, y así llegar a ser hombres. Así es que queremos levantar los ojos hacia aquel que Pilato y la Iglesia nos presentan. El hombre, es Él. Pidámosle que nos enseñe a llegar a ser verdaderamente unos hombres, a ser hombre.

viernes, 6 de septiembre de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Septiembre - "Hacer que Cristo sea el Señor de nuestro sabbat"


Benedicto XVI papa 2005-2013 Homilía, en la celebración eucarística, de la 20 Jornada Mundial de la Juventud, 21/08/05


"Hacer que Cristo sea el Señor de nuestro sabbat"
   
     La Eucaristía forma parte del domingo. En la mañana de Pascua, primero a las mujeres, después a los discípulos, el Señor les hizo la gracia de verle. Desde entonces han sabido que el primer día de la semana, el domingo, sería un día dedicado a Él, el día de Cristo. El día en que comenzó la creación sería el día de su renovación. Creación y redención van juntas.

    Eso es lo que hace que el domingo sea tan importante. Es bueno que, en nuestros días, y en muchas de nuestras culturas, el domingo sea un día libre, o bien que, con el sábado, lleguen a constituir eso que llamamos ahora el «fin de semana» libre. De todas manera, ese tiempo libre, permanece vacío si Dios no está presente.

    ¡Queridos amigos! Alguna vez, al principio, puede ser que nos sea incómodo el deber de dejar un lugar para la Misa en el programa del domingo. Pero si tomáis este compromiso, podréis constatar también que es precisamente ella es la que da el justo centro al  tiempo libre. De ninguna manera os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía del domingo, y ayudad también a los demás a descubrirla. Puesto que de ella se desprende el gozo del cual tenemos necesidad, seguramente hemos de aprender a comprender siempre y cada vez más, su profundidad, hemos de aprender a amarla. ¡Comprometámonos en este sentido, vale la pena! Descubramos la profunda riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no es que hagamos una fiesta para nosotros, sino todo lo contrario, es el mismo Dios viviente quien prepara una fiesta para nosotros.

sábado, 24 de agosto de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Agosto - «Tú tienes palabras de vida eterna»


Benedicto XVI papa 2005-2013 Homilía en la Celebración eucarística en la 20 Jornada Mundial de la Juventud, 21/08/05


«Tú tienes palabras de vida eterna»
   
     En la última Cena, la novedad más importante reside en la nueva profundidad que se da a la antigua plegaria de bendición de Israel, que se vuelve en la palabra de transformación y nos da a nosotros la posibilidad de participar de la hora de Cristo (Jn 13,1). Jesús no nos ha dado la misión de repetir la Cena pascual, la cual, además, en tanto que aniversario, no se puede repetir a discreción. Nos ha dado la misión de entrar en su «hora».

    Entramos en ella gracias a la palabra que viene del poder sagrado de la consagración: una transformación que se realiza por la palabra de alabanza, que nos pone en continuidad con Israel y con toda la historia de la salvación, y que, al mismo tiempo, nos da la novedad hacia la cual esta plegaria tiende por su más profunda naturaleza. Esta plegaria, llamada por la Iglesia «plegaria eucarística», constituye la Eucaristía. Esta palabra es palabra de poder, que transforma los dones de la tierra de manera totalmente nueva en don de sí mismo de Dios y que nos compromete  en este proceso de transformación. Es por eso que a este acontecimiento le llamamos Eucaristía, traducción de la palabra hebrea «beraka»: acción de gracias, alabanza, bendición, y así transformación desde el Señor, presencia de su «hora».

    La hora de Jesús es la hora en la cual el amor es vencedor. En otras palabras, es Dios quien ha vencido, porque él es el Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y llegará a serlo si nosotros mismos, a través de la celebración  de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar en este proceso de transformación que el Señor prevé. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida.

lunes, 8 de abril de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 09 de Abril - «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu»


       Benedicto XVI Homilía (03-06-2006): El Espíritu une, no dispersa§ 23-24. 29


«El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» 

    A Nicodemo que, buscando la verdad, va de noche con sus preguntas, Jesús le dice: «El Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Pero la voluntad del Espíritu no es arbitraria. Es la voluntad de la verdad y del bien. Por eso no sopla por cualquier parte, girando una vez por acá y otra vez por allá; su soplo no nos dispersa, sino que nos reúne, porque la verdad une y el amor une.

