San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 1er Sermón para el Jueves Santo, Morin Guelferbytanus 13 ; PLS 2, 572
«Subo al Padre mío y Padre vuestro»
«Suéltame, que todavía no he subido al Padre». ¿Qué es lo que dice? Que se palpa mejor a Cristo a través de la fe que a través de la carne. Tocar a Cristo por la fe, es tocarle en toda verdad. Es lo que le sucedió a la mujer que sufría pérdidas de sangre: se acercó a Cristo, llena de fe, y tocó su vestidura... Y el Señor, apretujado por la multitud, no es tocado más que por esta mujer... porque creyó (Mc 5,25s). Hoy, hermanos, Jesús está en el cielo. Cuando estaba entre sus discípulos, revestido de una carne visible y poseyendo un cuerpo palpable, se le podía ver, se le podía tocar. Pero hoy que está sentado a la derecha del Padre ¿quién de entre nosotros le puede tocar? Y sin embargo, somos unos desgraciados si no le tocamos. Todos los que creemos, le tocamos. Está en el cielo, está lejos, y las distancias que le separan de nosotros no son mesurables. Pero si crees, le tocas. ¿Qué digo? ¿Eres tú quien le toca? Si crees, tienes junto a ti a aquel en quien crees... ¿Queréis saber cómo es que María quería tocarle? Le buscaba muerto y no creía que debía resucitar: «¡Se han llevado a mi Señor del sepulcro!» (Jn 20,2). Llora a un hombre... «Suéltame, que todavía no he subido al Padre y en mí no ves más que un hombre. ¿Qué te da esta fe? Déjame subir al Padre. Nunca lo he dejado, pero subiré para ti si me crees igual al Padre». Nuestro Señor Jesucristo no dejó de estar con su Padre cuando descendió de junto a él. Y cuando desde nosotros subió a él nunca nos abandonó. Porque en el momento de subir y sentarse a derecha del Padre, tan lejos, dijo a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
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