10 de Julio
Verónica nace, como decía, el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, en el valle de Metauro, de Francesco Giuliani y Benedetta Mancini; es la última de siete hermanas, otras tres de las cuales abrazarán la vida monástica; le dan el nombre de Úrsula. A la edad de siete años pierde a su madre, y su padre se traslada a Piacenza como superintendente de aduanas del ducado de Parma. En esta ciudad Úrsula siente que crece en ella el deseo de dedicar la vida a Cristo. La llamada se hace cada vez más apremiante, hasta el punto de que a los 17 años entra en la estricta clausura del monasterio de las Clarisas Capuchinas de Città di Castello, donde permanecerá toda su vida. Allí recibe el nombre de Verónica, que significa «verdadera imagen» y, en efecto, llegará a ser una verdadera imagen de Cristo crucificado. Un año después emite la profesión religiosa solemne: inicia para ella el camino de configuración con Cristo a través de muchas penitencias, grandes sufrimientos y algunas experiencias místicas vinculadas a la Pasión de Jesús: la coronación de espinas, las nupcias místicas, la herida en el corazón y los estigmas. En 1716, a los 56 años, se convierte en abadesa del monasterio y se verá confirmada en ese cargo hasta su muerte, acontecida en 1727, después de una dolorosísima agonía de 33 días que culmina en una alegría tan profunda que sus últimas palabras fueron: «¡He encontrado el Amor, el Amor se ha dejado ver! Esta es la causa de mi sufrimiento. ¡Decídselo a todas, decídselo a todas!» (Summarium Beatificationis, 115-120). El 9 de julio deja la morada terrena para el encuentro con Dios. Tiene 67 años, cincuenta de los cuales pasados en el monasterio de Città di Castello. El Papa Gregorio XVI la proclama santa el 26 de mayo de 1839. Santa Verónica tiene una espiritualidad marcadamente cristológico-esponsal: es la experiencia de que Cristo, Esposo fiel y sincero, la ama y de querer corresponder con un amor cada vez más comprometido y apasionado. En ella todo se interpreta en clave de amor, y esto le infunde una profunda serenidad. Vive cada cosa en unión con Cristo, por amor a él y con la alegría de poder demostrarle todo el amor de que es capaz una criatura. El Cristo al cual Verónica está profundamente unida es el Cristo que sufre de la pasión, muerte y resurrección; es Jesús en el acto de ofrecerse al Padre para salvarnos. De esta experiencia deriva también el amor intenso y doloroso por la Iglesia, en la doble forma de la oración y la ofrenda. La santa vive con esta perspectiva: reza, sufre, busca la «santa pobreza», como «expropiación», pérdida de sí misma (cf. ib., III, 523), precisamente para ser como Cristo, que se entregó totalmente.En cada página de sus escritos Verónica encomienda a alguien al Señor, valorando sus oraciones de intercesión con la ofrenda de sí misma en todo sufrimiento. Su corazón se dilata a todas «las necesidades de la santa Iglesia», anhelando la salvación de «todo el mundo» (ib., III-IV, passim). Verónica grita: «Oh pecadores, oh pecadoras…, todos y todas venid al corazón de Jesús; venid al lavatorio de su preciosísima sangre… Él os espera con los brazos abiertos para abrazaros» (ib., II, 16-17). Animada por una ardiente caridad, da a las hermanas del monasterio atención, comprensión, perdón; ofrece sus oraciones y sus sacrificios por el Papa, por su obispo, por los sacerdotes y por todas las personas necesitadas, incluidas las almas del purgatorio. Resume su misión contemplativa en estas palabras: «Nosotros no podemos ir predicando por el mundo para convertir almas, pero estamos obligadas a rezar continuamente por todas las almas que se encuentran en estado de ofensa a Dios… especialmente con nuestros sufrimientos, es decir, con un principio de vida crucificada» (ib., IV, 877). Nuestra santa concibe esta misión como «estar en medio», entre los hombres y Dios, entre los pecadores y Cristo crucificado.
Santa Verónica Giuliani nos invita a hacer crecer, en nuestra vida cristiana, la unión con el Señor viviendo para los demás, abandonándonos a su voluntad con confianza completa y total, y la unión con la Iglesia, Esposa de Cristo; nos invita a participar en el amor lleno de sufrimiento de Jesús crucificado para la salvación de todos los pecadores; nos invita a tener la mirada fija en el Paraíso, meta de nuestro camino terreno, donde viviremos junto a tantos hermanos y hermanas la alegría de la comunión plena con Dios; nos invita a alimentarnos a diario de la Palabra de Dios para calentar nuestro corazón y orientar nuestra vida.Acompañada en el camino de la perfección por la presencia continua de la Virgen, que la llama "corazón de mi corazón" y "alma de mi alma", Verónica transcurre los últimos años de su vida en unión constante con Dios. Declara ella misma: "Cuando Dios me concede las dos gracias de la unión y de la transformación, éstas son las mismas que gozan las almas bienaventuradas allá en el paraíso. Gozan de Dios en Dios; y es un continuo convite de amor con amor".
Verónica recibe el don de ser confirmada en la gracia santificante, por lo que repite llena de gozo: " ¡Eternamente! ¡eternamente!". Puede afirmar: "El amor ha vencido y el mismo amor ha quedado vencido". Es ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida, es preciso poner punto final. La Virgen, que en los últimos años le ha dictado el Diario, le sugiere estas simpáticas palabras que ella transcribe fielmente; "Pon punto". Es el 25 de marzo de 1727, fiesta de la Anunciación del Señor.
El 6 de junio, en el momento de la santa Comunión, Verónica sufre un ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren treinta y tres días de un triple purgatorio: dolores físicos, sufrimientos morales y tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor para poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios. " ¡El Amor se ha dejado hallar! " Son sus últimas palabras dichas a sus hermanas. Así terminó su padecer por amor y comenzó su paraíso. La Iglesia la declaró Beata en 1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha tenido la gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani - a través de la lectura del Diario, de las Relaciones y de las Cartas - abriga la esperanza de que en la Iglesia se le reconozca, además de la santidad, ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y se halla confirmado por una excepcional vida mística.
Oremos
Dios Todopoderoso y eterno, que concediste a Santa Verónica Giuliani la gracia de llevar en su cuerpo los signos de tu pasión redentora, te pedimos que a ejemplo suyo, completemos en nuestro cuerpo el sacrificio supremo del Hijo hecho hombre. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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