    El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu que une al Padre y al Hijo en el Amor que en el único Dios da y acoge. Él nos une de tal manera, que san Pablo pudo decir en cierta ocasión: «Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28). El Espíritu Santo, con su soplo, nos impulsa hacia Cristo. El Espíritu Santo actúa corporalmente, no sólo obra subjetivamente, «espiritualmente». A los discípulos que lo consideraban sólo un «espíritu», Cristo resucitado les dijo: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu —un fantasma— no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24, 39). Esto vale para Cristo resucitado en cualquier época de la historia.

    Cristo resucitado no es un fantasma; no es sólo un espíritu, no es sólo un pensamiento, no es sólo una idea. Sigue siendo el Encarnado. Resucitó el que asumió nuestra carne, y sigue siempre edificando su Cuerpo, haciendo de nosotros su Cuerpo. El Espíritu sopla donde quiere, y su voluntad es la unidad hecha cuerpo, la unidad que encuentra el mundo y lo transforma.

    El Espíritu Santo quiere la unidad, quiere la totalidad. Por eso, su presencia se demuestra finalmente también en el impulso misionero. Quien ha encontrado algo verdadero, hermoso y bueno en su vida —el único auténtico tesoro, la perla preciosa— corre a compartirlo por doquier, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia. Lo hace sin temor alguno, porque sabe que ha recibido la filiación adoptiva; sin ninguna presunción, porque todo es don; sin desalentarse, porque el Espíritu de Dios precede a su acción en el «corazón» de los hombres y como semilla en las culturas y religiones más diversas. Lo hace sin confines, porque es portador de una buena nueva destinada a todos los hombres, a todos los pueblos.

lunes, 1 de abril de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 02 de Abril - «No me retengas, que todavía no he subido al Padre»


Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Jesús de Nazaret II: Tocar a Cristo y subir al Padre Capítulo 9, 4


«No me retengas, que todavía no he subido al Padre» 

    Después de las palabras de los dos ángeles vestidos de blanco, María se dio media vuelta y vio a Jesús, pero no lo reconoció. Entonces Él la llama por su nombre: «¡María!». Ella tiene que volverse otra vez, y ahora reconoce con alegría al Resucitado, al que llama «Rabbuní», su Maestro. Quiere tocarlo, retenerlo, pero el Señor le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre» (Jn 20,17). Esto nos sorprende. Es como decir: Precisamente ahora que lo tiene delante, ella puede tocarlo, tenerlo consigo. Cuando habrá subido al Padre, eso ya no será posible. Pero el Señor dice lo contrario: Ahora no lo puede tocar, retenerlo. La relación anterior con el Jesús terrenal ya no es posible.

    Se trata aquí de la misma experiencia a la que se refiere Pablo en 2 Corintios 5,16s: «Si conocimos a Cristo según los criterios humanos, ya no lo conocemos así. Si uno está en Cristo, es una criatura nueva». El viejo modo humano de estar juntos y de encontrarse queda superado. Ahora ya sólo se puede tocar a Jesús «junto al Padre». Únicamente se le puede tocar subiendo. Él nos resulta accesible y cercano de manera nueva: a partir del Padre, en comunión con el Padre.

    Esta nueva capacidad de acceder presupone también una novedad por nuestra parte: por el bautismo, nuestra vida está ya escondida con Cristo en Dios; en nuestra verdadera existencia ya estamos «allá arriba», junto a Él, a la derecha del Padre (cf. Col 3,1ss). Si nos adentramos en la esencia de nuestra existencia cristiana, entonces tocamos al Resucitado: allí somos plenamente nosotros mismos. El tocar a Cristo y el subir están intrínsecamente enlazados. Y recordemos que, según Juan, el lugar de la «elevación» de Cristo es su cruz, y que nuestra «ascensión» —que siempre es necesaria cada vez—, nuestro subir para tocarlo, ha de ser un caminar junto con el Crucificado. El Cristo junto al Padre no está lejos de nosotros; si acaso, somos nosotros los que estamos lejos de Él; pero la senda entre Él y nosotros está abierta. De lo que se trata aquí no es de un recorrido de carácter cósmico-geográfico, sino de la «navegación espacial» del corazón, que lleva de la dimensión de un encerramiento en sí mismo hasta la dimensión nueva del amor divino que abraza el universo.

