«Si consigo tocarle tan sólo el manto, me curaré»
Me postro delante de ti, Señor, igual que la mujer que padecía hemorragias, para que me liberes del sufrimiento y me concedas el perdón de mis faltas, y con el corazón lleno de compunción pueda exclamar: «Salvador, sálvame»...
Ella iba hacia ti escondida, Salvador, porque pensaba que eras simplemente un hombre, pero su curación le ha enseñado que tu eres Dios y hombre a la vez. Secretamente ha tocado la franja de tu manto, con su alma llena de temor..., diciéndose: «¿Cómo lo haré para ser vista de aquél que lo observa todo, yo que llevo la vergüenza de mis faltas? Si el Todo-Puro ve el flujo de sangre, se apartará de mí como a impura que soy, y será para mi mucho más terrible que mi herida si me da la espalda a pesar de mi grito: Salvador, sálvame.
«Viéndome, todo el mundo me empuja: ‘¿Dónde vas? ¡Ten en cuenta tu vergüenza, mujer, tu sabes quien eres, y de quien quieres ahora acercarte! Tú, la impura ¡acercarte al Todo-Puro! Ves primero a purificarte, y cuando hayas secado la mancha que llevas encima, entonces podrás ir hacia él gritando: Salvador, sálvame.’
«¿Queréis causarme aún más pena de la que tengo por mi propio mal? Sé muy bien que él es puro, y es por eso que quiero llegar a él, para ser liberada del oprobio y de la infamia. No me impidáis, pues, de gritar: Salvador, sálvame.
«La fuente hace manar sus oleadas para todos, ¿con qué derecho queréis obstruirla?... Sois testigos de sus curaciones... Todos los días nos anima diciendo: ¿Venid a mí, vosotros a quienes los males os agobian: yo os podré aliviar’ (Mt 11,28) A él le gusta dar la salud a todos. Y vosotros, ¿por qué me tratáis con rudeza impidiéndome de gritar...: Salvador, sálvame? »...
Aquél que lo sabe todo... se gira y dice a sus discípulos: «¿Quién me ha tocado la franja del manto? )Mc 5,30)... ¿Por qué me dices, Pedro, que una gran multitud me apretuja? Ellos no tocan mi divinidad, pero esta mujer, a través de mi vestido visible, ha captado mi naturaleza divina y ha conseguido la salud gritándome: Señor, sálvame...
«Sé valiente, mujer... Desde ahora, recobra la salud... Ésta no ha sido obra de mi mano sino obra de tu fe. Porque son muchos los que han tocado mi vestido, sin obtener la fuerza porque no tenían fe. Tú, me has tocado con gran fe, has recibido la salud, y por eso te he llevado ahora delante de todos para que digas: Señor, sálvame.»
Ella iba hacia ti escondida, Salvador, porque pensaba que eras simplemente un hombre, pero su curación le ha enseñado que tu eres Dios y hombre a la vez. Secretamente ha tocado la franja de tu manto, con su alma llena de temor..., diciéndose: «¿Cómo lo haré para ser vista de aquél que lo observa todo, yo que llevo la vergüenza de mis faltas? Si el Todo-Puro ve el flujo de sangre, se apartará de mí como a impura que soy, y será para mi mucho más terrible que mi herida si me da la espalda a pesar de mi grito: Salvador, sálvame.
«Viéndome, todo el mundo me empuja: ‘¿Dónde vas? ¡Ten en cuenta tu vergüenza, mujer, tu sabes quien eres, y de quien quieres ahora acercarte! Tú, la impura ¡acercarte al Todo-Puro! Ves primero a purificarte, y cuando hayas secado la mancha que llevas encima, entonces podrás ir hacia él gritando: Salvador, sálvame.’
«¿Queréis causarme aún más pena de la que tengo por mi propio mal? Sé muy bien que él es puro, y es por eso que quiero llegar a él, para ser liberada del oprobio y de la infamia. No me impidáis, pues, de gritar: Salvador, sálvame.
«La fuente hace manar sus oleadas para todos, ¿con qué derecho queréis obstruirla?... Sois testigos de sus curaciones... Todos los días nos anima diciendo: ¿Venid a mí, vosotros a quienes los males os agobian: yo os podré aliviar’ (Mt 11,28) A él le gusta dar la salud a todos. Y vosotros, ¿por qué me tratáis con rudeza impidiéndome de gritar...: Salvador, sálvame? »...
Aquél que lo sabe todo... se gira y dice a sus discípulos: «¿Quién me ha tocado la franja del manto? )Mc 5,30)... ¿Por qué me dices, Pedro, que una gran multitud me apretuja? Ellos no tocan mi divinidad, pero esta mujer, a través de mi vestido visible, ha captado mi naturaleza divina y ha conseguido la salud gritándome: Señor, sálvame...
«Sé valiente, mujer... Desde ahora, recobra la salud... Ésta no ha sido obra de mi mano sino obra de tu fe. Porque son muchos los que han tocado mi vestido, sin obtener la fuerza porque no tenían fe. Tú, me has tocado con gran fe, has recibido la salud, y por eso te he llevado ahora delante de todos para que digas: Señor, sálvame.»
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