Tertuliano (c. 155-c. 220) teólogo Sobre la oración, 1-10 (Le Pater expliqué par les Pères, Franciscaines, 1951)
“Padre, ¡santificado sea tu Nombre!”
No significa que el hombre debe hacer votos a Dios como si necesitara nuestros augurios. Sino que tenemos que bendecir a Dios en todo tiempo y lugar, para rendirle el homenaje de reconocimiento que todo hombre debe a su benevolencia. La bendición cumple con ello. El nombre de Dios es siempre santo y santificado, ya que santifica a los otros nombres. La armada de ángeles que lo rodea, no cesa de cantar “¡Santo, Santo, Santo!”. Nosotros, que aspiramos a compartir la bienaventuranza de los ángeles, nos asociamos desde ahora a sus voces, cantando ya nuestra dignidad futura. Por la gloria de Dios.
En cuanto a la oración, cuando decimos “Que tu nombre sea santificado”, demandamos que sea santificado en nosotros. Nosotros, que estamos en él, y también en los otros, en los que la gracia de Dios todavía espera ser recibida. Así nos conformamos al precepto de rezar por todos, mismo por nuestros enemigos. Por eso decir “Que tu nombre sea santificado”, es pedir que lo sea en todos los hombres.
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