miércoles, 6 de marzo de 2024

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 07 de Marzo - « El reino de Dios ha llegado para vosotros »


        Benedicto XVI papa 2005-2013 Encíclica « Spe Salvi » § 30-31


« El reino de Dios ha llegado para vosotros »

    Los tiempos modernos han hecho aumentar la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que, gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política científicamente fundada, parecía haber llegado a ser realizable. Así la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido remplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero «Reino de Dios». He aquí, en fin de cuentas, lo que parecía ser la esperanza, grande y realista, de la que el hombre tenía necesidad; estaba en condiciones de movilizar -- por un cierto tiempo –- todas las energías del hombre... Pero con el curso del tiempo ha llegado a ser claro que esta esperanza se alejaba siempre más. Se han dado cuenta que era quizás una esperanza para los hombres de pasado mañana, pero no una esperanza para mí. Y aunque el «esperar para todos» fuera parte de la gran esperanza humana -- en efecto, no puedo llegar a ser feliz contra los otros y sin ellos –- permanece cierto que una esperanza que no me concierne personalmente no es verdadera esperanza. Ha resultado evidente que se trataba de una esperanza contra la libertad...

    Tenemos necesidad de esperanzas –- de las más pequeñas o de las mayores -– que, día a día, nos mantienen en camino. Pero sin la gran esperanza, que debe sobrepasar el resto, no bastan. Esta gran esperanza no puede ser más que Dios sólo, que abrazo el universo y que puede proponernos y darnos lo que, solos, no podemos alcanzar. Precisamente, el hecho de ser gratificado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza–- no cualquier dios, sino el Dios que posee un rostro humano y que nos ha amado hasta el final (Jn 13,1) — a cada uno individualmente y a la humanidad entera. Su reino no es un más allá imaginario, colocado en un futuro que no se realiza nunca; su reino está presente allí donde es amado y donde su amor nos alcanza.

sábado, 23 de diciembre de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 24 DE DICIEMBRE - "María, la mujer de fe, esperanza y amor"


        Benedicto XVI papa 2005-2013 Encíclica «Deus caritas est», § 41


"María, la mujer de fe, esperanza y amor"

    Los santos son verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor. Entre los santos destaca por su excelencia, María, la Madre del Señor y espejo de toda santidad. En el evangelio de Lucas, la encontramos comprometida con un servicio de caridad hacia su prima Isabel, junto a la cual se queda «alrededor de tres meses» (1,56), para asistirla en la fase final de su embarazo. «Proclama mi alma la grandeza del Señor», dice ella en esta ocasión: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (1,46).

    Con ello expresa todo el programa de su vida: no se pone en el centro, sino que deja que Dios, a quien ha encontrado tanto en la oración como en el servicio al prójimo, ocupe este lugar –tan sólo entonces el mundo es bueno. María es grande precisamente porque ella misma no quiere hacerse grande, sino que quiere engrandecer a Dios (Lc 1, 38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no llevando la obra a su cumplimiento sino tan sólo poniéndose a la disposición de las iniciativas de Dios. María es una mujer de esperanza: únicamente porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel; el ángel puede venir donde ella está y llamarla al servicio del cumplimiento decisivo de estas promesas. Es una mujer de fe: «Dichosa tú que has creído», le dice Isabel.

domingo, 2 de julio de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 03 de Julio - «Mi Señor y mi Dios»


        Benedicto XVI papa 2005-2013 Audiencia general del 27.09.06


«Mi Señor y mi Dios»

    Es bien conocida y proverbial la escena de Tomás, el incrédulo, ocurrida ocho días después de Pascua. En un principio, no había creído que Jesús se hubiera aparecido en su ausencia y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, si no meto la mano en su costado, no lo creo». Lo que, en el fondo, significan estas palabras es que Jesús, desde ahora, es reconocible no sólo por su rostro, sino por sus llagas. Tomás piensa que los signos por los cuales es reconocida la identidad de Jesús son, desde ahora y por encima de todo, las llagas a través de la cuales se nos revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca. Como lo sabemos bien, ocho días más tarde, Jesús aparece de nuevo en medio de sus discípulos, y esta vez Tomás está presente. Y Jesús les interpela: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente». Tomás reacciona con la confesión de fe más bella de todo el Nuevo Testamento: «¡Señor mío y Dios mío!». San Agustín comenta respecto a esta escena: Tomás «Veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien no veía ni tocaba. Pero lo que vio y tocó le condujo a creer en lo que había dudado hasta entonces» (Sobre S. Juan 12,5). El evangelista prosigue con una última palabra de Jesús a Tomás: «¿Por qué me has visto. Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto»...

