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lunes, 24 de marzo de 2025

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 25 de Marzo - « Que se haga en mí según tu palabra »


        Tertuliano (c. 155-c. 220) teólogo La Carne de Cristo, 17; PL 2, 781


« Que se haga en mí según tu palabra »
     
    ¿Por qué el Hijo de Dios ha nacido de una Virgen?... Era necesario un modo totalmente nuevo de nacimiento al que iba a consagrar un nueva manera de nacer. Isaías había profetizado que el Señor anunciaría esta maravilla por un signo. ¿Qué signo? « He aquí que una Virgen va a concebir y dar a luz un niño» Sí, la Virgen ha concebido y dado a luz al Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7,14; Mt 1,23). Helo aquí, este nuevo orden de nacimiento: el hombre nace de Dios porque Dios nace del hombre; Dios se hace carne para regenerar la carne por la semilla nueva del Espíritu y lavar todas sus manchas pasadas.

     Todo este orden nuevo ha sido prefigurado en el Antiguo Testamento, porque en el designio divino el primer hombre ha nacido por Dios a través de una virgen. En efecto, la tierra estaba aún virgen, el trabajo del hombre no la había tocado, la semilla no había sido echada, cuando Dios la toma para formar el hombre y hacerle « un ser viviente » (Gn 2,5.7). Si pues el primer Adán ha sido formado de la tierra, es justo que el segundo, el que el apóstol Pablo llama «el nuevo Adán» sea él también formado por Dios con una tierra virgen, es decir de una carne cuya virginidad permanecía inviolada, para llegar a ser «Espíritu que da la vida» (1 Co 15,45)...

     Cuando ha querido cubrir «su imagen y semejanza» (Gn 1,26) caída en poder del demonio, Dios ha hecho de la misma manera que en el momento en el que lo había creado. Eva era aún virgen cuando acogió la palabra que iba a producir la muerte; fue también en una virgen cómo debía descender  la Palabra de Dios que iba a criar el edificio de la Vida... Eva había dado su fe a la serpiente; María tuvo fe en Gabriel. El pecado que Eva había cometido al creer, es creyendo como María lo ha borrado... La Palabra del diablo ha sido para Eva la semilla de su humillación y de sus dolores en el alumbramiento (Gn 3,16), y ella parió el asesino de su hermano (4,8). Al contrario, María alumbró un hijo que debía salvar a Israel, su hermano.

sábado, 16 de julio de 2016

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO

TIEMPO ORDINARIO
SÁBADO DE LA SEMANA XV
16 de julio


    Tertuliano (c. 155-c. 220), teólogo Contra Marción, III, 2, 27; PL II, 316-317

“Mirad a mi siervo… no protestará, ni gritará”

    Dios no podía vivir con los hombres si no era tomando una manera humana de pensar y de actuar. Por eso, escondida en la humildad, ha velado el esplendor de su majestad, que la debilidad humana no hubiera podido soportar. Todo ello no era digno de él, pero era necesario al hombre, y, de golpe, se hizo digno de Dios, porque nada es tan digno de Dios como la salvación del hombre…

    Todo lo que Dios pierde, el hombre lo gana, de manera que todas la humillaciones que mi Dios ha sufrido para estar cerca de nosotros, son sacramento de salvación de los hombres. Dios actuó así con los hombres para que el hombre aprenda a actuar según el plan divino. Dios trató al hombre de igual a igual, para que el hombre pueda tratar con Dios de igual a igual. Dios se ha hecho pequeño a fin de que el hombre llegue a ser grande.

Fuente: ©Evangelizo.org

martes, 3 de mayo de 2016

REFLEXIÓN

TIEMPO PASCUAL

MARTES DE LA SEMANA VI
03 de mayo

SANTOS FELIPE Y SANTIAGO, apóstoles (Fiesta).

Felipe nació en Betsaida; fue primero discípulo del Bautista y más tarde siguió a Cristo. Santiago, primo hermano del Señor, hijo de Alfeo, fue obispo de Jerusalén, escribió una carta canónica. Llevó una vida de gran mortificación y convirtió a muchos judíos. Recibió la corona del martirio el año 62.




    Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la prescripción de los herejes
    (Cap. 20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10: CCL 1, 201-204)

LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA 

    Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

    Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

    Los apóstoles -palabra que significa «enviados»-, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

    De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

    Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

   El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

    El Señor había dicho en cierta ocasión: Tendría aún muchas cosas que deciros, pero no estáis ahora en disposición de entenderlas; pero añadió a continuación: Cuando venga el Espíritu de verdad, os conducirá a la verdad completa; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de verdad les daría el conocimiento de la verdad completa. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos.



    "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso.

    San Agustín

jueves, 3 de marzo de 2016

REFLEXIÓN

TIEMPO DE CUARESMA
JUEVES DE LA SEMANA III
Propio del Tiempo. Salterio III
3 de marzo


Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la oración
(Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)


    NUESTRA OFRENDA ESPIRITUAL


    La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?

    El Evangelio nos enseña qué es lo que pide el Señor: Llega la hora -dice- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu y, por esto, tales son los adoradores que busca. Nosotros somos los verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, ya que, orando en espíritu, ofrecemos el sacrificio espiritual de la oración, la ofrenda adecuada y agradable a Dios, la que él pedía, la que él preveía.

    Esta ofrenda, ofrecida de corazón, alimentada con la fe, cuidada con la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada con el amor, es la que debemos llevar al altar de Dios, con el acompañamiento solemne de las buenas obras, en medio de salmos e himnos, seguros de que con ella alcanzaremos de Dios cualquier cosa que le pidamos.

    ¿Qué podrá negar Dios, en efecto, a una oración que procede del espíritu y de la verdad, si es él quien la exige? Hemos leído, oído y creído los argumentos que demuestran su gran eficacia.

    En tiempos pasados, la oración liberaba del fuego, de las bestias, de la falta de alimento, y sin embargo no había recibido aún de Cristo su forma propia.

    ¡Cuánta más eficacia no tendrá, pues, la oración cristiana! Ciertamente, no hace venir el rocío angélico en medio del fuego, ni cierra la boca de los leones, ni transporta a los hambrientos la comida de los segadores (como en aquellos casos del antiguo Testamento); no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación, con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios.

    En el pasado, la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos, impedía la lluvia necesaria. Ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Qué tiene de extraño que haga caer el agua del cielo, si pudo impetrar que de allí bajara fuego? La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien.

    Por esto, su finalidad es servir de sufragio a las almas de los difuntos, robustecer a los débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las ataduras de los inocentes. La oración sirve también para perdonar los pecados, para apartar las tentaciones, para hacer que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, para deleitar a los magnánimos, para guiar a los peregrinos, para mitigar las tempestades, para impedir su actuación a los ladrones, para alimentar a los pobres, para llevar por buen camino a los ricos, para levantar a los caídos, para sostener a los que van a caer, para hacer que resistan los que están en pie.

    Oran los mismos ángeles, ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración.

    ¿Qué más podemos añadir acerca de la oración? El mismo Señor en persona oró; a él sea el honor y el poder por los siglos de los siglos.





    "He aquí, pues, cuáles son los ejercicios y las actividades que deben servir como medios para curar nuestras potencias y devolverles su pureza perdida y su primitiva integridad: son los ayunos, los trabajos, las vigilias, la soledad, la huida del mundo, el dominio de los sentidos, la lectura de las Escrituras y de los Santos Padres, la participación en los servicios de la Iglesia, la confesión y la comunión frecuentes" Teófano El Recluso sobre la práctica de la oración