lunes, 4 de septiembre de 2023

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO - 05 de Septiembre - «¡Cierra la boca y sal!»


    Diadoco de Foticé (c. 400-?) obispo Cien capítulos sobre el conocimiento, 78-80, en La Filocalia


«¡Cierra la boca y sal!»

    El bautismo, ese baño de santidad, quita la suciedad de nuestro pecado, pero no evita nuestra doble voluntad y no priva a los espíritus del mal de luchar contra nosotros o de arrastrarnos a la ilusión... Pero la gracia de Dios tiene su morada en la profundidad misma del alma, es decir, en el entendimiento. En efecto, se dice que «la gloria de la hija del Rey está dentro de ella» (Sl 44,15): no se expone a los demonios. Por eso desde las mismas profundidades de nuestro corazón sentimos como surge el deseo divino cuando nos acordamos ardorosamente de Dios. Pero es entonces que los malos espíritus acechan a nuestros sentidos corporales y se esconden en ellos, aprovechando que la carne está relajada... Así pues, nuestro entendimiento, según el divino apóstol Pablo, se goza siempre con la ley del Espíritu (Rm 7,22). Pero los sentidos carnales quieren dejarse llevar siempre por la pendiente de los placeres...

    «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibe» (Jn 1,5)...: el Verbo de Dios, la luz verdadera quiso manifestarse a la creación en su propia carne, enciendo en nosotros la luz de su conocimiento divino en su inconmensurable amor al hombre. El espíritu del mundo no recibió el designio de Dios, es decir, no lo conoció...; y sin embargo el maravilloso teólogo, el evangelista Juan, añade: « Él era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (v.10-12)... El evangelista no se refiere a Satán cuando dice que no recibió la verdadera luz, porque desde el principio la luz le es extraña puesto que no brilla en él. Sino que a través de esta palabra estigmatiza a los hombres que comprenden los poderes y las maravillas de Dios pero que, a causa de su corazón entenebrecido, no quieren acercarse a la luz de su conocimiento.

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