    El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros, al menos, por tres razones: la primera, porque nos reconforta en nuestras inseguridades; la segunda, porque nos muestra que toda duda puede desembocar en una salida luminosa, más allá de toda incertidumbre; y por fin, porque las palabras que Jesús le dirige nos recuerdan el verdadero sentido de la fe que ha madurado y nos alienta a seguir, a pesar de las dificultades, en nuestro camino de adhesión a su persona.

martes, 28 de febrero de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 01 de Marzo - «Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive»


Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Retiro: La malicia destruye una ciudad. Predicado en el Vaticano (1983).


«Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive» 

    Los ninivitas creyeron el mensaje de este judío, e hicieron penitencia. Para mí, la conversión de los Ninivitas constituye un hecho sorprendente. ¿Cómo podían creer? No encuentro otra respuesta que esta: al escuchar la predicación de Jonás, debieron de reconocer que, por lo menos, la parte verificable de su mensaje era, sencillamente, verdad: era grave la malicia de esta ciudad. Así es como comprendieron que la otra parte del mensaje era verdad también: la malicia destruye una ciudad. Pudieron comprender, pues, que la conversión era la única posibilidad de salvar la ciudad…

    El desinterés personal del mensajero constituyó el segundo elemento de credibilidad de Jonás: había venido de lejos para prestar un servicio que le exponía a la burla y del cual él mismo no podía esperar ninguna ventaja personal. La tradición rabínica añade además otro elemento: Jonás quedó profundamente marcado por los tres días y tres noches que pasó en el corazón de la tierra, «en lo más profundo de los infiernos» (Jn 2,3). Las huellas de su experiencia de muerte permanecían visibles y daban autenticidad a sus palabras.

    Llegados aquí es imposible no preguntarnos : Si viniera un nuevo Jonás, ¿creeríamos? Nuestras ciudades. ¿creerían? Todavía hoy, para las grandes ciudades, para las Nínives modernas, Dios busca mensajeros de la penitencia. ¿Tendremos la valentía, la fe profunda, la credibilidad necesaria para llegar a los corazones y abrir las puertas a la conversión?

sábado, 11 de febrero de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 12 de Febrero - «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»


Benedicto XVI Ángelus (13-02-2011): Se trata de amor, no de exigencia Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)

«No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» 

    En la Liturgia de este domingo prosigue la lectura del llamado «Sermón de la montaña» de Jesús, que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo. Después de las «bienaventuranzas», que son su programa de vida, Jesús proclama la nueva Ley, su Torá, como la llaman nuestros hermanos judíos. En efecto, el Mesías, con su venida, debía traer también la revelación definitiva de la Ley, y es precisamente lo que Jesús declara: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». Y, dirigiéndose a sus discípulos, añade: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 17.20). Pero ¿en qué consiste esta «plenitud» de la Ley de Cristo, y esta «mayor» justicia que él exige?

    Jesús lo explica mediante una serie de antítesis entre los mandamientos antiguos y su modo proponerlos de nuevo. Cada vez comienza diciendo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos...», y luego afirma: «Pero yo os digo...». Por ejemplo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás»; y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: «todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado»» (Mt 5, 21-22). Y así seis veces. Este modo de hablar suscitaba gran impresión en la gente, que se asustaba, porque ese «yo os digo» equivalía a reivindicar para sí la misma autoridad de Dios, fuente de la Ley. La novedad de Jesús consiste, esencialmente, en el hecho que él mismo «llena» los mandamientos con el amor de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en él. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que nos hace capaces de vivir el amor divino. Por eso todo precepto se convierte en verdadero como exigencia de amor, y todos se reúnen en un único mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. «La plenitud de la Ley es el amor», escribe san Pablo (Rm 13, 10). Ante esta exigencia, por ejemplo, el lamentable caso de los cuatro niños gitanos que murieron la semana pasada en la periferia de esta ciudad, en su chabola quemada, impone que nos preguntemos si una sociedad más solidaria y fraterna, más coherente en el amor, es decir, más cristiana, no habría podido evitar ese trágico hecho. Y esta pregunta vale para muchos otros acontecimientos dolorosos, más o menos conocidos, que acontecen diariamente en nuestras ciudades y en nuestros países.

    Queridos amigos, quizás no es casualidad que la primera gran predicación de Jesús se llame «Sermón de la montaña». Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley de Dios y llevarla al pueblo elegido. Jesús es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor. Es más, él mismo es este camino: lo único que debemos hacer es seguirle, para poner en práctica la voluntad de Dios y entrar en su reino, en la vida eterna. Una sola criatura ha llegado ya a la cima de la montaña: la Virgen María. Gracias a la unión con Jesús, su justicia fue perfecta: por esto la invocamos como Speculum iustitiae. Encomendémonos a ella, para que guíe también nuestros pasos en la fidelidad a la Ley de Cristo.

jueves, 9 de febrero de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 10 de Febrero - « ¿Escucharéis hoy su palabra? »


       Benedicto XVI papa 2005-2013 Discurso a los seminaristas 17/02/07

« ¿Escucharéis hoy su palabra? »

    ¿Cómo poder discernir la voz de Dios de entre las miles de voces que escuchamos cada día en nuestro mundo? Yo diría que Dios nos habla de muchas maneras. Nos habla por medio de otras personas, a través de nuestros amigos, nuestros padres, el párroco, los sacerdotes... Nos habla a través de los acontecimientos de nuestra vida en los cuales podemos discernir un gesto de Dios. Nos habla igualmente a través de la naturaleza, de la creación, nos habla, desde luego y sobre todo, en su palabra, en la sagrada Escritura, leída en común en la Iglesia y leída de manera personal en diálogo con Dios.

    Es importante leer la sagrada Escritura, por una parte, de manera muy personal y real, como dice san Pablo (1Tes 2,13), no como la palabra de un hombre o un documento pasado tal como leemos a Homero, o a Virgilio, sino como una palabra de Dios que siempre es actual y que me habla a mí. Aprender a escuchar un texto, históricamente del pasado, pero palabra viva de Dios, es decir, entrar en oración con ella, y hacer así de la lectura de la sagrada Escritura un diálogo con Dios. San Agustín, en sus homilías, dice a menudo: «He llamado repetidamente a la puerta de esta palabra hasta que he podido entender qué es lo que Dios me dice». Hay, por una parte, esta lectura muy personal, ese diálogo personal con Dios en el que busco qué es lo que el Señor me quiere decir. Pero además de esta lectura personal, es muy importante hacer una lectura comunitaria, porque el sujeto vivo de la Escritura es el Pueblo de Dios, es la Iglesia.

martes, 7 de febrero de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 08 de Febrero - ¿De dónde viene la injusticia?


        Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma (extracto), 2010

¿De dónde viene la injusticia?

    El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre… Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21).

    Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7).

    Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

    […] para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

    […] [Cristo es la justicia de Dios, puesto que] todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (cf. Rm 3,21-25).

    ¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás.

martes, 31 de agosto de 2021

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 1 de Septiembre - «Ella se levantó y se puso a servirlos» (Lc 4,38-44).



 

Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 5 de febrero de 2012

«Ella se levantó y se puso a servirlos»  (Lc 4,38-44).

Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Mc 2, 17). En aquella ocasión se refería a los pecadores, que él había venido a llamar y a salvar, pero sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la que experimentamos fuertemente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento saludable, en el que se puede experimentar la atención de los demás y prestar atención a los demás. Sin embargo, la enfermedad es siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5, 34.36). Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que humanamente es imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que han soportado sufrimientos terribles, porque Dios les daba una profunda serenidad. Pienso en el reciente ejemplo de la beata Chiara Badano, segada en la flor de la juventud por un mal sin remedio: cuantos iban a visitarla recibían de ella luz y confianza. Pero en la enfermedad todos necesitamos calor humano: para consolar a una persona enferma, más que las palabras, cuenta la cercanía serena y sincera.

Queridos amigos, [...] hagamos también como la gente en tiempos de Jesús: presentémosle espiritualmente a todos los enfermos, confiando en que él quiere y puede curarlos. E invoquemos la intercesión de Nuestra Señora, en especial por las situaciones de mayor sufrimiento y abandono. María, Salud de los enfermos, ruega por nosotros.

martes, 3 de agosto de 2021

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 4 de Agosto - "Jesús cura la hija de una mujer cananea" (Mt 15, 21-28)


 

Benedicto XVI, papa
Ángelus (14-08-2011) -
extracto

Castelgandolfo, Domingo 14 de agosto de 2011


"Jesús cura la hija de una mujer cananea"

  Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo a Jesús: «¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!». Es el camino que Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, como fuente de vida, para vivir una relación personal con él. El conocimiento de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y en definitiva es un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida. Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1 Co 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre su propia vida a su Amor.

Queridos hermanos y hermanas, alimentemos por tanto cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los sacramentos, con la oración personal como «grito» dirigido a él y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, a la que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en alma y cuerpo, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida la alegría de haber encontrado al Señor.

martes, 1 de junio de 2021

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 02 de Junio - «No es Dios de muertos, sino de vivos»


Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) Mitarbeiter der Warhrheit

«No es Dios de muertos, sino de vivos»

    El cristianismo no promete tan sólo la salvación del alma, en un más allá cualquiera donde todos los valores y las cosas preciosas de este mundo desaparecerán como si se tratara de una escena que se hubiera construido en otro tiempo y que desaparece desde aquel momento. El cristianismo promete la eternidad de todo lo que se ha realizado en la tierra.

    Dios conoce y ama a este hombre total que somos actualmente. Es, pues, inmortal lo que crece y se desarrolla en nuestra vida ya desde ahora. Es en nuestro cuerpo que sufrimos y que amamos, que esperamos, que experimentamos el gozo y la tristeza, que progresamos a lo largo del tiempo. Todo lo que se desarrolla así en nuestra vida de ahora, es lo que es imperecedero. Es pues, imperecedero lo que hemos llegado a ser en nuestro cuerpo, lo que ha crecido y madurado en el corazón de nuestra vida, unido a las cosas de este mundo. Es «el hombre total» tal cual está situado en este mundo, tal cual ha vivido y sufrido, el que un día será llevado a la eternidad de Dios y tendrá parte en Dios mismo, por la eternidad. Es esto lo que debe llenarnos de un gozo profundo.

jueves, 13 de mayo de 2021

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 14 de Mayo - "Sean testigos"


        Benedicto XVI, papa 2005-2013 Homilía del 14 de mayo (Viaje apostólico a Portugal)

¡Sean testigos!

    “Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús”, decía Pedro. Hermanos y hermanas míos, hace falta que seáis testigos de la resurrección de Jesús. En efecto, si vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿quién lo hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo. Ésta es la misión apremiante de toda comunidad eclesial: recibir de Dios a Cristo resucitado y ofrecerlo al mundo, para que todas las situaciones de desfallecimiento y muerte se transformen, por el Espíritu, en ocasiones de crecimiento y vida.

    Sin imponer nada, proponiendo siempre, como Pedro nos recomienda en una de sus cartas: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 P 3:15). Y todos, al final, nos la piden, incluso los que parece que no lo hacen. Por experiencia personal y común, sabemos bien que es a Jesús a quien todos esperan. De hecho, los anhelos más profundos del mundo y las grandes certezas del Evangelio se unen en la inexcusable misión que nos compete, puesto que “sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ante los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan casi al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la palabra de Jesucristo, que nos hace saber: ‘Sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15:5). Y nos anima: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo’ (Mt 28:20)” (Enc. Caritas in veritate, 78).

    Sí, estamos llamados a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15:16). ¡Cuánto tiempo perdido, cuánto trabajo postergado, por inadvertencia en este punto! En cuanto al origen y la eficacia de la misión, todo se define a partir de Cristo: la misión la recibimos siempre de Cristo, que nos ha dado a conocer lo que ha oído a su Padre, y el Espíritu Santo nos capacita en la Iglesia para ella. Como la misma Iglesia, que es obra de Cristo y de su Espíritu, se trata de renovar la faz de la tierra partiendo de Dios, siempre y sólo de Dios.